miércoles, 10 de julio de 2013

Consulta Portátil de Psicología en Maracaibo (1) De mamoplastias y lipoesculturas o sobre el valor estético.


La belleza de la mujer venezolana

Venezuela es un país de controversiales glorias (no así de controversias gloriosas), entre las que sobresale el récord en reinas de belleza, lo que le ha ganado la fama de “el país de las hermosas mujeres”. Y es cierto, cuando se llega al aeropuerto de Maiquetía, se sabe de estar en Venezuela no sólo por el desorden, la gran cantidad de guardias nacionales, policías con cara de matones y todo tipo de sujetos uniformados de las más impensables milicias, no sólo por los peor-malencarados agentes de migración y aduana, no sólo por el maltrato perverso que sufren las maletas (cuando aparecen), no sólo por los atrasos de los vuelos de cabotaje, no sólo por el asalto de vehementes saltimbanquis «¿Le llevamos las maletas?» «¡Cambio dólares, euros!» «¡Taxy!», ni siquiera por ser el único aeropuerto del mundo al que se llega sin haber tenido miedo a que se caiga el avión por ser mayor el terror de ser asesinado al salir del aeropuerto; sino también por la gran cantidad de mujeres esbeltas que caminan como si recorrieran una pasarela de modas, mujeres altas, medianas, bajas, pero todas hermosas. Y si no son todas, son la mayoría, con su cuerpo esbelto y su cara de pasar hambre para verse bien. ¡Que lindas son las venezolanas!
Escribo este post sobre la belleza femenina venezolana después de un alucinante encuentro con mi amigo Godot, ustedes ya lo conocen de otros artículos, ese personaje capaz de camuflarse de cualquier cosa y obsesionado por la observación de todo lo que pasa en este planeta. Trataré de rememorar el encuentro.

