El médico brujo
trabaja con la desesperación de quien lo busca como última esperanza, y esto es
lo que en la primera lección debe quedar como enseñanza.
El cliente busca un
secreto que lo saque del aprieto, y el que nos considere misterioso satisface
su interés curioso.
Pero el miedo salta
donde menos se espera como la liebre, y sólo la confianza puede evitar el
quiebre, así que nunca estarán de más un abrazo de brujo amigazo, una palmada
aquí y otra allá, un “no se preocupe, ya le vamos a aliviar”, o “lo único que
no se remedia es la muerte, y hasta para ello tenemos una pócima bien fuerte”.
De entrada el médico
brujo debe atinar, la dolencia que el paciente quiere aliviar, y, para que sus
palabras sean creídas por el cliente, ganarse la confianza será lo más urgente.
Como la importancia
de lo adivinado suele depender del esfuerzo empeñado, el afectado debe sentir
que su alma y cuerpo hoja por hoja son estudiados, como si de un libro se
hubiera tratado. En consecuencia es
conveniente que el curandero, parezca concentrado en explorar con esmero.
Y aquí comienzan las
peculiaridades que al médico brujo le dispensan mil bondades. Hacer cosas raras
y originales, le valen la fama de curar donde fallan los demás
profesionales. La dignidad de este arte se
marca en la diferencia, asistiendo cada pormenor con vehemencia. Nuestra
medicina es la única que usa la sobreactuación como coeficiente de curación.
Del médico brujo no
se espera que revise los ojos con un foco, él encandila la pupila llenándola de
estrellas que titilan.
Examina la orina
comparándola con otras botellitas que tiene en la vitrina, donde otros se
apoyan en alguna maquinaria científica, él saca a relucir su responsabilidad
metafísica.
A las orejas con
delicadeza y a los oídos con sigilo va a revisar, asegurándose de que el
paciente oiga un mensaje que jamás pueda olvidar.
El buen médico brujo
se concentrará en el aliento, que es la voz del alma a la que está atento, cual
Ulises de la Odisea, con el canto de sirenas al viento, se regodea.
Es natural que de
tanto bregar, algo salga mal. Que lo imprevisto y lo infinito sean lo mismo, no
es casual. Por ello siempre hay que tener bajo la manga un instrumento para
salir de un mal momento, excusas cliché como “ya era demasiado tarde” suele ser
un comodín, en el peor de los momentos, cuando el paciente llega precozmente (y
sin nuestro consentimiento) a su fin.
Pero, lo que nunca
debe faltar es el número de una ambulancia, y el de un amigo en la comandancia,
a los que pagamos fianza por si la cosa se sale de control ya sea por enfermedad
o por mal humor.
La duración del
proceso de revisión será fijada por la charla del enfermo que ante el
tejemaneje del reconocimiento, no se resistirá a comentar su padecimiento, y
así el sabio brujo obtendrá de la confesión, lo que el paciente creerá
resultante de la inspección.
Es muy conveniente,
aunque no obligatorio, someter al paciente al influjo de algún extraño aparato
de laboratorio.
La elección del
aparataje dependerá de lo que encuentre en el cajón del garaje. Un voltímetro
que mida la continuidad energética entre la punta de la nariz y la oreja, o una
batería con cables y electrodos para aplicar descargas entre rodillas y codos,
procesos éstos altamente recomendables por crear en el paciente la impresión de
haber sido “tocado”, por la ciencia de un iluminado, además de romper… el tedio
por tanto examen.
Brujo que se respete
sabe aprovechar, el momento apropiado para el diagnóstico adivinar. No creo
necesario explicar, que el padecimiento escogido, mientras más sea frecuente,
más será congruente.
Si el estrés como
diagnóstico escogen, es imposible que se equivoquen, porque es lo que dicen
padecer quienes el origen de sus males desconocen. Además de exhibirse como innovadores
con ingenio, por estar el estrés de moda en este nuevo milenio.
Así que el médico
brujo escogerá de su lista de enfermedades frecuentes, la primera que le venga
a la mente, que de seguro surgió por asociación, con lo que el paciente dijo en
su lamentación.
Pero, como lo bueno
se hace esperar, para que el paciente con buena disposición la enfermedad pueda
enfrentar, bastará con mencionar que pulmones y corazón no pudieran estar en mejor
condición, antes de decirle que la próstata será su perdición, el éxito de esta
astucia está tan confirmado como la conveniencia de dar un regalo antes de
pedir prestado.
Y así, de pronto, el
curandero, dictará: «el examen concluyó que una crisis de pánico usted sufrió».
