martes, 10 de julio de 2012

Consulta Portátil de Psicología en Venezuela (4). Paraguaná: El Surf Casting (o sobre el miedo a enfrentar situaciones nuevas)

El surf casting…dicen que es una actividad muy relajada…nunca crean todo lo que le dicen.

El surf casting

El surf casting es una técnica de pesca nueva para mí. No por el hecho de pescar desde la orilla del mar sino por el método y la expectativa que comporta este tipo de pesca.
¿Cómo llegué a ella? Pues como se llega a la mayoría de las cosas: tropezando con ella. Por mucho tiempo me había llamado la atención esas personas que veía en playas o rompientes con largas cañas esperando que algo le picara, los había visto por montones en Argentina, muchos en Chile, por todas partes en Italia y como pandemia en España, y la verdad es que las largas cañas de pescar que utilizaban se me antojaban como disparatadas extravagancias.
Hasta que la curiosidad determinó que había llegado el día de investigar de qué se trataba aquello y después de leer algunos artículos y ver algunas películas en YouTube busqué tiendas online que vendieran el equipo necesario; pero, cuando se es neófito en un tema hasta la más pequeña decisión, como elegir entre un tipo de anzuelo u otro, se transforma en una confusión aturdidora. Y entonces volví a leer, a preguntar, a buscar información de cualquier manera, hasta que encontré en un sitio web venezolano ( http://www.pescaextremavenezuela.com/ ), un intercambio de preguntas y respuestas en el que inusualmente el vendedor se esmeraba en dar detalles sobre el uso de los artículos y la técnica del surf casting. Supuse que el dueño de la tienda online estaría dispuesto a asesorarme, así que hice clic en uno de sus artículos y le escribí explicándole mi intención de incursionar en el surf casting y que  compraría lo necesario según su asesoramiento. La intuición no me falló. Me encontré con Carlos Salazar, un pescador dispuesto y para nada reticente en compartir sus experiencias y conocimientos.
Una semana de largas conversaciones telefónicas me otorgaron las nociones necesarias para disminuir el miedo ante esta situación nueva de pesca (aclaro que no creo que los seres humanos le temamos a lo desconocido, sólo le tememos a lo conocido, lo que pasa es que sabemos que en las situaciones nuevas corremos peligro por inexperiencia).
Estaba decidido: la semana siguiente iría a probar el nuevo sistema con los equipos sugeridos por el colega.
Llegados a este punto debo aclarar que este post no pretende ser sobre surf casting , este artículo quiere tratar sobre la posición humana ante las situaciones nuevas.

Situaciones nuevas: terribles y fascinantes a la vez.

Las situaciones nuevas generan las más contrarias emociones en nosotros. Nos aterrorizan y nos fascinan a la vez. Pocos deseos pueden ser tan intensos en el ser humano como el deseo de controlar su futuro y por ello nos da tranquilidad tener comida de reserva en la alacena, ahorros por si acaso y pronósticos del tiempo; pero al mismo tiempo nos fascina viajar a lugares desconocidos a ver qué nuevas aventuras insospechadas nos deparan.
Tal vez esta ambivalencia se deba a que la inquieta "mente" humana supone que en situaciones nuevas se pueden presentar satisfacciones desconocidas, pero por otro lado el cerebro biológico, más estable, más conservador, prefiere las rutinas conocidas por saber que en ellas gastamos menos energía. Los desacuerdos entre la mente y el cerebro componen el drama de casi todos los capítulos de la novela humana.


