jueves, 19 de abril de 2012

Consulta Portátil de Psicología en las Islas Galápagos. El narcisismo verde

Una quimera: Un mundo tan científico que hasta Darwin nos pidiera bajar la voz
130 AÑOS DESPUÉS DE DARWIN

Las notas de este viaje a las Islas  Galápagos estuvieron traspapeladas por un año y medio. Me asombró encontrarlas en víspera de los 130 años de la muerte de Darwin y fue maravilloso creer que ellas me habían encontrado a mí. Por más convicción positivista que se tenga, es imposible evitar la tentación de lo maravilloso.
Dos generaciones, diferencias invisibles,
 pero contundentes
Y para mí explorar las Galápagos fue la culminación de un deseo infantil, de aquella infancia en la que minimizaba todo conflicto a través de conciliaciones ingenuas y por ello suponía que la evolución de las especies era tan maravillosa e incuestionable que los creyentes debían considerarla el milagro mejor logrado de Dios.

RESPONSABILIDAD EVOLUTIVA O NARCISISMO VERDE

En Tortuga Bay (Isla Santa Cruz), después de recorrer una inmensa playa de arena blanca bañada de olas suaves como caricias enjabonadas, nos recostamos debajo de unos árboles a orillas de una laguna de agua mansa separada del mar por una saliente de rocas y mangles.
Tortuga Bay, Isla de Santa Cruz, Galapagos
Nomás acostarnos en la arena fuimos visitados por una bandada de pinzones que más que pájaros se comportaban como moscas. Carentes de todo miedo y vergüenza nos revoloteaban alrededor y se paraban sobre las mochilas o hasta en nuestras cabezas. Un pinzón negro se posó sobre mi rodilla, me miró fijamente y dijo:
—¿Sería mucho pedir que me sirviera un poco de té? ¡Ah!, y ya que estamos, ¿Podrían acompañarlo con unas migas de galletas de mantequilla?
—Está prohibido darle de comer a los animales, si se acostumbraran a ello perderían su natural instinto de buscar comida. —Le respondí al pinzón habiendo reconocido en él a mi viejo amigo metamórfico, Godot. —Hola amigo, creía que los pinzones Geospiza conirostris comían sólo semillas.
—Buenas tardes Doc. Mis reverencias señora Liseth. Un placer volver a verlo joven Alan. Disculpen el abuso, pero estoy investigando la vida secreta de los pinzones de Darwin (por eso mi atavío) y la referencia al té ingles es obvia, además que ya van a ser las cinco, veo que traen un termo y conociendo el buen gusto de la señora ¡cómo extraño una taza té con las short-bread de Mrs. Liseth!
Mientras Liseth y Alan servían el té con galletas (Liseth desmenuzó unas galletas y las sirvió sobre una servilleta y Alan encontró apropiada la careta de buceo para servirle el té a Godot), mi amigo y yo continuamos conversando.
Godot, comiendo galletas.
—Quienes vienen a las islas buscan una revelación, y aquí la única revelación posible es que entre el judaísmo, el catolicismo, el musulmanismo o el budismo la opción correcta es el narcisismo. —Dijo Godot.
—Eso te lo copiaste de Woody Allen que asegura haberse convertido del judaísmo al narcisismo.
—Sí, pero no es plagio, la realidad no tiene derecho de autor. Woody es una de esas personas que no necesita venir a las Galápagos para entender que el individualismo es la única manera para ser "humanos" y "verdes". El narcisismo va mucho más allá del mito de Narciso, el narcisismo es el amor-valor que se le dé al propio yo, y el propio yo está compuesto de todo lo que se pueda llamar "mío". El yo es él y sus "pertenencias". Mío significa mi-yo así como "suyo" es lo que está en relación de pertenencia con su-yo. La fuerza de gravedad del amor propio atrapa todo lo que considere suyo, su saber, su hacer, su tener y su ser. Un "narcisismo verde" es aquel que hace su-yo al planeta. Esa es la gran revelación que, sin saberlo, vienen a buscar los curiosos a las Galápagos.
Conversando con Godot transmutado en Pinzón
—Totalmente de acuerdo. Y, aunque suene evidente, nunca estará de más remarcar que la solidaridad, la compasión, la empatía entre seres humanos también deben su origen al amor propio. La empatía con el prójimo sólo la siente quien logra sentir al otro como su-yo, y esto sólo es posible después de comprender la interrelación de dependencia que la vida individual tiene con todos los demás seres vivos del planeta.
—De cosas evidentes está hecha la ignorancia, mi querido amigo. Nunca será demasiado enfatizar que para tener empatía es necesaria la previa concienciación de lo frágiles que somos y de cómo nuestro sistema (económico, social, político, industrial, energético y de salud) se balancea sobre una cuerda floja, sostenida, desde ambos bordes del precipicio, por todas las razas humanas. Sólo sabiéndonos parte de tan grande y frágil empresa comunitaria se puede sentir el deseo de ayudar al otro, porque amar significa valorar, y el yo de cada quien sólo valora aquello que le es bueno y considerará bueno a todo lo que le da una mano en la vida.
—En la escuela de Psiconomía le hemos dado el nombre de "Responsabilidad Evolutiva" a todo esto, y es nuestro único dogma: «Todo miembro de la Escuela de Psiconomía debe estar consciente de que cada acto individual influye sobre la evolución». Y creo que siguiendo tu filosofía de que la realidad no tiene derecho de autor, en el futuro incluiremos también el término "narcisismo verde". Y mientras digo esto me imagino iglesias, templos, catedrales, con las paredes cubiertas de frescos con escenas de la vida de Fleming y Pasteur, con iconografías y tallas que representen las complejidades urbanas de nuestras ciudades junto a representaciones de la mitosis y la meiosis y un espacio especial para iconografías darwinianas. Templos dedicados a la pluralidad narcisista de nuestra responsabilidad evolutiva, catedrales en honor a la humanidad verde.
Llego a mí como viniendo de ti.
—Estamos en uno de esos templos, Doc. Las Galápagos son catedrales, levantadas en medio del mar, al narcisismo verde. Fíjese en esta cuestión curiosa: ¿Será una llamada de atención sobre la “responsabilidad evolutiva del narcisismo verde” lo que está simbolizado en la transformación de Narciso en planta floral después de haber tratado cruelmente a Eco?