Sobre el terrorismo sexual: Godot y el atentado de las tetas de silicona

Estaba en el Supermercado Ritz de Maracaibo buscando entre los estantes del bodegón un vino Carménère, cuando escucho un: «Psst, Doc, aquí abajo, la botella de Baileys de la derecha, por favor, cómpreme.» Reconozco la voz de mi amigo Godot y recojo del anaquel la botella de Baileys Irish Cream de la que salía la voz. Ya puesta en la cesta superior del carrito de compras le pregunto:
—¿Qué haces transmutado en una botella de Baileys?—. A lo que mi amigo-botella responde:
—Yo hacía algunas compras, ya sabe, este es el único mercado en Maracaibo donde se consigue el queso Feta para la ensalada griega, y de pronto me sentí acorralado y sufrí una crisis de pánico, y, en el desespero, lo primero que tuve a la mano fue camuflarme de botella de crema irlandesa.
—¿Acorralado? ¿Crisis de pánico?—. Pregunté.
—Por favor, Doc, busque un rincón y póngase de espaldas a la gente para que podamos hablar y trataré de explicarle lo sucedido, si es que mis nervios me lo permiten.
Encontré un espacio discreto entre los refrigeradores, me detuve con mi carrito de compras dando la espalda a la zona más concurrida y le dije a mi amigo:
—Creo que aquí podemos hablar, yo simularé estar eligiendo guisantes congelados para que no me saquen en camisa de fuerza por conversar con una botella de Baileys.
—No hay mucho que contar, Doc. Los cuentos de terror son cortos. Cuando llegué al supermercado me di cuenta de haber llegado en mala hora. Había mucha gente y era difícil manejar el carrito de compras por los pasillos, pero aún más difícil porque parecía que había una "convención de usuarias de cirugía estética". De pronto, una multitud de damas portadoras de prodigiosos pechos mamoplásticos, exuberantes curvaturas liposuccionadas y partes traseras súperesculpidas, me flanquearon el paso. ¡Y esas mujeres ocupan el doble del espacio normal! Entiéndame, Doc, una persona obesa es flácida y puede amoldarse, apretar su panza para que uno pase, pero estas mujeres son de fierro, chocar con ellas es "pérdida total" de esas que no pagan los seguros. Además, parece que dentro del kit clínico vienen incluidos unos mínimos vestidos elásticos que envuelven el cuerpo apretadísimo como la tripa de cerdo a los chorizos, dejando aflorar las protuberancias en forma de (enojadísimos por apretados), misiles de ojivas explosivas y…, lo más terrible…, los escotes que no terminan nunca, puestos allí, donde quiera, como enclenques diques que soportan inmensas represas que en cualquier momento pueden venirse abajo explotando en una carnicería impensable…, con esquirlas de granada siliconada, disparando pezones… una masacre….¡qué chico queda el napalm de Vietnam!... espere….déjeme tomar aire… es que sólo imaginarlo me altera… es como si fuera Marlon Brando a punto de ser guillotinado en Apocalipsis Now con fondo musical de The end de los Doors…, disculpe el delirio…,  estaba hablando de esos escotes por todas partes, allí donde se puede y donde no se puede también…, me estoy sintiendo mal… hágame el favor de colocarme en un Freezer para refrescarme…
—Sí claro—. Y coloqué a mi amigo-botella-Godot-Baileys por 50 segundos dentro de la heladera de guisantes congelados para luego sacarlo, reponerlo en la cesta superior del carrito de compras y continuar la conversación.
—Gracias. Refrescarme me calma los nervios. Trataré de continuar el relato de mi desgracia. Como le decía, parecía que esos escotes quisieran provocar terror amenazando con estallar en cualquier momento, como terroristas suicidas con chalecos de dinamita, como si los pechos fueran pistolas de alto calibre que disparan pezones-bala, y además están esos cuerpos esculpidos y erguidos de forma tan militar, rectos, rudos, tiesos, tan rígidamente acerosos, tan de soldado sexual, tan grandes…, tan inhumanos. Y fue entonces que vi la ametralladora. Otra súpermatrona entró al pasillo manejando su carrito de compras como si fuera un tanque de guerra, tenía un vestido apretadísimo y cortísimo y escotadísimo, abotonado desde el canalillo de los senos hasta el bajo dobladillo de la faldita, y cada ojal estaba estiradísimo como honda de David a punto de dispararme…, y yo tan Goliat indefenso…. Lo cierto es que no había paso, estaba acorralado en el pasillo hacinado por las siliconas que me apuntaban en medio de los ojos y que parecieran decir «¡Si no me miras, te disparo un pezón». Y usted sabe que yo soy un caballero, así que, en segundos, el conflicto entre mirar o voltear la mirada o escapar de aquel atentado terrorista, se transformó en confusión mental y de inmediato sobrevino una sensación de ahogo y pánico. Sudaba frío, me sentí perdido, y…, dejé mi carrito de compras abandonado ¿a quien le importa la ensalada griega cuando va a estallar una bomba?.. y, ya no recuerdo cómo, alcancé a esconderme entre los estantes del bodegón transformándome en botella de Baileys. Llevo horas tratando de ahogar en crema irlandesa esta pavura.
—Esto sí que no me lo esperaba de ti, Godot. ¿Miedo a las mujeres? O peor aún: ¡miedo a las féminas portentosas!
—Nada de eso. Entre las razones por las que respeto y admiro al ser humano la belleza femenina ocupa uno de los primeros lugares pero, y esto usted como estudiante de la naturaleza humana debe saberlo bien, la intrincada belleza de la sexualidad humana se pierde si es explícita, descarnada, directa, abrumadora. La sensualidad, para ser tal, para ser bella, debe sugerirse y no exhibirse como un trozo de carne en el mostrador de la carnicería, porque entonces lo sensual se transforma en soso, y a mí, lo reconozco, lo soso me genera aversión. Lo portentoso nada tiene que ver con la belleza. ¿Tiene presente esos vehículos blindados Hummer? Son portentosos, impresionantes, meten miedo, pero nadie en su sano juicio estético podrá decir que son bellos. En otras palabras, dudo mucho que pueda existir la belleza blindada. Porque lo bello ante todo no debe ser amenazante, lo bello no puede ser intimidante. Ante todo, lo bello debe ser ausencia de miedo. Al imaginarme un acercamiento voluptuoso hacia una de estas féminas portentosas imagino que envés de decirle «te deseo» sería más apropiado si le dijera «Ave, Caesar, morituri te salutant», porque la seducción directa y explícita, más que despertar el deseo pareciera retar a la contraparte gritándole: «¡A que no te atreves!».
—Bueno, debo reconocer que algo parecido me ha pasado algunas veces ante una «hembrura descomunal», una especie de pálpito de que voy a ser atropellado por un camión, ¿sabes que en Argentina a las mujeres despampanantes le dicen «camiones»?
—¡Eso! Eso fue lo que me hizo entrar en pánico: ¡me vi atropellado por un convoy de camiones exhibicionistas! Pero qué digo camión…¡Explotadas! Sí, me  enteré de que las llaman ¡Explotadas! ¿Por qué? Si aún no han explotado sino que están por explotar ¿inventaría ese nombre alguien a quien le explotó una en la cara? Se me ocurre que lo más probable es que el término intente hacer referencia a épocas anteriores a la revolución femenina donde las mujeres no querían ser «explotadas» como objetos sexuales, ahora lo hacen ellas mismas….¡Qué terrible! ¡Acabo de imaginarme a Simón de Boveaur con implantes mamarios y nalgas con paperas!
—Creo entenderte…
—Disculpe Doc pero el desahogo no me está sirviendo de mucho. ¿Me haría el favor de colocarme en un anaquel junto a un buen whisky escocés? Necesito un trago más fuerte para animarme a salir de aquí por mis propios medios. ¡Ah!, y le agradecería muchísimo me buscara un trozo de queso Feta.
Coloqué a mi amigo Godot junto a una botella de Royal Salute y luego acomodé a su lado una porción de queso Feta. Cuando me despedí, no me extrañó que no me respondiera.


