En la voz del autor...
PARA SOPORTAR LA VIDA
PARA SOPORTAR LA VIDA
Por años pensé que para hacer la
vida soportable, tendría que serle fiel a mis deseos y a mis principios a la
vez. Eso significaba que si deseaba
cruzar la calle, lo hacía, y cruzaba cuantas calles quería, pero siempre utilizando
el debido paso de peatones. Luego le
agregué a mi lema la fidelidad a mis conocimientos, a partir de allí podía desear cruzar la calle, usando el debido paso peatonal y en conocimiento del andar apropiado. Hoy
en día estoy convencido de que la vida sería insoportable si no le fuera fiel a
una cuarta categoría: mis manías. Y ahora cruzo la calle cuando quiero, por donde debo, caminando como puedo
y obsesionado en lo que me dé la gana.
EN LISBOA, A MERCED DE LA MANÍA
Una manía que jamás me abandona y
me acompaña como sombra, es la necesidad de buscar conceptos contundentes,
sentencias categóricas, frases absolutas, adjetivos universales. En esta extravagancia
mía, al igual que en la rebusca de trufas, los encuentros son escasos, pero
cada hallazgo compensa el esfuerzo. Así llegué a encontrar algunas rarezas como,
el título adecuado para todos los libros: «La insoportable levedad del ser» ¿Puede
existir alguna obra que no acepte intitularse así? Otra rareza, ésta hallada en
el campo de los sustantivos, es el formidable «Quijote», sustantivo absoluto de
la exaltación pasional. Al definir a alguien como «un Quijote», no hay más nada
que agregar.
Mi cuaderno de notas maniáticas tiene
muchas más páginas de las que podría llenar, esta manía no tiene pretensiones
de extenso catálogo, es cosa de pocas líneas, sólo unas pocas y nada más. Hoy
estoy a punto de escribir en él una nueva palabra: «desasosiego». Pero antes de
hacerlo debo reflexionar si merece el espacio que ocupará en la hoja. Trataré
de ir ordenando las ideas en un folio suelto, mientras estoy sentado a orillas
del río Tajo, en la Lisboa de Pessoa, cuyo «Libro del desasosiego» le haría
dueño del término, si las palabras pudiesen tener dueño.
DESASOSIEGO TEMPOROESPACIAL
Sería inapropiado argumentar
sobre el desasosiego sin mencionar, de entrada, su efecto en el espacio y el tiempo
«no estar donde se está y no ser cuando se es», eso es el desasosiego.
El desasosiego puede ser
adjetivo, verbo o sustantivo; pero en todas sus expresiones se refiere a peces
fuera del agua, a estar fuera de lugar, fuera del tiempo, desubicado. El
desasosiego es sentir que el cuerpo no nos abarca, como si fuera una boca tratando
de engullir una manzana entera, y el tiempo está perdido en un reloj dañado que
siempre marca la misma hora, la hora del olvido.
De ponerlo en una balanza, el
contrapeso del desasosiego debiera estar hecho de algo seguro, fuerte como el
hierro, con los pies sobre la tierra, imponente. Lo contrario a un desasosegado
es alguien consolidado; y cuando pensamos en consolidación aparecen imágenes de
fortaleza, autonomía, decisión, imágenes todas de semblante altivo como el de
un dictador (mientras no sea derrocado), como el de nuestro padre (antes de
envejecer y enfermar), como el del magnate (mientras se salve de la
bancarrota), como el del galán de cine (siempre y cuando no esté recluido en
una clínica de rehabilitación), en fin, asociamos a la contraparte del
desasosiego con semblantes momentáneos, de corta vida, instantes, como si el
desasosiego ocupara todo el tiempo entre un pestañar y otro.
LA IDENTIDAD DESASOSEGADA
El desasosiego es vacilante
porque se alberga en la identidad, y la identidad en sí misma es una incertidumbre
que transita disyuntivas shakesperianas sobre el creer y el saber. La identidad
se entretiene con elucubraciones como «el que cree no sabe, cree» o «el que
sabe no cree, sabe» y cuando se envalentona se siente un Hamlet y empieza a
armar dilemas como «¿Creo lo que soy o soy lo que creo?»; o «¿sé lo que soy o soy
lo que sé?». ¿Les resulta confuso? Pues esto sólo confirma que su identidad,
como la de todos, es ambigua. Pero también irrequieta porque de inmediato nos
pican las ganas de seguir haciéndonos preguntas «¿Puede el saber ser una
creencia?» o «¿necesito creer en lo que sé para saberlo?» Como pueden ver, en
este asunto de la identidad y el desasosiego aplica aquello de si fue primero
el huevo o la gallina.
EL DESASOSIEGO Y LA REALIDAD
El desasosiego se desarrolla en
la realidad. Cuando alguien se siente fuera de lugar en una reunión de amigos
¿quién es el desubicado? Si le preguntamos al que se siente como pez fuera del
agua es probable que acuse a sus amigos de no vivir en la realidad; y, preguntando
a los compañeros, podríamos apostar a que le culparían a él de estar fuera de contexto.
Particularmente no me atrevo a ser juez en esta causa. ¿Cuáles serían los
veredictos posibles? ¿Alguien se atreve a asegurar que quien siente desasosiego
es un desadaptado, o que sus amigos son egoístas por no tener empatía hacia su compañero?
