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En Turquía pensando... |
PENSANDO A LA SOMBRA
DE LA MEZQUITA AZUL
En Estambul habité un apartamento colindante a un minarete
del que cinco veces al día, a través de los altoparlantes, se elevaban al cielo
con ímpetu de aullido los rezos musulmanes. En esos días de Turquía, bajo la
tutela de las mezquitas y la indiferencia de los turcos concentrados en
adular a Dios, pensé:
LA SOCIEDAD ES UNA
RED DE ADULACIÓN
La colectividad gira en torno a la adulación. Vivimos dando
vueltas al son del carrusel de la autoestima por cargar con la desilusión de
saber que moriremos. Ante la aprensión de ir hacia la nada, buscamos resguardo
en sentir que valemos algo. La Auto Conciencia de Muerte hace que la vida
humana carezca de sentido propio, por ello tenemos que buscarle uno, y esa
búsqueda suele resumirse en atender asuntos a los que le damos importancia para
sentirnos importantes.
LO IMPORTANTE
¿Qué es importante? Ninguno de nosotros lo sabe, sin
embargo, debido a que nadie lo confiesa, podemos mantener la esperanza de que
el otro sí lo sepa y por lo tanto, lo que el otro considere importante será
importante para uno. La deducción es categórica: ser importante es serlo para el otro. En consecuencia, andamos por
la vida adulando para ser adulados.
PACTO SOCIAL DE
ADULACIÓN
La constante urgencia de darle sentido al día a día nos llevó
a tejer un pacto social de adulación. Cuando nos encontramos con un conocido
sentimos la inmediata obligación de halagar su autoestima «¡Qué bien te ves!»,
«¡Qué inteligente es tu hijo!». Frases que resalten alguna particularidad del
otro para hacerlo sentir importante. Lo hacemos todo el tiempo y cuando las
circunstancias impiden un halago directo, le buscamos la vuelta de alguna
manera «lamento la muerte de tu abuela, pero tú eres fuerte y te repondrás
porque tienes mucho que dar al mundo».
¿Por qué adulamos al otro? ¡Porque queremos ser adulados!
Esperamos que nos paguen con la misma moneda. Ese es el pacto «yo te ensalzo y
tú me ensalzas», y todos se esmeran en tratar de cumplirlo porque, como
contrapeso, este pacto social del halago sanciona cruelmente a quien lo viole «si
no me halagas te maldeciré, aislaré y deshonraré». La sociedad castiga el
incumplimiento del pacto de adulación con la execración, el cristianismo con la
excomunión y la milicia con la baja. Cuántas veces habrá escuchado un abogado
de divorcios a una esposa lamentarse «yo iba a la peluquería, me acicalada y
nunca obtuve un cumplido de él».
El pacto social de la adulación está por todas partes, sería
descabellado eludirlo, principalmente porque nadie está dispuesto a evitar algo
que sienta tan bien.
ADULACIÓN CON
DISIMULO
El halago mutuo es más valioso cuanto más disimulado sea,
por ello en sociedad se le ha dado rango de buena educación, cortesía,
caballerosidad, galantería, y un sin número de otros eufemismos atribuidos al
civismo, pero que en general se refieren a lo mismo: elogiar al otro para ser elogiado como buen elogiador.
ADULACIÓN TERRENAL Y
CELESTIAL
Dentro del marco de la adulación, poco importa si el hombre
fue hecho a imagen y semejanza de Dios o viceversa, lo substancial es que están
hechos tal para cual. Dios, por su parte, adula en secreta intimidad a los
iluminados asegurándoles que son mejores que otras razas, pueblos o naciones;
sólo para luego ir a decirle lo mismo a la contraparte, como un padre que en
secreto le dice a cada uno de sus hijos que es su preferido. De esta manera
cada quien vive en secreto la dicha de ser el hijo predilecto de Dios. Y, en
lógica correspondencia, Dios recibe todos los días y varias veces al día halagos
de todos los bandos.
Estambul, sitio ad hoc para meditar sobre la adulación. |
Aunque hay que reconocer que la necesidad de adulación es
tan constante que es casi imposible que de un lado o del otro no se traspapele
una adulación aquí o un halago allá, en cuyo caso Dios y los fieles se ofenden
y reaccionan con idéntica ira (aunque las consecuencias son asimétricas: lo
máximo a lo que llegan los fieles es a la blasfemia, mientras que Dios tiene a
la mano tsunamis, terremotos, incendios, tornados y muchas otras pataletas por
el estilo).
HERRAMIENTAS,
ESTRATEGIAS E INSTITUCIONES ADULATORIAS
La herramienta adulatoria por excelencia es la sonrisa
condescendiente. Cuando no hay tiempo para resaltar una gracia ajena, buena es
la sonrisa como adulación simbólica y, los rápidos de lengua, pueden emperifollar
la situación con palabras también sonrientes «¡qué alegría me da verte!».
