jueves, 17 de abril de 2014

Por siempre gracias, Gabo

GRACIAS, GABO

El Efecto Mariposa toma su nombre de un proverbio chino: «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo».
El que algún adulto vivo niegue haber sido "tocado" por el efecto mágico de Gabriel García Márquez, sólo demuestra que los seres humanos no estamos conscientes de todo aquello que nos afecta.
Por mi parte, vivo en el Caribe por obra y gracia de Gabriel García Márquez. La anécdota es tan corta como decisiva. Tenía veintitantos años en la espalda, algunos estudios en la mollera, las vísceras urgidas de escribirlo todo y una incipiente consulta de psicoterapia en Buenos Aires, cuando se me dio por releer a Gabriel García Márquez.
En esos días andaba escribiendo mi primera novela cuyo título, "Prisionero en la eternidad", representaba cabalmente la altisonancia de mi juventud. La trama giraba alrededor de un dios solitario que pretendía aliviar su aburrimiento encarnando en un ser humano. Si bien nací en Venezuela, los años de estudio en Buenos Aires superpusieron la identidad argentina a mi nacionalidad. En mis planes no existía razón para retornar al Caribe. Pero el "Efecto Márquez" cambió el clima de mis expectaciones y entonces supe que la encarnación del aburrido dios de mi novela debía realizarse en la parranda criolla tropical y que para encontrar el escenario apropiado tendría que regresar a Venezuela.
Hace veintitantos años que regresé al Caribe. Mi cuerpo llegó en avión, mi espíritu viajó en las páginas de Márquez. Hoy, el cuerpo de Márquez no está, pero sus páginas siguen y seguirán transportando almas.

Terminé aquella novela un año después, y desde entonces está guardada en una gaveta con la pretenciosa esperanza de que las arrugas del tiempo sosieguen el furor juvenil con el que fue escrita. Y hoy, tras la noticia de la última metáfora de Gabriel García Márquez, quiero pensar que esas trecientas hojas amarillas escritas a máquina nunca pretendieron ser una novela sino un agradecimiento. Por siempre gracias, Gabo.