LA MAGIA ES ASOMBRO
Para nadie es un secreto que con los años disminuye la
capacidad de asombro y esto no debe asombrarnos. Es un estatuto de la vida.
Con los años, por más que resistamos dejamos de sorprendernos para crear cosas que asombren a otros.
Cuando en mi adolescencia Hermann Hesse me asombró con su «Lobo
estepario», intuí que llegaría el momento en que debería hacer cosas que asombren a otros, y para
escribir algo asombroso hay que escribir desde más allá de la sorpresa. Por eso
dejamos de asombrarnos cuando nos toca asombrar a otros. ¡Retroalimentación
mágica de la vida!
La magia está presente en las más elevadas fabricaciones mentales. La magia tiene poesía y orquesta la fantasía, sin magia la imaginación es vulgar desvarío. La magia es un tesoro porque transforma el plomo en oro. La magia le da valor al pasado y autoriza la esperanza del deseo, de los anhelos, haciendo brillar el futuro. Si la magia fuera un país, su capital (por derecho) sería Praga. Praga es un hechizo de ciudad.
Y como capital hechicera, es justo que Kafka la regente. Es
justamente el tono impávido o la falta absoluta de sorpresa ante eventos
sobrenaturales como despertarse por la mañana transformado en gorgojo,
escarabajo o cucaracha (cada quien escoja la especie de su gusto), es
justamente esa falta de asombro ante los eventos mágicos lo que tiñe la tinta
de la pluma de Kafka o, tal vez, sea lo mismo decir
que lo eleva a la jerarquía de Gran Mago. El hechizo kafkiano nos sorprende porque es parte de la vida cotidiana. Una magia que es entendida por el escritor como parte de la mística humana (y que deja entrever que sin mística no hay humanidad).
que lo eleva a la jerarquía de Gran Mago. El hechizo kafkiano nos sorprende porque es parte de la vida cotidiana. Una magia que es entendida por el escritor como parte de la mística humana (y que deja entrever que sin mística no hay humanidad).
Imposible negar las hermandades entre magia y fe. Ambos son
procesos o métodos para otorgar significado o valor a un fenómeno con la
finalidad de sorprender a quien esté dispuesto a no preguntar cómo sucedió. Y
que, en todo caso, ante la pregunta del «cómo sucedió», la respuesta sea tan prodigiosa
que sobrepase la naturaleza, respuesta de altura mágica, altura de Olimpo.
Como vértice del triángulo mágico (con Torino y Lyon en los
otros ángulos), Praga es parte de un recorrido obligatorio para quien ostente misterios
en su estirpe (alquimistas, astrólogos, escritores, músicos, matemáticos y
religiosos de Oriente y Occidente) y quien más, quien menos, todos tenemos un
loco en la familia.
Ciudad preferida por Mozart (en sus huídas de la frigidez vienesa)
para expandir su bohemia en Bohemia. Razón debe haber para que se tilde de «bohemio»
al que es poeta por el placer de la introspección creativa. Mozart decía que en
Praga «lo entendían», Mozart era un genio creativo y no hay creación sin magia.
Mozart no se preguntaba por qué aparecían las musas en su cabeza, sólo las
atendía y se abandonaba al goce o terror que le inducían ¡madre susto se
llevaría al descubrir a sus espaldas la pavorosa silueta negra de su Don
Giovanni!
Y Praga tenía que ser cuna del Gólem parido por el rabino
Loew. Sabemos que el Gólem es una estatua de barro que cobra vida al introducirle
en la boca el nombre de dios escrito en un papel y que, de arrancarle la
primera letra a dios, el Gólem muere porque (como es de común conocimiento) si dios
pierde el nombre lo que queda es: muerte. Esto es magia. Magia judía. Por otro
lado, la magia cristiana (arcilla menos o cruces más) es lo mismo. La magia se
me antoja como la más hermosa de las herramientas del taller en que se arman
las mentiras que nos ilusionan la vida.
