REFLEXIONES A SALVO DE LA INTEMPERIE
Pesca de Pavón en los llanos venezolanos |
En el estado Apure de Venezuela se encuentran los inmensos llanos inundables en donde la presencia del hombre es mínima en comparación con su extensión territorial. Y lo compruebo con el ojo izquierdo viendo praderas tendidas hacia el horizonte Oeste en las que no se divisa presencia humana (salvo algunos irrisorios alambrados de palo y alambre de púas que representan la vana ilusión del hombre de marcar su derecho de propiedad sobre el planeta), mientras el ojo derecho descubre hacia el Este al río que alimenta pantanos colmados de cocodrilos, pirañas, nutrias, aves zancudas, tortugas, chigüires, anacondas, y los montes que crecen a lo largo de sus riberas donde se resguarda el mono araguato, el oso hormiguero, el venado, animales todos que pueden llegar a vivir la experiencia (impensable para cualquier cristiano), de pasar la vida sin enterarse de que existe la especie humana.
Acampar en estos parajes, bajo la inclemencia del sol durante el día y el continuo acoso de los zancudos, murciélagos y demás bichos nocturnos a la luz de la luna, a kilómetros del caserío más cercano donde la electricidad todavía parece un mito de forasteros; todo esto mueve a la reflexión, o más bien, conmueve la reflexión. Pero no logro aclarar las ideas ante el acoso constante de los mosquitos y los caimanes que nos rodean con ojo avizor. A la intemperie, la reflexión es un lujo intelectual prohibitivo. Es por ello que escribo esto ya de regreso del viaje, en la comodidad de mi casa, ahora que puedo pensar sobre todo lo sucedido, sobre lo que esta aventura me puede haber enseñado sin haberlo buscado ni darme cuenta, sobre las nuevas transformaciones que haya sufrido mi siempre cambiante alma. De una sola cosa sí estoy seguro desde que crucé el río Apure para entrar a la vasta sabana: en estos parajes donde el hombre es minoría y sus ventajas están minimizadas (sin luz eléctrica, sin gasolineras, sin hospitales, sin cobertura telefónica) importa muchísimo, tal vez más que en cualquier otra parte, la concepción de "ciudadano del mundo". Comprendernos significa vernos en esencia, en "dermis", en piel, denudados de la indumentaria de pacotilla que utilizamos para creernos que estamos en la cúspide de la pirámide existencial y ubicarnos en el escalón correspondiente de la única pirámide existente: la alimenticia (para dejar de ver al mundo como alimento y sabernos alimento del mundo). En estas condiciones, sin celular, sin luz eléctrica, sin techo, casi en iguales condiciones que los demás seres vivos que nos rodean, en estas condiciones, es posible tomar conciencia de nuestra esencia de "monos desnudos". Y aquí me atrevo a sentenciar que el "ser" del ciudadano del mundo sólo es visible desde la conciencia del mono desnudo.
ENCUENTRO DE ALMAS GEMELAS
Durante este viaje mi atención estaba dirigida hacia los ríos y pantanos donde iba a pescar pavones (presa muy apreciada en la pesca deportiva). Pero la necesidad de un baquiano que nos guiara y el tener que relacionarnos con los caseríos dispersos para conseguir provisiones transformó el viaje en un encuentro entre el espíritu del pescador y el alma llanera.
El Llanero: Sería irreverente, insolente y torpe tratar de describir a los habitantes de estos lares cuando se cuenta con la insuperable e inmortal descripción que Don Rómulo Gallegos hiciera de ellos en la novela Doña Bárbara:
«—Pero como le digo esto, también le digo lo otro: eso es lo que cuenta la gente, pero no hay que fiarse mucho porque el llanero es mentiroso de nación, aunque me esté mal el decirlo, y hasta cuando cuenta algo que es verdad lo desagera tanto que es como si juera mentira».
Y en otro párrafo Gallegos remata la descripción así: «Y vio que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer, voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. En sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pie y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y las virtudes en las almas nuevas».
El pescador: Si pasamos por alto los acentos, no son pocos los defectos y las virtudes en las que se parecen el carácter del pescador y el del llanero. Pero hay una característica en particular en la que son idénticos: lo mentiroso.
Caimanes del mismo pozo: Si le preguntamos al llanero que nos guía cuánto falta para llegar, dirá que «ya estamos a un paso» cuando aún faltan 5 km por caminar. Cuando el pescador cuenta cómo llegó al lugar de pesca al que fue en lancha con motor, exagerará los detalles sobre las dificultades y los obstáculos sorteados hasta transformar el simple paseo en bote en una faena a lo Moby Dick. El llanero contará aventuras de cocodrilos de 15 mts. y anacondas que tragan un búfalo entero. No existe pescador que no exagere sobre el tamaño y peso de los peces que atrapó.
