viernes, 5 de abril de 2013

Consulta Portátil de Psicología en Venezuela (5). Cabo San Román: Pescando paciencia (o Sobre la Paciencia)

Psicología de la paciencia. Mario Fattorello.
Todos tenemos sueños; pero hay quien trata de realizarlos.

Paciencia y pesca

Hay palabras que van de la mano con otras; términos que jalan otros significados como si tuvieran sangre de mellizos, y así «Navidad» va de la mano con «regalos», «político» con «corrupción», «comunismo» con «todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros»…
En el imaginario colectivo la pesca está tan emparentada con la paciencia que pudieran usarse como sinónimos.

La paciencia es el arte de saber esperar el momento justo manteniéndose listos para actuar.
La Paciencia del pescador

Supongo que quienes miran a los pescadores de lejos imaginan que pescar consiste en anzuelar un gusano y sentarse a esperar con sacrosanta paciencia que un pez se lo coma.
Y no los culpo por pensar así, ya que de eso se trata; pero el pequeño detalle que marca la gran diferencia entre la concepción general sobre la pesca y la visión que tiene el pescador, radica en el concepto mismo de «paciencia».
El pescador no ve a la paciencia como algo estático, como sentarse a esperar que algún bicho acuático se decida a caer en la tentación de comerse la carnada. La paciencia del pescador es estratégica, una constante indagación de cómo vencer a la contraparte (en su caso el pez), el pescador se mueve de un lugar a otro hurgando espacios, temperaturas, horarios y costumbres de su presa, o estudiando vientos y mareas propicias para su arte. Esta paciencia, además de no ser estática tampoco es vacía, la paciencia del pescador está llena de ideas, de nuevas estratagemas, de previsualización de los planes a seguir según lo que suceda antes y después de la picada, de cálculo de probabilidades, la paciencia del pescador es un manual de ingeniería mecánica, física, química…, al estilo de los antiguos sabios, los pescadores deben estar al tanto de todo aquello que las ciencias puedan aportar a su oficio.
La pareja une esfuerzos en metas comunes.
Es comprensible que quien desconozca el arte de pescar piense, al ver un pescador esperando detrás de su caña, que aquello es una tonta manera de perder el tiempo, y esto es así porque sólo está viendo al pescador y su caña, el observador externo no ve los pensamientos que colman la cabeza del pescador, y por sobre todo porque el tiempo de quien observa no es el mismo de quien es observado. Para el pescador el tiempo siempre será poco porque sabe que nunca podrá predecir todas las probabilidades.
El pescador es un filósofo lleno de preguntas y dudas sobre el tamaño del anzuelo según el lugar en que se pesque, sobre los nudos usados, el tipo de carnada, la resistencia de la caña, el tipo y tamaño de la línea, la época del año, la temperatura del agua, y paremos aquí de contar las variables porque con lo dicho es suficiente para entender que el pescador es una víctima de las probabilidades infinitas del misterio submarino, o de lo que es lo mismo, del estudio de los escenarios de la improbabilidad. Los pescadores suelen tener una mente muy complicada.
¿Y no es así la vida toda? ¿No es el vivir un constante cálculo de probabilidades?
Si comparamos en serio la aventura de pescar con la aventura de vivir de seguro encontraremos muchas similitudes, obviamente porque pescar es parte del vivir del pescador, de tal palo tal astilla, y el pescador es una astilla de la humanidad-palo, pero es justamente en esta similitud, donde nace la gran diferencia, y es que, por ser la pesca sólo un segmento, puede tener un final exitoso, mientras que, la vida está condenada a tener siempre el mismo fatal desenlace. En este sentido podríamos decir que las salidas de pesca son islas utópicas en el funesto océano de la vida.
La paciencia tiene ansia de victoria, la paciencia no desfallece ante la adversidad, el héroe es paciente hasta la muerte.
Paciente fe

Pocos saben tanto de fe como quien pasa horas y horas detrás de su caña de pescar esperando una novedad. El pescador es un gran creyente (aunque sea ateo) y es por ello
que no hay pescadores «ocasionales», hay pescadores de por vida y comprometidos en espíritu, con postulados de héroes naturales de una patria chica que no aparece en la cartografía de la historia universal. La heroicidad de los pescadores es cosa de adentro, íntima y no de GPS historiógrafo. Y antes de que se juzgue lo dicho como hipérbole patética aclaro que la heroicidad de la que hablo no es algo que se puede otorgar o recibir, es algo que sólo se puede sentir. Los otros, los héroes a quienes se les otorga dicho rango, son héroes de papel, héroes convencionales certificados por documentos, y eso… es otra cosa.