Pero Praga también dio origen a Milán Kundera, y Milán
Kundera ha sido uno de esos pocos hechiceros que están dispuestos a develar el
secreto tras los trucos, esos magos que enseñan magia para que otros aprendan y
que, tal vez, algún día sean mejores magos que él. Tal vez develar el truco sea
antiético entre magos, pero quien se atreve a hacerlo de alguna manera tiene un
mérito especial y Milán Kundera es un admirable mago desenmascarado, premio
Nobel aún no concedido y Gran Maestro Mago de Praga.
EL ENCANTAMIENTO: EL
SHOW DEBE CONTINUAR…
Tal vez por mi predisposición fui presa del encantamiento praguense apenas bajé del tren. En una especie de trance de hipersensibilidad aprecié la pasión de los templarios en la primera torre que vi, me fascinó la ilusión de los alquimistas simbolizada en los colores de los edificios, volví a sentir el miedo infantil de los cuentos de terror ante las gárgolas expectantes, intuí la presencia del Gran Arquitecto Masón transitando las calles empedradas. Praga nos recibió con una nevada de novela. Y no fue difícil dejarme llevar por el caleidoscopio sensitivo hasta niveles psicodélicos..., vi rituales mágicos en el caer de la fina nieve empeñada en arremolinarse como si los copos jugaran al «girotondo» en el aire. Un hechizo tras otro hasta llegar a la magia azul de la iluminación de las cubiertas de la Iglesia en la plaza vieja. De pronto tuve la certeza que Praga me estaba esperando para dedicarme un íntimo espectáculo esotérico y pensando esto, tropecé con Robert Plant, el cantante de Led Zeppelin (grandes hechiceros de la melodía). Aquello fue equivalente a que brincara frente a mí un duende o pasara volando un hada, y cuando el cantante de «Escaleras al cielo» cruzó en una esquina, sonreí seguro de que Praga se toma a pecho el trabajo de preparar una bienvenida especial para cada uno de sus visitantes. Comprendí que el éxtasis mágico es un estado de admiración masiva, admirar a la magia es admirar a los magos, imposible desligar una obra de su autor y su intérprete. En ese momento, mi esposa, tenaz aprendiz de maga, me preguntó:
—¿No vas a saludar a Robert Plant?
A lo que yo respondí desde un lugar tan profundo que mereciera llamarse alma.
A lo que yo respondí desde un lugar tan profundo que mereciera llamarse alma.
—No necesito hablar con él. Robert Plant es un Himalaya.
Cuando estás frente al Himalaya no pretendes hablar con la montaña. Su grandeza
no es cosa que se necesite dialogar. Su grandeza es estar allí. La magia está
en el hecho de cruzarme con él en Praga, un mago en la ciudad mágica. Cuando sacas un conejo del sombrero no
es necesario cocinarlo en escabeche para finalizar el truco. El conejo ya no
importa. Lo que importa es que haya salido del sombrero. Lo que importa es que
estuviera allí.
—Entonces, cuando acabe el show moriremos—. Dijo mi esposa demostrando
ser buena aprendiz de maga.
—El show. De eso se trata. El show debe continuar. Pasemos a
la próxima escena…
DE HECHIZOS, ENCANTOS
Y EMBRUJOS VIVE EL HOMBRE
No me cabe duda que mi intuición se hizo realidad porque yo lo
quise así. Para ver magia hay que desear
verla. Y así, ante la tumba de Franz Kafka, me pareció ver un ratón descomunal
que merodeaba sigiloso entre las lápidas, y aquello habría sido irrelevante si
no hubiera sucedido justo mientras relataba a mi esposa el cuento kafkiano del «Maestro
de pueblo» que llevaba un estudio sobre un tan gigantesco como escurridizo roedor.
