miércoles, 28 de febrero de 2018

CPF EN EL MUNDO DEL EGOÍSMO


Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018

AMOR PROPIO Vs. EGOÍSMO

El egoísmo es un tipo de amor propio.
El amor propio es indispensable para soportar la vida, luego, el amor propio es bueno.
Sin embargo, el egoísmo es la acepción negativa del amor propio.
El egoísmo es la tentación de agrandar el propio valor menguando el de los demás.
Egoísmo es: estar dispuesto a hacerle una zancadilla a Dios para tumbarlo y usurpar su lugar. Ojo: por “amor propio” también se puede desear ser Dios, pero no tumbándolo, sino haciendo lo que un dios hace para merecer ese lugar.
Con lo anterior queda claro que el egoísmo es una tentación antisocial.
En el amor propio ideal el individuo debiera valorarse como parte de una comunidad, en consecuencia, amarse a sí mismo implicaría amar a la humanidad, amarse como consecuencia de amar a los demás.
El egoísmo es una acepción del amor propio que desconoce a los otros como parte de uno, o que desconoce que uno es parte de los demás. La malsana contradicción del egoísta es que aunque niegue la importancia de los demás, los necesita igual…, o hasta más.

EL EGOÍSMO ES UN SECRETO UNIVERSAL

No me cabe duda de que el egoísmo es, entre todas las características humanas, la más sofisticada. Tener que lidiar con él desde que tenemos conciencia, nos obliga a perfeccionar cada detalle de su funcionamiento y, en especial, el arte de disimularlo. El egoísmo es la «mentira por omisión» más endémica en la humanidad. Todos tenemos egoísmo y todos tratamos de ocultarlo. El egoísmo es un secreto a voces.
A diferencia de otras cualidades universales humanas que también tratamos de ocultar o disimular (por ejemplo las concernientes al sistema de vaciado de desechos del cuerpo), y cuyo ocultamiento tiene como única causa el pudor; al egoísmo lo tratamos de esconder por múltiples razones. Evidentemente el pudor está entre ellas, pero además se le suman motivaciones más oscuras como el engaño, la manipulación, la autocomplacencia o el mimetismo rapaz.
Nacemos egoístas y a medida que nos van domesticando, lo vamos ocultando. Desde el primer momento el egoísmo es relegado a status de convicto fugitivo. Los domesticadores familiares e institucionales esgrimen múltiples estrategias con las que pretenden neutralizárnoslo. Y de allí sale el primer aprendizaje sobre el arte de la disimulación egoísta: hacerle creer a los domesticadores que lograron su objetivo. Y los domesticadores se tragan el cuento más o menos entero de acuerdo a lo conscientes que estén de que ellos mismos engañaron (de la misma manera) a quienes a su vez les domesticaron. Es ley natural: el egoísmo se oculta, pero no se destruye.

LA OCULTA IMPORTANCIA DEL EGOÍSMO

Desde el primer impulso de ocultamiento del egoísmo, se dispara simultáneamente una acción contraria. Esta acción hace que, mientras por un lado el egoísmo avanza un paso en la oscuridad de su tapadera, por el otro lado, sube un peldaño en la escala de importancia. Más se oculta el egoísmo y más importante se vuelve. Y la vorágine resultante de estas dos tendencias contrarias proporciona al individuo una impresión inversa y falsa, la de que: a medida que el egoísmo cobra importancia se acentúa la necesidad de ocultarlo. En otras palabras, el egoísta siente que el egoísmo debe ocultarse más, a medida que cobra importancia. Pero la realidad es bien otra. El egoísmo cobra importancia a medida que se le oculta. Al igual que como en un sacerdote en quien la represión sexual aumenta el peso de la sexualidad (sobre su espalda y otras partes), es ley universal humana que: «la represión es directamente proporcional a lo reprimido» (©Mario Fattorello). De lo anterior es fácil deducir que quien mejor disfraza su egoísmo más a su merced está. Un egoísta Goliat se presentará (siempre que pueda), como un David solidario.

