sábado, 28 de diciembre de 2013

Consulta Portátil de Psicología en Venezuela (6) Sobre el resentimiento social

Charles Manson

EL OBSCURO OBJETO DEL RESENTIMIENTO

Durante mi adolescencia más de una vez rondé la isla del «resentimiento social». Tal vez haya sido por el temor adolescente de verme nadando en medio de ninguna parte: alejado de la cómoda costa infantil y sin conocer el rumbo hacia la orilla imaginaria de la adultez. Sí, tal vez haya sido por miedo que llegué a sentir esas ganas de dejarlo todo, declararme en desacuerdo con la sociedad y darle la espalda al sistema.
O, puede haber sido por la tentación de resignarme a la pusilanimidad para apaciguar la necesidad de ser original y auténtico. La renegación de los otros y la inculpación del sistema habría sido un escondite perfecto para ocultar detrás del disfraz de víctima mi propia insignificancia.
Aunque también creo recordar haber sido tentado por el resentimiento social en los momentos de cansancio cuando necesitaba una excusa para dejar de crecer y abandonarme a la pereza.
Lo cierto es que sigue sin estar claro el motivo por el que llegué a sentirme un pez fuera del sistema; pero estoy seguro de haber sido un candidato con mucho chance a ganar el título de resentido. Y con la misma seguridad puedo aseverar que en aquel tiempo asociaba el  «resentimiento social» a causas trascendentales, una actitud digna ante injusticias como la de ser víctima del racismo o cualquier otro atropello del hombre sobre el hombre: la intolerancia, el autoritarismo, la segregación y todas aquellas injusticias que (adolescencia mediante) pudiera desvirtuar de su cruda y penosa condición para cargarlas con «pueril romanticismo existencial».
Sin embargo, ya sea por suerte o por destino, pronto desapareció de mí la tendencia a victimarme y en su lugar asomaron otros intereses en que pensar: los sueños futuristas, la carrera que iba a estudiar, el llegar a ser mayor de edad como meta (¡increíble! ¡Ser adulto fue alguna vez una meta!) y, sobre todo, la distracción más poderosa de todas, lograr seducir la rubia inaccesible del quinto año sección “B”, y la morena que visita todas las tardes a su abuela en la casa de al lado, y la hija de la madrina de mi primo, y…, en fin, seducir a todas las chicas posibles.

RESENTIMIENTO A LO CARIBE

Hoy en día he tenido que repensar el concepto de resentimiento social debido a que el estado, que es el gobierno, que a su vez es el partido, utiliza como asunto de estado, estrategia de gobierno y propaganda política el resentimiento del “pueblo” (es por demás sorprendente cómo se cuidan de no confundir el sustantivo, si usaran el término “nación” debieran incluir a todos, pero la idea es referirse sólo a los miembros del buró del resentimiento para tener un resto a quien culpar). Y de tanto «dalequetedale» por radio, televisión y prensa, la gente un día se despierta resentida, no sabe de qué ni porqué, simplemente se levanta con el pie izquierdo y ¡Voilá! ¡Tenemos otro resentido social!
Ante esta “institucionalización” del pez fuera del agua, me puse a observar, como quien no quiere la cosa, este  “resentimiento social” que pareciera justificar todo lo que sus sufrientes hagan o digan, como si tuvieran derecho a cobrarle al mundo una indemnización por daños ocasionados. Yo intuía que en el fondo algo no cuadraba y fueron más que interesantes los resultados de la observación o, mejor dicho, más que interesantes fueron decepcionantes.
En general, la duda que me asaltaba era: «este resentimiento social, por lo menos en estas latitudes, no parece ir de la mano con la justicia social. Tampoco parece ser una reacción ante el atropello, y no está nada clara su justificación, porque lo justificable debe tener un porqué y las preguntas parecieran pertenecer a otras dimensiones menos simplistas». En otras palabras, el resentimiento social se me aparecía como demasiado simplón. Al simplón no le interesa la dialéctica. Para el simplón es estúpido usar pañuelo para soplarse la nariz si puede taparse un cornete y excretar con fuerza sus miserias nasales al piso. Los resentidos sociales que observaba pertenecían a una dimensión más básica y práctica. Pareciera que en estas latitudes el resentimiento social es causado por desgracias simples como tener acné a los quince años y no poder convencer a la chica deseada de que el acné es cosa de adolescencia y no de higiene y alimentación. Así comprobé cómo los resentidos sociales por acné (expongo la versión dermatológica aunque también los hay de tipo auditivo –por gustos musicales–, de tipo protuberante –por culo plancho o poco pecho–, de peluquería –pelo malo versus cabello liso–, entre muchos otros), y como les decía, me puse a observar cómo los resentidos por acné planificaban su revolución a la sombra de un tenderete de fritangas, desayunando arepas fritas con chicharrón, mayonesa y, además, mucha mantequilla. Pero, hasta allí la cosa no me defraudaba del todo, yo pensaba «pobrecitos, no tienen al alcance la información relativa a la relación entre la mayonesa y el acné, y a final de cuentas es una forma de intolerancia social el que una chica no esté dispuesta a besar una boca cercana a tres docenas de furúnculos (*1)». En este punto aún sentía ánimos de defender a los resentidos. Pero, la cosa empeoró al comprobar que aun sabiendo que sin mayonesa, frituras y mantequilla podrían disminuir el acné, las reuniones de los purulentos seguían dándose bajo el toldo de fritangas que además ahora ofrecía una nueva receta de mayonesa ¡con tocineta!
Dispuesto a seguir mi investigación, me aposté cerca de las pailas fritadoras y los observé mientras tragaban las sebáceas viandas como si fueran antibióticos revolucionarios liberadores de los cráteres de pus que alegremente pululaban en sus mejillas, y afiné el oído para intentar escuchar el plan de los resentidos para librarse de su frustración. Las charlas eran enredadas y confusas, en general giraban alrededor de que ellos eran pobres diablos (ellos sabían lo que yo desconocía: que los diablos sufrían de acné), y que había que fregar a los de la “otrabanda” (que era como llamaban a los que no tenían forúnculos y solían reunirse en el comando “otrobandista” ubicado en la venta de jugos naturales de la otra esquina).

Después de muchas oídas y oteadas al descuido, entre el vapor grasiento de pastelitos y empanadas, entendí que las resentidas víctimas de forunculosis no pretendían curarse de los barros y espinillas, lo único que planeaban, o mejor dicho, LO QUE MÁS DESEABAN EN EL MUNDO era que TODOS sufrieran de acné. Así tuve claro que el resentimiento social nada tiene que ver con ideales de justicia social y que si poseyera ideal alguno sería el del tonto que se consuela con el mal de tantos.

(*1) Forúnculo o furúnculo (latín furuncŭlus, ladronzuelo)