Y, como dije, los sortilegios se
sucedieron uno tras otro. Nadie va a creerme que cuando levanté una pequeña
piedra para ponerla, a modo de ofrenda, sobre la tumba de Kafka, salió de abajo
un insecto imposible en invierno. De inmediato reconocí en el bicho el
semblante coleóptero de Gregorio Samsa. Y así sobrevinieron eventos más o menos
creíbles pero todos vívidos. Una estatua me guiñó un ojo. Durante toda nuestra estadía
sólo llovió un día y casualmente fue el día que había reservado para visitar «El
Castillo» que inspirara la homónima novela de Kafka, y tuve a bien darme cuenta
que el Plan Universal Mágico había confabulado para que lloviera justo cuando
yo estuviese a reparo en las edificaciones del Castillo, pero sobre todo, que
lloviera para que pudiera ver resucitar las gárgolas con el desagüe.
Y, como dije, los sortilegios se
Ante la tumba de Kafka |
Más tarde, analizando retrospectivamente mi estadía en
Praga, advertí que los pases mágicos habían comenzado desde la llegada a la
ciudad. Cuando emprendimos el camino desde Viena se pronosticaba 19° bajo cero
en Praga. Aquello nos atemorizó. Aunque nos ilusionaba ver la ciudad nevada temíamos
que el invierno checo nos contrariara; pero al llegar empezó una tormenta de nieve
que subió la temperatura a niveles agradables y, contra todo pronóstico, el día
después salió el sol. Los caprichos meteorológicos son lo que son, pero yo
quise verlos como intencionales señales (mágicas) de bienvenida. Y en este tipo
de asuntos basta con creerlo para verlo (y sentirlo). Otro «beneficio » (contraparte de «maleficio») me sorprendería al entrar al
apartamento que habíamos arrendado previamente desde Austria. Además de
sobrepasar en mucho nuestras expectativas, sobre la cabecera de la cama colgaba
una inmensa litografía de Klimt, justamente de un cuadro cuyo original había
podido admirar tres días antes en Viena en la exposición conmemorativa de los
150 años de Klimt, y no se trataba de cualquier cuadro, sino “el cuadro” que
más me atrapó. Pues esa pintura estaba allí, sobre la cabecera de la cama como
puesto para mí, y eso, señores, llámenlo como quieran, pero para mí fue magia.
Otros sortilegios menores, de otros tipos de magia, los hubo a montones, como
las ramas secas de los árboles sacudidas por la brisa sobre el fondo blanco
nevado y que no me costó el menor esfuerzo imaginar que se agitaban por voluntad propia como los árboles del
«Señor de los anillos», o los de Harry Potter, o los árboles de todos los
cuentos de hadas que, aunque diferentes en apariencia, están hechos de la misma
madera encantada. He aquí la ciencia de la magia: desconocer la causa para sólo
disfrutar los efectos. En el caso de las ramas, desconocer al viento. Parece
muy sencillo, pero no es tan fácil. En la magia se trata de atribuir elementos
personalísimos a los fenómenos que, como todo, siguen sus leyes (más o menos
evidentes, y mientras menos visibles y más inexplicables la magia aprovecha
para autodenominarse «ciencia oculta»).
Los girasoles que se mueven por «fototropismo
positivo» no asombran a nadie. Ahora, una flor que pareciéndose a un sol se
enamora del Sol y gira de Este a Oeste para seguir admirándolo durante todo el
día, es mágica. En cada caso es siempre un girasol, pero si está enamorado es
sobrenatural, valioso, romántico, milagroso. Por eso la magia es a la vez el
medio y el fin de la poesía.
LA MAGIA EN
PSICOPATOLOGÍA
Si está leyendo esto uno de esos lectores de tan rápido prejuicio y lento discernimiento como para pensar que el autor está enloqueciendo, me anticipo a su condena psicopatológica aclarando que con lo dicho no tengo la menor intención de proclamarme psicótico y lo descrito nada tiene que ver con alucinaciones y delirios.
