viernes, 27 de marzo de 2015

EN CABO DA ROCA (Portugal). SOBRE EL CHUCKI QUE LLEVAMOS POR DENTRO

Mario Fattorello en la Garganta del Diablo Portugal
Nos pasamos la vida caminando, pero ¿sabemos adónde vamos? O en todo caso, ¿nos esperan  en alguna parte?

PSICOLOGÍA DE PET SEMATARY

Existe cierto tipo de personas que andan por la vida con semblante de santurrón sabelotodo aconsejando a quienes no les han pedido consejo. Estos sujetos son unas chinches y sus recomendaciones sólo generan difidencia.
Una de las más frecuentes de estas recomendaciones es la de «dejar salir al niño que llevas adentro» ¿Dije difidencia? No. ¡Terror es lo que siento! Cada vez que pienso en un adulto comportándose como un niño no puedo evitar asociarlo con el crío asesino del «Cementerio de mascotas» de Stephen King, o con Chucky. Por más que trate, no puedo imaginarme de otra manera el resultado de mezclar el poder de un hombre o mujer adulta con la incontinencia instintiva infantil. Aconsejar a una persona adulta que se comporte como niño, sienta como un niño o piense como un niño, es como pedirle a una mariposa que se comporte como gusano con paracaídas. A todas luces una recomendación tan insensata como peligrosa. Para estrujar lo absurdo del asunto, imaginemos el familiar de un enfermo a punto de ser operado diciéndole al médico que entra al quirófano «por favor doctor, mi familiar está en sus manos, no se olvide de dejar salir al niño que tiene adentro cuando esté operando». Señores, la vida no es cosa de chiquilines, ni de andar disfrazado de Superman. Un poco de respeto, por favor. La vida es cosa seria y es por ello que hay que poner la cabeza en funcionamiento antes que la lengua en movimiento.
Asumo la responsabilidad de gritar a los cuatro vientos que es de estúpidos aconsejar dejar salir al niño que lleva adentro a alguien que durante años recibió educación para dejar de ser mocoso y poder llegar a vivir en sociedad con la solidaridad y empatía que sólo se logra luego de aniquilar el egoísmo propio del niño. Ridículo es aconsejarle volver al rol de niño a quien se esforzó para desarrollar la constancia y disciplina necesarias para la productividad y el desarrollo de destrezas que necesita la sociedad. Absolutamente incongruente es pensar en regresar a ese lugar de inocencia proporcional al desconocimiento de la cruda realidad del ser humano ¿Imaginan un profesional universitario repitiendo la escuela primaria? Y la incongruencia llega al máximo nivel cuando estos consejos son dados por personas que a su vez idolatran a un hombre crucificado, sangrante y torturado en una cruz. Sería imposible para mí no suponer que estos consejeros de infancia idílica nunca han estado en un hospital del tercer mundo, nunca han tratado a un familiar convaleciente de cáncer, nunca han temido que otro ser humano le apuñale para robarle a la vuelta de la esquina, y es que no me queda otra que suponer que estas personas no conocen a la humanidad. Pero el peligro llega a su punto máximo cuando alguien que por alguna razón pertenece al mundo de la psicología hace tal recomendación ¿Un psicólogo que recomienda sacar el niño que llevamos dentro? Al pensar en esto no puedo evitar imaginar a Freud investido de Torquemada.

Mario Fattorello en Cabo da Roca
Acantilados: buen lugar para reflexionar entre lo importante y lo nimio.