¿Quién se atreve a incriminar al inquieto que se siente incómodo en un mundo en
el que a nadie sorprende que la más sublime de las virtudes sociales consista
en el intercambio de pedacitos de papel moneda? En una realidad tan imprecisa,
donde las naranjas no tienen color y el amarillo que le atribuimos pertenece a las
ondas electromagnéticas de la luz que de ellas rebota, en una realidad de
costumbres, donde nos acostumbramos a no percibir el movimiento del planeta,
donde nos acostumbramos a pensar que los árboles son estáticos, y a vivir
inconscientes de que el centro de la tierra está en llamas, en una realidad así,
una realidad ignara de la propia realidad ¿Quién logra sentirse seguro en casa?
¿Quién está a salvo del desasosiego? ¿Quién puede tener la desfachatez de
creerse tan real?
SER O NO SER… MORIR... DORMIR, TAL VEZ SOÑAR
El desasosiego vive al límite de
la vigilia y el sueño. Las primeras sendas por las que se asoma la inquietud
son preguntas cándidas «¿Los sueños son míos o pertenezco al sueño de los
otros?» «¿Sueño o me sueñan?» Vamos, reconozcamos que este asunto lo hemos
cavilado todos, en secreto claro está, porque vocearlo daría vergüenza por lo
patético. Sin embargo, desde la óptica del desasosiego maduro, la cuestión no
se centra en el sueño, sino en la vigilia, y las preguntas son, por mucho, más concretas
«¿Es posible despertar? ¿Existe la vigilia?». Luego de lo cual se acaban las
preguntas porque comienza el ciclo de respuestas, o sea, el disparate.
DESASOSIEGO EN EL ENAMORAMIENTO
El que se enamora buscando en el
otro lo que a él le falta terminará colmando su espíritu con desasosiego.
Buscarse a sí mismo en el otro no puede llevar sino al desencuentro. Creo que
para todos está claro que el enamoramiento no está hecho para adquirir algo que
no se tiene, sólo es un método para compartir lo que ya se posee. El
desasosiego es lo que queda cuando se usa al enamoramiento para ser feliz. Es
una cuestión de matemática simple, si un infeliz busca pareja para ser feliz, y
la pareja, a su vez infeliz, acepta reunirse con él para ser feliz, ¿en qué
matemática una infelicidad sumada a otra infelicidad da como resultado la
felicidad? Si dos más dos son cuatro, el resultado será doblemente infeliz.
El desasosiego no es fortuito,
quien así lo crea desconoce sus reglas. Y por desconocimiento de las reglas se
genera, por ejemplo, el desasosiego de la mujer amante del hombre casado, que
espera infructuosamente la honestidad de este último, sin querer darse cuenta
de estar enamorada de un marido deshonesto, y cuando la deshonestidad se
repita, cuando todo fracase, la mujer se justificará a sí misma atribuyéndole
al amor el defecto de ser ciego. No pocas veces el desasosiego es consecuencia
del capricho.
EL DESASOSIEGO UNIVERSAL
Sin embargo, mencionar lugares o
momentos en que el desasosiego se presenta, no logra definir su carácter
universal, requisito indispensable para saciar mi manía. Hasta aquí hemos visto
que el desasosiego es parte de la condición humana como el aire lo es del
cielo; pero ¿cuál será la fuente común de la que emana? Cuando hablamos de
buscar fuentes, orígenes, esencias de algo humano no hay que mirar alrededor,
hay que buscar adentro. Y con sólo cerrar los ojos la respuesta aparece escrita
en los párpados, porque la fuente originaria del desasosiego está en los
párpados cerrados, en la muerte. Es la universalidad de la muerte y la
consecuente y universal inquietud que ella nos produce, lo que hace del
desasosiego un lugar común ¿O es que alguien puede atreverse a encontrar un
desasosiego mayor que el proveniente de la Auto Conciencia de Muerte? La
enfermedad, la derrota, la desilusión, las pérdidas, son todas sensaciones
acompañadas de desasosiego porque nos recuerdan el fracaso final, los párpados
cerrados. Y tal vez por ello el desasosiego es ante todo inquietud, la
sensación de no poder estarse quieto ante el destino, la necesidad de hacer
algo al respecto, la urgencia de salir de esta insensata pequeñez para hacer
algo más que humano, hacer algo suprahumano, hacer algo para los demás. Y es
aquí donde aflora la trascendencia del desasosiego, en los médicos sin
fronteras que persiguen a la enfermedad, en los investigadores que no se quedan
quietos hasta alcanzar lo que buscan, en los artistas que ofrecen sosiego y
entusiasmo con colores, palabras o música, en los astrofísicos para quienes el
cielo no es un límite, el desasosiego impulsa a quienes se levantan al caer y a
los que inventan prótesis y medicinas para el que no puede levantarse solo, el
desasosiego inspira a los profesores a enseñar sus errores para que los alumnos
cometan otros diferentes, el desasosiego es aquello que motiva a los amantes sinceros
a aceptar el equívoco y permitirse otra oportunidad, porque la vida no es para
estarse quieto, la vida es para andar.
En fin, creo que el desasosiego
merece un lugar en mi cuaderno de notas porque así como los polluelos rompen el
cascarón cuando el mundo del huevo les queda pequeño, así como el invierno
apremia a las aves a migrar, para mí está claro que el desasosiego existe para
impulsar la rueda que mueve a la humanidad.
Cómo escribió el maestro Cioran: no fuimos creados para andar, fuimos creados para vegetar
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