El sindicato de los inmortales

—Y hablando de templos y catedrales, te cuento que en el aeropuerto Seymour en la Isla Baltra mientras esperábamos el transporte que nos llevaría a Puerto Ayora, la primera cosa que me llamó la atención, junto con ver mi primer pinzón, fueron cuatro clérigos vestidos de negro, de esos que llevan el cuello blanco. Más tarde, el autobús que nos trajo a Puerto Ayora nos dejó frente al edificio más grande de la plaza del pueblo: la Iglesia. Muy simbólico eso de llegar al ojo del huracán evolucionista en medio de sacerdotes e iglesias.
Iglesia de Puerto Ayora, Galapagos
—Me imagino la cara que puso, Doc. Las paradojas hacen divertida la vida. La verdad es que yo también vi más gente religiosa de lo que hubiera podido imaginar. Y esto le da una graciosa vuelta de tuerca al rechazo que obtuve de mi amigo Richard Dawkins cuando le oferté acompañarme, ahora pienso que tal vez intuyera que podría encontrarse con un pelotón de inquisición. Recuerdo que para evadir el tema me comentó: «No se trata de una batalla entre la evolución y el creacionismo. La lucha real está entre el racionalismo y la superstición. La ciencia no es más que una forma de racionalismo, mientras que la religión es la forma más común de superstición. La religión puede existir sin el creacionismo, el creacionismo no puede existir sin la religión». La verdad es que mi amigo se ha vuelto susceptible y terco después del revuelo que causara El espejismo de Dios.
—Oye, Godot, con toda la admiración que profeso hacia el Richard Dawkins etólogo y zoólogo, creo que el descubridor de los "memes" y divulgador del "gen egoísta" no necesitaba publicar un libro tan radical que puede terminar distorsionando el importante aporte de sus anteriores trabajos. Lo que trata de demostrar en El espejismo de Dios ya estaba entredicho y no era necesario aclarar lo obvio. Es como si Kafka, al final de La metamorfosis hubiese escrito la advertencia: «¡Cuidado! La rutina burocrática te transforma en un bicho».
—Yo también creo que no era necesario exponerse tanto, aunque entiendo como un acto de valentía el haberse colocado del otro lado de la balanza y en el borde más extremo del platillo, tratando de hacer contrapeso para nivelar las creencias en aras de evitar los fanatismos.
Canal hecho por una erupción volcánica.
La geología es parte activa de la evolución.
—En la lucha gremial supersticiosa el sindicato más pendenciero es el de los "inmortales a ultranza" que siente la necesidad de defender "a muerte" el creacionismo del que depende su vida eterna.
—"Lucha a muerte por la vida eterna", refinada paradoja, Doc.
—Fíjate que desde mi infancia quería venir a las Galápagos, y desde que estoy aquí he rememorado ciertas visiones que tenía del mundo cuando era niño (leí El origen de las especies estudiando en un colegio agustiniano), y recordé que yo imaginaba a Adán y Eva como neandertales que vivían entre mamuts y descubrían el fuego. Pero sobre todo me he sorprendido al recordar la infantil actitud conciliatoria de ver a la evolución como un milagro divino. ¡Ah!, Te podrás imaginar que entonces fantaseaba con ser arqueólogo.
