sábado, 24 de julio de 2010

Consulta Portátil de Psicología en Lima (1) Todos somos uno y uno somos todos



El fin de la historia
Toda Lima aupando a los españoles sin anacrónicos rencores.
En la Plaza Mayor de Lima viendo en pantalla gigante la final del mundial Fifa 2010, junto a miles de limeños vitoreando a la escuadra de España, me siento partícipe del «fin de la historia».

Refrescamiento al final del primer tiempo
Dejo de ver el partido y cierro los ojos para que desfilen ante un merecido fondo negro los Incas muertos por el hierro retaliativo, los campos de batalla, las estatuillas de Atahualpa, la cara que he visto en retratos de Pizarro y siento un viento fresco que me alivia del sol que cae perpendicular sobre nosotros (dicen que en Lima nunca sale el Sol, pero he comprobado que sólo sale cuando encuentra a uno en descampado), un viento fresco lleno de aires de reconciliación: limeños descendientes de los sobrevivientes de la colonia están reunidos en la plaza para vitorear por decisión propia y mero gusto al que otrora fuera el enemigo, al equipo español; definitivamente la historia llegó a buen fin.


El Gol de todos los hispanohablantes.

Ahora la lengua demarca un lugar común, o mejor dicho: de comunión (que es mucho más decir que "comunicación"). La religión que otrora fuera excusa de dominación ahora es razón de libertad y elimina distingos entre rasgos indígenas y caucásicos; y el Real Madrid o el Barsa son puntos de encuentro, de afición, de disfrute, de goles, de evolución, en fin, estoy en presencia de lo que mil pensadores del pasado habrían considerado pretencioso atribuírselo a la definición de libertad: la falta de resentimientos. De pronto se me ocurre que Iberoamérica debiera ser el nombre de un buen matrimonio en el que las contrapartes hispanohablantes crecen aprendiendo juntos.
Dicen que las competencias deportivas internacionales son sublimaciones de la actitud guerrera, sitios ideados para que pateando pelotas se descargue la energía que de lo contrario se expresaría en tiroteos. Para mí esta experiencia es entusiasmante, como lo es toda acción o circunstancia que me devuelva la fe en la gente, que aliente la posibilidad de que exista el «ciudadano del mundo», y creo que Latinoamérica tiene espacio para la tolerancia, para la fraternidad, para la fusión étnica, para la cooperación sin necesidad de tener un enemigo común para unirse, un espacio para la paz y el repudio a toda confrontación. Creo que en esta Plaza Mayor en la que los limeños celebran la victoria futbolística de España está germinando un trozo del nuevo mundo.

LA ALEGRÍA: buena nueva universal del ciudadno del mundo.


Consulta Portátil en Pompeya (De ruinas y Autoconciencia De Muerte)

Al llegar a las ruinas de Pompeya me asalta una duda de esas que suelen anticiparme una convicción:
¿Qué placer esconde recorrer ruinas?
 «la desolación de estas ruinas no puede ser (en sí misma) la causa de la fascinación que atrae a miles de personas que la visitan. Tampoco la historia de la ciudad y de su cultura pareciera merecer un capítulo aparte, su atractivo debe provenir de algo más».
Camino por las veredas de adoquines derruidos, observo las columnas castradas, las guías turísticas hablan de terremotos, de erupciones volcánicas, de gente carbonizada, de civilizaciones desaparecidas…, en fin, por donde se lo mire el tema es recurrente: Pompeya fue destruida por terremotos y por la erupción del Vesubio.
Y es esto lo que no me cuadra, ¿de dónde proviene la fascinación de este lugar ícono mundial de los desastres naturales? En muchas otras partes hay ruinas de cataclismos naturales, que muy lejos de generar hechizo alguno, se presentan como desgracias penosas, como desastres que quisiéramos tratar de evitar y (en lo posible) olvidar. Pero la gente viene a Pompeya a tratar de imaginar (y revivir) el desastre, presiento que hay algo morboso en todo esto, tardo un tiempo en dar con la primera pista, no es fácil mantener el pensamiento lúcido cuando se está en un sitio que ha sido pensado para distraer al turista (sí, lo reconozco, en Pompeya yo también era un turista cualquiera).