SOBRE LAS MENTIRAS, SU GÉNESIS Y SU APOCALIPSIS
Es por ello que elijo esta aventura de pesca en los llanos del Apure para reflexionar sobre la función principal de la mente: crear mentiras convencionales. Y sobre la particular manera como cada quien utiliza esta capacidad para crear mentiras personales.
La mente, la gran fábrica de mentiras
Hace unos 40.000 años atrás el cerebro de los homínidos enfrentó un gravísimo problema: había logrado razonar y no sabía qué hacer con ello, ya que desde el primer momento los razonamientos que lograba eran uno peor que el otro, y todos apuntaban a que la vida misma no tenía sentido: "de qué vale afanarse para sobrevivir si al final todos terminaremos en carnaza para zamuros". De verdad que el cerebro se las vio feas y se arrepintió mucho de haber creado el razonamiento, y se enojó muchísimo con el razonamiento mismo, tanto que, al final, lo amenazó diciéndole: «tú me metiste en esto y tú me vas a sacar de esto». Suponemos que el razonamiento se asustó ante la inmensa rabia del cerebro, pero como era un razonamiento incipiente no encontró solución alguna para aliviar la bronca de su papá cerebro. Así las cosas, cuando el tronco encefálico se dio cuenta que el razonamiento no sería capaz de hacer nada por sí mismo más que descubrir malas noticias, decidió darle una manito y se puso a buscar remedio. Pasaron unos cuantos años antes de que el cerebro encontrara una solución, años que, hay que decirlo, lo pasaron muy mal tanto él como la recién nacida razón, la mayor parte del tiempo sentados en la entrada de la cueva, rascándose los piojos en la cabeza y el cuerpo también (en aquel entonces el homínido era peludo parejo), melancólicos, sin poder dejar de pensar en el sin sentido de la vida. Pero la sufrida espera terminó dando resultados y el cerebro comenzó a ver una luz en la distancia (claro está, usando al razonamiento como herramienta de investigación), y entonces llego a razonar lo siguiente: «si todo el problema inicia cuando este desgraciado razonamiento me mostró la verdad, entonces, la solución estaría en no ver esa verdad, pero olvidarla no puedo, y taparme los ojos de nada sirve ¿qué puedo hacer para no verla?». Seis meses más tarde de esta primera reflexión el cerebro llegó al siguiente razonamiento: «la solución está en buscar la manera de no ver la verdad. ¿Y cuándo es que yo no veo las cosas? Yo no veo las cosas cuando no las miro porque tengo los ojos cerrados, pero ya sé que cerrar los ojos no me sirve para no ver la verdad. Otras oportunidades en la que no veo algo es porque estoy mirando otra cosa más importante; pero no hay nada más importante que la verdad de mi triste destino mortal». Y otra vez el cerebro pasó seis meses ensimismado tratando de resolver el asunto hasta que al fin, un día en que casi lo muerde un cocodrilo por estar distraído mirando una bandada de estorninos que revoloteaba en el cielo, se le ocurrió la siguiente idea: «si yo dejo de ver una cosa por estar viendo algo más importante, para no ver la triste verdad de mi destino debiera buscar algo más importante para mirar, pero no hay nada más importante que el sinsentido de vivir a sabiendas que se va a morir, y sin embargo, creo que este cocodrilo que casi me come el pie cuando yo estaba distraído mirando los estorninos me ha enseñado algo, ¿qué será? Pareciera haber una revelación oculta tras el hecho de que si bien es más importante evitar que un cocodrilo me coma el pie que mirar un estúpido estornino, en este caso la gran cantidad de estúpidos estorninos logró el efecto de parecer muy importante a pesar de que un estornino me es indiferente y por ello miles de estorninos debieran serme mil veces indiferentes, y, sin embargo, lograron distraerme ¿cuál es la enseñanza que debo aprender del cocodrilo que casi me come por andar mirando estorninos? ¡Zambomba! ¡Está claro! ¿Cómo no lo vi antes? Si bien es cierto que no hay nada más importante que la desagradable realidad de ser mortal (o perder el pie en boca de un cocodrilo), muchas cosas de poca importancia juntas y al mismo tiempo pueden ser tan llamativas que pudieran parecer más importante que la desgracia misma (perder un pie)». En este momento el cerebro se dio cuenta de que la bandada de estorninos había logrado distraerlo hasta permitir que se le acercara peligrosamente un cocodrilo y de allí no fue tan difícil llegar a la conclusión de que para dejar de pensar en la "insoportable levedad del ser" nada funcionaba mejor que la sumatoria de muchas cosas de poca monta, o sea, un engaño sobre el valor*(1) de las cosas, una sobrevaluación. Y allí se hizo evidente la necesidad de autoengañarse para dejar de pensar en la verdad. En ese momento se dirigió al razonamiento y le ordenó: «Tú me metiste en esto y tú me vas a sacar de esto. Necesito que fabriques engaños para mí, así yo dejo de pensar en la verdad y puedo seguir viviendo a pesar de saberme mortal. De ahora en más vas a ingeniarte estrategias*(2) para engañarme, le vas a otorgar valor a las cosas aunque no lo tengan y vas a tratar de que esas cosas me importen mucho, muchísimo, tanto que me quiera pasar todo el tiempo pensando en ellas, a ver si así dejo de pensar en la triste verdad y vuelva a vivir, mientras dure, como si fuera inmortal. De ahora en más serás mi fábrica de mentiras». Y así el cerebro decretó que el razonamiento creara las estrategias necesarias para autoengañarse, de la misma manera que nosotros compramos un televisor para distraernos de la vida misma.
