AMOR PROPIO Vs. EGOÍSMO
El egoísmo es un tipo de amor propio.
El amor propio es indispensable para
soportar la vida, luego, el amor propio
es bueno.
Sin
embargo, el egoísmo es la acepción negativa del amor propio.
El egoísmo
es la tentación de agrandar el propio valor menguando el de los demás.
Egoísmo es:
estar dispuesto a hacerle una zancadilla a Dios para tumbarlo y usurpar su
lugar. Ojo: por “amor propio” también se puede desear ser Dios, pero no tumbándolo, sino haciendo lo que un dios
hace para merecer ese lugar.
Con lo
anterior queda claro que el egoísmo es una tentación antisocial.
En el amor
propio ideal el individuo debiera valorarse como parte de una
comunidad, en consecuencia, amarse a sí mismo implicaría amar a la humanidad,
amarse como consecuencia de amar a los demás.
El egoísmo
es una acepción del amor propio que desconoce a los otros como parte de uno, o
que desconoce que uno es parte de los demás. La malsana contradicción del egoísta
es que aunque niegue la importancia de los demás, los necesita igual…, o hasta
más.
EL EGOÍSMO ES UN SECRETO UNIVERSAL
No me cabe
duda de que el egoísmo es, entre todas las características humanas, la más
sofisticada. Tener que lidiar con él desde que tenemos conciencia, nos obliga a
perfeccionar cada detalle de su funcionamiento y, en especial, el arte de
disimularlo. El egoísmo es la «mentira por omisión» más endémica en la humanidad.
Todos tenemos egoísmo y todos tratamos de ocultarlo. El egoísmo es un secreto a
voces.
A
diferencia de otras cualidades universales humanas que también tratamos de
ocultar o disimular (por ejemplo las concernientes al sistema de vaciado de
desechos del cuerpo), y cuyo ocultamiento tiene como única causa el pudor; al
egoísmo lo tratamos de esconder por múltiples razones. Evidentemente el pudor
está entre ellas, pero además se le suman motivaciones más oscuras como el
engaño, la manipulación, la autocomplacencia o el mimetismo rapaz.
Nacemos
egoístas y a medida que nos van domesticando, lo vamos ocultando. Desde el
primer momento el egoísmo es relegado a status de convicto fugitivo. Los
domesticadores familiares e institucionales esgrimen múltiples estrategias con
las que pretenden neutralizárnoslo. Y de allí sale el primer aprendizaje sobre
el arte de la disimulación egoísta: hacerle
creer a los domesticadores que lograron su objetivo. Y los domesticadores
se tragan el cuento más o menos entero de acuerdo a lo conscientes que estén de
que ellos mismos engañaron (de la misma manera) a quienes a su vez les domesticaron.
Es ley natural: el egoísmo se oculta,
pero no se destruye.
LA OCULTA IMPORTANCIA DEL EGOÍSMO
Desde el
primer impulso de ocultamiento del egoísmo, se dispara simultáneamente una
acción contraria. Esta acción hace que, mientras por un lado el egoísmo avanza
un paso en la oscuridad de su tapadera, por el otro lado, sube un peldaño en la
escala de importancia. Más se oculta el egoísmo y más importante se
vuelve. Y la vorágine resultante de estas dos tendencias contrarias
proporciona al individuo una impresión inversa y falsa, la de que: a medida que
el egoísmo cobra importancia se acentúa la necesidad de ocultarlo. En otras
palabras, el egoísta siente que el egoísmo debe ocultarse más, a medida que cobra
importancia. Pero la realidad es bien otra. El egoísmo cobra importancia a
medida que se le oculta. Al igual que como en un sacerdote en quien la
represión sexual aumenta el peso de la sexualidad (sobre su espalda y otras
partes), es ley universal humana que: «la represión es directamente
proporcional a lo reprimido» (©Mario
Fattorello). De lo
anterior es fácil deducir que quien mejor disfraza su egoísmo más a su merced está.
