sábado, 18 de diciembre de 2010

Consulta Portátil de Psicología en Buenos Aires (6) Sobre la (in) felicidad

¿Si Buenos Aires es la capital mundial del psicoanálisis, es también la capital mundial de la infelicidad?
Domingo, 8 de la mañana, nos despertamos y alistamos para salir. Mientras nos vestimos la TV pronostica llovizna todo el día. Ninguna sorpresa, es invierno en Buenos Aires, agregamos el paraguas en los preparativos. A las nueve de la mañana tomamos el colectivo (autobús) que nos lleva al teatro Colón. Diez de la mañana, sentados en un solemne palco del teatro Colón comenzamos a disfrutar el concierto (cuya entrada general era gratuita) del cuarteto de cuerdas que interpretará a Mozart, Ginastera y Beethoven. Mediodía, fin de la fiesta, salimos del teatro rumbo a la casa de unos amigos para comer pastas frescas, lo cual, con algunas variantes, es lo mismo que harán la mayoría de los que bajan las escaleras del teatro con nosotros.

Veinte años tardó la edificación inicial del Colón.
Si sumáramos las restauraciones llegaríamos a 50 años.
¡Sólo su cercanía debe hacernos felices!

Con un poco de disposición y buen gusto, vivir en Buenos Aires es una delicia. Un domingo como éste es capaz de hacerme feliz por quince días. Y mientras una parte de mi cerebro piensa esto, otras neuronas exclaman: «Me encanta esta ciudad por sus distintas cenefas culturales, ¿cómo no ser feliz aquí? y además de todo, es el chapitel mundial del Psicoanálisis». Y de seguido, sentí esa específica sensación de cuando mis ideas naufragan y abollan en espesa melaza de neuronas batidas a punto de crema, es una sensación desagradable que aprendí a reconocer como anticipación de un razonamiento paradojal. Y allí, en una esquina renegada de mi raciocinio estaba, en perfil interrogativo, el asunto: «¿Si Buenos Aires es la capital mundial del psicoanálisis, es también la capital mundial de la infelicidad?»
La paradoja resultante del desafortunado pensamiento es de las peores, por ser de doble discusión: 1) Para llenar los consultorios de una capital mundial de la psicoterapia se necesita una cantidad enorme de pacientes y los pacientes son esencialmente infelices ¿tanta infelicidad hay en esta ciudad luz? 2) ¿Con tanta psicología merodeando por allí, la neurosis y/o la infelicidad no debiera haberse curado, desaparecido o, al menos, emigrado a lugares menos terapéuticos? Una “capital de la psicoterapia” es un concepto fatuo de toda fatuidad: sólo puede "existir" hasta que "es", porque al "ser", sus habitantes (psicoanalizados) debieran curarse y ser felices y no necesitar de los psicoterapeutas que, sin demanda de trabajo, debieran emigrar, haciendo de la capital un pueblo desprotegido de la mano de los psicoterapeutas.¡Oh, Dios (Freud)! ¡Dame luz y entendimiento para despejar este dilema! ¡Si hay muchos terapeutas debiera haber mucha gente feliz, pero si hay mucha gente feliz, no serían necesarios los terapeutas!
Saliendo del teatro pienso en lo vivido adentro, en el cuarteto de cuerdas, en la sala principal en forma de herradura del teatro Colon, en Mozart, en el almuerzo que nos espera a nosotros y (con las variante pertinentes) al resto de la gente, y miro a mi alrededor para tratar de encontrar respuesta a la pregunta ¿por qué Buenos Aires es capital del psicoanálisis y en consecuencia de la infelicidad? ¿Estoy rodeado de gente infeliz? ¿Cuántos pacientes de psicoterapia habrá entre toda esta gente que sale un domingo por la mañana del Colón? Observo algunos semblantes a mí alrededor, me centro en un grupo de personas, los cuento, son nueve, observo sus rostros, por los gestos y expresiones diría que cuatro de ellos están preocupados, tres están enojados y de los dos restantes uno parece estar feliz (está riéndose) y el otro es de difícil interpretación, porque a pesar de sonreírle al que ríe, pareciera que su semblante es más cortesía de interlocutor que reflejo del propio estado anímico.
