domingo, 1 de enero de 2012

Consulta Portátil de Psicología en Venezuela (1) Chichiriviche (Sobre el egoísmo)

Reserva natural de Cuare...futuro incierto
El egoísmo de andar por casa

El egoísmo tiene dos acepciones, la que se refiere a la autoestima sana y necesaria para soportar la vida, y la otra, más comúnmente utilizada, que se refiere a la actitud malsana de quien pretende alcanzar sus objetivos a toda costa y sin miramiento alguno hacia los otros (siendo el non plus ultra que "el costo" sea para los demás). El egoísmo de esta segunda acepción (al que me referiré de aquí en adelante), es la actitud de aquellos sujetos cuyo leitmotiv es "sálvese quien pueda, y si los demás no se salvan, mejor".
El egoísta necesita de quienes le rodean en mayor proporción al común de los mortales; pero esta realidad le es insoportable, se siente humillado por depender y trata  de ocultar su necesidad detrás de una careta de prepotente y falsa autosuficiencia.
Ser egoísta es la voluntad e incapacidad a la vez de no ver más allá de las propias narices.
¿El egoísmo como patología oftalmológica, o aberración naso-morfológica? Analicémoslo.
Ver, lo que se dice ver, no parece ser una de las habilidades del egoísta, pues a menos que le estimule  alguna conveniencia, no suele ver al vecino. Lo que le rodea, de no serle necesario, le es invisible y, por ello, suele atropellarlo. Lo que no le sirve no existe, es más, para el egoísta no tiene sentido que exista algo que no le sea de provecho; y con lo dicho queda claro lo inútil que le sería tener una visión minuciosa o de larga distancia: siendo el centro del universo, su fuerza de gravedad hace que todo gire a su alrededor. Siendo el mismísimo sol, ¿de qué preocuparse? ¡Que se cuiden los demás de verlo! Y, ¡para su bien! ¡Que se cuiden de tropezar con él! El egoísta es despiadado en la defensa de su territorio y su territorio es el mundo entero. Un sinónimo procedente para "egoísmo" sería: «presbicia social».
En cuanto a su naso, digamos que ya sea chato, aguileño o quevedeano, da igual. Sólo le sirve para olfatear oportunidades y si se diera el caso de que le gustara el queso Roquefort prepararía sándwiches pestilentes dentro del Metro en las horas de más aglomeración, o en la sala de cine en una noche de estreno, y sin mayor disimulo se limpiaría las manos restregándolas contra el abrigo del vecino o la butaca.

El egoísta estridente

Escribo esto en el balcón con vista a la playa de nuestro apartamentito en Chichiriviche. Es la primera vez que nos atrevemos a pasar un mes en esta playa. El Parque Morrocoy ofrece tanta hermosura que bien vale largas estadías, pero mi esposa y yo lo hemos frecuentado sólo de lunes a viernes evitando el bullicio de fin de semana. Éste es nuestro primer sábado en Chichiriviche. Desde el amanecer he observado los preparativos de los tolderos en la playa, la llegada de los buhoneros, heladeros (poleros) y, por fin, los bañistas. Playa Sur es frecuentada principalmente por bañistas venezolanos que vienen a pasar el fin de semana desde las cercanas ciudades de Caracas, Valencia y Barquisimeto, lo que hace que pudiéramos definir a Playa Sur como una playa popular, sin turistas extranjeros que prefieren transportarse en lanchas a los cayos cercanos.
Mi observación del hormiguero de orilla transcurrió tranquila y meditabunda hasta las 10:30 de la mañana cuando se hizo patente la llegada del primer egoísta.
Estacionó su vehículo a unos 10 m del toldo que alquiló en la playa (primera infracción: la playa no es para vehículos). El egoísta se quita la playera dejando descubierto su vientre regordete, luego corre hacia el agua y se zambulle al mejor estilo orca asesina para rápidamente regresar al toldo donde lo espera su compañera rubia teñida. De seguido el egoísta se coloca un par de grandes gafas negras que le tapan la cara desde la mitad de la frente hasta media mejilla (a estas alturas de mi observación todavía no lo reconozco como egoísta y, sólo después, las inmensas gafas negras se tornarán metáfora de la cortedad de visión del egoísta). La rubia teñida, que ya está en traje de baño de dos piezas, ha destapado dos cervezas y le ofrece una al sujeto de grandes gafas negras que la vacía de un largo trago. Seguidamente, nuestro sujeto corre a explayar su egoísmo, y es que literalmente corre hacia el vehículo que se encuentra a 10 m del toldo, abre la cajuela de atrás y un minuto más tarde estalla a 50.000 decibeles un pandemónium de ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! apocalíptico que hace temblar las ventanas de nuestro apartamento (ubicado a unos 100 m de distancia).
Entonces empecé a escribir estos comentarios sobre el egoísmo, claro está que previamente tuve que conectar los audífonos a la laptop y poner "Animals" de "Pink Floyd" a todo volumen para mitigar el estruendo del concierto Rave-vernáculo que nuestro antihéroe egoísta había decidido que todos nos caláramos.
En este momento son las 12:30 y, después de unas 10 cervezas, el egoísta de las grandes gafas negras y la rubia teñida bailan "vallenato" al ritmo de 100.000 dB en la arena tropezando con la gente de los toldos aledaños, demostrando así que son el centro del universo y que no existe nadie más que ellos.