Sobre la proporción en la estética

Es conocido por todos que el certamen de Miss Venezuela es una organización de quirófanos estéticos que a falta de nombre corporativo podríamos sugerirle que se autodenominaran "Clínicas Frankenstein". Ser candidata a «Miss» implica firmar el consentimiento de pasar por un vía crucis de reconstrucción, deben consentir que le saquen las mandíbulas para reacomodárselas, hacerse las liposucciónes necesarias, mamoplastias, cortes quirúrgicos aquí, inyecciones de grasa más allá y todo lo que sea necesario para transformarse en el modelo de perfección femenina que tienen en la mente los organizadores (también es de conocimiento público que la organización del evento está en manos de gente de preferencia homosexual, de lo que se deduce que el modelo femenino del que hablamos es el que gusta, o fantasean, los homosexuales —por favor abstenerse de cualquier imputación de homofobia, no soy homofóbico, sólo describo una realidad con todo el respeto que se merece—).
Ahora bien, con lo anteriormente explicado y sumándole a ello el fenómeno de que en el imaginario colectivo de las niñas venezolanas es más popular el Miss Venezuela que Santa Claus, se ha logrado que las Clínicas Frankenstein sean idealizadas como islas de la fantasía y, en consecuencia, fue inevitable la demanda explosiva de mamoplastias de aumento, liposucciones y lipoesculturas cuando éstas se hicieron accesibles al común de la gente. Y hasta aquí todo normal y sin mayores comentarios. Pero el descalabro sobrevino en lo relativo a la proporción. Habiéndose desproporcionado la competencia entre las mujeres por la insidia sembrada durante décadas por el concurso de Miss Venezuela, era de esperarse que la estética, el buen gusto, cual Cenicienta, se rezagara ante el fervor ocasionado por la candidatura al "Oscar como primera actriz" de la ubre de fulanita o sultanita, lo que en lenguaje de barrio se traduce como: «¿Viste que la vecina se operó las lolas? ¡Quién se cree esa! ¡Dame el número del primo de Frígida, el cirujano plástico!».
Con libertad de escoger el tamaño del injerto, las apuestas se dispararon. Y así la rivalidad alcanzó niveles de gigantismo: «!Ya verá esa presumida! ¡Las mías serán más grandes!». Varios amigos cirujanos plásticos venezolanos me han hecho el mismo comentario: «En el resto del mundo prefieren el tamaño pequeño o mediano para las prótesis, en Venezuela eligen el tamaño elefante».
¡Chicas! ¡Chicas! ¿Qué pasó con la idea de que el buen gusto tiene que ver con la proporción, el equilibrio, la mesura y todas esas cosas que hacen de lo natural algo bello y hacen que lo bello parezca natural? No traten de excusarse con aquello de que no tienen sentido de la proporción porque no le enseñaron geometría en la secundaria; 2 + 2 son cuatro y los buenos perfumes no vienen en frascos grandes. La belleza nunca será fenómeno de circo.
¡Chicas y no tan chicas! ¿Que pasó con las mujeres que reclamando a los hombres y acusándolos de tratarlas como meros objetos sexuales, lograron, como desagravio, que las mujeres tuvieran los mismos derechos que los hombres, y luego, aún más derechos que ellos por su condición especial de madres? ¿Qué pasó? ¿Se arrepintieron? ¿Se olvidaron? ¿Ya no importa? ¡No me salgan con aquello de que en nada se contradicen las tetas versión Himalaya con la petición de  desagravio histórico por haber sido vistas como objetos sexuales! ¡Ni me vengan con eso de que se las pusieron para sentirse bien con ustedes mismas, y no para virarle los ojos a quienes le pasan por un lado! Me consta que cuando las mamoplastias no son electivas sino terapéuticas o de corrección anatómica, las pacientes escogen implantes de tamaño natural.
La ESTÉTICA es la ciencia de lo bello, y la NATURALEZA estudió en la misma universidad donde la Estética llegó a ser la jefa de cátedra, en otras palabras, la naturaleza es alumna a la vez que madre de la estética. Evidente es que la Gioconda tiene bustos prominentes pero Leonardo tuvo el buen gusto de dejar entrever lo voluminoso y arropar lo evidente para que la Mona Lisa no terminara siendo simplemente un par de lolas. «Érase un hombre a una nariz pegado», poetizó Quevedo hace 4 siglos, e hizo historia por su desfachatez poética. Luego de cuatrocientos años, ¿acaso estamos tratando de reinventar la poesía para poder llegar a decir: «Érase una mujer a unas lolas pegada?».
Pero, reflexionemos un poco en el origen de tal desmesura. Definitivamente es una cuestión de axiología, o sea, del valor de la exuberancia.  Todos quieren ser originales, ya que por la rareza de algo se estipula su valor, ley de oferta y demanda. Y marcar la propia originalidad es cada vez más difícil, en especial cuando se cae en la tentación de que la autoestima se alimente de un solo valor. La autoestima debe ser el resultado de cuatro acciones que derivan de los verbos: saber, hacer, tener y ser. Pero algunos bombardeos sociales y la tendencia general a la pereza, por aquello de que todo lo biológico tiende al ahorro de energía, a la ley del menor esfuerzo, favorece que estemos siempre tentados a llenar nuestra autoestima con el verbo “tener” (no hago nada, lo compro todo hecho). Recuerden siempre que “originalidad” no es igual a “diferente”. Lo original es auténtico. Lo diferente, la mayoría de las veces, no es más que un "estado alterado" de lo natural.
La verdad es que a mí me cuesta mucho hablar un tema serio con una mujer de senos elefantíticos envueltos en tela elástica y a punto de estallar y sacarme un ojo, simplemente me es incómodo.
Tanto años luchando al lado de las mujeres de Venezuela contra el machismo y el chovinismo, ayudándolas a emanciparse del yugo retrógrado de ser usadas y abusadas como objeto sexual ¿Y ahora cómo las defiendo ante los discursos peyorativos machistas? ¿Debo acaso aceptar que éste es el resultado de la emancipación? Si fuera así, perdí el tiempo y no valió el esfuerzo.