¿Preocupados y enojados a la salida del teatro? Entonces trato de imaginarme cómo la pasarían durante el concierto. Lo primero que me viene a la memoria es que no fueron pocas las personas que (infringiendo las reglas del teatro) se empeñaron en sacar fotos durante la ejecución del cuarteto, para esos fotógrafos amateurs, retratar el momento era mas importante que vivirlo y merecía el riesgo de ser amonestados, además de importarles bien poco la molestia que pudieran generar a los demás. Tampoco fueron pocos los que cabeceaban y dormitaban durante el concierto en el más puro estilo Homero Simpson, y supongo que igual que el héroe del cómic, acompañaban obligados a su pareja o hija al fastuoso teatro Colón (que, aunque fuera aburrido para ellos, bien valía la pena el sacrificio por lo indispensable que es ir los domingos a conciertos de música culta y cosas por el estilo para alardear de buen gusto: el arte de la vanidad amerita cierto esfuerzo). Y fueron muchos más que pocos los que durante Mozart respondieron llamadas personales al celular, y durante Ginastera un vecino de asiento atendió una llamada tan expansivamente que me pude enterar que trataba de asuntos tocantes a su agenda laboral del lunes, en fin, el teatro estaba repleto de gente que “no estaba allí”. Mientras escribo esto me viene a la mente que uno de los términos vulgares para definir lo que un psicoanalista llamaría “neurosis”, es: «lunático». Discúlpeme el dislate, pero la cosa me pareció verdaderamente cómica por lo apropiada, la verdad es que un «lunático» es alguien que está en la luna, o sea "no está aquí", y disculpándome de nuevo por este desvarío semiológico, risueñamente me pregunto ¿sería una ligereza diagnosticar como "paciente en potencia" a alguien que responde un teléfono o saca fotos en presencia de un cuarteto de cuerdas que interpreta a Beethoven?
Tener amigos, compartir un asado: secretos a voces de lo que es la felicidad
(aquí en casa del  psicoterapeuta amigo Oscar Corso)
En el tren que nos llevaba a la casa de nuestros amigos (donde comeríamos sorrentinos caseros rellenos de ricota y nueces con salsa Alfredo), seguí pensando en los asistentes al concierto e imaginé cómo las parejas e hijas de los Homeros Simpsons le reclamarían a su acompañante el haber roncado durante la función. Luego me figuré la angustia, la impotencia, o el mórbido desespero, por adicción al trabajo, de quienes durante el concierto anticipaban los problemas laborales del lunes y luego imaginé el humor de estas personas al llegar a casa de los amigos donde almorzarían la pasta dominguera, enojados, angustiados, ansiosos porque termine el domingo y llegue el lunes para resolver el problema en la oficina; y así, mientras especulaba sobre las indigestiones resultantes, tuve la convicción de que ya me había respondido al por qué Buenos Aires es la capital del psicoanálisis y de la infelicidad. ¿Quedó claro? ¿Si? ¿No?
Bueno, para evitar malentendidos, veámoslo desde otro punto de vista.

Intermezzo
Recomiendo que quienes en las líneas anteriores comenzaron a especular sobre lo inapropiado del ejemplo de un domingo con Teatro Colon y almuerzo con amigos para representar a la gente de la urbe bonaerense, aludiendo a que no estoy teniendo en cuenta los avatares cotidianos de los millones de seres que viven en la ciudad, de la gente que tiene un hijo enfermo, o que no he tenido en cuenta la desesperación de los desempleados, o de quienes tienen dos trabajos para llegar a fin de mes, o que por tener un duelo reciente no pueden permitirse ser felices (como si la infelicidad de uno le diera beneficios a alguien) en fin, los que se están animando a criticar el post porque no tengo presente las miserias propias de la vida humana, les invito a que no sigan leyendo, porque de hacerlo se desubicarían aún más de lo que ya están ¡Vamos!, desde la mitad del siglo pasado la felicidad es patrimonio universal. Y quien no la busca, pues ni modo que la encuentre. Quien se queja del sinsentido de la vida, debe revisar su método de búsqueda. Por último, aclaro que este post no trata sobre la desigualdad social o la incorrecta distribución de la riqueza y demás miserias humanas que, de seguro trabajaremos en otros momentos y otros post, este post trata sobre la infelicidad de quienes pudieran ser felices. Ahora bien, aclarado lo anterior, podremos introducirnos al “Quid” de la cuestión sin falsos remordimientos.