Si bien no está del todo equivocado aquél a quien se le
ocurra que hay magia detrás de las alucinaciones psicóticas y si bien la magia,
la imaginación, la fantasía y la creatividad también están presentes en lo
patológico, la diferencia entre lo mágico como bello y la magia utilizada por
las alucinaciones y los delirios, es que en el segundo caso el sujeto obtiene
una «personal grandeza megalómana»; y aunque sea cierto que también el pintor obtiene un
reconocimiento de grandeza con la magia de su obra, el pintor sabe que no es
grande, el escritor sabe que no es grande, y cuando digo «grande» me refiero a
«inmortal». Mientras que el psicótico «realmente» se cree grande e inmortal. En el psicótico la magia llega para quedarse con
él. El psicótico se cree la historia por el beneficio personal que conlleva
(que siempre es una megalomanía que lo salva de la desesperación). Mientras que
en el espectador, la magia está en movimiento, cambiando de hechizo a
sortilegio y de asombro en asombro, con el goce como único propósito. Otra
diferencia radical es que la magia psicótica implica un delirio, o sea, una
explicación. Y de lo dicho se decanta una simpática deducción, que la magia será más sana mientras menos
explicaciones pretenda. Si vemos belleza en la flor que gira de cara al
sol, vamos bien; pero en el momento en que tratamos de explicar el fenómeno,
entramos a otras dimensiones. Si la explicación deriva de investigaciones
minuciosas, estaremos en el campo de la ciencia. Si la explicación también es
mágica, comenzamos a correr el riesgo de entrar a un sendero que se bifurca;
decir que es un milagro de Dios todavía es una explicación mágica que nos
mantiene en la cordura, pero «creer» que el girasol se mueve porque está
tratando de decirnos que fuimos elegidos como mensajeros de Dios, no está nada
bien; y si estamos «seguros» de que el girasol es Dios que nos habla, ya es
momento de elegir el color de la camisa de fuerza. En fin, una alucinación es
un «valor» inventado por una autoestima desesperada y el delirio trata de justificar
ese «valor desesperado». Así que, ¡cuidado!, porque la magia usada alocadamente
sólo trae locura.
El abuso del uso de la magia genera locura. Es como si el
mago que realiza un truco se olvidara que es truco y se lo creyera. En ese
momento el mago es suplantado por el loco.
¡DE PELÍCULA!
Al entrar al cementerio judío en busca de Kafka, el escenario parecía preparado, el silencio solemne, la nieve impecable, la soledad absoluta (el cementerio estaba desierto, no había un alma, o mejor dicho, no había un alma viva), ante el lúgubre espectáculo de tumbas y lápidas cubiertas de nieve, mi esposa exclamó: « ¡De película!». Y yo, asentí: «Sí, de eso se trata».
Asociamos lo que nos sorprende con las películas, los
cuadros, las novelas porque el arte es un tributo mágico a la magia. Sabemos
que un cuadro de Klimt está hecho con óleos de colores, lienzos y pinceles,
reconocemos la técnica o el método o el material que se utilizó, pero la
creación en sí tiene un origen desconocido, desconocemos los pases del encantamiento
y evitamos averiguarlos porque de eso se trata la magia: la sorpresa por lo
increíble y lo increíble de la sorpresa. Por ello, cuando los críticos (que se
inventaron la antipoética profesión
de comentar lo que por naturaleza nació sin comentario) comienzan a ver en un
cuadro de Klimt interacciones con los mitos griegos o egipcios, con culturas de
otros tiempos y lugares, con cosas que no se ven en el cuadro que probablemente
el autor hizo sólo para galantear el amor que sentía hacia la mujer de su deseo,
cuando los críticos hacen eso, rompen el encanto. Es por ello que las
explicaciones de los críticos caen mal, a mí particularmente me indigestan, por
ser excesivamente grasoso tratar de explicar lo que no amerita explicación alguna.
En los cuadros de Klimt, Picasso o Dalí todo está dicho y no necesitan
comentario. El arte no pretende ser una carrera de obstáculos, su senda es
clara: nos invita a sentir la magia del momento creador y a dejarnos atrapar
por aquel hechizo de colores para hacernos partícipes de un lugar y tiempo
desconocido…, el momento en que el autor conquistó su obra…. «¡De película!»