El valor de pensar lo que se dice y decir lo que se piensa

Después de escribir los párrafos anteriores mi esposa me sirvió un té y, por su natural curiosidad femenina, se puso a leer lo que escribía. Al terminar de leer lo escrito pegó el grito al cielo:
― ¿Te volviste loco? ¡Imagina los odios que vas a levantar contra ti!
― ¿Por qué? ¿Te parece que estoy siendo peyorativo? Yo sólo trato de describir una situación real. Además, todas las personas que me conocen saben que amo la belleza, que mi única religión es "el arte de vivir con arte", que no tengo nada en contra de la cirugía estética, que siempre recomiendo llamarlas " alternativas cosméticas" para evitar el halo siniestro del quirófano. Todos saben que soy un hombre de mente abierta, que considero el puritanismo como la peor de las perversiones, pero también soy un librepensador.
― Sí, pero, nuestras amigas, tus pacientes, ¿qué van a decir?...
― Nada. No espero que digan nada. No es un artículo para generar polémica, sólo es una descripción del color local y si bien hay alguna que otra pincelada de opinión personal sobre medidas y proporciones, no creo que sea para polémica, a mí me parece de humor light. Es más, pienso que la mismísima Simone de Beauvoir no sólo lo aprobaría sino que, de vivir en esta época sería altamente consumidora de estas alternativas estéticas…pero de tamaño natural.
― No me lo estás preguntando, pero yo opino que no lo deberías publicar.
Bueno, al leer este post queda en evidencia que no seguí su consejo, en un matrimonio no se puede decir siempre que si.
Me atendré a las consecuencias…

domingo, 7 de julio de 2013

Consulta Portátil de Psicología en el Caribe (1) La cultura alcohólica o sobre la desconfianza.