Península de Paraguaná como escenario para la "primera vez" en surf casting

Explorando la península de Paraguaná...
La península de Paraguaná es un apéndice de Venezuela dentro del Caribe. Desde Google Maps parece haber sido diseñada por Alberto Giacometti: una gran cabeza apoyada sobre un delgado cuello. La idea era recorrer todo el perímetro de la cabeza peninsular para buscar sitios de pesca y en especial puntos apropiados para el surf casting.
De por sí la planificación misma de la aventura era una ambición descabellada: buscar sitios apropiados para una técnica de pesca desconocida era una locura tan optimista que pareciera promesa de campaña política, y aquí quisiera permitirme divagar un poco sobre esto de la locura de las experiencias nuevas. Recuerdo que una pitonisa leedora del tarot me contó que mi carta predestinada era "El Loco" porque, según ella, por ser Aries mi signo zodiacal y por estar este signo al inicio del zodíaco las experiencias nuevas iban a formar parte del orden del día durante toda mi vida (según la pitonisa este sino se repotenciaba por ser Dragón en el zodiaco chino, no recuerdo porque, pero creo que tenía que ver con que quien cree en dragones debe estar loco, o algo así). La revelación se me volvió entusiasmo cuando me explicó que "El Loco" en el tarot representa el principio de todo: «para que algo exista, antes debe existir la idea previa de él y toda idea, antes de volverse realidad, será vista como una locura». En fin, lo que quiso decir es que: «todo invento primero pasa por locura». Imagino que cuando Marconi comentó la posibilidad de comunicarse a distancia deben haberlo llamado loco, y con el mismo término deben haber sido enjuiciados los proyectos de Einstein, Graham Bell, Eiffel, entre otros. A los que se abandonan a la comodidad de la quietud y el sedentarismo no les debe gustar para nada los innovadores, no resulta pues sorprendente que desde su cómoda poltrona los traten de denigrar y desanimar tildándolos de locos (la locura es un calificativo que suele resultar muy efectivo para desanimar al otro, ya que por ser tan difícil delimitarla puede confundir y sugestionar a cualquiera). Pero, volviendo a la aventura de pesca en Paraguaná, comenzamos explorando las costas de la nuca y el occipucio de la cabeza de la península hasta la coronilla donde se ubica el cabo San Román, punto más septentrional de Venezuela. Un médico amigo nos había facilitado las llaves de su casa que se encontraba a mitad del camino entre el cuello y la coronilla de la península, en el pueblo de playa "El Supí". Pero la cosa no fue tan sencilla como arribar a un hotel, al llegar no había electricidad en la casa y resulta que en cualquier otro país habríamos pensado que tal vez olvidaran pagar la factura a la compañía eléctrica, pero Venezuela no es cualquier país, y lo primero que pensamos fue que tal vez hubiera un blackout en el sector ya que en Venezuela la falta de mantenimiento del sistema eléctrico hace que los apagones estén al orden del día. Preguntamos por los alrededores y resultó ser cierta nuestra visión: había un apagón. Decidimos dar vueltas por el pueblo para hacer las últimas compras necesarias y después de no encontrar nada de lo que buscábamos regresamos a la casa. Los bombillos encendieron, pero la heladera no funcionaba, llamamos por teléfono al dueño y se concluyó que una reciente inundación la habría dañado. Ya se acercaba la noche y no teníamos dónde quedarnos. Había que buscar casa. La cosa no comenzaba bien. Sin embargo conseguimos una casa muy cómoda a un precio razonable, el casero era un individuo muy dispuesto pero que estaba tratando de aliviar con alcohol la melancolía por su reciente divorcio y además del precio que tuvimos que pagar por la casa también tuvimos que soportar la verborrea del melancólico borracho. Ya asentados, el prurito del pescador exigía ir a la costa a probar el equipo. Y así lo hicimos.
Lo más representativo del Surf Casting son las largas
cañas que sirven para lanzar la carnada detrás de la línea