Comparando modorras
—Y eso significa que en el fondo ya ese niño reconocía las incongruencias y pretendía profundizar arqueológicamente en busca de la verdad. En la infancia nos parece que la verdad no compromete a nadie y le interesa a todos. Son años de oro donde se está convencido de que la verdad nos hará libres. Pero luego terminamos descubriendo la susceptibilidad de las personas de autoestima convencional y frágil, que se apoyan (por comodidad y pereza) sobre las muletas de cristal del establishment.
—Imagino la denigración que sufren los creacionistas ante la deshonra de que un pinzón, un ave tan pequeña, ponga en entredicho a Dios. Querido amigo, hoy estas disfrazado de hereje.
—"Pinzónes herejes", otra exquisitez,  Doc.
—Fíjate que anoche, paseando por los tarantines de Puerto Ayora, observé suvenires con motivo de tortugas, piqueros patas azules, lobos marinos tallados en madera, esculpidos en ónix, estampados en camisetas, bolsos, pero no encontré ni un solo suvenir que aludiera a los pinzones o los cúcuves de Darwin. Entre los suvenires pareciera que Darwin sólo es un nombre y la evolución un tabú. ¡Ah!, y  escucha lo que me pasó en la Isla Isabela, comencemos con una anécdota: Después de varios días conociendo la isla Isabela (Alan tenía un mes trabajando de voluntario allí y nos sirvió de guía), logramos planificar lo que parecía ser el zenit de nuestras exploraciones en la isla, alquilamos una lancha por un día entero para estudiar las zonas más recónditas. Así contratamos al capitán Henry Segovia y horas más tarde, después de haber recorrido los canales de tiburones tintoreras y haber llegado a ver los raros y pequeños pingüinos galapagueños, me enteré que nuestra embarcación se llamaba "Capitán Freud". 
El Capitán Freud en la isla Isabela
Ahora sigamos con un detalle: En la Isla Isabela se ven tres canales de televisión: Gamatv de Quito, el canal de la alcaldía y un canal de evangélicos. Y por último término dándote una impresión: En las Galápagos evangelizadas hasta Freud tiene su homenaje pero Darwin brilla por su ausencia.
—El asunto parece estribar en si la verdad es vista como un derecho o como un deber. Los creacionistas parecen defender su derecho a creer en la verdad que más le convenga. Los evolucionistas sienten el deber de buscar la verdad por la verdad misma.
—Y haciendo uso del derecho a la verdad más conveniente, se es libre de ver sin entender.
—Exacto. Entender la evolución nada tiene que ver con llorar sobre la extinción de las especies, al contrario, la extinción es parte de la evolución. En términos actuales podríamos decir que la naturaleza también maneja un concepto de obsolescencia: la vida del individuo sólo tiene sentido hasta que sirva de algo para la manutención del ADN de su especie y las especies mismas fluyen (desapareciendo algunas) hacia el cambio más conveniente.  Pero ahora, si me lo permiten, quisiera merendar, se me hace la boca agua, digo, el pico.
—Buen provecho.
Explicando la estructura del ADN a mi pariente
EL EVANGELIO SEGÚN GALÁPAGOS