SER EGOÍSTA ES UN TRABAJO ARDUO

Saciar el egoísmo no es tarea fácil, pero además, tener que trabajar para su ocultamiento es una labor intensa y desgastante. No es exagerado decir que se nos va casi toda la vida en solventar asuntos egoístas.
Este complejo lío pareciera haberse originado en nuestro proceso evolutivo a raíz de la necesaria convivencia entre dos factores de igual importancia para la supervivencia de la especie: por un lado el egoísmo, que cuida la propia conservación y, por el otro lado, la compleja y exigente vida social de una especie inteligente (léase “inteligente” como, la capacidad de generar cambios afuera y adentro, o lo que es lo mismo, en otros y en sí mismo) en la que la supervivencia de cada individuo depende de todas las tribus.
Los animales también son egoístas y sociales. Pero el egoísmo de cada uno de ellos apenas debe moldearse un poco para cuidar la conservación de algún otro congénere y, en el mayor de los casos, de la manada. Pero la vida social de los humanos es diferente, necesita que tengamos en cuenta las necesidades de muchos, muchísimos otros humanos, más allá de la familia, de personas que ni siquiera conocemos pero que influyen de una u otra manera en la vida personal, en la vida de cada quien, en la supervivencia de la especie.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


EL EGOÍSMO DISFRAZADO DE ALTRUISMO

Hay muchas bondades con las que se puede disimular nuestro egoísmo. Obviamente todas estas bondades son consideradas virtudes de corte altruista. La solidaridad, la colaboración, la consideración, la condescendencia, la conmiseración, entre muchas otras, son compensaciones que intentan remendar lo que más atrás haya roto o más adelante pueda romper nuestro egoísmo. Hay una especie de pacto social tácito en creer que quien más desarrolle estas actitudes, menos egoísta es. Pero la realidad demuestra lo contrario. A mayor egoísmo, mayor es la necesidad de ocultarlo con altruismo. Y este resultado no es para nada desdeñable. Esta tendencia proporcional parece tener toda la intención de alcanzar una paridad, que a pesar de parecer utópica por ahora, como tendencia evolutiva marca una dirección esperanzadora: llegar a tener de forma innata un sano egoísmo social.
Pero la evolución marcha a suo agio y mientras tanto nosotros vivimos con un egoísmo que demanda mucho trabajo y esfuerzo para mantenerlo satisfecho en su escondrijo, al tiempo que la sociedad demanda nuestra solidaridad.

SIETE MIL SEISCIENTOS MILLONES DE EGOÍSMOS

No se puede ser egoísta estando solo. Para ser egoísta hay que estar acompañado. El egoísmo necesita de alguien a quien encaramársele. Egoísmo significa aprovecharse del otro, ya sea rebajándolo para verse a sí mismo más alto o usándolo para propio beneficio.
La vida social es una constante tramitación de conflictos. No es nada fácil dedicarse a los propios intereses sin pisar los pies de los intereses de los demás. En una habitación abarrotada de personas cada quien buscará delimitar su propio espacio empujando disimuladamente a los que le rodean y vigilando que otros no ocupen más espacio que él. Empujamos como no queriendo empujar. Pisamos talones, cayos y dedos disculpándonos mientras seguimos empujando y dando codazos disimuladamente para agrandar nuestro espacio entre la multitud apretada de siete mil seiscientos millones de personas con siete mil seiscientos millones de egoísmos.
El egoísmo se basa en la filosofía del «sálvese quien pueda» y, en contraposición, el amor propio con conciencia social humana sigue la filosofía del «salvémonos los más que podamos». Lidiar con estas dos tendencias opuestas es una ardua tarea diaria. Se trata de ponerse el salvavidas y tirarse al agua desde un barco que naufraga al mismo tiempo que tendemos la mano para salvar a alguien más. Una verdadera acrobacia social.
En la naturaleza animal la filosofía del «sálvese quien pueda», puede que funcione para la supervivencia de algunas especies. Pero en la humanidad las complejas interdependencias sociales hacen inviable esa posibilidad. El entramado social ha desplazado la existencia colectiva por encima de la existencia individual, pero esta fase evolutiva está en pleno acontecimiento y obviamente adolece de los desajustes propios de algo que se está formando. Por inercia el egoísmo primordial se resiste al amor propio social. Vivimos una época de transición, aunque por lo visto, pareciera que la humanidad siempre estará en transformación. En este específico sentido pareciera que ya todo estuvo dicho después del «todo fluye» de Heráclito.