rompiente de las olas a unos 120 - 150 metros de la orilla.
¡Ah!, además dicen que es un deporte muy relajado…
Usar el equipo de surf casting es complicado y su práctica nocturna es tres veces más difícil, pero ya me lo había pronosticado la mujer del tarot: la locura sería mi estigma.
Bajo la luz de una luna creciente a tres días de la luna llena, comencé a armar el equipo en la orilla frente a un profundo caño que habíamos detectado en una sucinta exploración que hicimos durante el apagón. Armar una caña de cuatro metros y medio es una poesía barroca, el viento, como si fuera un puño invisible, la golpeaba como bolsa de boxeo, pasar el nailon por los pasahilos es trabajo inhumano hasta para dos personas y hacer nudos en la oscuridad ridiculiza el refrán de buscar una aguja en un pajar. Pero todo lo anterior era poco en comparación a lo que vendría. Al terminar de armar la vara y colocarla en el portacañas (que es un tubo que debe clavarse en la arena para luego colocar el mango de la caña dentro para que se mantenga perpendicular al suelo durante el tiempo de espera a que algún pez pique; pero eso de clavar un tubo en la arena suena fácil si pensamos en que la arena este compuesta sólo de eso, de arena, y, como era de imaginarse, en mi caso no fue así, encontré rocas, arrecifes, algas, y cualquier otro objeto que el capricho de un dios fastidioso colocó allí para que yo no pudiera clavar el dichoso tubo), pero como venía diciendo, al colocar la vara en el porta cañas sembrado a la buena (o mala) de dios y estirarme hacia atrás para tratar de aliviar el dolor de espalda que me atormentaba, sucedió lo que tenía que suceder: el viento tumbó la caña, el portacañas y mi humor. En ese momento solté mi primer improperio contra dios, el universo y el surf casting. Pero no pensaba darme por vencido. Quiero aclarar que he llegado a pensar que esto de insultar al universo o gritar groserías cuando las cosas no salen bien es una terapia natural y saludable de la mente, sí, estoy casi seguro que lanzar una maldición ha salvado a más de una persona de un síncope. Y así, haciéndome el loco para descargar la energía que de otra manera me hubiera vuelto loco de verdad, levanté la caña y me dispuse a hacer el primer lance. Traté de recordar los consejos de mi colega Carlos Salazar y llevando la larga, larguísima, inmensa y pesada vara hacia atrás me preparé para dar el latigazo que se supone lanzaría la carnada a unos 100 metros costa afuera. ¡Lanzo! ¡Allá vááá…! Y…¡Auch! El anzuelo se había enganchado en un tronco de la orilla. Pudiera haber roto la caña, pudiera haber dañado la línea, pero eso no me importaba un carajo porque al mismo tiempo un ¡Crounch! me avisó que me había dislocado el hombro. En este momento, claro está, me dediqué a lanzar múltiples y variados improperios hacia el universo, el más allá, el más acá, bueno, hasta el Big Bang llevó lo suyo, y gracias a ello no hubo síncopes que lamentar aunque no me alivió el dolor del hombro. Unos minutos más tarde, ya más tranquilo, me consolé con una frase cliché estúpida pero extrañamente efectiva: «La noche es joven aún».
Mi esposa hacia spinning mientras yo despotricaba
Después de varios intentos fallidos, al fin logré un lance que me pareció correcto porque sacó mucho hilo del carrete pero, lógicamente, la obscuridad me impidió ver donde había caído la línea, sin embargo me sentí feliz y sonreí. Entonces comencé a recuperar línea para dejarla tensa (como es debido en la técnica del surf casting) y la sonrisa se me fue desdibujando a medida que recuperaba y recuperaba y recuperaba y la línea no se tensaba, y fue después de mucho recuperar que me di cuenta que el plomo, el anzuelo y todo lo demás estaba en el piso a mi lado y que no fue el lance quien sacó el hilo del carrete sino el viento que ahora había abierto el puño para transformarse en una mano infame que jugaba a jalarme el nailon. Tuve que volver a la terapia de improperios.
Una de las cosas que diferencian a un niño de un adulto es saber decir ¡Basta por hoy! En ese momento fui muy adulto.