PERORATAS PSICOLÓGICAS

En mis andares por los antros de la psicología (léase antros como: psicoanálisis, conductismo, psicología cognoscitiva y todos sus familiares y monstruos más o menos cercanos), he escuchado tantas sentencias inverosímiles que me han llevado a pensar que los psicólogos están incapacitados para vivir. Sí, soy un convencido de que la musa que lleva de la mano a alguien a estudiar psicología se llama «incapacidad para vivir». Y también estoy convencido de que esta musa es la única que es común a todos, por ello todos los seres humanos piensan que pueden ser psicólogos.
Consejos como «deja salir al niño que llevas adentro» (como si la niñez fuera una solución y no una etapa a superar de la vida), «la felicidad es una decisión» (me gustaría ver cómo tratan de convencer de esto a un esclavo o un preso, «debes revisarte esa conducta» (frase preferida por las psicólogas que ven a la vida como una gaveta de ropa interior y la felicidad como la misma gaveta ordenada, «vive el momento» (como si los momentos de angustia transcurrieran en quién sabe qué tiempo, o como si los momentos de angustia no fueran momentos, sino bagatelas intemporales, y la peor de todas, «la vida es bella» (frase preferida entre quienes no entendieron nada de la película de Roberto Benigni); todas estas sentencias tan prepotentes como insustanciales, me incitan a crear un término que defina la patología más frecuente entre los psicólogos, todavía no tengo el término, pero sé lo que debiera significar: «persona capaz de inventar cualquier excusa, complicada o frívola, para no darse cuenta de lo evidente». Y lo evidente es que lo único que busca el ser humano es ser feliz, y que ser feliz significa "tener ganas de vivir" y punto. ¡Señores! ¡Sólo se trata de tener ganas de vivir! ¡Cuando se pueda! Porque hay situaciones en las que no se puede tener ganas de vivir, y es allí donde la psicología (me refiero a la que tiene cierta seriedad), está obligada a darnos una mano, no para apretárnosla y mentir asegurando que el vaso no está medio vacío sino medio lleno, sino para halarnos fuera de la arena movediza.
Pobres los psicólogos ciegos que imaginan a la neurosis como un problema de visión, una especie de incapacidad de ver ciertas cosas. Pobres los psicólogos que creen ser ojos auxiliares para sus pacientes como si fueran perros lazarillos, pobres son y más pobres serán cada vez que traten a un paciente como si fuera ciego de ver lo que ellos, como terapeutas con «super-visión de 20 megapíxeles» sí pueden ver, pobres, pobres y más pobres, porque no se dan cuenta que el paciente está viendo cosas que ellos no ven ¡qué tristeza debe sentir un paciente que paga una consulta para que alguien le diga que es ciego!, cuando el paciente en realidad se siente mal por ver demasiado. ¡Si la vida fuera bella en sí misma, no tendríamos que afanarnos tanto y nadie enloquecería!
Supongo que por creer en esas frases existen tantas personas a quienes escucho alardear de su felicidad al tiempo que observo la -diáfana- tristeza de su vida. Si bien, no descarto la posibilidad de que mis oídos y mis ojos sufran una discordancia patológica, creo que van a tener que esmerarse mucho para demostrarme que estoy equivocado en mi apreciación de que su discurso optimista contrasta con su realidad deprimente. Me pregunto si las frases gansas e incongruentes son las causantes de esta farsa o si la farsa misma es la que crea las frases para justificarse. Me lo pregunto, al tiempo que reconozco no esforzarme demasiado en buscar respuesta, total, el resultado es el mismo: negligencia triste. Porque el optimismo es una excusa para no hacer nada. ¿O es que alguien puede sostener que la embriaguez de mentiras justificantes de la pereza es sinónimo de tener ganas de vivir? Yo particularmente pienso que la antesala a la muerte debe ser muy, pero muy, perezosa.

Mario Fattorello en Cabo da Roca
CABO DA ROCA (La punta más occidental de Europa)

LA NOSTALGIA PARA SIEMPRE JOVEN

Y reflexiono sobre esto desde otro lugar común. Desde uno de esos paisajes inmensos en los que las personas no pueden evitar sentirse insignificantes granos de arena en el desierto. Reflexiono todo esto desde los acantilados de Cabo Da Roca en Portugal.
Los acantilados reproducen una conmovedora sensación por su sentido de fractura, por su semblanza de arruga del planeta, por su gigante paciencia de piedra. De alguna manera los acantilados se parecen al «por siempre joven» al que quería referirme en este escrito y que al final no pude hacerlo. Un lugar de inevitable nostalgia. Y aquí la nostalgia merece una nota aparte: la nostalgia es aquella sensación de pérdida y esperanza de reencuentro que no haya acomodo ni en la tristeza ni en la alegría, es una expectativa que a falta de palabras para explicarla se me ocurre que es una sensación «por siempre joven».

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