A lo que un cliente convencional responderá: «Sí, sí, es cierto, yo lo viví,
una crisis de pánico padecí».
Pero, si el paciente
llegara a ser uno de esos sujetos incrédulos y desconfiados, que pensándolo
todo tres veces se quedan callados moviendo la cabeza hacia los costados, le
aplicaremos un poco de su propia medicina, negando su negación como si fuéramos
un espejo de cuentos de hadas que vaticina. Y, de pronto, le apuntaremos con
una mirada de comunista extremista, acusándolo de absurdo pesimista, hasta que
le escuchemos decir: «Sí, sí, es cierto, yo lo viví, una crisis de pánico
padecí». Los pacientes modernos no toleran de pesimismo ser acusados, en un
mundo donde el optimismo está de moda combinado con bluyines apretados.
Siempre habrá
pacientes tercos y con ganas de joder, pero la esencia de la medicina bruja es
no dar el brazo a torcer, si la montaña no va a Mahoma, el Brujo va a la
montaña, así que, con los pacientes que llevan Ray-Ban oscuros, para impedir
que los iluminemos con nuestros conjuros, el curandero que no se da por vencido
volteará hacia las vitrinas de medicinas muy decidido y, sin su rabia dejar
ver, al terco le hará saber, que una cosa es importante hasta que haya otra más
relevante «y lo que importa son sus amebas, amebas invisibles, del tipo que ni
aparecen, en los exámenes de heces. Supongo que muchos gases habrá notado,
porque si no los dejara salir, habría reventado».
Con esta vuelta de
tuerca el paciente no tendrá más remedio que la adivinación aceptar, porque ha
sido diagnosticado con una enfermedad que ni Superman con su vista de rayos X
podría refutar.
Después de tal
clarividencia, el médico brujo será ungido por los óleos de la sapiencia, y el
enfermo sentirá recompensada su paciencia.
Aquí vale remarcar
que de esta adivinación hay tantas variantes como practicantes.
Lo anterior vale para
los brujos homeópatas, que dominan el mundo de las heces y las amebas
psicópatas. Pero el brujo caribeño puede usar tabacos, huesos y conchas para
diagnosticar espectros y ronchas, y el que impone manos hacer lo pertinente,
con previo y post lavado con detergente, o el curandero de cristalería usar
cuarzos para encontrar chacras que han perdido la alegría, el gitano leerá los
males de la mano en sus canales, una bola de cristal pueden usar los médicos
clarividentes para diagnosticar ánimas penitentes, en fin, cada brujo con su
tema, es, de esta escuela el lema.
SEGUNDA LECCIÓN: UN TRATAMIENTO TAN MISTERIOSO COMO
COSTOSO.
Es esencial para el
curandero que dinero quiera ganar, que con el pago por la consulta no se pueda
conformar, por ende, después del diagnóstico algo adicional deberá cobrar, y, para
ello, un tratamiento allí mismo tendrá que administrar.
Por lo menos 21
inyecciones subcutáneas de una medicina secreta, aplicará en la panza, las
nalgas o en cualquier lugar que competa.
Si el paciente
insiste en saber sobre el remedio, el curandero como revelando un misterio, su
extraño origen develará, «elixir de raíces profundas de pino blanco de Grecia»
dirá, al paciente que, ya nada más preguntará.
Es trascendental
subrayar que la gente confía y llama “natural” a lo corriente, y hasta un beduino
sabe lo que es un pino. Los pinos suelen caer simpáticos, y si son blancos de
la pureza son emblemáticos, algo que venga de sus raíces no puede ser malo, el
pino es tan fuerte, erguido, frondoso, resistente y símbolo de la navidad, los
pinos se hacen querer de verdad.
Para que el
tratamiento justifique su onerosidad, la obtención del elixir debe implicar un
alta dificultad, que a su vez será la causa por la que algo tan beneficioso y costoso
no es comercializado por algún laboratorio monstruoso.
Hay que dejarle saber
al paciente, que los farmaceutas sueñan con una medicina tan potente, pero por
más que andando por Grecia al pino se encontraran de frente, no les pasaría por
la mente, sus profundas raíces cavar, para de ellas un elixir sacar.
Debe quedarle claro
al cliente, que sólo un médico brujo valiente, que de Indiana Jones haya
heredado el influjo vehemente, tiene el coraje suficiente de enfrentar tan
recóndita aventura, para dar a sus pacientes ventura.
Y en cuanto al
contenido real de las ampollas, el médico pudiera inyectar extracto de
alcachofas y cebollas, pero con solución fisiológica y un colorante bastará
para que el éxito sea impresionante, resultado éste del que la Coca Cola, es
garante.
