Así como en mi época de estudiante en Buenos Aires una canción de Miguel Mateos (Zas) lanzaba el grito en las radios «En la Argentina hacen falta huevos», creo que llegó el momento de decir que «en las calles de Buenos Aires hacen falta huevos y bastan los de codorniz» porque de lo que se trata es de tener la mínima bravura de poner una ley, pero no una ley con la altivez de la ley de policías de Macri, sino una simple ordenanza decente contra la mierda, sí, así como lo digo, una ley de mierda, porque no se puede decir de otra manera, las aceras de Buenos Aires están llenas de mierdas que ameritan regulación. Y es que las aceras de Buenos Aires están plagadas de excremento de perro.
No puede ser que los canes en Buenos Aires tengan derecho de anarquía (escatológicamente hablando), no puede ser que la gente pasee impunemente su mascota dejando un rastro de excremento delante de las puertas ajenas. Tuve oportunidad de detenerme a ver una viejita encapotada con tapado de piel de zorro gris que paseaba su perrito enano y que sonreía mientras el can de cuatro pulgadas dejaba un sorete más grande que él frente al zaguán de entrada de un edificio. La viejita del tapado hecho con las pieles de toda una familia de primos de su perro ¡Sonreía contenta por la gran hazaña de su perrito! ¡Que narcisismo escatológicamente alterado! ¡Esa misma señora probablemente sea (en su casa) una maniática de la limpieza y obligue a sus invitados a descalzarse para no rayar o ensuciar sus pisos de parquet plastificado!
Un día, mi esposa y yo decidimos seguir por unas cuadras a uno de esos muchachos que se ganan unos pesos paseando perros ajenos y que van por la acera llevando de la correa a tomar aire fresco a una veintena de canes, al principio lo observamos recoger calmosamente animales en las casas y edificios del barrio de San Telmo, luego tuvimos que apurar el paso porque el muchacho empezó a caminar ligero halando a los canes como para no darles tiempo de accionar sus esfínteres y así siguió su marcha nerviosa hasta cruzar la Avenida Independencia. Ya del otro lado, o sea, cruzando la frontera del barrio donde viven los dueños de los perros que llevaba, se detuvo a que los animales hicieran de las suyas. Se paró en la primera esquina y los canes depositaron unos diez regalos secos y cinco húmedos, luego se detuvo a mitad de la cuadra siguiente y fueron tantos los secos y húmedos que nos dio asco contarlos (el lector tiene todo el derecho en pensar que el matrimonio Fattorello no tiene nada que hacer si anda persiguiendo jaurías de perros y estudiando sus procesos intestinales, pero me defiendo recordándoles que la búsqueda de la “ciudad mundial” y del “ciudadano del mundo” es algo que nos hemos tomado muy en serio y por ende debemos ser escrupulosos en todas nuestras observaciones). Lo cierto es que pudimos comprobar que este delincuente múltiple (así como hay condenas especiales para los Serial Killers debiera existir leyes y penas especiales para estos enmierdadores masivos), llevaba a los canes a depositar sus excrementos en el barrio de al lado.
El "paseador" de perros en realidad es un valet de váter. |
Lo cierto es que Buenos Aires Capital está bajo el dominio fecal de los perros.
Esto debe ser regulado. Y me siento con especial derecho a denunciarlo porque pertenezco a esa gran cantidad de latinoamericanos que nos hemos pasado la vida hablando bien de Buenos Aires, soy parte de los que hemos contribuido a crear (en el imaginario colectivo) la idea de que Buenos Aires es la eterna París de La Belle Époque, la capital latinoamericana del buen gusto y las aceras para caminar. En fin, nadie espera que las aceras de Caracas estén limpias, ni las de Guayaquil, ni las de La Paz, pero Buenos Aires es un ícono y eso implica una responsabilidad.
El rastro excrementicio perturba lo que la ciudad puede ofrecernos, Buenos Aires tuvo la suerte de que en su periodo de planificación como ciudad capital a finales de 1800 el encargado de la programación urbanística se inspirara en los bulevares de París, y propulsara la construcción de amplias aceras para que la gente pudiera pasear y admirar la arquitectura de los edificios (que fue proyectada para que representara las tendencias del momento), y que hoy nos muestra una colección inigualable de art nouveau, neoclásico y ecléctico que pareciera puesto allí sólo para el disfrute de los viandantes. Pero la poesía se acaba cuando tenemos que caminar mirando al piso para no pisar una caca de perro.
Trataré de ilustrar la idea con una anécdota: camino del brazo con mi esposa, vamos lo más cercanos posibles para generar ese halo de calor que contribuye a disminuir el frío del invierno austral (esa es la excusa, la verdad es que no hay nada mejor que andar juntito al ser amado), y vamos conversando, y voy diciendo: «Mira esa fachada neoclásica parece que fuera...» «¡Merd!» ―prorrumpe mi esposa―» (“merd” es la señal de alarma para evitar pisar una caca de perro). Después del correspondiente saltito, trato de continuar la conversación, «¿te diste cuenta que los porteños no pierden oportunidad para…» «¡Merd!».
«¡No! ¡Así no se puede sostener una conversación!»
Por más que se vista de seda.... |
Se dice que «quien tiene tienda que la atienda». Pues creo que quien tenga mascota debe atenderla y entender que sus inmundicias son parte de ella.
Buenos Aires ¡Date tu lugar! ¡No nos hagas quedar mal! Hay otros países, hay otras ciudades de las que no se espera más de tanto, es más, de algunas no se espera absolutamente nada, como el caso de las ciudades de Venezuela donde las prioridades son otras, como lograr regresar a tu casa sin que te asesinen en el camino y por ello la suciedad en las calles es una nimiedad secundaria. Pero Buenos Aires tiene otra responsabilidad, la de ser un patrimonio de todos y todos esperamos mucho de ella.
Injusto sería no mencionar que hay ciudadanos concientes que pasean a sus perros con bolsas para recolectar sus residuos |
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