El Egoísmo endémico

Es una realidad, en Venezuela el egoísmo patológico es endémico. Atisbar sobre sus orígenes étnicos-genéticos-culturales no puede sino ser un trabajo tan inmenso como infructuoso; así que no nos queda de otra que intentar un ligero sincretismo, una cosmovisión fácil, que nos libere de la necesidad de marcar una etiología, así que me voy a atrever a sentenciar que, en general, el egoísmo es endémico en Venezuela porque la cultura ha permitido la formación de mucha gente acomplejada. Si bien Alfred Adler pecó de simplista en su descripción psicológica del "complejo de inferioridad" y "complejo de superioridad" como principales fuerzas motrices de las actitudes humanas, se le reconoce el mérito de haber creado una fórmula efectiva para salir del paso cuando no se quiere profundizar mucho en las causas, y gracias a él podremos evadir este tema diciendo que los egoístas necesitan tapar sus inconfesables interioridades con actitudes de superioridad. ¡Qué tremendamente predecible puede llegar a ser el ser humano!
El egoísmo pica y se extiende. 
Liseth y yo ya tenemos una semana en Chichiriviche, tiempo suficiente para haber vivido la experiencia paradisíaca de caminar por un islote desierto, de cosechar ostras en las raíces de los mangles rojos, de snorkelear en los arrecifes, de pescar huachinangos para luego limpiarlos en la misma orilla, filetearlos y comerlos crudos con limón sintiéndonos parte de esos tiempos primordiales del homo cazador y recolector.
Pero también hemos tenido tiempo para recorrer la costa de Chichiriviche de norte a sur y percatarnos de la ausencia de recolectores de basura, y de la triste presencia de un desperdicio en particular que denota el egoísmo más básico y nocivo que si bien es menos escandaloso es mucho más desastroso: el de quien destruye el mismo lugar donde vive. El asunto es que, entre los innumerables recipientes de plástico naufragados en las orillas, hay un tipo en especial de recipiente que deja ver la desidia del egoísmo local: decenas, cientos, miles de recipientes plásticos de "aceite dos tiempos", del que usan como combustible los lancheros lugareños. ¡Son los mismos lancheros que viven de los turistas que vienen a disfrutar la belleza natural de este trozo de Caribe los que contaminan!
Autodestrucciòn
No ver más allá de las propias narices también conlleva a la incapacidad de pensar el tiempo más allá del minuto que se está viviendo. El egoísmo impide la conciencia global, y como piensa que el mundo ha sido construido para su beneplácito le parece absolutamente natural arrojar basura dondequiera porque «ya habrá gente que se dedique a recogerla».
En el momento que escribía esto, subió al apartamento la chica encargada de la consejería, una mujer oriunda de un pueblo pesquero cercano, portadora de esa buena voluntad y disposición heredada de haber crecido en un pequeño caserío donde todos se conocen y están pendientes de la salud de cada vecino, linaje éste que genera en su imaginario la idea de que del mundo es una gran familia donde todos se conocen y merecen ser tratados como hermanos. Lo cierto es que esta mujer se llega hasta el balcón donde escribo estas líneas para comentarme algo referente a la conserjería y yo le hago referencia al egoísta de grandes gafas negras y discoteca ambulante, a lo que ella me responde: «Eso debiera estar prohibido, ¿verdad?, al lado de la casa de mi suegra en Boca del Tocuyo hay una señora que vende cerveza, y esos ponen música a todo volumen toda la noche, ya se le ha dicho a todos para que hagan algo, pero igualito».
La maldad egoísta no hace distingo de lugar, clase, cultura o posición social. El egoísta es un agujero negro que chupa la luz de su alrededor y no alumbra a nadie. El egoísta trata a los demás como cosas que le sirven y se aprovecha de que los demás (altruistas) no pueden aplicarle la misma medicina porque se lo impide su condición de humanos. Si ser humano es un fenómeno esencialmente gregario, si la colaboración y la empatía forman parte de la esencia de la humanidad, entonces el egoísta no puede ser considerado humano.