Miedo a situaciones nuevas

Nuestros antepasados cavernícolas enfrentaban cada mañana como una situación nueva, impredecible, amenazante hasta que se demostrara lo contrario. El miedo al futuro pudiera ubicarse dentro de las primeras razones por las que creció nuestra inteligencia (es un hecho que la inteligencia se desarrolla ante la necesidad, esto pudiera probarse analizando la infancia turbulenta de los grandes genios, para muestra un botón: Beethoven desarrolló su inteligencia para evitar el maltrato del padre. Pero tal vez la prueba más irrefutable esté en los vigilantes de transito venezolanos que se pasan la vida colocando alcabalas los quince y últimos de mes esperando que pase algún incauto a quien matraquear ¿Qué necesidad debe soslayar un vigilante de transito venezolano? Y ¿Quién conoce un oficial de transito inteligente? ¡res iudicata!).
La evolución del hombre en cierta forma es la evolución del control del futuro. Prever el futuro ha sido nuestra principal estrategia contra el miedo a las situaciones nuevas. Hasta pudiéramos aseverar que lo que la gente llama "crecimiento personal" consiste en la preparación para anticiparse al futuro y tratar de minimizar las situaciones impredecibles, nuevas, insospechadas.
Así la historia de la humanidad se traduciría en la sumatoria de intentos para crear constancia en las situaciones, o, mejor dicho, para crear situaciones que se mantengan constantes. Hoy en día nos da tranquilidad suponer que mañana nuestro aire acondicionado funcionará y tendremos una temperatura agradable durante todo el día; suponemos que mañana podremos ver en la televisión la programación que se encargará de distraernos y disminuir el estrés concomitante de la vida. Suponemos, suponemos, suponemos; y mientras más se parezca nuestro mañana a la suposición de ayer más tranquilos y más orgullosos de nuestra calidad de vida nos sentimos. La calidad de vida también es traducida muchas veces como la eliminación de situaciones nuevas temibles.
Pero sólo quien ha enfrentado esas situaciones nuevas ha encontrado soluciones para mantener el estatus quo deseable, si Willis H. Carrier no se hubiese propuesto enfrentar el calor no tendríamos hoy en día el aire acondicionado que mantienen el termostato en la línea deseada.
El tiempo que pasamos en situaciones estables y controladas lo llamamos comodidad. Pero he aquí que la comodidad es un arma de doble filo porque quien se deja abandonar a ella, quien logra evitar toda situación nueva, no generará ningún cambio. Sin cambios, la comodidad tampoco existiría.
Entre un ensayo-error y otro volvimos a las viejas técnicas,
salimos a trolear en un bote de pescadores, pero el mar
 estaba revuelto y terminamos varados pescando “Mondeques”,
 el pez más apetecido y costoso para los japoneses pero
 también el más venenoso si no se lo sabe curar.
Enfrentar la pesca del surf casting era una situación nueva que yo podría haber evitado si continuaba pescando con mis antiguos estilos de pesca que por experiencia manejo con cierta destreza. Entrar al surf casting implicó aprender a lanzar con una caña de más de 4 metros, aprender a utilizar nuevos equipos, aprender nuevos nudos, nuevos nombres, nuevas técnicas, nuevas posibilidades; y sobre todo aceptar que para aprender hay que estar dispuesto al ensayo -error, ensayo - error, ensayo - error. De seguro seré un neófito en el surf casting por mucho tiempo pero me impulsa el deseo de alcanzar a sentirme cómodo en él algún día. La razón principal por la que tantas personas se hunden en la gomaespuma de la comodidad volviéndose incapaces de enfrentar situaciones nuevas es que, además del miedo a lo impredecible, han sido atrapados por una característica que no es para nada vinculante: el miedo a aprender (por miedo al ensayo - error).
Explorando la Península en bote de pescadores...,
 un descanso entre surf y surf...
De lo dicho se traduce una fórmula para eliminar situaciones nuevas sin transformarse en estatua en el intento: disfrutar las comodidades que estén a nuestro alcance para planificar desde ellas los ataques a aquellas situaciones que todavía no controlamos y luego, cada vez que se pueda, estudiar, investigar, aprender, ensayar hasta encontrar la estrategia para dominar el asunto. Tal vez todo lo dicho está implícito en aquella sentencia clásica: «El conocimiento (la verdad) te hará libre».

Primer día de pesca (surf casting)...