¿Por qué hay tanta gente triste?
Empecemos diciendo que quien crea que la “felicidad” es fortuita, azarosa, y que por lo tanto debe ser una especie de hechizo dependiente del espíritu santo, de una varita mágica o flecha de cupido, está destinado a ser infeliz.
Hablemos de la esencia de la felicidad, en otras palabras hablemos de «valores». Todos necesitamos sentirnos valiosos. La felicidad es proporcional al nivel de valores presentes en nuestra autoestima, todos los estados anímicos que llamamos "positivos" y que van de la alegría a la felicidad son subidas en el nivel de valores de nuestra autoestima. Todos los estados anímicos que llamamos "negativos" y que empiezan en la tristeza, van bajando por los senderos de la depresión, luego se hunden en la desesperación hasta caer al barranco de las ideas suicidas, son bajones en el nivel de valores de la autoestima. Así que el primer punto clave es que, para ser felices hay que tener el autoestima lo más llena posible de valores.
La primera cosa a tener en cuenta es que los valores no son estables, los valores son inestables, dinámicos, cambiantes, en un momento valen y en otro desaparecen: algo que pudo ser valioso para mí hace cinco años, tal vez no lo sea hoy, y algo que valga hoy para mí, quizás no valga dentro de seis meses. Esto es fácil de ejemplificar en las desilusiones amorosas de pareja, basta imaginar una pareja que se enamoran a los 17 años siendo estudiantes, sus valores van a ser muy diferentes a los 23 años cuando sean profesionales y salgan al mercado laboral. Si durante los años de noviazgo no cultivaron los mismos valores, el naufragio de la relación será inevitable, cuando habiendo perdido los valores iniciales por los que empezaron la relación a los 17 años, cada cual se interesará exclusivamente por los nuevos valores creados y al no tener metas comunes con su contraparte dejará de valorizarla: amor significa valor, amar significa valorar, enamorarse es ver los propios valores en el otro.
Si apelamos a la axiología (ciencia que estudia los valores humanos) nos vamos a encontrar con que hay muchos tipos de valores, que, ante todo, hay valores económicos, porque son los más fáciles de valorar ya que su precio los define. Luego, digamos que hay valores estéticos. En el modelo actual de estética femenina, una mujer será más valiosa, por bella, mientras más se acerque a las medidas 90 60 90, estandarización del modelo saludable para la mujer, ¿saludable? ¡Sí!, la belleza no sólo es importante para los seres humanos, la estética es algo que compartimos con los animales, algo mucho más primitivo de lo que, en especial a los artistas, le guste pensar. El concepto de belleza es un valor desde la era biológica, la belleza es la ausencia de signos de enfermedad, la belleza es una forma de selección natural. Ninguna vaca aceptaría ser montada por un toro enfermo, así como la pava real sólo acepta el pavo de más resplandecientes plumas. Otro valor convencional es el academicismo, un titulo universitario es considerado un valor por cualquiera; pero hay muchísimos otros valores, valores morales (ser honesto, cortés, discreto, entre otros), valores espirituales (pertenecer a un credo o religión, ser fiel, altruista, entre muchos), valores sociales (reconocimiento, amistades, notoriedad), valores familiares (ser buen hijo, distinción, cultura, folklore).
En la Escuela de Psiconomía clasificamos los valores propios a través de cuatro verbos: saber, hacer, tener y ser. Valemos por lo que sabemos, hacemos, tenemos y somos. En fin, hay miles de valores, y la mayor parte de la gente los cultiva. Entonces ¿por qué hay tanta gente triste?
Discúlpenme por asegurar lo obvio, la razón por la que hay tanta gente triste a pesar de cultivar lo anteriormente expuesto es porque NINGUNO DE ESOS SUPUESTOS VALORES VALE NADA EN SÍ MISMO. El grave error de la gente es haber confundido el fin con los medios. En realidad, el dinero, el academicismo, la estética, lo moral, etc., no son «valores», sino meramente «medios» para alcanzar el único y exclusivo valor que hay: «la satisfacción».