Desde que tomamos conciencia de ello, a este conjunto de estrategias le hemos denominado: Mente.
Las mentiras personales: beneficio mundano de una herramienta de supervivencia
Si bien la mente fue creada para permitir la supervivencia de la especie, a posteriori sería utilizada para beneficio personal.
El destino esencial de la mente era darle un valor agregado a las cosas para que al cerebro le interesara seguir bregando a pesar de saberse fracasado de antemano. Así la mente tuvo que ingeniárselas para inventar valores convencionales de toda índole, desde el valor por la familia (que deriva de la tendencia genética a cuidar aquellos que llevan el propio ADN), hasta el valor del dinero, y entre estos dos polos, todos los valores imaginables: el valor por lo estético (verse bien), el valor académico (tener títulos), el valor moral (ser honesto), el valor social (tener amigos), entre otros miles. Y así el cerebro, por pensar en lo que sabe y quiere saber, en lo que hace y quiere hacer, en lo que tiene y quiere tener, en lo que es y quiere ser, se distrae y deja de pensar en el sinsentido de la vida
Pero este asunto no pudo mantenerse al margen de aquél lugar común de "das la mano y se toman el brazo" y por ello, los poseedores de esta máquina de hacer mentiras terminamos adaptándola a otros fines menos trascendentales, y fue hace mucho tiempo que aprendimos a mentir para provecho personal en detrimento de quienes caigan en el engaño. Habría sido tonto desaprovechar tal capacidad. Usamos la mentira para salir del paso, para hacer que los demás nos sirvan, para evitar culpas, y por sobre todo (y esto con la anuencia de la mente y el cerebro), para darle valor a la realidad que nos toca por contrariedad; virtuosismo que hasta permite al mártir transformar en valor su desgracia (escribo esto durante la semana santa, a buen entendedor, pocas palabras).
¿Me creen que esta piraña pesó medio Kilo? |
Volviendo a los llanos del Apure, a las mentiras del llanero y del pescador
Aunque pueda ser muy divertido pescar en compañía, en el fondo, el pescador prefiere la faena solitaria. En principio porque la pesca es una contienda íntima entre el pescador y su presa, pero sobre todo porque sin testigos que lo desmientan el pescador podrá dar rienda suelta a la exageración de su mentira, para transformar cada faena en un cuento épico y, con un poco de suerte, en una leyenda. Aún cuando se pesque en grupo, se puede optar por mentir a los que no estuvieron presentes sobre la talla y peso de las presas, pero se corre el riesgo de ser desmentido.
El llanero arrea reses en la inmensa llanura sin otro testigo que él mismo. La inmensidad y la soledad se transforman en cómplices de sus mentiras. Al igual que el pescador, el llanero prefiere aventurarse a solas porque la falta de testigos favorece el secreto, y la mentira como tal, recalquémoslo, es un secreto incompartible.