Desconfianza Caribe

Al encontrarte con un amigo en el Caribe, que te invite un trago es la versión tropical de «darte la mano».
Resabido es que el origen de la costumbre de darse la mano tiene una larga historia detrás y que empieza en la certificación de no empuñar un arma, en otras palabras, cuando damos la mano a alguien le estamos diciendo: «Fíjate que tengo la mano limpia y desocupada, no estoy empuñando un puñal ni nada con que atacarte». En fin, dar la mano es decir «soy hombre de paz» o, más directamente, «puedes confiar en mí».
En el Caribe se escarba más profundo en la desconfianza, no basta con dar la mano para apaciguar los resquemores, los caribeños son menos inocentes (o más maliciosos) en ese sentido, es como si dijeran «No empuñas un arma ahora, pero puedes tenerla escondida, puede que te muestres como agua mansa, pero en realidad deseas ser la tormenta de mi perdición». Por ello los caribeños invitan el trago de inmediato, para eliminar las defensas del otro y enterarse de una vez qué esconde adentro. Es cultura caribeña desconfiar de quien no bebe. Hasta si un presidente es abstemio, según la usanza, no es confiable.

Pero volviendo al trago que pretende funcionar como criterio para discernir entre los amigos confiables y los que no, en el Caribe la desconfianza es tal que todos parecen dispuestos a volverse alcohólicos antes de tener una amistad de dos caras. Y no hay dudas sobre la seriedad del asunto, basta con leer los periódicos de cualquier lugar de la región para comprobarlo, cada día habrá una noticia (lo más probable es que sean varias), con un título que diga más o menos así: “Mató a su amigo de dos tiros mientras tomaban tragos”. Los caribeños leerán la noticia con falsa sorpresa. Pero, en el fondo, todos saben, que aquello es una prueba de la efectividad del método. El tipo lo descubrió, al tercer trago salió la bronca antigua, la infamia encubierta, la mala intención, y ¡Pum! «¡Adiós embustero! El Ron no miente, te despacho antes de que lo hagas conmigo». 
Definitivamente, qué efectivo sería que cada pueblo tuviera la oportunidad de sentarse a tomar un trago con sus gobernantes.

sábado, 6 de julio de 2013

Consulta Portátil de Psicología en Quito. Guayasamín o Sobre la Auto Conciencia de Muerte (ACM) como estructurante del aparato psíquico.

Quito es una cornucopia repleta de arte histórico que hace historia.

Guayasamín de Quito 
(En el 94° aniversario de su nacimiento)

Imposible andar por Quito sin ser observado por los ojos de Guayasamín.
En calles, plazas, ferias, mercados, por donde se mire te observan los ojos pintados por Guayasamín. Pintores y buhoneros venden sus cuadros en litografías, serigrafías, réplicas, homenajes, fotografías…, iconografía del alma ecuatoriana y del indígena suramericano. Los imitadores exponen sus «cuadros Guayasamín» autoproclamándose discípulos del maestro. 
No encontré registro de que Guayasamín haya tenido discípulos directos, aprendices educados por él; pero la tristeza de sus retratos es patrimonio de todos (Guayasamín consideraba al arte "Patrimonio de los pueblos"). De alguna manera, todos somos sus colegas, de alguna manera, todos somos sus discípulos, de todas las maneras todos somos los personajes de sus cuadros.

A Guayasamín es difícil no mirarlo porque sus obras te miran. Los ojos tristes te llaman, las grandes manos te atrapan. Mención aparte merecen sus murales. Recuerdo que en el aeropuerto de Barajas, trasnochado después de un vuelo de nueve horas y en tránsito hacia Barcelona, caminaba rápido para hacer la conexión cuando, de pronto, me encontré con el mural de veinte metros de Guayasamín. Casi pierdo el avión. Con Guayasamín no se puede ser indiferente.

Guayasamín y la Auto Conciencia de Muerte (ACM)

No hubo una primera vez que mirara un Guayasamín. Hubo una primera vez en que fui mirado por uno de sus cuadros. Dos grandes ojos, dos ojos muy grandes, custodios de toda la sabiduría humana. ¿Cabe en dos ojos toda la sabiduría humana? ¡Claro que sí! No hay dificultad alguna en ello. Un solo ojo es capaz de contenerla y sobrarle mucho espacio. Lo dificultoso es atraparla con los pinceles y colocarla allí. Toda la sabiduría humana cabe en un suspiro, pero los pinceles no pueden pintar suspiros sabios.