Todas las estrategias de halago parten del mismo principio:
resaltar lo positivo y minimizar lo negativo. Esto implica la preexistencia de
un código de valores, una axiología de la adulación. Pero, ¡atención!, no se trata
de un código asentado en blanco y negro, este código tiene muchos matices y bemoles
(por no decir contradicciones).
Peca de ingenuo quien da por sentado que, por ejemplo, la
juventud es valorada como positiva y la vejez como negativa. Por un lado adulan
a los mayores con frases como «te ves mucho más joven», donde la vejez aparece como
negativa y la juventud positiva. Pero luego, surge la complejidad del asunto cuando,
por otro lado, halagan a los niños diciéndoles «ya no eres niño, eres grande,
todo un señorito», y a los jóvenes «¡qué maduro que eres!», con lo que
pareciera que avanzar en la edad fuera positivo. Pero años más tarde comienzan
los halagos de «eres tan especial cuando dejas salir el niño que tienes por
dentro» o «¡Guau!, pareces una veinteañera», ¡ahora retroceder en edad es
positivo y por lo tanto avanzar negativo! ¿Queda claro que el código de lo
positivo y lo negativo no es tan claro?
Sin embargo, también es cierto que este es un asunto que no
debe preocuparnos demasiado porque la sociedad tiene un as bajo la manga: el
optimismo. Cuando todo falla se echa mano del optimismo, y así, cuando alguien
cae en la bancarrota «¡ánimo! tú eres un vencedor…», al marido desconsolado que
descubrió la infidelidad de su esposa «…pero tienes dos hijas hermosas e inteligentísimas»,
al que se le incendia la casa con el perro dentro «eres un tipo con suerte,
podrías haber estado en el lugar del perro», los recursos del optimismo
adulatorio son inescrutables.
En cuanto a las instituciones adulatorias, casi todas lo
son. Las iglesias, templos, sinagogas, mezquitas, adulan a Dios y por lo tanto
también son centros de recolección de adulaciones privadas de Dios hacia cada
fiel. Los restaurantes, los hoteles, los bares ofrecen adulaciones a cambio de
una buena propina ¡Qué importante es dejar una buena propina! ¡Cuánta felicidad
por sólo el 10%! Y qué decir de los gobiernos que durante las campañas
electorales prometen reconocer el valor de quienes no han sido suficientemente
reconocidos, a cambio, claro está, del recíproco reconocimiento a través de los
votos.
LA ADULACIÓN
CONDICIONAL
La mayoría de las adulaciones son condicionales. La
publicidad es tal vez la que más claro muestra esta condición «si usaras este
producto serías importante».
Pero he aquí que este pacto social de la adulación comienza
a mostrar su complejidad interna, porque todo concepto existe por su antítesis,
y así, lo bueno existe en contraposición a lo malo, lo exaltable por contraste con
lo denigrable, los iluminados sólo existen por oposición a los infieles y la
belleza se debe a fealdad. La complejidad radica en ¿cómo adular a la parte que
le toca lo malo? Por más que se le dé vuelta al asunto, la solución siempre ha
sido y siempre será la división del mundo en dos bandos, cada uno de los cuales
se considera a sí mismo el más bueno, el más iluminado, el más bello, el mejor.
Las guerras son una consecuencia del pacto social de adulación.
LA CRUELDAD DEL PACTO
SOCIAL
En el fondo este pacto es cruel porque cruel es lo que trata
de esconder, no es para nada simpático esto de andar viviendo a sabiendas de
que moriremos. Como compensación, el halago mutuo es una forma simple, fácil y
barata de sentir que la vida vale la pena.
Sin embargo, sería injusto no mencionar que las victorias
sociales suelen traer como corolario la exclusión del grupo de los menos
afortunados, de los desposeídos que a duras penas sobreviven a espaldas del
bien común, y el pacto social de la adulación no es una excepción de esta
penuria. Dicen, aunque no me consta, que son muchas las pobres almas que no
pueden hacerse con el beneficio del pacto social de adulación por su
incapacidad de contentarse en lo simple, fácil y barato. Individuos que por su
particular naturaleza no les basta con recibir halagos sino que necesitan (¡oh,
infinita miseria!)… ¡Merecerlos! Muchos de estos desheredados sujetos terminan
siendo científicos, escritores, artistas, inventores, algunos de los cuales han
llegado hasta el extremo de crear cosas insólitas como la electricidad, o el
teléfono, o descubrir la ley de gravitación para merecer halagos verosímiles.
¡Qué difícil y triste debe ser la vida de estos pobres individuos
incapacitados para disfrutar un simple halago de esos que no necesitan
justificación!
Yo adulo, tú adulas, él adula...conjugación preferida del pacto social. |
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