sábado, 24 de julio de 2010

Consulta Portátil en Pompeya (De ruinas y Autoconciencia De Muerte)

Al llegar a las ruinas de Pompeya me asalta una duda de esas que suelen anticiparme una convicción:
¿Qué placer esconde recorrer ruinas?
 «la desolación de estas ruinas no puede ser (en sí misma) la causa de la fascinación que atrae a miles de personas que la visitan. Tampoco la historia de la ciudad y de su cultura pareciera merecer un capítulo aparte, su atractivo debe provenir de algo más».
Camino por las veredas de adoquines derruidos, observo las columnas castradas, las guías turísticas hablan de terremotos, de erupciones volcánicas, de gente carbonizada, de civilizaciones desaparecidas…, en fin, por donde se lo mire el tema es recurrente: Pompeya fue destruida por terremotos y por la erupción del Vesubio.
Y es esto lo que no me cuadra, ¿de dónde proviene la fascinación de este lugar ícono mundial de los desastres naturales? En muchas otras partes hay ruinas de cataclismos naturales, que muy lejos de generar hechizo alguno, se presentan como desgracias penosas, como desastres que quisiéramos tratar de evitar y (en lo posible) olvidar. Pero la gente viene a Pompeya a tratar de imaginar (y revivir) el desastre, presiento que hay algo morboso en todo esto, tardo un tiempo en dar con la primera pista, no es fácil mantener el pensamiento lúcido cuando se está en un sitio que ha sido pensado para distraer al turista (sí, lo reconozco, en Pompeya yo también era un turista cualquiera).

Una luz entre ruinas
Sin embargo, al rato llegó una pequeña luz a mi entendimiento y me di cuenta de tener ante las narices lo que estaba buscando bajo tierra: Pompeya es relacionada por el imaginario colectivo con Sodoma y Gomorra y esta asociación transmuta el cataclismo geológico en castigo divino.
He aquí la esencia del atractivo del gigantesco esqueleto vesubiano: ser el reducto, el recordatorio de la inmensidad del castigo que persigue al hombre, en este caso la ira de Dios sacudió a la ciudad con terremotos y escupió lava y cenizas sobre la población sacrílega, he aquí el motivo de su embrujo, nuestra humana fascinación por el castigo divino.
La muerte hace al castigo inexorable. Es uno de los principios de nuestra Escuela de Psiconomía: que la ACM (Autoconciencia de Muerte) es estructurante del aparato psíquico. Y eso es lo que nos recuerda Pompeya en sus huesos: la importancia del temor al castigo como base de la civilización. Castigo divino o mágico…; terremotos, erupciones volcánicas, son sólo fenómenos geológicos del planeta; pero en Pompeya adquieren categoría de castigo y de allí su trascendencia.
Pompeya es un gran monumento al temor a Dios, que al final no es otra cosa que una transmutación del temor a la muerte. Pompeya sirve a la gente que la visita para imaginar (aunque sea por unos momentos) que la muerte es evitable, que los habitantes de Pompeya se carbonizaron bajo la lava por haberse portado mal, por tener prostíbulos y abandonarse al hedonismo, como en Sodoma y Gomorra.
Me detengo a mirar a los turistas y no dudo de que muchos de ellos saldrán de las ruinas y tomarán el tren de regreso a Nápoles sintiéndose casi inmortales, liberados de la ira divina, pensando en todas las razones por las que un volcán no escupirá lava sobre ellos, y por las cuales también irán al cielo y así tampoco arderán en la lava del más allá infernal.
Sigo caminando las veredas de piedra entre las ruinas y tarareo una canción que había olvidado, una melodía de mi infancia, un cántico de iglesia. Entonces llegó la convicción: visitar Pompeya es otra manera de ir a misa.

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