Una nueva bandera Argentina |
Me ha tocado estar en Argentina en momentos más y menos trascendentes para el país: cuando acabó la dictadura militar y Alfonsín reinicia la democracia, cuando ganó el mundial de futbol, y ahora cuando se promulga la legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo.
Es una condición inexorable del «ciudadano del mundo» autoinventar su código moral, su superyo, su ética. Se suele posponer la posición a tomar ante ciertos temas por pensar que no nos atañen, y así, quien es infértil puede desentenderse de la ley sobre el aborto, o quien goza de buena salud y vive una vida afortunada cree que no le incumbe el tema de la eutanasia, pero sentirse ciudadano del mundo, intentar serlo, implica tomar posición sobre lo que sería bueno para uno y para cada cual, así que todo conflicto humano de mayorías o minorías le incumbe.
Es una condición inexorable del «ciudadano del mundo» autoinventar su código moral, su superyo, su ética. Se suele posponer la posición a tomar ante ciertos temas por pensar que no nos atañen, y así, quien es infértil puede desentenderse de la ley sobre el aborto, o quien goza de buena salud y vive una vida afortunada cree que no le incumbe el tema de la eutanasia, pero sentirse ciudadano del mundo, intentar serlo, implica tomar posición sobre lo que sería bueno para uno y para cada cual, así que todo conflicto humano de mayorías o minorías le incumbe.
Estoy en Buenos Aires en el momento en que se anuncia la ley sobre matrimonios entre parejas del mismo sexo y recojo las opiniones de los porteños.
Pero antes de hablar sobre la reacción de los argentinos, quisiera plantear que el asunto para nosotros parte de un principio básico: la homosexualidad no era ni es ilegal, por ende no puede ser motivo de de limitación de derechos y deberes. La jurisprudencia es clara en su principio más general: el que infringe la ley será punido con multas y/o limitaciones de libertad, pero el hombre justo gozará de todos los derechos, y en cuanto a los deberes, si es justo se da por hecho que los cumple.
Concretamente nuestra posición es que la homosexualidad no excluye a quien la practica de ninguna obligación ni beneficio legal.
La aclaración anterior trata de establecer un orden antes de entrar al caos, porque la ley que avala el matrimonio entre personas del mismo sexo ha causado un revuelo entre los porteños debido a que el ámbito legal (jurisprudencia), es invadido por el ético (moral personal) y el político (estado y religión), un menjunje de opiniones que nos llevan a una primera cuestión sobre los límites del caso: ¿Quiénes tienen vela en este entierro?
Quienes toman la religión como un dogma rígido y por lo tanto frágil, levantan la voz contra la «aberración», porque en sus libros sagrados no se habla de homosexualidad y todo lo que en ellos no se mencione no debe ser, olvidando que esos libros tampoco mencionan que la Tierra es redonda.
Para quienes pensar es comprometerse y comprometerse implica responsabilidad y la responsabilidad les da fastidio, como es habitual toman el tema a broma inventando nuevos chistes.
El gobierno y sus partidarios repiten a coro la frase que la presidenta sentenció el día que se firmó la ley: «Esta ley hizo a la sociedad un poco más igualitaria». Los políticos son especialistas en crear frases cliché para usar cuando no saben qué decir.
Los militantes de la oposición lógicamente despotrican en contra de «la abominable ley» acusando al gobierno de tratar desesperadamente de ganar votos entre las «minorías».
Los fóbicos, temerosos ante todo cambio, pronostican el fin del mundo.
Desde la plaza del Congreso, pienso en el pensador... |
En fin, todos tienen algo que decir porque no saben qué decir (y la verdad es que no hay nada que decir), pero lo cierto es que los homosexuales argentinos celebran y están felices.
Aristóteles nos advertía que a veces nos proponemos cosas contradictorias como ser justos y llevarnos bien con todo el mundo, y que para evitar tal conflicto necesitaríamos que todas nuestras acciones estuvieran dirigidas hacia un fin último, supremo y absoluto. Pero, ¿cuál ha de ser el fin o bien supremo? Todo el mundo está de acuerdo: la felicidad (se pregunta y responde Aristóteles). Y para ser felices es necesario estar entre gente feliz, el «ciudadano del mundo» está conciente del valor que tiene el entorno para su propio estado de ánimo y no puede sino estar de acuerdo con todo aquello que promueva el bienestar a la más pequeña minoría, porque está claro que las virtudes son prácticas cotidianas, nadie obtiene título de virtuoso, se es virtuoso o no en cada acto, la virtud ética más importante es la justicia, porque en ella el individuo busca no sólo el bien propio, sino también el de los demás. Y por ello toda ley que impida cualquier tipo de segregación será apoyada por el «ciudadano del mundo».