No debiera ser necesario aclarar que soy responsable de todo lo que escribo en este blog y que si alguien se siente ofendido o aludido por mis notas tiene derecho a réplica en la sección de comentarios. Aún así lo aclaro porque al sentarme a escribir este post presiento que la indignación que me atribula dificultará que encuentre eufemismos al momento de dar mis opiniones sobre cierta situación actual de la psicoterapia en Buenos Aires.
Pero antes debo aclarar que los psicoanalistas, neurólogos, psiquiatras y psicólogos argentinos que fueron mis profesores en Buenos Aires los tendré siempre en un pedestal de honor, valor y agradecimiento por no haber sido nunca reticentes en enseñarme todo lo que sabían, mi deuda con los profesores argentinos es impagable, mi reconocimiento es inmarcesible y mi admiración casi mística. Y es justamente esta admiración hacia los profesionales de la salud mental de Argentina la que hizo que me indignara con la actitud de algunos colegas bonaerenses en el reencuentro de este año (2010).
Para reasegurarme, vuelvo a enfatizar que de ninguna manera las observaciones que haré sobre algunos psicoterapeutas en las próximas líneas son atribuibles a la mayoría de los profesionales de la salud mental de Buenos Aires, al contrario estoy seguro que corresponden a una minoría, pero una minoría que trata a muchos pacientes y de allí su trascendencia.
Y para que mi juicio no sea visto de entrada como una calumnia, comenzaré hablando de las causas antes que de las consecuencias.
Resulta que en Buenos Aires, por ser desde hace mucho una capital mundial de la psicología ha logrado incluir la psicoterapia como componente de la “cesta básica” de la familia porteña (un altísimo porcentaje de la población acude a consulta psicoterapéutica), y así las “obras sociales” han incluido en sus programas de salud el tratamiento psicológico. Seguros sociales del estado como Pami (seguro social para jubilados), y seguros privados como OSDE (Organización de Servicios Directos Empresarios), entre otros, ofrecen a sus afiliados consultas con los psicoterapeutas de su staff. Estos psicoterapeutas (psiquiatras, psicólogos) perciben unos 8 -10 dólares por paciente visto, con lo que, para redondear su salario, los terapeutas se transforman en ballenas con la boca abierta tratando de tragar todo el krill (léase pacientes) que puedan. ¿El resultado de esto? ¡Imagínenselo! ¡Una docta salvajada!
El elemento común de todos los sucesos que ocasionaron mi indignación, fue la frecuente utilización, por parte de algunos psicoterapeutas que trabajan en estos sistemas masivos de salud, del término “rentabilidad” al referirse a la atención de pacientes y a las terapias utilizadas. Allí donde yo esperaba que se hablara de «efectividad terapéutica», «remisión de síntomas», «curación», «alivio», «investigación» y «descubrimiento», se repetía el comentario «esto no es rentable» o « aquello es más rentable».
Para muestra un botón, hablando con un psiquiatra de uno de estos servicios le pregunto:
—¿Y qué tipo de psicoterapia haces con tus pacientes, acaso psicoanalítica?
A lo cual me respondió:
—No, no, para nada, la psicoterapia no es rentable, se necesita demasiado tiempo, para bancarme esto debo ver por lo menos cuarenta pacientes diarios, yo les doy medicamentos, con psicoterapia no me daría la base.
¿Se entiende lo que trato de decir? Otro psicoterapeuta me cuenta: «Bueno Mario, yo trabajo 16 horas al día para que me den los números y preparo algunos talleres, tú sabes, “enlatados” y ese tipo de pavadas que le vendemos a organizaciones gubernamentales, fundaciones, etc.»
¿Dieciséis horas al día atendiendo pacientes? ¡Eso no es psicoterapia, es un desquiciado maratón! ¿Enlatados y pavadas? Por definición estas cosas nada tienen que ver con la psicología, ya está dicho, son pavadas enlatadas, pero la cosa no es tan sencilla, porque en estos discursos hay un gran ausente, que es el personaje principal del asunto: el paciente, que es quien se traga el botulismo de los enlatados.
Un colega me propuso, de buena fe, trabajar con su equipo (para atender cientos de pacientes en tiempos impensables) y antes de poder negarme cortésmente, comenzó a mencionarme los tramites que debía realizar para ingresar y en primer lugar mencionó: «Necesitás el “Seguro de mala praxis» (un seguro para resguardarse de una demanda por mala práctica profesional). Sentí una alarma entristecedora por dentro (la pena ajena no me permitió expresar lo que pensaba). «¡Qué cola de paja! Lo primero que piensa es en resguardarse de ser juzgado por el cadáver que ya guarda en el refrigerador-pensé a lo Breton-». Deshonestidad premeditada. ¡Y, claro!, con un sistema que propone psicoterapia para todos pagando una miseria a los terapeutas es lógico que se propague la mala praxis. Pero he aquí el centro de gravedad del asunto: debieran ser los psicoterapeutas mismos los que no aceptaran en posición genuflexa la aberración propuesta. ¿Cuánto cuesta la conciencia de un psicoterapeuta?
Desde este momento me declaro militante de la cruzada para que la “Psicorentabilidad” se incluya en la semiótica psiquiátrica como una enfermedad grave (y peligrosa) a la que están expuestos los trabajadores del área de la salud mental (en especial los que trabajen en sistemas públicos de salud en Latinoamérica).