La paciencia es preparación. La preparación es aprendizaje. El mundo es una gran escuela.
Sentenciando con paciencia...

—La paciencia es el arte de saber esperar el momento justo manteniéndose listos para actuar.
—La paciencia sin reflexión es abandono.
—La paciencia es la correcta administración del tiempo de acción.
—Paciencia no es antítesis de prisa.
—Paciencia no es estarse quieto, la paciencia sondea la prontitud, nada más brioso que un galope paciente.
—Ser paciente es actuar pensando.
—La paciencia es preparación.
—El rostro de la paciencia siempre está de perfil, porque sólo tiene una mejilla.
—Para ser paciente sólo se necesita un motivo.
—La paciencia tiene ansia de victoria, la paciencia no desfallece ante la adversidad, el héroe es paciente hasta la muerte.
—La paciencia jugó al fútbol con la impulsividad, la impulsividad goleó siete a cero. Al final, la paciencia, con tranquilidad de vencedor, le explicó a la impulsividad el significado de « auto-gol».
—Teniendo la paciencia fama de virtud, no son pocos los defectos que tratan de disfrazarse de ella, así suelen hacerlo la pereza, la indolencia, la negligencia, y muchas otras de esas artimañas que buscan ganar indulgencia con escapulario ajeno.
"...dar la otra mejilla...". Hay frases de la biblia que deberían ser editadas...

La paciencia y el tiempo

El tiempo es parte de la «materia mental» y esto va más allá de que (en nuestra percepción) cada cosa tenga su tiempo. Se trata de que todo lo mental está hecho de tiempo, que la materia es tiempo en sí misma, por eso es que somos lo que fuimos, nuestro pasado, nuestra historia, nuestra biografía, el tiempo que hemos vivido, eso somos. La paciencia es aquello que reconoce el tiempo que conforma cada cosa. Tal vez no exista objeto que simbolice mejor la paciencia que un reloj.
Y en esta relación con el tiempo comienza a perfilarse la silueta del misterioso significado de la paciencia.
La noción del tiempo parece ser la más asombrosa de las consecuencias del primordial razonamiento humano: «mi vida acabará con mi muerte».
Fue la noción de la muerte inexorable, la Auto Conciencia de Muerte (ACM) lo que permitió que se cerrara en un círculo la línea imaginaria del tiempo y se transformara en algo concreto con inicio y final: el tiempo humano va desde el nacimiento hasta la muerte; el tiempo de la humanidad existe desde la aparición del primer homínido hasta la desaparición del último hombre (y su reloj).
La noción de dos polos (nacimiento y muerte) le permitieron al tiempo abstracto transformarse en tiempo concreto en la mente, y, después de aquel fusilazo racional, surgió la necesidad de soportar la fatal revelación, sin ninguna duda allí comenzó el protagonismo de la paciencia.
La paciencia humana está íntimamente ligada a la «insoportable levedad del ser*» (*Con permiso de Kundera).
La vida es demasiado corta para vivirla impulsivamente.
La paciencia humana es el arte de reconocer y aprovechar la limitación temporal advertida por la Auto Conciencia de Muerte (ACM).
Y digo "paciencia humana" para diferenciarla del sigilo con que los felinos acechan a su presa o la perezosa siesta de los perros, porque en el reino animal lo que puede parecer paciencia tiene que ver con la supervivencia o el ahorro de energía, y en sí misma es sólo precaución o estrategia instintiva, indiferente a la noción de tiempo (no pudiera ser de otra forma, los animales ignoran que van a morir, viven como inmortales, lo que es lo mismo que no saberse vivos); mientras que en el ser humano la paciencia sobrepasa lo instintivo para transformarse en arte, ya no para sobrevivir, sino para «soportar» la vida a pesar de tener conciencia de que nadie saldrá vivo de aquí; juego insulso (pero único posible) de intentar vencer las batallas de una guerra que se sabe perdida.
Y lo insulso abarca también este escrito, porque lo dicho se transforma en un galimatías redundante al tener en cuenta que en la etimología de la palabra «paciencia» ya está todo dicho, porque proviene de «sufrir». El «paciente» es un «sufriente» de la «insoportable levedad del ser» por saberse mortal.
La vida ya está escrita, hay que tener paciencia para leerla.