¿LO GROTESCO PUEDE
SER MÁGICO?
Estábamos cruzando el puente Carlos cuando vi un tipo de mendicidad que no había visto antes: una persona arrodillada y doblada hasta pegar la frente al piso con los brazos hacia adelante y entre las manos un vaso para limosna…, antes de seguir quisiera aclarar que no tengo ánimos de ofender a nadie con lo que voy a contar, espero no herir susceptibilidades, y si algún mendigo me está leyendo espero que sepa que soy un consuetudinario contribuyente, a pesar de haber escrito un artículo en el que confieso mi incomprensión del sentido de la mendicidad (ver artículo).
Lo cierto es que no estaría escribiendo esto si no fuera porque unos metros más adelante me encuentro con otro mendigo idéntico. Y mi sorpresa por la repetición me llevó a preguntarle a mi esposa: «¿No es el mismo tipo de allá atrás?» Y ella, regresando de otros pensamientos me respondió insegura: «Uhmm…tal vez». Yo miro para atrás y no veo al anterior mendigo. Luego miro al que tengo enfrente y me digo: «¡Si, es el mismo! ¡Es un mago de la ubicuidad!». Pero, en el momento en que comienzo a buscar monedas en mi bolsillo, de pronto el «hombrecito arrodillado, inclinado, con la frente pegada al piso y los brazos hacia delante sosteniendo un vaso de limosna», se levanta, saca del bolsillo interno de la chaqueta un celular que chilla impertinente y responde una llamada.
Durante estos movimientos del mendigo tuve un pequeño diálogo con mi esposa. Ella me preguntó: «¿Qué hace?». A lo que yo respondí: «Se levanta». Y ella: «¿Se levanta?» Y yo: «Y… sí, se levanta. No va a estar así todo el día, se va a congelar. Tiene derecho a levantarse ¿no? Además, le llaman por celular».
Mientras el sujeto habla por el celular, yo le digo a mi
esposa: «¿Viste? El celular parece un Samsung de esos nuevos». Y ella: «No creo
que sea el mismo». Y yo: «Si es el mismo ¡por Dios! Y su celular es un Samsung».
En ese momento el mendigo termina la conversación telefónica. Guarda el aparato
en su bolsillo, cierra el zip, vuelve a su lugar, acomoda la toalla donde apoya
las rodillas, se agacha, se arrodilla, se inclina, apoya la frente en el piso y
estira los brazos hacia delante con el vaso de limosnas entre las manos.
No estoy acostumbrado a este tipo de mendigos y tal vez
peque de intrépido ignorante al llamar a este asunto “grotesco”, pero no
encuentro otro adjetivo calificativo para un mendigo que pide limosna para
pagar el saldo del celular. Es posible que esta forma de mendicidad provenga de
las humillaciones heredadas del flagelo comunista que vivió Praga, y en ese
sentido, lo ocurrido pudiera ser un símbolo humorístico de revancha: la
mendicidad de clase media. La magia da para todo y es universal. Pero hay
espectáculos para los que no pagaría entrada.
Mendigo (Samsung) en Puente Carlos |
LA MAGIA FINAL
La magia siempre estará allí, es cuestión de verla o, mejor dicho, de querer verla. La magia la “ponemos” nosotros cuando logramos poner huevos de oro. Nos sabemos artífices de todos los hechizos, magos de toda la magia, lo demás son sólo sombreros de copa y conejos, barajas y escenarios, espejos que deforman o ilusionan, varitas de madera, lo demás es sólo escenario, puro relleno. Somos nosotros los que hacemos el artilugio, los que le damos un significado al color, al animal que nos mira, a la casualidad, a la mancha de tinta sobre el papel, al amor por aquella vista (o amor a primera vista), a la persona que se cruza en nuestro camino y a la que nos evita, a la mariposa que se posa en nosotros y al cometa que cruza el cielo, somos nosotros los que le damos algún significado al mundo y le damos valor a lo que nos conviene (por formar parte de nuestra experiencia), la magia es una mentira como cualquiera y, a su favor, sólo podemos argumentar que vale la pena por su frágil belleza.