Al final, el psicoanálisis sigue con la ética en alto
Cuando en 1993 tomé la decisión de alejarme del psicoanálisis lo hice con firme convicción de que debía emprender un camino hacia una psicoterapia más efectiva para el paciente. En aquél momento dije en un congreso psicoanalítico que me alejaría porque lo que ellos llamaban “psicoanálisis” a mi se me iba pareciendo cada día más a un romance entre el terapeuta y el paciente (en el psicoanálisis clásico la duración de la terapia era calculada en años de tratamiento de cuatro sesiones a la semana). El motivo principal de mi búsqueda de terapias más breves y rechazo a los tiempos psicoanalíticos radicaba en que reconocía “la velocidad y la efectividad” como los valores más evidentes de fin de siglo, y ante estas demandas culturales las terapias de larga duración eran anacrónicas, mi intención era crear una terapia más concreta, acorde a las exigencias del mundo del momento porque estaba claro que el psicoanálisis no marcaba las pautas del mundo, y que la gente pedía algo diferente y de no acudir a esta llamada habría sido como escupirle en la cara a Darwin.
Hoy en día siento que fui demasiado prepotente en mi aseveración, a pesar de que lo pronosticado terminó siendo cierto, me arrepiento del tono crítico y peyorativo con que denigré del psicoanálisis, porque hoy en día los psicoanalistas siguen siendo los más fieles a la investigación y a la vocación científica. Los psicoanalistas son los únicos que se han podido deslindar del mercado de la autoayuda, de los enlatados y de la “Psicorentabilidad” (el psicoanálisis es una terapia cara pero muy profesional y basada en el paciente, y nunca se podría someter a sistemas perversos de atención masiva).
Al desligarme del psicoanálisis automáticamente estaba entrando al bando de “los demás”. Pero tristemente debo reconocer que algunos de “los demás” son “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”, la mayoría se dicen “eclécticos” (ser ecléctico significa saber un poco de todo y mucho de nada), dicen ser descendientes del psicoanálisis y de que estudiaron Lacan antes de darse cuenta que el mundo había cambiado (yo diría que dejaron de ser Lacanianos cuando se dieron cuenta que no lo podían entender si lo estudiaban mientras sacaban cuentas domésticas para cambiar el modelo de automóvil). Pero lo cierto es que pareciera que de Lacan les quedó lo que no entendieron. Lacan enfatizó: “Hagan como yo, no me imiten”. Pero el consejo no cundió y pareciera que hicieron lo contrario, porque terminaron imitándolo sin comprenderlo, y así se aislaron del mundo científico y entraron al sueño de contar lingotes, como dijo de Jacques Lacan la revista L'evénemente du Jeudi (que como la mayoría de las voces de la época, también desapareció): “El chamán del psicoanálisis, el gurú de los años setenta terminó su vida en el mutismo, coleccionando lingotes de oro, ávido de silencio y de dinero”. Así parecen haber decidido terminar varios de mis colegas “eclécticos”, esos colegas que “no son ni uno ni lo otro sino todo lo contrario” y que en general cayeron en la tentación pesetera de pensar la psicoterapia en términos de mercancía. La muerte de toda mística. La vocación ahogada por la finanza doméstica, el ocaso de ídolos que no llegaron a ser ni estatuillas de cerámica.
«Desubicados» los llamaría si estuviéramos hablando de una posición ideológica en una agora griega, pero como hablamos de atención a pacientes en un blog personal de alguien que cree en la ética, no hay alternativa en el calificativo: «criminales».
Por otro lado sale el Sol
Respiro hondo y me tranquilizo al recordar las fructuosas reuniones que pude departir en Buenos Aires con gente seria e interesada sobre los estudios e investigaciones que en la Escuela de Psiconomía hemos realizado, y de cuánto me nutrí del interesante trabajo que muchos colegas están haciendo en importantes campos de la psicología; lamento ahora la rabia implícita en los párrafos anteriores, lamento que lo malo tienda a opacar lo bueno así como una indigestión desvirtúa un suculento almuerzo.
Innumerables fueron los gratos tratos y enseñanzas que recibí en Buenos Aires, y repito, los buenos son los más, por ejemplo: Juan Carlos Feole, que dirige una comunidad terapéutica para droga-dependientes en la provincia de Buenos Aires, un trabajo de trincheras, soldados que se saben en guerra contra el flagelo de la droga y que como en cualquier guerra saben que «vale todo» y por ello deben inventar sobre la marcha estrategias nuevas y cada terapeuta termina volviéndose una eminencia anónima en lo particular de su enfoque.
Con el Psic. Genaro Juan Carlos Feole |
Y como ellos son muchos los doctos batalladores que acrecientan las ciencias psicológicas en Buenos Aires. Muchos recién graduados y jóvenes terapeutas me enseñaron sus ganas de trabajar por la vanguardia científica y en general para colaborar en hacer del mundo un lugar mejor, muy especial fue conocer psicólogos que ayudan a los inmigrantes sin techo: todos héroes. Tuve la suerte de conocer al director de la revista “Actualidad Psicológica” que desde hace 30 años se mantiene en la vanguardia con un esfuerzo y calidad digno de un premio Nacional de las Artes y Ciencias. Me reencontré con profesores que recordaban discusiones filosóficas serias que habíamos sostenido 20 años antes: fue maravilloso.
Y es por eso que...
Y justamente porque existe esta gente honesta, proactiva, humana y seria, es tan grande la indignación por los que ven la profesión psicoterapeutica como una mercancía. En una relación medico-paciente, el paciente es un ser indefenso que pone su vida en manos del médico, por ello, la ética profesional es tan importante, porque la relación médico-paciente se presta para el abuso.
Y quiero terminar volviendo a enfatizar que “La Psicorentabilidad” es una enfermedad pandémica entre los profesionales de la salud mental, ahí se lo dejo a la ciencia para que trate de curarla ¿Cual ciencia? ¿La política? ¿La psicología? ¿La economía? ¿La ética?...