Relación entre valores dudosos y las mentiras personales
¿Qué tienen en común el llanero y el pescador que los hace mentirosos? No creo que haya una respuesta a esta pregunta que no apunte a la inseguridad axiológica propia de los dos individuos. Si bien una persona puede hacer de cualquier cosa un valor, esto le será fácil solamente dentro de un circuito cerrado, dentro de un pequeño grupo. Por ejemplo: un drogadicto podrá hacer de la droga un valor únicamente en el círculo de drogadictos. Fuera del mismo le será muy difícil, sino imposible, hacerse valer por su adicción. La mayoría de los valores personales están determinados por las experiencias que el sujeto ha vivido, así un filósofo valora la filosofía por haberla estudiado, pero le será muy difícil hacerse valer como filósofo en un taller mecánico. Yo amo y valoro la pesca porque desde niño mi padre me enseñó a pescar. Fantaseo alcanzar el trofeo de pescar el pez más grande de cada especie; pero en el fondo sé que, para la mayoría de las personas, pescar es una forma aburrida de perder el tiempo. Y será por eso que en asuntos de pesca también he caído en la tentación de exagerar, de mentir, por inseguridad, por temor a que los demás no se sorprendan ante la faena que narro, y por ello siento la tentación de enriquecerla con adobos. Y el llanero también parece sufrir de la misma inseguridad, del miedo de quedar mal parado ante aquellos que han conocido la ciudad, o que se pasan el tiempo hablando con otras personas y no con vacas, caballos, o los rumazones de nubes y los extensos horizontes que nunca le responden a su monólogo. Pareciera que en su alma el llanero sabe que su valor sólo vale en un circuito cerrado. Circuito vasto, pero cerrado. Mentir es una opción válida para exagerar una realidad que no nos convence. Y si eso funciona para el llanero, y si eso funciona para el pescador, debe de ser válido. Pero, ¡siempre debe haber un pero! ¿Esto implica que también la mentira utilizada por los políticos para transformar su mito personal en movimiento de masas, es válido? Algo no anda bien en esto de las mentiras personales, pero llegados a este punto, en que nos encontramos con una mentira que puede ser beneficiosa o maléfica dependiendo del caso, prefiero dejar la incógnita como estímulo para pensar en ello, en vez de ponerme a buscar una respuesta que de seguro sería incierta.
Diferencia entre Mitomanía y Fabulación
El fabulador sabe que está mintiendo, miente a los demás pero no a sí mismo. El autoestima del fabulador está comprometida en el efecto de su mentira, el valor que obtiene proviene de la atención que logra en los demás. Si la exageración de su mentira logra llamar la atención, el fabulador habrá alcanzado su objetivo.
El mitómano termina creyendo en la veracidad de su mentira. Aquí el compromiso de su autoestima está relacionado con la mentira misma. El mitómano se miente a sí mismo. El mitómano utiliza la exageración para darle importancia a sus vivencias, para enriquecer con ellas su autoestima. Si bien el valor del mito aumenta de ser reconocido por los otros, ya en sí mismo logra el efecto de subir los niveles de autoestima haciendo que el mitómano se sienta héroe. El non plus ultra de este recurso es la alucinación y el consecuente delirio. La psicosis es un recurso desesperado para subir la autoestima del que no tiene posibilidad, en un momento dado, de encontrar valores convencionales que distraigan a su cerebro de la miserable verdad mortal.
De una u otra manera en la mayoría de los casos la autoestima está comprometida en la mentira. Pero existe un grupo de individuos cuyas mentiras no están vinculadas a su amor propio, estos son los psicópatas. Los psicópatas mienten sólo para manipular a los otros, para ellos la mentira es únicamente una herramienta que utilizan de forma indiscriminada con la intención de estafar a los demás. La razón por la cual el psicópata puede mentir sin miramiento alguno y sin involucrar su autoestima es porque al no tener Auto Conciencia de Muerte (ACM) tampoco necesita de la autoestima para que distraiga a su cerebro, así que simplemente utiliza la capacidad de mentir heredada para lograr provecho en su vida social.
Mentir es una regla del juego de vivir, y no hay otro juego.
Liseth y su mascota |
Ante estas inmensas extensiones de terreno siento el alma ensancharse porque, estar aquí, pisar estas tierras, dormir en hamacas a la intemperie, pescar en sus ríos, estar rodeado de cocodrilos, y el oso hormiguero que caza termitas detrás de mí mientras yo pesco pavones, ver la alegría de Liseth que estudia un pequeño cocodrilo atrapado en el pantano y que sería por un rato la mascota del campamento, caminar por el cenagal sorteando las anacondas, pesar y medir las presas que pesco (y la posterior exageración de las cifras), todo esto hace que sienta que esta llanura es mía y de alguna manera enriquece mi autoestima. También cuidar el medio ambiente, tratar de instruir a los llaneros en la conservación de las especies, instigarlos a impedir la caza indiscriminada del chigüire (Capibara), me hace sentir parte de la naturaleza e inyecta vitaminas a mi autoestima.
El primer pavón de Liseth |
Nos pasamos la vida tratando de saber, hacer, tener y ser algo valioso; es el juego de la vida, no hay otro, y si lo vivimos siguiendo las reglas naturales, la vida puede ser hermosa, a pesar de sabernos mortales.
*(1): El conjunto de estos valores componen nuestra axiología. Comúnmente la axiología personal es denominada "Autoestima".
*(2): Este conjunto de estrategias que conforman lo que llamamos "mente", en la escuela de Psiconomía las denominamos "Estrategias constituyentes mentales". Entre ellas se encuentra la capacidad de autoestima, la capacidad de sentir satisfacción, la capacidad de mentir, la capacidad psicótica, entre otras.