HECHIZOS Y CONJUROS COTIDIANOS
©Mario
Fattorello2013
—Dos ojos tenemos, uno para ver las cosas buenas de la vida
y otro para ver las malas. De magia está hecha la pupila del ojo que ve las
cosas buenas. Del ojo que ve lo malo sólo se sabe que el otro ojo le aprecia
como maestro…. Guiñando ojos andamos.
—¿Qué será la magia para el conejo que sale del sombrero del
mago? ¡Qué pregunta!, dirán algunos. Pero el conejo sabe que la magia está
hecha de preguntas que no necesitan respuestas.
—Todos quieren cambiar su mundo, unos por convencimiento,
otros por aburrimiento. Los más prácticos hacen maletas y cambian de mundo. Esto
demuestra que la diferencia la marca el ¡saber hacer maletas!
—Vivir es ir, ir, ir ¿Hacia dónde? ¡No sabemos! Pero no hay
otra salida. Y más nos vale estar al tanto porque si no terminaremos yendo obligados a pesar de quererlo.
otra salida. Y más nos vale estar al tanto porque si no terminaremos yendo obligados a pesar de quererlo.
—De muchas cosas puedo arrepentirme, pero de ninguna tanto
como la de no haberme dado cuenta de estar ante un momento de magia y, como si
fuera una realidad forzosa, menospreciarlo.
—Un pase mágico dura un instante, pero en él ¡se nos va la
vida!
—Sin magia, hasta Dios parecería un mequetrefe saltimbanqui.
—Plegaria del hombre sensato: «¡Oh Dios! Danos la magia de
cada día, que del pan... ya nos ocuparemos nosotros».
—La noche y el día, un abrir y cerrar de ojos, un Abracadabra
tras otro, la vida sin magia es ciega.
—¡Hágase la magia!— Dijo Dios. Y Dios se hizo a sí mismo.
—No hay amor que no inicie con un ¡Abracadabra!
—La hechicera precursora de toda la magia es la curiosidad. La
magia se esconde por todas partes, y sólo existe para que la encontremos.
—La magia pretende enseñarnos a ser magos, la magia da magia
y pide magia a cambio. Quien no descifre estos significados, conocerá la
ceguera del soberbio.
—Cuenta una vieja leyenda que hubo una vez en que la magia
desapareció del mundo por un instante. Y la misma leyenda asegura que, en ese
aciago instante, de la nada, nació la tristeza.
—La magia es el perfil visible del secreto de la vida.
—La magia no es capricho ni loquera. La magia es cosa seria
y tiene reglas. La magia sin ton ni son es alucinación.
y tiene reglas. La magia sin ton ni son es alucinación.
—Como el ciego necesita el bastón para andar, el que anda
con sus dos ojos intactos necesita que la magia le ilumine el camino para
hallar la dirección del destino.
—La magia es el «colpo di scena» del espectáculo del mundo.
Es decisión propia ser actor o espectador. La diferencia está en que el
espectador paga entrada.
—La magia hace mil cosas, pero, sobre todo... ¡alegra la
vida!
—Un pase mágico es la distancia entre un trago amargo y una
copa de vino.
—La magia y el azar tuvieron un romance del que nació un
hijo que llamaron: «Yo».
—Soñar: magia cotidiana. El que tengamos que soñar cada
noche demuestra que hasta los más rudos existencialistas necesitan (cada 24
horas) algo de magia para sobrevivir.
—La magia es una sonrisa disfrazada.
—La magia es zigzagueante. La magia nos alerta de que no se
anda menos perdido por caminar en línea recta.
—Hasta Jesucristo necesitó de la magia, pero en su caso le
llamaron: milagros.