Venezuela: hay que tener mucha paciencia

Por motivos ajenos a mi voluntad tuve que permanecer más tiempo del previsto en Venezuela (con toda la paciencia correspondiente). Mis ansias de viajero tuvieron que conformarse con explorar las zonas despobladas (selvas, costas recónditas) de este país donde el hampa y la descomposición social impiden la investigación de sus ciudades. En este momento las ciudades venezolanas son literalmente zonas de guerra, la delincuencia domina todos sus ámbitos, no hay lugar donde se pueda sentir confianza o seguridad, en cada conversación están presentes comentarios sobre robos, asesinatos, guerra de pandillas, atracos, secuestros, violaciones, muertes por balas perdidas…. Y en consecuencia el semblante de la gente es paranoico, preocupado, melancólico, agresivo, desconfiado, aterrado.
Antes, en las ciudades había espacios demarcados como «zonas rojas», que era como se designaba a los barrios más peligrosos donde ni siquiera la policía se atrevía a entrar. Hoy en día ya no se usa ese término porque las zonas rojas se han expandido como pandemia. Cualquier ciudad venezolana da miedo, y aunque el peligro aumenta de noche, la mayoría de los casos que conozco de asesinatos por robo de automóvil, secuestros, atracos, violaciones, fueron cometidos a plena luz del día. Cualquiera que conozca Venezuela sabe que no exagero, si vive en el país conoce las cifras (21.416 homicidios en el 2012), y si llegó del extranjero la primera comprobación de esto la habrá tenido en el aeropuerto ¿quién no siente miedo al salir del aeropuerto de Maiquetía en Caracas?
Y si tuviéramos el ánimo de hacer un manifiesto sobre las razones por las que visitar ciudades venezolanas no tiene sentido alguno, deberíamos sumarle a lo anterior la indigencia en que se encuentra el sistema vial, el maltrato propiciado por los policías que inventan malsanas excusas para matraquear (quitar dinero) a los viajeros, las colas, el desabastecimiento, el racionamiento eléctrico, y que desde hace años pareciera que las ciudades venezolanas compitieran entre sí por el galardón de «Miss Fealdad» (aunque me duela reconocerlo), las urbes venezolanas son cada vez más sucias, desordenadas, hostiles, caóticas, pero sobre todo feas, muy feas, desproporcionadamente feas.
En cierta forma todas las zonas pobladas del país parecen estar involucionando (a voluntad y a toda carrera) hacia el ADN del esperpento. Por ello, en este año y medio he tratado de calmar mis ansias de «ciudadano del mundo» visitando lugares despoblados y naturales que contrastan, en su belleza, con el desparpajo de una humanidad desorientada.
La paciencia es estoica.