Una luz entre ruinas
Sin embargo, al rato llegó una pequeña luz a mi entendimiento y me di cuenta de tener ante las narices lo que estaba buscando bajo tierra: Pompeya es relacionada por el imaginario colectivo con Sodoma y Gomorra y esta asociación transmuta el cataclismo geológico en castigo divino.
He aquí la esencia del atractivo del gigantesco esqueleto vesubiano: ser el reducto, el recordatorio de la inmensidad del castigo que persigue al hombre, en este caso la ira de Dios sacudió a la ciudad con terremotos y escupió lava y cenizas sobre la población sacrílega, he aquí el motivo de su embrujo, nuestra humana fascinación por el castigo divino.
La muerte hace al castigo inexorable. Es uno de los principios de nuestra Escuela de Psiconomía: que la ACM (Autoconciencia de Muerte) es estructurante del aparato psíquico. Y eso es lo que nos recuerda Pompeya en sus huesos: la importancia del temor al castigo como base de la civilización. Castigo divino o mágico…; terremotos, erupciones volcánicas, son sólo fenómenos geológicos del planeta; pero en Pompeya adquieren categoría de castigo y de allí su trascendencia.
Pompeya es un gran monumento al temor a Dios, que al final no es otra cosa que una transmutación del temor a la muerte. Pompeya sirve a la gente que la visita para imaginar (aunque sea por unos momentos) que la muerte es evitable, que los habitantes de Pompeya se carbonizaron bajo la lava por haberse portado mal, por tener prostíbulos y abandonarse al hedonismo, como en Sodoma y Gomorra.
Me detengo a mirar a los turistas y no dudo de que muchos de ellos saldrán de las ruinas y tomarán el tren de regreso a Nápoles sintiéndose casi inmortales, liberados de la ira divina, pensando en todas las razones por las que un volcán no escupirá lava sobre ellos, y por las cuales también irán al cielo y así tampoco arderán en la lava del más allá infernal.
Sigo caminando las veredas de piedra entre las ruinas y tarareo una canción que había olvidado, una melodía de mi infancia, un cántico de iglesia. Entonces llegó la convicción: visitar Pompeya es otra manera de ir a misa.

Consulta Portátil en Nápoles (2) El Súper-Yo de La Camorra

Napoli: una ciudad admirable.
LA CAMORRA: UN «SÚPER-YO» PARTICULAR

Nápoles, sin saberlo, intenta retener el antiguo resplandor de cuando era parte del “Reino de las dos Sicilias”,  a días de cumplirse los 150 años de haber sido anexionada al “Reino de Italia” mantiene todavía (en el imaginario colectivo) su soberano semblante, su estampa de cosa aparte, y esto pasa tanto en los napolitanos que se saben diferentes de los demás italianos (y lo exponen con esa rendida altivez que sólo ellos saben gozar), como en los italianos del norte que no pierden oportunidad de usar a los napolitanos como chivo expiatorio del mal de turno del país (a la mejor usanza trillada de las campañas políticas latinoamericanas).
Para nadie es secreto que los italianos del norte juzgan de irresponsables a los meridionales y a los sureños, sin embargo, hay muchas maneras para demostrar que los meridionales son tan o más juiciosos que cualquiera, aunque a su manera. La expresión más paradojal de esto es La Camorra Napolitana.  
La Camorra en esencia no es un grupo delincuencial, sino un código moral, estricto, inexorable, riguroso, pulcro y claro.
Delincuente es aquél que no ha internalizado un código moral, que evade o rompe las leyes, en todo caso un delincuente vive “fuera de la ley”, y nada menos parecido a esto que la Camorra Napolitana que en sí misma es un código, una institución tradicional del paterfamilias, un conjunto de reglas y leyes que deben ser seguidas a cabalidad so pena de muerte (por favor abstenerse de críticas moralistas, acá no se está discutiendo sobre la legitimidad de la pena de muerte).
El código de la Camorra es instruido de generación en generación como enseñanza familiar de sobremesa en el almuerzo casero del domingo, y viene transmitiéndose de abuelo a padre, de padre a hijo, no sólo dentro de la “familia camorrista” sino también de los “protegidos” de la misma.
Me cuenta un viejo napolitano: «el respeto por la Camorra es implantado en la familia, el abuelo que encontró trabajo gracias al “Padrino” le estará siempre agradecido y enseña este respeto al hijo y este al nieto recordándole la mano que les dio de comer. Así hemos funcionado desde que tengo memoria. Dentro de este aparente caos tenemos un orden que funciona y aquí estamos: vivos y napolitanos».
Me dice un camorrista: «Somos nuestro propio gobierno a falta de un gobierno estatal que nos tome en serio».