Yo puedo valorar mi teléfono siempre y cuando el aparato me produzca satisfacción al permitirme hablar con mis amigos; pero si cada vez que agarro el teléfono y marco un número me da equivocado o me da un corrientazo, el teléfono ya no valdría para mí por no producirme satisfacción y lo tiraría a la basura.
Ahora tratemos de ejemplificar las consecuencias de que se confundan los medios con los valores.
El ser italiano de sangre, con un árbol genealógico de pura sangre italiana por generaciones y generaciones, me da derecho al primer ejemplo que utilizaré para marcar la confusión entre los medios y los valores, y el consecuente resultante de infelicidad. En Venezuela hay muchos italianos inmigrantes que lograron hacer grandes fortunas, pero viven una vida miserable, en varias oportunidades representantes de esta élite, todas personas entre los 60 y 70 años, me han preguntado algo así: «Mario, como es posible que yo, que he trabajado toda la vida para progresar y tengo una empresa y algún dinerillo guardado, sea menos feliz que el obrero que gana sueldo mínimo y juega dominó bajo una mata de mango» y yo le respondo «bueno, es simple: porque tú eres un imbécil». A lo que replican indignados «¿cómo me llamas imbécil?», y yo explico, «Simple, porque resulta que todos los millones que tú tienes los guardas recelosamente en un banco, o los sigues invirtiendo para generarte más trabajo, luego, no duermes bien por miedo a perderlos, luego, eres  esclavo de tu dinero. En realidad no puedes usar el dinero para vivir bien ya que todo el día estas trabajando, y ahora a tus 60 años trabajas mas horas que antes, eres pertenencia de tus pertenencias y como verás, el dinero no te sirve para producirte satisfacción y por ello vives una vida miserable. La razón por la que te llamo imbécil es porque desconoces el «para qué» trabajaste tanto, confundiste el medio con el valor».
Veamos ahora un ejemplo con el valor estético. Durante varios años trabajé como terapeuta para un reconocido concurso de belleza, atendí muchas misses antes, durante y después del certamen de belleza, mujeres de sorprendente hermosura; pero ¿por qué acudían a mi consulta? Por anorexia, bulimia, depresión. Para ellas ser 90 60 90, más que producirle satisfacción, era una tortura, una terrible obsesión que las atormentaba con la fobia de engordar.
Ahora pasemos a otro ejemplo donde trataré de representar la verdadera crueldad de la acumulación de medios sin usarlos para alcanzar el valor. Supongamos que yo tengo cuatro títulos universitarios, y supongamos que trabajo como taxista. Esos títulos me van a pesar en el alma, me harán sentir fracasado por haberme dedicado al academicismo y estar trabajando como taxista. Mejor sería no tener esos 4 títulos y podría ser un "taxista feliz" y no "un profesional fracasado". Éste es el error por el que hay tanta gente triste, por caer en la trampa de creer que acumulando medios, y no usándolos, se logra la felicidad.

Conclusiones:
1) Todos los valores en realidad son medios para alcanzar satisfacción, y el valor en potencia se transforma en tal cuando produce satisfacción. No se trata de ir al teatro a escuchar Mozart, se trata de disfrutarlo. No se trata de comer un asado, se trata de saborearlo, de compartirlo con alegría. No se trata de tener dinero sino de usarlo e invertirlo en bienestar.

2) El error más grande del siglo pasado en la búsqueda de la felicidad ha sido el creer que acumulando medios se alcanza la buena vida y el truco no es acumular sino usar.

3) La tendencia a volvernos pertenencia de nuestras pertenencias, nos aconseja tener "lo necesario que es suficiente" para ser feliz. Entendiendo la felicidad como la capacidad de disfrutar todo lo del día.

4) El "ciudadano del mundo" debe esmerarse en conocer y practicar la "justa medida".

La comida da "Alegria"