Pescando paciencia en el Cabo San Román

Como en cualquier otra parte de América, en Venezuela todavía hay selvas, sabanas, montañas y playas casi vírgenes o por lo menos deshabitadas. Uno de estos lugares es el cabo San Román, el punto más al norte del país, ya escribí un post sobre la península de Paraguaná de la cual este cabo es el punto más extremo. 
La paciencia es una tenaz exploradora...
Sus kilómetros de playas deshabitadas e inapropiadas para ser balnearios turísticos lo transforman en una especie de paraíso perdido para quien quiere escapar de la fealdad humana y descansar en el equilibrio natural.
Fuimos al cabo a pescar. El programa era hacer surfcasting, spinning, trolling, en fin, aprovechar cualquier ocasión de pesca que se nos presentara.
Cargar equipo para diferentes tipos de pesca es incómodo, armar y desarmar campamentos es agotador, pero la mayor cantidad de energía la destinamos a cargar el equipo más importante de todos: la paciencia, porque mucha paciencia íbamos a necesitar.
La paciencia tiene buen humor.
El primer y segundo día fracasamos en el surfcasting y en el spinning, las condiciones no estaban dadas, un fuerte viento en contra dificultaba los lances y la temperatura alta del agua ahuyentaba mar adentro a los peces. Fueron dos días bajo el sol, recorriendo kilómetros de playa, probando aquí y allá, así y asao, explorando acantilados, y viendo cómo una a una fracasaban nuestras estrategias. Bajo el despiadado sol, la paciencia fue nuestra única sombrilla.
La paciencia insiste, pero no cae en rutinas, la paciencia es creativa...
En la madrugada del tercer día preparé café mucho antes de que el sol despertara, me lo tomé afuera, todavía era de noche, de oscuridad azulada con luna menguante y algunas estrellas, y me encontré con una extraña sensación que no supe diagnosticar de inmediato, algo pasaba pero no entendía qué, sólo sentía una sensación parecida al presentimiento, a la corazonada, a la intuición, pero en este caso era algo que estaba pasando pero no distinguía, hasta que, entre sorbos de café, me di cuenta: el aire estaba totalmente quieto, el viento se había ido. Caminé rápido, casi corriendo, hacia la orilla de la playa para ver el mar. Estaba calmo, quieto, dormido. Un mar perfecto para pescar con el equipo de trolling a corta distancia. Regresé resuelto a la casa (llegué extenuado -casi ahogado- por correr y reír al mismo tiempo).
Listos y animados salimos hacia nuestro destino al mismo tiempo que el sol se asomaba en el horizonte. Íbamos a contactar un lanchero del que me habían hablado y que vivía en uno de los tantos pequeños pueblos de contrabandistas de la costa. La idea era alquilar una embarcación desocupada.
A las nueve de la mañana todo estaba listo. Contratamos al capitán de la lancha, arreglamos el precio, preparamos el equipo, lo montamos en la embarcación, mientras tratábamos de controlar nuestro entusiasmo eufórico porque el mar seguía calmo, muy calmo, seductoramente calmo. Pero la paciencia fue necesaria de nuevo. Justo cuando íbamos a embarcar para partir, llegó un niño corriendo y le dijo algo a nuestro capitán. Fue la última vez que lo vimos. Se fue y no regresó. Quedamos solos, con el equipo en el bote, nos sentamos en la playa sin entender nada. Desde el caserío (cuatro chozas de tabla y zinc) los lugareños nos observaban huraños y hacían comentarios entre sí.
Yo por mi parte: «Paciencia, hay que tener mucha paciencia, esta gente son contrabandistas, es comprensible su desconfianza ante los desconocidos, esperemos a ver qué pasa». Y pasaron dos horas. Y llegó el mediodía. Y ya estábamos por irnos cuando se nos acercó un hombre moreno descalzo, sin camisa y en pantalón corto, que no debía tener más de 20 años pero aparentaba 30 por cortesía del sol y de una vida desordenada, y nos dijo: «José tuvo que irse, me encargó que yo los llevara».
En ese momento la paciencia tuvo que ceder su lugar de reflexión a la audacia. El sujeto no parecía un capitán de lancha, no inspiraba confianza ni mucho menos, pero vinimos a pescar y no nos vamos a ir sin hacerlo.
La paciencia ama las alternativas...
Zarpamos. No tardamos mucho en comprobar que era la primera vez que el sujeto maniobraba una lancha para pescar. Aquí sería demasiado largo y aburrido explicar los detalles de la pesca a trolling, sólo diré que fue necesaria mucha paciencia para soportar y entender los señuelos que perdimos, las veces que estuvimos a punto de caernos al agua, pero también reconozco que la paciencia fue coronada con dos barracudas de 15 kilos cada una. Acordamos que volveríamos a salir al otro día.
Con paciencia se ven cosas que sin ella nadie vería.
Y al otro día la paciencia fue necesaria para soportar la impuntualidad de nuestro incipiente capitán, pero al final salimos, tarde, pero salimos.
"No le des peces, enséñale a pescar",
es el reclamo más sagaz que se le ha hecho a Cristo.
En cada una de sus modalidades, la pesca, cuenta con técnicas y condiciones específicas para poder realizarse, y en esta modalidad las maniobras de la embarcación son fundamentales. Así que la mañana pasó sin recompensa alguna (capitán incapaz mediante). Pero sólo estuvimos en el agua una hora porque nuestro incipiente e impuntual capitán había llegado a las 11am, y al mediodía en punto decidió regresar para su almuerzo. Nosotros comimos un sándwich en la playa y tuvimos que esperarlo hasta casi las tres de la tarde. La paciencia también evita indigestiones y discusiones.
Un verdadero pescador es un inconforme - satisfecho.
Volvimos a levar anclas y dos horas más tarde teníamos otra barracuda. El capitán ya se dio por satisfecho y comentó que regresaríamos. Entonces mi paciencia sacó una de sus armas, la de hablar lo justo en el momento correcto, y fue allí que le canté cuatro al tipo diciéndole todo lo que me había guardado para aquel momento. Con las cuentas claras seguimos pescando. 
A medida que avanzaba el atardecer también avanzaba el pesimismo de nuestro incipiente, impuntual y ansioso capitán, según él a esa hora los peces no veían los señuelos. 