Claro está que los
tratamientos variarán según cada tendencia y dolencia. Una foto del amante del
consorte enterrarán a medianoche en el cementerio, los pacientes enfermos por
adulterio, mientras que a los pacientes del hechicero cognitivo, lidiar con
tarántulas para perder el miedo usarán como recurso curativo, y para el brujo
que lee el tabaco en el callejón, no habrá mejor recurso que beberse con él
unas botellas de ron.
Pero volviendo a
nuestra segunda lección....
Terminémosla con otra
recomendación
todo médico brujo ha
de saber
que la humildad no es
ser pobre, sino ser rico sin dejarlo ver.
Así que para rematar,
unas vitaminas al doble de precio, le vamos a recetar,
y, con gusto a
cobrar, bajo la firme promesa de que en tres días nos vuelva a visitar.
TERCERA LECCIÓN: RITUAL CURATIVO.
Amén de la terapia
aplicada, la consulta siguiente debe ofrecer al paciente, un ritual inflexible
que afecte la sensibilidad de su mente. Es necesario que el enfermo sienta una
diferencia, que por causa-efecto considerará una mejoría causada por nuestra
diligencia.
En este punto el
médico brujo se sentará detrás del escritorio, y haciendo gala de su docto repertorio,
escribirá una lista de lo que el paciente deberá cambiar, para su tratamiento a
buen término llevar.
No comerá harinas ni
levaduras, eliminará hierbas flatulentas y en su lugar comerá menta, la carne
roja estará vedada junto con la sal, el almíbar y toda cosa azucarada. De
aceite y grasa nada probará y todos los días quince zanahorias comerá. Nada de
ocio ni vicio pero mucho ejercicio, papilla de berenjena para la cena, y de vez
en cuando como premio, una escudilla de pollo a la parrilla, pero hervido
previamente en agua de vertiente con un poco de detergente. La lista de lo
permitido debe incluir, todo lo que nadie quiere o puede engullir.
La dieta es un ritual
certero, que garantiza la satisfacción del paciente y el éxito del curandero.
No creo necesario
profundizar en las variantes según la tendencia de cada estudiante, dietas,
brebajes o ayuno, ejercicios o sacrificios da lo mismo, mientras altere algo en la rutina del organismo.
De cumplir estos tres
pasos, olvidarse pueden de los fracasos.
Y tras citar al
paciente para la quincena siguiente, lo pueden despedir sin olvidarse antes su
remuneración pedir.
Y en la consulta
siguiente…, si el cliente se ejercitó como un atleta, cumpliendo la estricta
dieta, se verá mucho más delgado y se sentirá transformado, más ágil y bien
humorado, o por lo menos sentirá que algo en él ha cambiado. Entonces el médico
brujo podrá jactarse sin miramientos, de las bondades de sus especiales
tratamientos.
Pero…, si por el
contrario el paciente se quejara de no presentar mejoría alguna, el médico le
mirará a los ojos con cara de mala luna, y le acusará de negligente, por no
haber seguido a cabalidad el ritual conveniente.
Al enfermo no le
quedará más que reconocer que es culpable de su padecer.
El ritual no puede
fallar, con tantas prohibiciones, son inevitables las infracciones.
Pero volviendo a
nuestro final feliz…
Podemos dar por
descontado, que en cualquier caso nuestro éxito está garantizado. Y ahora con alegría anunciamos a nuestra
feligresía, que nuestro postgrado ha terminado, deseándoles éxitos y
felicidades a los nuevos profesionales.
Sin embargo, antes de
despedirme, a modo de inspiración para la nueva legión, quisiera remarcarles
que la medicina bruja siempre ha llenado, los bolsillos de todo el que la ha
practicado, porque en cualquiera de sus vertientes, hipnóticas o espirituales,
psiconeurolinguísticas o de regresiones ancestrales, en medicinas naturistas o
de cristalerías, de imposición de manos o lectura de sus líneas, religiosas o de
mago de tarantín de esquina, coaching de vida o lectura de tabacos, adivinación
con barajas o imploraciones esotéricas, la conveniencia de esta disciplina es siempre
la misma: que el curandero brujo continuamente sale ganando, porque no se basa
en la ciencia que todo lo quiere experimentar o en la erudición que siempre
busca una nueva y más compleja explicación. La medicina bruja va más allá del
saber humano, saciando las pasiones primordiales del hombre desesperado, a
saber: su deseo de engañar y la necesidad de ser engañado. Recuerden siempre
este aprendizaje rotundo: «La desesperación ha sido y será, el negocio más
grande del mundo».