Mimetismo egoísta

La vida trepa a través de estrategias. Sobrevivir es consecuencia de un plan. Lo más probable es que nosotros seamos parte de la atávica intención de las amebas de dominar el planeta. El egoísta no escapa a esta regla, y siendo tan evidente lo execrable de su condición, su principal estrategia no puede ser otra que simular ser lo que no es. El plan del egoísta está concentrado en el mimetismo. Debido a que su dominio del territorio dependerá de su capacidad de manipulación, el egoísta debe arreglárselas para que la víctima no se dé cuenta de ser usado, y así, nuestro egoísta bañista de vientre regordete, clavadista de estilo ¡Salta Willy, salta!, cervecero, amante de rubias teñidas, y portador de grandes gafas negras, no desaprovechará la oportunidad de caerle adelante el vecino antes de que éste se fastidie por el ruido y le remarcará el insospechado detalle de que: «¿Viste que buen sonido? El amplificador me costó un ojo de la cara. ¡Es importado! Ya vas a ver, hoy todos bailamos al son de mi música, me van a deber esa...» Porque, hay que decirlo, en los egoístas aflora el mismo espíritu atribuido a algunos dioses que a pesar de ser aparentemente todopoderosos e independientes hasta más no poder, padecen la morbosa necesidad de ser alabados. ¿Se dan cuenta? Ambos (dioses y egoístas) andan por ahí dándose aires de sobrados y, al final, buscan reconocimiento… Sin pretender analizar lo inanalizable, me resulta imposible no considerar que la prepotencia egoísta es, tanto en los hombres como en los dioses, sospechosa de tener cola de paja.
Levanto la mirada hacia el horizonte marino. A lo lejos los cayos marcan su presencia solitaria en medio del mar, la vista se me pierde y con ella se van mis pensamientos, lejos, muy lejos, con la brisa, hacia las nubes que se dibujan en el cielo de más allá, y, de pronto, una idea en forma de pregunta, como una pesada ancla, me engancha a la tierra y me devuelve al aquí y ahora jalándome la mirada hacia el egoísta, sus gafas negras, la rubia teñida, el vehículo escupe-ruido, y me pregunto: ¿Será el ateísmo un reclamo ante el egoísmo de los dioses?
Tal vez llegó la hora de ser más radicales, tal vez llegó la hora de decir que "El ciudadano del mundo" también tiene posiciones definidas en las que no otorga concesiones, tal vez llegó la hora de decir que el ciudadano del mundo participa de una guerra y que su enemigo es: el egoísmo impenitente. Si logré rendir la idea de que el egoísmo es el par antitético del ciudadano del mundo, entonces el escrito logró su objetivo.

