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Napoli: una ciudad admirable. |
LA CAMORRA: UN «SÚPER-YO» PARTICULAR
Nápoles, sin saberlo, intenta retener el antiguo resplandor de cuando era parte del “Reino de las dos Sicilias”, a días de cumplirse los 150 años de haber sido anexionada al “Reino de Italia” mantiene todavía (en el imaginario colectivo) su soberano semblante, su estampa de cosa aparte, y esto pasa tanto en los napolitanos que se saben diferentes de los demás italianos (y lo exponen con esa rendida altivez que sólo ellos saben gozar), como en los italianos del norte que no pierden oportunidad de usar a los napolitanos como chivo expiatorio del mal de turno del país (a la mejor usanza trillada de las campañas políticas latinoamericanas).
Para nadie es secreto que los italianos del norte juzgan de irresponsables a los meridionales y a los sureños, sin embargo, hay muchas maneras para demostrar que los meridionales son tan o más juiciosos que cualquiera, aunque a su manera. La expresión más paradojal de esto es La Camorra Napolitana.
La Camorra en esencia no es un grupo delincuencial, sino un código moral, estricto, inexorable, riguroso, pulcro y claro.
Delincuente es aquél que no ha internalizado un código moral, que evade o rompe las leyes, en todo caso un delincuente vive “fuera de la ley”, y nada menos parecido a esto que la Camorra Napolitana que en sí misma es un código, una institución tradicional del paterfamilias, un conjunto de reglas y leyes que deben ser seguidas a cabalidad so pena de muerte (por favor abstenerse de críticas moralistas, acá no se está discutiendo sobre la legitimidad de la pena de muerte).
El código de la Camorra es instruido de generación en generación como enseñanza familiar de sobremesa en el almuerzo casero del domingo, y viene transmitiéndose de abuelo a padre, de padre a hijo, no sólo dentro de la “familia camorrista” sino también de los “protegidos” de la misma.
Me cuenta un viejo napolitano: «el respeto por la Camorra es implantado en la familia, el abuelo que encontró trabajo gracias al “Padrino” le estará siempre agradecido y enseña este respeto al hijo y este al nieto recordándole la mano que les dio de comer. Así hemos funcionado desde que tengo memoria. Dentro de este aparente caos tenemos un orden que funciona y aquí estamos: vivos y napolitanos».
Me dice un camorrista: «Somos nuestro propio gobierno a falta de un gobierno estatal que nos tome en serio».
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Desde Castel dell´Ovo: Liseth, el viento y Napoli |
La Camorra no es psicopática, no es una cofradía delincuencial como pudiera entenderse de una lectura superficial de las películas de Francis Ford Coppola. La Camorra en sí misma es un “súper-yo” (estructura legal) con reglas propias, adecuadas al lugar, la Camorra es un gobierno adecuado a Nápoles.
Este es el momento en que mi interlocutor exclama: « ¿Adecuado? ¿Cómo juzgar a la Camorra como gobierno adecuado? ¿Qué criterio usas para definir un sistema como adecuado?»
Reconozco cierta reticencia a responder esta pregunta, pero me atreveré a señalar lo que la propia ciudad de Nápoles me inspira:
“Un sistema público es propicio, adecuado y funciona si logra que sus participes, sus miembros, sus operadores, quien dirige y quien es dirigido, sean felices. Y, ¡sí!, los napolitanos son uno de los pueblos más felices que he visto, gritones, entusiastas, estruendosos, efusivos, emotivos, simpáticos, risueños… felices (en Nápoles se me hace imposible separar la espontaneidad de la idea de felicidad).
Pero esta felicidad tiene un precio social: una resistencia natural a la homogeneización, a la globalización, a la transculturización. La espontaneidad conlleva al individualismo en su más amplia acepción, y por ende genera una sensación de caos social donde cada quien reclama su derecho a ser “a mi manera” (en varias oportunidades, mientras caminaba por Nápoles, me descubrí tarareando inconscientemente “My Way” en versión de Sinatra) y esta “espontaneidad” es lo que ellos llaman “meridionalidad”, la cual, salvando las distancias geográficas e históricas, tiene mucho que ver con la esencia caribeña (es una experiencia extrasensorial caminar por Nápoles y escuchar un merengue o un tango que sale de un café o un bar). Definitivo: hay que vivir en Nápoles para entender la napolitaneidad.
EL VIRUS MUTANTE
La Camorra no es lo que muestran las películas de Hollywood sobre la mafia.
El escenario donde transcurre la historia marca la gran diferencia entre la Mafia Siciliana o la Camorra Napolitana y los Pacinos, Deniros, Coppolas, De Palmas, Capones y Lucianos gringos. El “contexto camorrista” sólo tiene sentido en la Italia Meridional.
Camorristas o mafiosos fuera de Nápoles o Sicilia ya no son “adecuados” y es irremediable que estos “desubicados” se vuelvan “desadaptados”. Al dejar de ser “oportunos reguladores sociales” se vuelven “oportunistas disociales”.
Aún así (y Puzo lo enfatiza en sus libros), los mafiosos en Estados Unidos no eran psicópatas, pero en contraste con la cultura (y la jurisprudencia) que los rodeaba, sus acciones eran psicopáticas, delincuenciales; se entiende, eran gatos en el agua… con snorkel de alto calibre.
En fin, la Camorra que es parte de la estructura familiar-social de Nápoles, en cualquier otro sistema se transforma en un pernicioso virus mutante.
EL CAMBIO
Los cambios son precedidos por crisis. Y la crisis napolitana está en antesala, hace lobby ante el inminente trapicheo impuesto por la tendencia universal de la humanidad: la globalización.
Nápoles sigue siendo una fiesta, pero la sombra del Vesuvio y las ruinas proféticas de Pompeya anticipan la ruptura de su esquema tradicional, los vientos tecnológicos rasgan los ritos ancestrales; las sísmicas corrientes del norte anuncian la muerte de las solemnidades del paterfamilias trayendo emancipación femenina, divorcio, un nuevo concepto de linaje, matrimonios homosexuales, una nueva estructura social con tendencia a la uniformidad homogénea, el suicidio del folklore, suplantación absoluta de Totó por los Wakawakas de Shakira. Y para rematar, el Estado, cual erupción volcánica con capacidad de derretir las más concretas fundaciones, no tolerará más jefaturas paralelas e invertirá dinero y tecnología para achicar el cerco alrededor de lo que considera una contracultura subversiva.
El planeta da vueltas y más pronto que tarde Nápoles terminará cayendo por su peso específico cuando se encuentre boca abajo en el vacío de la levedad insustancial del mundo por venir, y no habrá Camorra que valga ni nadie dispuesto a salvarla; sin embargo para sus habitantes y admiradores, para los napolitanos, para los otros y para nosotros que le conocemos quedará una consolación: «morir después de haber visto Nápoles» no será una muerte sin sentido, sino el sentido mismo de la muerte. Nadie nos podrá quitar lo bailado.
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Vedi Napoli e poi muori ¡Salute! |