EGOÍSMO CIVILIZADO

El egoísmo es adjetivado como malo así como el altruismo es considerado bueno por designio del departamento humano que administra la evolución. Por supuesto que hablamos de la civilización. La civilización es una gran repartidora de estigmas y categorías. Una especie de cuerpo legislativo con ínfulas de poder controlar el proceso evolutivo humano y con un órgano propagandístico capaz de transformar una opinión en un convencionalismo. Todos los miembros de su Comité son laureados domesticadores en cuyas buenas intenciones confiamos, o, en todo caso, queremos confiar. No nos queda de otra, el mundo ya estaba hecho cuando nacimos.
La unión hace la fuerza. La humanidad ha logrado ser lo que es disminuyendo el poder individual. No nos queda de otra que abrazar al grupo y confiar, aunque somos libres de llevar bajo la camisa un chaleco antibalas, no vaya a ser que alguien se vaya a amotinar. En general nos conformamos con tener dos ojos adelante, pero en el fondo fantaseamos con tener ojos en la nuca para nuestras espaldas cuidar. El amor propio social es un ideal a perseguir y es bueno creer en ello como se cree en que la fe mueve montañas, sin embargo nuestra autoconciencia y sentido común nos recomienda tener a la mano un bulldozer por si la montaña se resiste o mengua la fe. Y todo esto debido a que la civilización es un proceso lento y con etapas.
Que el egoísmo individual acepte extenderse hacia una conciencia grupal, por ejemplo, a “egoísmo nacionalista”, es apenas un paso iniciático en el proceso de formación del amor propio social humano. En este primer paso, donde el individuo se siente grupo, el “egoísmo negativo” permanece activo y dispuesto a ser dirigido hacia otros grupos. El nacionalismo es una etapa maligna de la evolución hacia un amor propio  global. La siguiente etapa implicaría que los grupos se unieran en un solo sistema. Pero históricamente este paso ha representado una zancada muy larga y en el espacio entre un pie y la siguiente pisada queda mucho terreno donde germinan las malas hierbas, los conflictos y las guerras. La etapa del egoísmo grupal (como el nacionalista) se fundamenta en el principio de que la unión hace la fuerza, pero la fuerza suele ser usada hacia otros grupos que se encuentran en esa misma etapa. La ingeniería del resorte que impulsa el salto de una etapa a la siguiente es un misterio que la civilización todavía no ha podido solventar. Pero creo, o me gusta creer, que hacia allá vamos.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


EGOÍSMO EN EVOLUCIÓN

La conciencia social versus el egoísmo individual son el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de la civilización. Por supuesto no es necesario explicar las inconveniencias de una supremacía de Mr. Hyde. Pero, en cuanto al Dr. Jekyll, su dominación totalitaria tampoco parece una posibilidad viable, porque el egoísmo es la fuente principal de energía de autoconservación, necesaria para la supervivencia de la especie por razones que van desde la reproducción, hasta la defensa personal. Así que, al parecer, no nos queda más que insistir en la búsqueda de un equilibrio. No debe ser sorpresa para nadie que la última palabra esté en boca de la evolución.

No hay comentarios:

Publicar un comentario