Hospitalidad versus rapiña

Cuando una ciudad o un paraje natural se transforma, por las razones que sean, en un sitio de frecuente visita de foráneos, simultáneamente sus habitantes se convierte en anfitriones y no pocos de ellos terminan dedicándose a ofrecer servicios a los visitantes. Los que se dedican a dar servicio a gente de paso o a turistas, tienen (según su temperamento y educación) dos actitudes posibles: la solidaridad hospitalaria; o la actitud oportunista del que hace gárgaras con la empatía y le interesa un comino el otro por estar consciente de que «hoy te veo y mañana no te reconozco».
La hospitalidad
La opción de la hospitalidad es posible sólo para personas que tengan una educación, unos principios básicos de civismo que les permita sentir confraternidad, tendencia solidaria hacia la humanidad y empatía hacia personas que ven por primera y, muy probablemente, última vez.
"Yiyo el pescador" buscando
patarucas para que salieramos de pesca
El mero valor hacia el ser humano debiera ser suficiente para determinar nuestra actitud positiva hacia él. Ayudar con la única finalidad de hacerlo no necesita el trueque como motivación. La colaboración y solidaridad no es negociable porque ya es suficiente intercambio de valor la acción misma, el valor de sentirse bien consigo mismo por haber hecho el bien a otro, por ayudar, por servir, por ser útil.
La rapiña
La actitud del que se aprovecha de la desventaja ajena (porque los turistas, viajeros de paso, forasteros recién llegados, son todas gentes en desventaja) actúan según la más primitiva ley animal: los fuertes se aprovechan de los débiles. Y esta ley está bien para los animales porque sigue patrones efectivos para la supervivencia y la selección natural, nada puede ser más perfecto para el equilibrio natural que el león que persigue la manada termine alcanzando y comiéndose al ejemplar más enfermizo y débil, con esto gana el león y también la manada. Pero los seres humanos no somos gacelas ni leones, nuestra manada ya evolucionó de la horda a la tribu y de allí a la sociedad civilizada. Los seres humanos pretendemos caracterizarnos por la protección del más débil y no por su abandono o aniquilamiento. ¿Se imaginan si los médicos actuaran según el primitivo impulso animal ante sus desvalidos pacientes?
El pueblo de Chichiriviche tiene como tendencia predominante hacia los que optan por la actitud de rapiña aprovechadora (y eso puede detectarlo cualquier visitante con sólo media hora de estadía). En este pueblo costero la mayoría de la gente estará dispuesta a ofrecerte ayuda para conseguir alojamiento, estacionamiento, lugar en la playa, donde comprar pescado, es más, lo más seguro es que te aborden por la calle para ofrecerte ayuda, pareciendo buenos samaritanos desesperados por alcanzar el cielo haciendo el bien sin esperar nada a cambio; pero la ilusión de altruismo sublime no dura más que unos minutos para el que recién llega, la mayoría son comisionistas y quien menos pretende espera una propina, hasta si el favor prestado fue levantar el dedo para indicar la dirección hacia la gasolinera más cercana. Es posible que haya quien, ante lo dicho, objete indignado algo como esto: «Ése es el negocio de esta gente. Ser comisionista es también una forma de trabajo.» Para quienes puedan ostentar de una tan portentosa suspicacia comercial me detengo a remarcar el detalle de que si la indicación de una dirección es mercadeable ¿dónde queda el concepto de favor? El comerciante ofrece su mercancía, muy diferente es ofrecer ayuda y luego cobrar por ella.

El desastre o sobre las diferentes subespecies del Pez León

Chichiriviche comenzó sus planes para transformarse en centro turístico playero de altura hace unos 25 años atrás. Se hicieron dos o tres hoteles y algunos edificios residenciales. Un cuarto de siglo después Chichiriviche se encuentra peor que al momento de partida, y lo «peor» es que además de haberse resignado al olvido de su sueño de urbe turística ya está a punto de devastar la belleza natural que originalmente la había motivado.
Por otro lado, los biólogos marinos vaticinan una cercana catástrofe ictiológica que vendría por mano, o más apropiadamente dicho, por boca del "Pez León". Una especie de pez venenoso no natural de estas aguas y que, aparentemente escapado de un acuario de Miami, está colonizando todas las costas del Caribe donde se reproduce muy rápido y su apetito voraz hace estragos en las larvas y crías pequeñas de todas las demás especies sin, a su vez, tener ningún depredador natural que equilibre su proliferación. En fin el Pez León está destinado a transformarse en la peor amenaza para la fauna marina del Caribe. En algún sitio de Internet las autoridades alertan a los que frecuentan en las playas de Morrocoy (donde se encuentra Chichiriviche) de que notifique cualquier avistamiento o pesca de un Pez León para seguir su desplazamiento evolutivo. Pero parece que no va a ser el Pez León quien arruine el ecosistema de Chichiriviche, en todo caso será otro chivo expiatorio más. El ecosistema está siendo destruido a pasos agigantados por los mismos habitantes (humanos) de la zona. El verdadero Pez León de estas costas es la gente (egoísta) que vive en ellas.

Paraíso perdido

Liseth lamentando la caída del Paraìso
 Todo lo dicho no tiene ningún tipo de ánimo de advertencia. Para pensar en profilaxis ya es demasiado tarde. Chichiriviche está en plena caída, el paraíso ya está perdido. Lo que nos queda es aprender de la experiencia. Tratemos de aprender de ésta para que no se nos vuelva costumbre destruir paraísos para lamentar infiernos.
Una semana tenemos mi esposa y yo viviendo a orillas de la playa y observando en el horizonte las islas que se ríen del mar y del cielo como si estar allí fuera una broma. Una semana de brisa constante, de olas incansables, de soles y lunas que se alternan sin error, una semana y media de ver que la naturaleza sigue su curso haciéndose cargo de los resultados sin buscar culpables, sin necesitar chivos expiatorios.