Un egoísta Goliat se presentará (siempre que pueda), como un David solidario.
SER EGOÍSTA ES UN TRABAJO ARDUO
Saciar el
egoísmo no es tarea fácil, pero además, tener que trabajar para su ocultamiento
es una labor intensa y desgastante. No es exagerado decir que se
nos va casi toda la vida en solventar asuntos egoístas.
Este
complejo lío pareciera haberse originado en nuestro proceso evolutivo a raíz de
la necesaria convivencia entre dos factores de igual importancia para la
supervivencia de la especie: por un lado el egoísmo, que cuida la propia conservación
y, por el otro lado, la compleja y exigente vida social de una especie
inteligente (léase “inteligente” como, la
capacidad de generar cambios afuera y adentro, o lo que es lo mismo, en otros y
en sí mismo) en la que la supervivencia de cada individuo depende de todas
las tribus.
Los
animales también son egoístas y sociales. Pero el egoísmo de cada uno de ellos apenas
debe moldearse un poco para cuidar la conservación de algún otro congénere y,
en el mayor de los casos, de la manada. Pero la vida social de los humanos es
diferente, necesita que tengamos en cuenta las necesidades de muchos,
muchísimos otros humanos, más allá de la familia, de personas que ni siquiera
conocemos pero que influyen de una u otra manera en la vida personal, en la vida
de cada quien, en la supervivencia de la especie.
EL EGOÍSMO DISFRAZADO DE ALTRUISMO
Hay muchas
bondades con las que se puede disimular nuestro egoísmo. Obviamente todas estas
bondades son consideradas virtudes de corte altruista. La solidaridad, la
colaboración, la consideración, la condescendencia, la conmiseración, entre
muchas otras, son compensaciones que intentan remendar lo que más atrás haya
roto o más adelante pueda romper nuestro egoísmo. Hay una especie de pacto
social tácito en creer que quien más desarrolle estas actitudes, menos egoísta
es. Pero la realidad demuestra lo contrario. A mayor egoísmo, mayor es la necesidad
de ocultarlo con altruismo. Y este resultado no es para nada desdeñable. Esta
tendencia proporcional parece tener toda la intención de alcanzar una paridad,
que a pesar de parecer utópica por ahora, como tendencia evolutiva marca una
dirección esperanzadora: llegar a tener de forma innata un sano egoísmo social.
Pero la
evolución marcha a suo agio y
mientras tanto nosotros vivimos con un egoísmo que demanda mucho trabajo y
esfuerzo para mantenerlo satisfecho en su escondrijo, al tiempo que la sociedad
demanda nuestra solidaridad.
SIETE MIL SEISCIENTOS MILLONES DE EGOÍSMOS
No se puede
ser egoísta estando solo. Para ser egoísta hay que estar acompañado. El egoísmo
necesita de alguien a quien encaramársele. Egoísmo significa aprovecharse del
otro, ya sea rebajándolo para verse a sí mismo más alto o usándolo para propio
beneficio.
La vida
social es una constante tramitación de conflictos. No es nada fácil dedicarse a
los propios intereses sin pisar los pies de los intereses de los demás. En una
habitación abarrotada de personas cada quien buscará delimitar su propio
espacio empujando disimuladamente a los que le rodean y vigilando que otros no
ocupen más espacio que él. Empujamos como no queriendo empujar. Pisamos
talones, cayos y dedos disculpándonos mientras seguimos empujando y dando
codazos disimuladamente para agrandar nuestro espacio entre la multitud
apretada de siete mil seiscientos millones de personas con siete mil seiscientos
millones de egoísmos.
El egoísmo
se basa en la filosofía del «sálvese quien pueda» y, en contraposición, el amor
propio con conciencia social humana sigue la filosofía del «salvémonos los más
que podamos». Lidiar con estas dos tendencias opuestas es una ardua tarea
diaria. Se trata de ponerse el salvavidas y tirarse al agua desde un barco que
naufraga al mismo tiempo que tendemos la mano para salvar a alguien más. Una
verdadera acrobacia social.
