EL ANTI-CIUDADANO MUNDIAL
En el fondo siempre sospeché que en mi búsqueda del «ciudadano del mundo» encontraría primero su antítesis: el «anti-ciudadano mundial». Este asunto de encontrarse primero con lo opuesto es usual en las búsquedas. Ya me había sucedido, por ejemplo, que al buscar la pareja de mi vida me encontrara primero (y en repetidas ocasiones) con la pareja de la vida de otro.
En el fondo siempre sospeché que en mi búsqueda del «ciudadano del mundo» encontraría primero su antítesis: el «anti-ciudadano mundial». Este asunto de encontrarse primero con lo opuesto es usual en las búsquedas. Ya me había sucedido, por ejemplo, que al buscar la pareja de mi vida me encontrara primero (y en repetidas ocasiones) con la pareja de la vida de otro.
En el estado
Zulia de Venezuela encontré un gentilicio con la capacidad de dar la espalda al
mundo. Personas ajenas a los conflictos de la humanidad. Una idiosincrasia de
vivir «aparte», que les permite ver el calentamiento global, el pensamiento
verde, la conservación ambiental, como intereses ajenos originarios de «otras
partes». Este gentilicio ha desarrollado la habilidad de aislarse del interés
común como si la humanidad perteneciera a otra especie lejana geográfica y
genéticamente. Este egoísta linaje zuliano logra vivir desentendido de los
lenguajes universales, no sabe y no le interesa saber sobre capas de ozono, o
especies en extinción, o reciclaje de la basura, y por ello viven en islas
personales en las que ya no hay iguanas porque las matan en período de reproducción
para comerse sus huevos, y donde cualquier suelo es bueno para tirar la lata o
el vaso de plástico.
(En el estado
Zulia se acostumbra a comer iguana. La época preferida para cazarlas es el mes
de enero porque las iguanas están cargadas de huevos (enhuevadas). Mi amigo Godot
se encontró con un lugareño que le comentó que ya no se conseguían iguanas. Godot
le preguntó «¿Por qué enero es el mes preferido para cazarlas?» A lo cual el
lugareño respondió «en enero las iguanas están enhuevadas. Lo huevos son lo más
sabroso». A esto mi amigo Godot responde «¡Qué astutos! ¡Váyase a saber por qué
escasean!». El lugareño asiente con resignación ante el comentario de Godot «¡Sí,
es un misterio de Dios!».)
Resulta entendible (aunque pueda parecer paradójico) que
este tipo de carácter tenga la predisposición a ser demagógico criticando al
vecino de la izquierda que le tira la basura en su patio, al tiempo que ellos
mismos tiran sus desperdicios al patio del vecino de la derecha. Cada quien se
deshace de su inmundicia arrojándosela al otro. Y se gritan «¡Sucio! ¡Cochino!» unos
a otros desde la más alta cima de su pocilga.
Pero no se crea que
lograr tal aislamiento egoísta sea cosa fácil o gratuita. Tal actitud implica
grandes esfuerzos y entre ellos el primero es el de no tener juicio propio
sobre cosa alguna de carácter social. Temas como el derecho a la eutanasia, la
protección ambiental, la ley de desarme, el aborto, los derechos de los homosexuales, la
legalización de la marihuana, Greenpeace, son tabúes que no se tocan y que si
llegan a encontrárselos de frente, cada quien estará dispuesto a defender su posición de no tener posición
vociferando al viento «ya todo está escrito en la Biblia y si no lo está
debería estarlo, en fin, no es mi problema» (esta gente cree en un dios responsable
de cuanto pasa, un dios-chivo-expiatorio).
El anti-ciudadano
del mundo asegura que los otros (la humanidad) están puestos en el mundo para
hacer lo que él no hace. Es por ello que se siente con todo derecho a echar la
basura donde le plazca porque «ya habrá alguien que la recoja». El anti-ciudadano
del mundo se siente con derecho de comerse cualquier animal por más amenazado
de extinción que se encuentre porque piensa «ya deben haber muchos que no se lo
comen e impidan que se extingan». El anti-ciudadano del mundo supone que en
«alguna otra parte» alguien se encargará de reproducir las iguanas (en probeta)
mientras él las mata en su época de reproducción para comerse los huevos. En
«alguna otra parte» alguien debe estar limpiando el océano para que siga siendo
azul y por ello él puede limpiar el motor de la lancha con gasolina en la
playa, o echar al lago de Maracaibo el kerosén con el que limpian las gabarras
petroleras, al tiempo que, desde tierra, se echan al mismo lago todas las aguas
cloacales, y todo esto sin resquemor alguno de conciencia porque piensan «ya se
encargarán los gringos de otra parte de descontaminar la mierda antes de que
les llegue al cuello».
Pero no sólo los
excrementos del anti-ciudadano del mundo afectan a la humanidad. La falta de
empatía (no me cansaré nunca de repetirlo) es el enemigo número uno de la
humanidad, no tanto porque el egoísta no se ponga en los zapatos del otro sino
porque piensa que el otro sólo existe para servirle de zapatero a él. Y en este
gentilicio del que hablo, el ejemplo más resaltante (por devastador) de amenaza
al mundo es que siendo un pueblo que vive del petróleo además cree que le hace un
favor vendiéndoselo, y, a veces, hasta se jactan de benefactores de la
humanidad haciéndose los desentendidos cuando se les quiere hacer ver que la
extracción del petróleo les cuesta 12 dólares por barril y lo venden a 100
dólares, o sea, con 833% de ganancia. Los
países petroleros como Venezuela son los primeros generadores de pobreza en el
mundo. Usureros todos. Pero es imposible que este gentilicio examine su conciencia
porque el pobre que muere de frío en invierno por el prohibitivo costo de la
calefacción a petróleo, o quien muere de hambre en el mundo por el
encarecimiento de la comida debido al gasto energético, ese pobre muere en
«otra parte» y no es su problema.
Tal vez sea lo
anteriormente dicho la razón por la cual este gentilicio profesa el egoísmo que
le transforma en anti-ciudadano del mundo. Tal vez sea su manera de escabullir su
responsabilidad criminal. Y ahora que lo pienso, no deja de ser posible que en
el fondo estos anti-ciudadanos del mundo escondan el secreto anhelo de
abrazarse con el resto de la humanidad y sentirse parte del impulso que mueve
la rueda del mundo, es muy posible que por las noches sueñen con ser Nelson
Mandela, Gandhi o miembros de Médicos sin frontera, pero al despertar no pueden
eludir la necesidad de vestirse de anti-ciudadanos del mundo para deshacerse de
su auto-conciencia de criminalidad.
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