PETULANCIA
DEL GENIO DE MAMI
—Nop —responde el joven—, ¡me resbala!
—Pero es una oportunidad para demostrar
quién eres!— Insiste el hombre.
—No me interesa—. Responde el joven.
—Sé que tú lo resolverías si quisieras —insiste
el hombre—y así demostrarías tu inteligencia—. Termina de decir el hombre con acento
de último recurso.
A lo que el joven responde en tono de
fastidio.
—No me interesa demostrar nada, sé que soy
inteligente, mi mamá siempre me lo dice.
¿Criar hijos diciéndoles que son los genios de mamá y papá? ¡Vamos!, además de las lógicas consecuencias, ¡eso es un Corín Tellado sobre la pobre autoestima de los padres! Debería estar prohibido sólo por el mal gusto. Creo que nadie estará en desacuerdo con que la humanidad no necesita gente que se «crea» genio sino que lo «sea». Y la inteligencia se desarrolla ante la necesidad, si se cree que no la necesitamos se duerme y, más temprano que tarde, entra en coma (a la inteligencia comatosa se le llama: idiotez).
EDUCACIÓN
VERSUS PEREZA
Por ley del menor esfuerzo, por ahorro de
energía, todos tendemos a la pereza que además, hay que reconocerlo, es cómoda.
Aclaremos que descansar cómodamente no implica perecear. Merecida es la siesta
del justo, así como el descanso del domingo (copiado de Dios, pero claro,
después de crear al mundo entero). Merecido es el descanso como recompensa. Mientras
que el perezoso es quien descansa a cuestas del esfuerzo ajeno. El que descansa
en una hamaca y tira la lata de coca cola al piso «porque alguien más la
recogerá», eso es perecear.
La pereza es una negación de la voluntad y,
por ende, del aprendizaje, porque nada se le puede enseñar a quien no tiene
voluntad de aprender, en consecuencia la «voluntad de vencer la pereza» es el
acto inicial del proceso educativo. Claro está que son muy variadas las razones
por las que se puede tener voluntad de aprender, por ejemplo, en los niños, por
miedo a la reprimenda o al castigo. Los niños aceptan aprender principalmente
por miedo, de ninguna otra manera dejarían la pelota de futbol de lado para
repetir las aburridas tablas de multiplicar. Es función de los padres
garantizar que el niño se eduque porque si no lo educan bien, alguien lo
educará mal y podrían aprender, por dar un ejemplo extremo, el parricidio. Es
lógico que de buenas a primeras un niño no acepte leyes que le limitan y por
ello existe el castigo para incrementar el respeto. Por favor, absténganse de
opinar quienes se impresionen con el término «castigo». Quienes piensen que «el
castigo es abominable» simplemente pasan por alto que todo lo que de abominable
hay en el ser humano proviene de quien no teme el castigo, llámense psicópatas,
delincuentes o políticos con inmunidad parlamentaria. No existe ley que no
castigue su incumplimiento.
Pero «aprender por miedo» es cosa de niños,
luego, con los años, se puede querer
aprender. Ya no por miedo, sino por deseo. Por entender que el mundo está
dividido en los que temen y los que meten miedo, en alumnos y maestros, en
quienes aprenden y quienes enseñan. En ese momento de concienciación, el
aprendizaje se vuelve una puerta de salida del miedo y de entrada al estatus de
maestro (que mete miedo). Quienes enseñan lo hacen para dejar claro de qué lado
están. Piénselo, es casi imposible imaginar que aprendamos algo nuevo sin
sentir el deseo de contar la novedad a otros. Cuando una mujer se entera que una de
las compañeras del Gym es engañada por el esposo ¿quién se atreve a
apostar que guardará en secreto la novedad? En todo caso, las apuestas girarán
alrededor de cuántos minutos o segundos tardará en propagar la noticia. Nadie
escapa del deseo de aprender para enseñar.
EDUCACIÓN
DE REGLAS SIMPLES PERO DELICADAS
En educación las reglas del juego son
simples. La ilustración más básica y visceral de este proceso es la academia
militar. Los soldados soportan a regañadientes las imposiciones de sus
superiores soñando con la promoción que les dará la oportunidad de hacer lo
mismo con sus inferiores.
Sin embargo, la cantidad de delincuentes
provenientes de la escuela militar deja en evidencia lo delicada que es la
fórmula de la educación, un pequeño desvío en el proceso marca una gran
diferencia en el resultado, si todo sale bien tendremos un ser civilizado, si
algo falla crearemos un resentido social. A nivel del espíritu, estas dos categorías
se diferencian en que el primero (el civilizado) va a pretender una «revancha»,
o sea, una oportunidad para demostrar lo que puede saber, hacer o ser. Mientras
que el «resentido» deseará una «venganza», o sea, degustar el morboso placer de
usar lo aprendido para dañar a los demás.
LAS
INSTRUCCIONES
Se entiende por instrucciones las partes de
un manual de uso ¿Cuáles serían las instrucciones de un manual de vida? Supongo
que «vivir y dejar vivir» debiera estar entre las primeras; pero esta simple
instrucción será pasada por alto si la ignorancia llega hasta el punto de no
saberse vivo y desconocer por completo la existencia de manuales.
Que nuestro vecino siga la simple
instrucción de cómo se cierra la llave de paso del gas de la cocina influye en
nuestras probabilidades de morir en una explosión. Las explosiones no saben de
paredes divisorias entre lo propio y lo ajeno. La educación nos protege de ellas. La
ignorancia nos pone en peligro. La principal función de los profesores es:
menguar la amenaza. Y si lo tuyo influye en mí, bien vale que me interese en lo
que haces para prevenir lo que me pase. Si no educamos a nuestro favor, alguien
lo hará en nuestra contra. Es cosa de supervivencia, la ignorancia que dejemos
libre será nuestra espada de Damocles. Lo que no eduquemos se nos volverá en
contra.