En la
naturaleza animal la filosofía del «sálvese quien pueda», puede que funcione
para la supervivencia de algunas especies. Pero en la humanidad las complejas
interdependencias sociales hacen inviable esa posibilidad. El entramado social
ha desplazado la existencia colectiva por encima de la existencia individual,
pero esta fase evolutiva está en pleno acontecimiento y obviamente adolece de
los desajustes propios de algo que se está formando. Por inercia el egoísmo
primordial se resiste al amor propio social. Vivimos una época de transición,
aunque por lo visto, pareciera que la humanidad siempre estará en transformación.
En este específico sentido pareciera que ya todo estuvo dicho después del «todo
fluye» de Heráclito.
EGOÍSMO CIVILIZADO
El egoísmo
es adjetivado como malo así como el altruismo es considerado bueno por designio
del departamento humano que administra la evolución. Por supuesto que hablamos
de la civilización. La civilización es una gran repartidora de estigmas y
categorías. Una especie de cuerpo legislativo con ínfulas de poder controlar el
proceso evolutivo humano y con un órgano propagandístico capaz de transformar
una opinión en un convencionalismo. Todos los miembros de su Comité son
laureados domesticadores en cuyas buenas intenciones confiamos, o, en todo
caso, queremos confiar. No nos queda de otra, el mundo ya estaba hecho cuando
nacimos.
La unión
hace la fuerza. La humanidad ha logrado ser lo que es disminuyendo el poder
individual. No nos queda de otra que abrazar al grupo y confiar, aunque somos
libres de llevar bajo la camisa un chaleco antibalas, no vaya a ser que alguien
se vaya a amotinar. En general nos conformamos con tener dos ojos adelante,
pero en el fondo fantaseamos con tener ojos en la nuca para nuestras espaldas
cuidar. El amor propio social es un ideal a perseguir y es bueno creer en ello
como se cree en que la fe mueve montañas, sin embargo nuestra autoconciencia y
sentido común nos recomienda tener a la mano un bulldozer por si la montaña se resiste o mengua la fe. Y todo esto
debido a que la civilización es un proceso lento y con etapas.
Que el egoísmo
individual acepte extenderse hacia una conciencia grupal, por ejemplo, a “egoísmo
nacionalista”, es apenas un paso iniciático en el proceso de formación del amor
propio social humano. En este primer paso, donde el individuo se siente grupo,
el “egoísmo negativo” permanece activo y dispuesto a ser dirigido hacia otros
grupos. El nacionalismo es una etapa maligna de la evolución hacia un amor
propio global. La siguiente
etapa implicaría que los grupos se unieran en un solo sistema. Pero
históricamente este paso ha representado una zancada muy larga y en el espacio
entre un pie y la siguiente pisada queda mucho terreno donde germinan las malas
hierbas, los conflictos y las guerras. La etapa del egoísmo grupal (como el
nacionalista) se fundamenta en el principio de que la unión hace la fuerza,
pero la fuerza suele ser usada hacia otros grupos que se encuentran en esa misma
etapa. La ingeniería del resorte que impulsa el salto de una etapa a la
siguiente es un misterio que la civilización todavía no ha podido solventar.
Pero creo, o me gusta creer, que hacia allá vamos.
EGOÍSMO EN EVOLUCIÓN
La
conciencia social versus el egoísmo individual son el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de
la civilización. Por supuesto no es necesario explicar las inconveniencias de
una supremacía de Mr. Hyde. Pero, en cuanto al Dr. Jekyll, su dominación
totalitaria tampoco parece una posibilidad viable, porque el egoísmo es la
fuente principal de energía de autoconservación, necesaria para la
supervivencia de la especie por razones que van desde la reproducción, hasta la
defensa personal. Así que, al parecer, no nos queda más que insistir en la
búsqueda de un equilibrio. No debe ser sorpresa para nadie que la última
palabra esté en boca de la evolución.