Aquella noche sólo dormí cuatro horas, a las 5:30 de la mañana estábamos preparando el equipo para volver a intentarlo. Habíamos averiguado que la marea baja dejaba al descubierto kilómetros de arrecifes formando una explanada de piedra cuyo borde final terminaba en un precipicio de aguas profundas.
El plan era atravesar caminando el arrecife hasta llegar al borde y desde allí pescar. El tiempo estaría en contra porque al mediodía debíamos regresar antes que la marea volviera a inundar los arrecifes. Debo decir que esta experiencia era ambivalente para mí, en parte me atraía por la pesca, pero sobre todo sentía miedo porque me recordaba una pesadilla que se me repitió cientos de veces en la infancia: quedaba atrapado en un pequeño atolón en medio del mar con el agua que subía y subía y subía para ahogarme…¡espeluznante!
Caminar sobre los arrecifes es dificultoso, y caminar sobre kilómetros de arrecifes es kilométricamente dificultoso. Y si a esto se le suma la pesada caja de herramientas de pesca y dos cañas de surf casting de más de 4 metros que para el caso daba igual si eran metros o kilómetros porque el recio viento en contra nos jalaba por las cañas como si éstas fueran velas de windsurf y nos golpeaba con sus puños: ¡Cuidado ahí viene un crochet! (Crochet : es un golpe lateral con trayectoria paralela al suelo que se dirige al rostro del rival), ¡Atentos a ese Uppercut! (Uppercut o Gancho: es un golpe que se dirige de abajo hacia arriba buscando el mentón del adversario), y si todo esto lo multiplicamos por el peso específico de los rayos inclementes del sol (porque los rayos del sol en el Caribe pesan como el plomo), si juntamos todo esto, repito, podrán entender por qué en ese momento envidiaba el trabajo de los esclavos judíos que construyeron las grandes pirámides egipcias.
Unos lugareños recorrían el arrecife cosechando "botutos" o "guaruras", grandes caracoles que particularmente considero exquisitos. Así que, en vista de que era época de recolección, decidimos recoger algunos para añadirlos al ceviche ritual que suelo preparar con la carne del primer pez atrapado. Recolectar botutos revivió mi genética de cazador-recolector, 6 millones de años de humanidad reverberan en mí con cada caracol que recogía y en esa regresión filogenética aluciné tener una cabeza más grande, de Neanderthal, brazos peludos, pies curtidos, sentidos alerta… me sentí un trucutrú y fui feliz.
Cuando llegamos al borde extremo del arrecife estábamos exhaustos. Las piernas me temblaban, me dolía la espalda no sólo por haber sido réferi en la lucha del viento contra las cañas, ni por el peso de la caja de pesca, sino también por el peso del saco de botutos que logró hacerme sentir cavernícola pero no por ello otorgarme la fuerza de un troglodita. Necesitábamos apoyar las pesadas cañas en alguna parte, pero no había forma de clavar los portacañas en el duro arrecife, y aquí vale recordar que los arrecifes no solamente son duros sino que además son puntiagudos y filosos y es imposible sentarse en ellos y en ese momento cualquier Napoleón habría ofertado su imperio a cambio de un lugar donde sentarse. Las olas que chocaban contra el arrecife nos escupían en la cara y el agua salada nos enceguecía, mi esposa y yo estábamos al borde de la desesperación, no podíamos lanzar con las cañas porque nuestras espaldas no daba más y como habíamos gastado más tiempo en la recolección de los caracoles ya era hora de regresar antes de que las aguas volvieran a inundar todo e hicieran realidad la pesadilla que me persiguió cuando niño. Extrañamente recordé a la pitonisa del tarot y adivinen a quien le dediqué todos mis improperios del momento.

¡Cuánto trabajo cuesta ser felices!