LA
EDUCACIÓN MONOTEMÁTICA
Si la ignorancia es un peligro, el
aprendizaje monotemático es un cataclismo. Una de las monomanías educativas más
comunes proviene de esos maestros que por ser timadores son timoratos y tiemblan
ante la posibilidad de que sus enseñanzas sean sopesadas con otras, estos son
los que enseñan dogmas, siendo el más peligroso de todos el que promueve una
enseñanza única «es palabra de Dios, no se admite discusión» o «todo está en
este libro, no se dejen tentar por la blasfemia». Proponer que para entender un
libro hay que evitar leer todos los demás es un dogma cuya absurdidad es tan
grande como su absurda popularidad. Y se entiende que sea popular ante la
pandemia de pereza. Una Biblia abierta en el living de la casa es una bendición para las
familias que practican la pereza de leer, bendición que (creen) les protege de
la incultura: «en nuestra casa siempre tenemos un libro abierto».
Pero sería una ligereza atribuirle la exclusividad
de la monomanía educativa a los fervores religiosos, la enseñanza
unidireccional crece como hongo en todos los pensamientos autocráticos que no
admiten discusión: el comunismo, el moralismo, el puritanismo y demás ventas de
baratijas marca «…ISMO».
DERECHO
DE AUTOR SOBRE UNO MISMO
Teniendo en cuenta que la educación es tan
delicada que un leve cambio de viento puede aberrarla formando monstruos, y a
sabiendas de lo tentador que puede ser para un maestro enseñar a su egoísta
conveniencia; la educación no debiera ser un punto de llegada, sino de partida.
La educación debiera ser el instructivo básico para que cada quien termine
siendo su propio maestro y alumno. Aprender a discernir los propios intereses
en la lectura para poder elegir los libros de la propia biblioteca. Aprender a
reconocer cuánto necesitamos de los otros para llegar a ser autodidactas en la
ayuda a los demás. Aprender el método científico para luego poder crear nuestra
propia alquimia educativa y colocarla junto a las demás columnas de
la humanidad, a saber: la empatía, la alegría, el amor, la solidaridad. Aprender los
números para dedicarnos, en las noches oscuras, a medir nuestra cercanía con
las estrellas. Aprender el nombre de las cosas para darle otros distintos a
nuestras invenciones. Aprender a ser sinceros para tener siempre presente que
no somos inmortales, única manera de respetar el tiempo del mundo. Y, sobre todo,
aprender el respeto por las leyes, para luego, comprender que la justicia no es
un edificio de concreto, sino una delicada barraca que intenta mantenerse en
pie, y que, cada quien a su manera, tiene el deber de apuntalarla con la propia
conciencia como contrafuerte. La educación debiera ser el punto de partida del
camino hacia tener vida propia, a ser una novedad, a lograr tener derecho de autor sobre uno mismo.
Sin embargo, esto que es tan fácil decirlo
se hace difícil lograrlo, y pareciera que la principal dificultad radica en los
maestros que con su comportamiento enseñan lo contrario. De menor a mayor
trascendencia están primero las tradiciones familiares que se repiten por
generaciones, por ser más fácil la repetición que la novedad. Luego están los
políticos que al alcanzar el grado de mandamás ya no saben qué hacer con su
vida salvo el hecho de mantenerse donde están, obligando a sus súbditos a
calarse la repetición de los dogmas necesarios para ellos quedarse en el poder.
Y por último pero en el lugar de mayor importancia está el maestro Dios, un
padre que pretende que sus enseñanzas se repitan todos los días sin novedad
alguna, y todo esto por razones desconocidas que no le da la gana aclarar.
LA
ENSEÑANZA DE LA IGNORANCIA
Hemos visto que la «siembra educativa» depende
del «campesino maestro», del «terreno aprendiz», de la «semilla del
conocimiento», y del «temperamento atmosférico» que determinará la «cosecha
educativa». Los delicados buenos frutos de la educación son múltiplemente
condicionados. Salvando la distancia con el misticismo, pudiéramos decir que
son milagros. Conocemos la mayoría de las leyes de la educación, pero aun así,
son tantas que es imposible tenerlas todas en cuenta, por ello el destino de la
educación parece azaroso. El azar se encuentra en las antípodas de la ley. Es
concluyente que cada elemento enseñado debe conllevar sus reglas de uso. En
fin, la educación aparece dividida en dos grandes categorías, la enseñanza de
los conocimientos y experiencias por un lado, y la enseñanza de las leyes por
otro. La primera se enseña por enseñanza aprendizaje y ensayo error; y la
segunda por premio y castigo. Y llegados a este punto parece estar claro que el
arte educativo esgrime su nivel más sublime cuando logra que ambas enseñanzas
vayan de la mano.
Por ello, hasta que no se encuentre una
educación más precisa y efectiva, corresponderá a la jurisprudencia reparar los
daños provenientes de los traspiés educativos.
Y aquí surge la advertencia más importante:
que la ley cumpla con su carácter universal, e interceda por igual en el caso
de educadores, educandos y autodidactas. Hoy
en día la ignorancia pura y llana por herencia no existe, es
enseñada. Y los gobiernos que utilizan la enseñanza de la ignorancia como
estrategia para controlar al pueblo deben ser castigados. Quien tenga ojos
(venezolanos) que vea (y se sienta aludido).
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