En busca del gran sàbalo
 El viento simplemente sopla, no necesita excusas para ello, y con el mismo derecho la noche es oscura, las olas hacen espuma al chocar contra la playa, la arena acepta enriquecerse con cualquier cosa (para ser arena sólo hay que pasar el tiempo suficiente en la playa). Todo tiene sus leyes. La marea sube y baja con la luna y el sol. La mitocondria se encarga de las células, la gravedad del peso. ¿Quién se encarga del plástico, de la gasolina y de todas aquellas cosas que llamamos basura porque no nos las podemos comer?

No es un arcoíris reflejado en el agua,
es gasolina...
 La naturaleza tiene sus leyes y estas leyes no pueden contrariar las del universo. De esto todo estamos claros, tan claros como que nosotros tuvimos que crear otras leyes, más allá de las biológicas, para que nos gobiernen desde adentro (moral) y desde afuera (jurisprudencia) bajo el ojo avizor de las leyes naturales que nos gobiernan desde todas partes. Nuestra condición de vivir es seguir leyes, las nuestras (que llamamos en conjunto: civilidad) nos permiten convivir en el planeta a pesar de haber alterado la naturaleza inventando antibióticos y vacunas que nos alargaron los años de vida. Leyes que nos permiten seguir aquí a pesar de habernos sobrepoblado y alterado el plan del mundo. En fin, la humanidad depende de cumplir con ciertas condiciones y quienes no respeten estas condiciones nos ponen en peligro a todos. Sólo las regulaciones pueden evitar nuestra autodestrucción. Pero en el pensamiento del egoísta no existe el futuro, su plan se reduce a sacarle provecho a lo inmediato y por ello no le interesan los códigos de ética colectiva. El egoísmo es un peligro y como tal debe ser investigado, reconocido, aislado y tratado hasta erradicarlo. El primer paso de esta limpieza no puede ser otro que la creación de leyes estrictas que rápidamente limiten sus acciones maléficas.

Los crímenes de la calle morgue de Chichiriviche (o sobre los monos con hojilla)

No pude evitar acostarme pensando en la desidia de los pobladores del paraíso. En Adán y Eva que, multiplicados y en versión menos iconográfica terminaron poblando estas playas y que, como sus antecesores, perdieron el paraíso. El valor de esta observación en Chichiriviche gravita alrededor del hecho de estar siendo testigo del justo instante en que Adán y Eva cometen la ingenua fechoría de echarlo perder todo, haciendo que el paraíso quede prohibido para nosotros y todos los que vendrán después. ¡Si!, este pueblo está comiéndose la manzana, y perdiendo el Edén prometido por no haber comprendido la responsabilidad que conlleva el libre albedrío. A fuerza de desidia, de contaminación, de la testarudez que caracteriza a los bichos que vuelan alrededor de la llama de una vela y terminan achicharrados, el pueblo de Chichiriviche se está destruyendo a sí mismo.

La naturaleza pasará la factura
 Eso fue lo que pensaba al acostarme, pero mi mayor sorpresa fue que más tarde me desperté de un sueño en el que rememoraba el cuento de Edgar Allan Poe "Los crímenes de la calle Morgue", el célebre cuento que da inicio a la literatura detectivesca, donde la genialidad analítica de Dupin logra descifrar el misterio detrás del asesinato de dos mujeres que la policía de París había declarado “imposible de resolver”.
No vendría al caso hacer un resumen del cuento que la mayoría de la gente conoce, más aún cuando para lo que me interesa decir sólo es necesario recordar que se trataba del crimen de dos mujeres, una madre y su hija, decapitada la primera y estrangulada e insertada dentro del ducto de la chimenea la segunda. Y que, genialmente Dupin descubre que el asesino fue un orangután mascota de un marinero que, habiéndose escapado con la navaja de afeitar de su amo, quiso reproducir lo que su amo hacía cuando se afeitaba en el cuello de la pobre señora que terminó decapitada. "Un mono con hojilla" es frase comúnmente utilizada para referirse a alguien que no está a la altura de la posición que ostenta. Monos con hojilla son todas aquellas personas que tienen acceso a los beneficios de la civilización sin estar a la altura de su manual de uso. Mono con hojilla es aquél que toma una Coca-Cola y lanza la lata por la ventana del automóvil. Mono con hojilla es quien desecha combustible en el mar, monos con hojilla son todos los egoístas que no ven más allá de sus narices.