domingo, 2 de mayo de 2010
Consulta Portátil en Barcelona (2) Gaudí y Jack el destripador
Gaudí y la herencia de Jack el destripador.
A veces me despierto (por la mañana o después de una siesta) como liberado del raciocinio, y en las pocas oportunidades que esto sucede me permito cosas que más de unos cuantos llamarían libertad, y evidentemente este permiso moral siempre tiene como finalidad el placer.
En esa situación me encontraba cuando me deleité imaginando que Gaudí en 1888 se replanteaba el proyecto del Templo Expiatorio de La Sagrada Familia, me imaginé que antes de ir a su oficina de arquitectura, desayunaba en su casa siguiendo ávidamente en el periódico el caso londinense de Jack el destripador. La influencia de Londres, indiscutible capital de lo gótico, se renovaba diariamente en la mente de Gaudí gracias al misterio del destripador.
Aprovechándome de la negligencia de la historia al respecto de lo anecdótico personal, me dejé tentar por la elucubración para llenar los resquicios históricos y Jack el destripador se me apareció como una secreta inspiración de La Sagrada Familia, y así siguieron fluyendo las ideas en asociación libre, Jack el destripador como conexión entre el gótico ingles y Barcelona; la perversión de Jack el destripador como esencia de la subversión catalana del gótico ingles, un asesino inspirador de lo místico, el asesinato al principio de la religión, la muerte del cristo por manos del padre repotenciada en la figura del asesino tan omnipresente que se vuelve imposible de atrapar.
Llegado a este punto no había razón para no seguir permitiéndome deslices, esta vez de corte poético-místico: la imagen de Jack se instaura en la memoria de Gaudí como fondo de agua, incierta, inasible, etérea, igual que nuestra universal idea de Dios. Y siguiendo con la fantasía, las chorreantes figuras de La Sagrada Familia ya no son especiales representaciones de las formas de la naturaleza, sino una subversión sublimada de la morbosidad humana. Entonces Gaudí ya no se me presenta como un épico arquitecto del paraíso, sino como un alma atormentada del purgatorio. Y todos conocemos cuál es la verdadera condena, el verdadero suplicio del purgatorio: la espera. Y Gaudí decide proyectar una obra «para siempre inconclusa», con la morbosa intención de contagiar a todos con su drama personal, que es el drama de todos: saberse mortales limita cualquier proyecto. Y así nos lo hizo saber el mismo Gaudí cuando sentenció el inacabado eterno de su Templo: «Cada siglo tendrá su aporte a la Sagrada Familia». Y tal vez sea esa la causa de nuestra fascinación hacia este templo en continua construcción: ¿Quién no ha imaginado ser en si mismo el iniciador de una estirpe que a través de sucesivas generaciones logre hacer de su propia familia una cosa sagrada? Gaudí nos embeleza en la imagen de nosotros mismos.
Entonces, si todos somos Gaudí ¿quién de nosotros es el destripador?
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