El arte de vivir es vivir con arte.
Pero el pescador sabe qué señuelos usar según la posición del sol. Yo presentía que era el momento, y el momento fue. El carrete sonó. La caña se dobló. Y a unos 150 metros de la embarcación brincó un sábalo gigantesco, el sábalo más grande que  jamás haya visto. Y el capitán de la lancha gritó —¡Un sábalo! —¡Saltó!—. Comencé a recoger línea y el sábado volvió a saltar, esta vez dos o tres metros sobre el agua, era gigante. Y el incipiente y ya no tan pesimista capitán de la lancha volvió a gritar —¡Saltó de nuevo! ¡Y van dos! ¡Si salta tres veces está listo!—. Nuestro incipiente, ahora optimista y entusiasta capitán, resultó que no sabía nada de pesca pero conocía el mito de los pescadores de que si un sábalo salta tres veces sin desengancharse, no se soltará más.
Soy un convencido de que el destino no está para que lo aceptemos, está para que nos rebelemos contra él.
Y yo seguía luchando con el sábado que parecía un caballo salvaje que corría en zigzag en el agua, cuando volvió a saltar. Nuestro incipiente y ahora eufórico capitán gritó —¡Tres veces, se jodió! Yo sostenía con todas mis fuerzas los jalones de la bestia pero aun así no pude evitar sonreír al ver la expresión del capitán maníaco depresivo.
Casi diría que me contentó cuando el sábalo se soltó. Yo perdía un trofeo, pero también asistía al ocaso de un mito y a una complicada y extraña venganza hacia el capitán bipolar. Controlada la euforia del momento el sujeto se atrevió a decir que ahora sí nos íbamos. Esta vez no fue necesario cantarle cuatro, bastó con mi expresión para que retomara su puesto. Y en ese momento (creo que para romper la tensión reinante), mi esposa dijo: «vamos por un pargo, quiero un pargo de 30 kilos».
Pescar un pargo con trolling no es común en estas aguas, yo diría que era casi imposible, y esto mismo fue lo que el capitancito bipolar le dijo a mi esposa. 
Pero donde manda capitán no manda marinero y hace tiempo que mi esposa capitanea nuestro barco común; así que comandé (como siguiendo las órdenes de ella): «Vamos a pasar más cerca de la costa, por sobre esa zona de piedras».
Ante el ocaso, la paciencia se estremece
 en ansias de auroras...
Cinco minutos más tarde sonó el carrete trarrrr…. El sol estaba en el ocaso. El cielo rojizo ennegrecía el agua marina, con el motor en neutro las olas nos empujaban peligrosamente hacia las rocas, pero yo tenía un gran pez enganchado, y lo tendría todo el tiempo que fuera necesario, porque este pez era la recompensa a la paciencia.
La paciencia jamás se sacrifica, se esfuerza.
La caña se doblaba hasta su punto máximo, apenas lograba recuperar diez metros de línea..., el pez se llevaba ¡veinte!, era un pez muy tenaz, casi diría…paciente. Mientras, el incipiente capitán bipolar no paraba de pronosticar el apocalipsis: «vamos hacia las rocas… esto no me gusta… sáquelo de una vez… nos vamos a estrellar…sáquelo o suéltelo…». Pero la paciencia siempre tiene los sentidos alerta, yo luchaba con el animal pero también chequeaba nuestra distancia de las rocas. La paciencia es muy buena calculando.

Soy un convencido de que el destino no está para que lo aceptemos, está para qué nos rebelemos contra él.
Quince minutos más tarde, el gran pez asomó por primera vez, y entonces nuestro incipiente y bipolar capitán cambio de nuevo su estado de ánimo y pasó de la preocupación al desparpajo eufórico: «¡Un pargo! ¡Un pargo! ¡Un pargo grande!...»...
Después de mucho luchar, casi de noche, a salvo de profecías apocalípticas, sin estrellarnos contra piedra alguna, y con la ayuda de un gancho manejado con frenesí por nuestro incipiente e hipo-maníaco capitán, subíamos a la embarcación un pargo rojo de 35 kilos.
Cuando los sueños y la paciencia andan juntos, se les arrima, gallarda, la alegría.

La paciencia es tan efectiva que sus resultados parecen mágicos, el inverosímil deseo de mi esposa se había cumplido.


Liseth celebra el éxito de la paciencia. En el amor de pareja las victorias son mutuas.



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