Durante toda mi permanencia en las Islas Galápagos me acompañó una extraña melancolía, y fue ya casi al regreso cuando comprendí qué me la ocasionaba: esa forma en que los turistas observaban los animales y hablaban de ellos como si fueran seres de otra dimensión. Aquella señora asombrada al ver un lobo marino caminar sobre sus aletas «¡Y camina!», gritaba, los chistes de un grupo de gringos sobre los piqueros patas azules (los chistosos vestían el típico uniforme “arlequinado” de turista mayamero)  , todo ese tipo de actitudes marcaba una distancia extraordinaria entre quien observaba y quien era observado, y es que de verdad parecía que aquellos bípedos humanos provinieran de un linaje totalmente ajeno a los animales, como si fueran de otro planeta, parecía que con su sombrerito y bermudas de explorador trataban de disimular todo rastro de su realidad animal.
Eso fue, y me doy cuenta ahora, la causa de la sensación triste que me acompañó en las islas, la ausencia de Darwin, de su enseñanza, de nuestra conciencia de parentela genética con todo lo que está vivo.
Estoy sentado en la plaza del puerto de Ayora y pienso que en otras partes del mundo viven, Richard Dawkins, Daniel Dennett, Desmond Morris, luego miro a mi alrededor y fijo la mirada en la iglesia, un pinzón picotea un trozo de pan en el piso y de pronto siento la absurda convicción de que no hay lugar en el mundo donde Darwin esté más ausente que aquí.
Libre albedríoLiseth danza en Galápagos con la evolución
DOS APRECIACIONES, DOS GENERACIONES

Regresando de la Estación Científica Charles Darwin hacia Puerto Ayora, nos desviamos del camino para llegar a una pequeña bahía desde la que se podía observar, a la izquierda, el pacifico que entraba al golfo y a la derecha, el Puerto de Ayora. Liseth, Alan y yo nos sentamos en un tronco de la orilla con los pies en el agua a mirar los colores del atardecer. Al poco rato Alan me dice:
—Papá, esto es formidable, estamos a 1000 km del continente, en una isla volcánica, con tortugas gigantescas, con estas iguanas negras que se disimulan en la roca volcánica, rodeados de cangrejos zapaya, con un pelícano que te saluda con el pico desde la escollera y los lobos marinos que juguetean frente a nosotros en el mar ¿no es esto el Paraíso?
Dos visiones...
Escucho las palabras de Alan con la mirada perdida en los diferentes azules y naranjas del horizonte. Luego volteo hacia el puerto de Ayora y veo que las primeras luces se encienden en los barcos anclados y en el pueblo. Sonrío ante el entusiasmo de Alan, el entusiasmo del estudiante de biología marina ante su paraíso terrenal, me agrada pensar que le gusta su carrera y que ha disfrutado el tiempo que pasó en las islas Galápagos trabajando como voluntario para el Instituto del Parque. Pero mi mirada termina fijándose en el puerto y señalándolo con el brazo extendido le respondo:
—Mi admiración principal es hacia eso que se ve allá, los barcos que logran navegar grandes distancias, las casas que protegen del sol y la lluvia a sus habitantes en estas islas inhóspitas que parecieran creadas para impedir la presencia humana; yo admiro la electricidad que alimenta los bombillos y nos permite participar de la noche. Mi principal admiración es hacia el hombre y su capacidad de adentrarse en el mecanismo evolutivo para transformar la simple supervivencia en calidad de vida. Y tú formas parte de eso también, cuando seas biólogo marino vas a trabajar para que podamos vivir y dejar vivir a las demás especies. Formamos parte de un gran juego y cada quien debe ser responsable del rol que le corresponda y el rol que nos corresponde en este momento es el de admirar al hombre viviendo junto a la naturaleza salvaje sin desplazarse uno al otro, colaborando entre todos, tratando de mantener un equilibrio.
No hubo más palabras, no hacían falta. Nos quedamos allí sentados en silencio, viendo caer la noche sobre las Galápagos.
Dos generaciones, dos visiones, una confluencia: la "responsabilidad evolutiva".