La primera reflexión filosófica registrada en occidente se refería a que todo en el mundo fluye. Y desde que Heráclito sentenciara que "todo fluye", el fluir de la vida no ha hecho más que darle la razón. Fluir implica cambiar. Todo cambio es antecedido por una crisis. La crisis que antecede al cambio supone el gasto de energía necesaria para cambiar. La vida humana igualmente fluye, y en su fluir puede presentarse el estado de felicidad. La felicidad también es fruto de un cambio. Entonces, toda felicidad también es antecedida de una crisis. Y esta crisis supone el esfuerzo necesario para ser felices. Trataré de resumir el párrafo anterior: «Ser felices cuesta mucho trabajo». Hecho el resumen y escrita la sentencia, la releo y me doy cuenta que, como todo juego de palabras, esta frase podría llegar a ser víctima de aquellos que leen con microscopio y por ello antes que me objeten intentaré rebatir yo mismo lo dicho, y empezaré de una vez reconociendo que las palabras pueden ser empleadas de innumerables maneras con un propósito comprendido entre dos extremos: las palabras usadas para explicar un fenómeno (esto es lo que intenta la ciencia), y las palabras usadas para inventar fenómenos inexplicables (esto es lo que hace el discurso mágico).  Pero en cualquier parte del recorrido lingüístico los juegos de palabras son bienvenidos como lubricantes facilitadores de la transmisión del mensaje. He aquí un juego de palabras cuyo valor no depende del polo al que se allegue: «La felicidad conlleva mucho trabajo, la pereza es responsable de la infelicidad en el mundo».
La sentencia de por sí tiene la fuerza necesaria para ostentar ínfulas de certeza. En una primera aproximación parece referirse a que la felicidad es el fruto de una acción y que toda acción conlleva un esfuerzo; en ese sentido el juego de palabras pareciera estar del lado científico -racional. También podría pensarse que se refiere al conflicto entre la mente y el cerebro: siendo la felicidad un fenómeno mental, debe enfrentar cierta resistencia por parte del cerebro que como toda cosa biológica sigue el principio de ahorro de energía (y que por ello tiende a la rutina), también en este caso el juego de palabras estaría arrimado al extremo científico. Pero la misma sentencia en boca de un político pudiera representar una manipulación ideológica para exigir más del pueblo en la lucha por alcanzar una felicidad ideal generalizada (y mantener a los gobernantes en el poder); y aquí la sentencia se desbarranca hacia el sofisma mágico.
Sin embargo, en nuestro contexto, la sentencia es mucho más humilde y sólo quiere decir lo que dice: que quien se despierta por la mañana pretendiendo pasar un día feliz, mientras se cepille los dientes debe aceptar el gasto de energía inherente a lo que pretende. En otras palabras: que quienes pretendan ser felices por obra y gracia del espíritu santo vayan a llorar a la Iglesia y nos ahorren sus fastidiosas quejas.

Península de Paraguaná estandarte de lo real imaginario venezolano

Cabo San Román: una sospechosa autopista...
Habiéndonos salvado de ahogarnos en la crecida del mar, decidimos usar la tarde para ir a conocer el cabo San Román. En la vía hacia el cabo el gobierno actual construyó una misteriosa autopista que atraviesa un desierto y que no tiene sentido alguno puesto que por allí pasan cuatro pelagatos al día. Para entender el sinsentido de esta autopista debe recordarse que en toda Venezuela el sistema vial está en la indigencia, mientras que en este desierto desolado construyeron una autopista que supuestamente conduce al cabo San Román (donde no hay nada aparte de un precario faro) pero, dije “supuestamente conduce” porque eso tampoco es cierto ya que unos kilómetros antes de llegar al cabo la autopista dobla y comienza a parecerse muy sospechosamente a una pista de aterrizaje para avionetas y termina de pronto con un rayado blanco similar al trazado al inicio de toda pista de aterrizaje. En fin, para llegar al cabo hay que recorrer varios kilómetros más sobre una trocha de arena y corales fósiles, intransitable a menos que sea en un vehículo (muy) rústico. Ingenuamente nos hicimos una pregunta ¿qué estaría pensando el gobierno cuando construyó esta autopista tan parecida a un aeropuerto en tierras desoladas con fama de contrabando, narcotráfico y piratería? ¿Me creen que la cabeza no nos dio para encontrar una respuesta?

Sólo nos apasiona lo que conocemos (o, «El apetito se hace comiendo»)

¡La primera pieza con surf casting!
Bajamos de la autopista por un camino de tierra hasta llegar a una playa con escollos donde las olas del mar parecían estar muy bravas y querer arrasar con todo por no encontrarle respuesta al porqué de una autopista en estas tierras.
Armamos el equipo y comenzamos la pesca. Después de varios errores con sus consecuentes improperios a pitonisas, universos y cualquier otro chivo expiatorio que viniera a la mente, logré la primera pieza de poco más de un kilo.
La pasión no sabe de horarios...
Tal vez no fuera suficiente para una cena reconstituyente de las energías gastadas durante el día, pero si era suficiente para levantar los ánimos. El surf casting había sembrado raíces en nuestros espíritus, había llegado para quedarse. A partir de hoy ya no sería una situación nueva sino un arte digno de pulir.