Desde Castel dell´Ovo: Liseth, el viento y Napoli

La Camorra no es psicopática, no es una cofradía delincuencial como pudiera entenderse de una lectura superficial de las películas de Francis Ford Coppola. La Camorra en sí misma es un “súper-yo” (estructura legal) con reglas propias, adecuadas al lugar, la Camorra es un gobierno adecuado a Nápoles.
Este es el momento en que mi interlocutor exclama: « ¿Adecuado? ¿Cómo juzgar a la Camorra como gobierno adecuado? ¿Qué criterio usas para definir un sistema como adecuado?»
Reconozco cierta reticencia a responder esta pregunta, pero me atreveré a señalar lo que la propia ciudad de Nápoles me inspira:
“Un sistema público es propicio, adecuado y funciona si logra que sus participes, sus miembros, sus operadores, quien dirige y quien es dirigido, sean felices. Y, ¡sí!, los napolitanos son uno de los pueblos más felices que he visto, gritones, entusiastas, estruendosos, efusivos, emotivos, simpáticos, risueños… felices (en Nápoles se me hace imposible separar la espontaneidad de la idea de felicidad).
Pero esta felicidad tiene un precio social: una resistencia natural a la homogeneización, a la globalización, a la transculturización. La espontaneidad conlleva al individualismo en su más amplia acepción, y por ende genera una sensación de caos social donde cada quien reclama su derecho a ser “a mi manera” (en varias oportunidades, mientras caminaba por Nápoles, me descubrí tarareando inconscientemente “My Way” en versión de Sinatra) y esta “espontaneidad” es lo que ellos llaman “meridionalidad”, la cual, salvando las distancias geográficas e históricas, tiene mucho que ver con la esencia caribeña (es una experiencia extrasensorial caminar por Nápoles y escuchar un merengue o un tango que sale de un café o un bar).
Definitivo: hay que vivir en Nápoles para entender la napolitaneidad.

EL VIRUS MUTANTE

La Camorra no es lo que muestran las películas de Hollywood sobre la mafia.
El escenario donde transcurre la historia marca la gran diferencia entre la Mafia Siciliana o la Camorra Napolitana y los Pacinos, Deniros, Coppolas, De Palmas, Capones y Lucianos gringos. El “contexto camorrista” sólo tiene sentido en la Italia Meridional.
Camorristas o mafiosos fuera de Nápoles o Sicilia ya no son “adecuados” y es irremediable que estos “desubicados” se vuelvan “desadaptados”. Al dejar de ser “oportunos reguladores sociales” se vuelven “oportunistas disociales”.
Aún así (y Puzo lo enfatiza en sus libros), los mafiosos en Estados Unidos no eran psicópatas, pero en contraste con la cultura (y la jurisprudencia) que los rodeaba, sus acciones eran psicopáticas, delincuenciales; se entiende, eran gatos en el agua… con snorkel de alto calibre.
En fin, la Camorra que es parte de la estructura familiar-social de Nápoles, en cualquier otro sistema se transforma en un pernicioso virus mutante.

EL CAMBIO

Los cambios son precedidos por crisis. Y la crisis napolitana está en antesala, hace lobby ante el inminente trapicheo impuesto por la tendencia universal de la humanidad: la globalización.
Nápoles sigue siendo una fiesta, pero la sombra del Vesuvio y las ruinas proféticas de Pompeya anticipan la ruptura de su esquema tradicional, los vientos tecnológicos rasgan los ritos ancestrales; las sísmicas corrientes del norte anuncian la muerte de las solemnidades del paterfamilias trayendo emancipación femenina, divorcio, un nuevo concepto de linaje, matrimonios homosexuales, una nueva estructura social con tendencia a la uniformidad homogénea, el suicidio del folklore, suplantación absoluta de Totó por los Wakawakas de Shakira. Y para rematar, el Estado, cual erupción volcánica con capacidad de derretir las más concretas fundaciones, no tolerará más jefaturas paralelas e invertirá dinero y tecnología para achicar el cerco alrededor de lo que considera una contracultura subversiva.
El planeta da vueltas y más pronto que tarde Nápoles terminará cayendo por su peso específico cuando se encuentre boca abajo en el vacío de la levedad insustancial del mundo por venir, y no habrá Camorra que valga ni nadie dispuesto a salvarla; sin embargo para sus habitantes y admiradores, para los napolitanos, para los otros y para nosotros que le conocemos  quedará una consolación: «morir después de haber visto Nápoles» no será una muerte sin sentido, sino el sentido mismo de la muerte. Nadie nos podrá quitar lo bailado.
Vedi Napoli e poi muori ¡Salute!