La primera vez que fui mirado desde los ojos de un cuadro de Guayasamín supe que, desde el interior de aquellos párpados, me miraba toda la humanidad, porque la sabiduría humana es una, de uno y para todos, la misma sentencia multiplicada tantas veces como integrantes tiene la humanidad. La sabiduría no es elocuente, no necesita muchas palabras, es lo que es y nada más. La sabiduría no está hecha de libros, ni de lo que se enseña en las aulas, todo eso no es sabiduría, es su consecuencia, un relleno para amortizar el fragor del silencio que queda después de saber.
El ojo que me miraba desde el cuadro sabía lo único que sabe todo ser humano: que morirá.
Al salir del trance hipnótico, al despegarme de la Auto Conciencia de Muerte que colmaba la esclerótica de aquellos ojos encantadores, vi las manos. Era inevitable que donde terminara aquella mirada erudita, comenzaran las manos laboriosas. Como si fuera una ley de causa y efecto que al saberse mortal las manos se junten en una plegaria. Porque la muerte mueve al trabajo y el trabajo mueve a la vida. Sé que moriré, luego, quiero hacer, luego, vivo.
Guayasamín fue un sabio Grande. Todos somos sabios y por eso todos pintamos ojos y manos; pero él pintaba grandes ojos y grandes manos. Guayasamín fue un sabio Grande.



Los ojos de la humanidad

Los ojos pintados por Guayasamín están ensamblados sobre rostros indígenas, como representando el antiguo linaje de la sabiduría que albergan, como tratando de recordarnos aquel primer hombre cavernario anterior a las razas que un día se enfrentó a la gran revelación, la revelación que lo exiló del reino animal para transformarlo en Adán, el primer hombre sapiens de su muerte. Después de treinta y cinco mil años el asombro de aquel primer cavernario sapiente, aquella expresión, sobrevivió a las fatuas negaciones de sus descendientes y volvió a ser plasmada sobre el lienzo por quien fue capaz de ver en la vida de un ser toda la historia humana, las manos de Guayasamín, que pintaron ojos tristes para que no olvidemos que somos hijos de la gran revelación, de la Auto Conciencia de Muerte, y que, más que tenerle miedo, sepamos que le debemos todo.
No hubo una primera vez que mirara un Guayasamín. Hubo una primera vez en que fui mirado por uno de sus cuadros.

Y atrapado por esa mirada quedé paralizado mientras me atravesaban los millones de ectoplasmas ancestrales que componen lo que soy, porque soy 35.000 años de humanidad, y en ese instante de hipnosis recordé que soy, aunque parezca otra cosa, el primer cavernario melancólico que supo la verdad, recordé que soy, aunque no me guste la idea, un "hijo de nadie" que disputó las tierras de Babilonia tras la muerte de Hammurabi, recordé que soy, aunque me cueste creerlo, descendiente de Gilgamesh y aprendiz de obra en la construcción de la pirámide de Gizeh, recordé que soy, aunque ya no lo parezca, uno de los tesoreros del secreto de Luperca y la edad de leche de Rómulo y Remo, recordé que soy, a pesar de mi mala memoria, morador de Lu y discípulo de Confucio; y los recuerdos más cercanos en el tiempo llegaron a mí con mayor precisión y supe que soy porque fui cruzado, soy porque fui apostólico romano, soy porque fui, me guste o no, misionero americano, y es evidente que soy lo que fui, indio, negro, mestizo, inmigrante, amigo y traidor. Fui y soy todo lo que aquel cuadro de Guayasamín ve en mí, que es lo mismo que aquellos ojos tienen pintado de ocre en sus pupilas: soy y somos puntas de rama del mismo árbol de ilusiones al que pertenecieron aquellos que antes de nosotros soñaron para no resignarse ante la Auto Conciencia de Muerte.

Del homo mortale al indígena de Guayasamín

El grito

El cavernario despertó y salió de la cueva. En su corta vida había visto morir hombres, mujeres y niños del clan. Los había visto morir y nada más. Morir era algo que podía sucederle a quien se descuidara, de la misma manera que les sucedía a los animales que mataba. Morir era algo que él podía evitar, una alternativa, una posibilidad y nada más. Lo que moría desaparecía y nada más. Lo que moría se dejaba atrás, se lo dejaba de ver, de pensar y nada más, como deja de interesar un árbol cuando ya no da frutos, algo así y nada más. Pero esa mañana el cavernario despertó recordando todos los «nada más». Trató de no pensar, sacudió la cabeza, se golpeó la frente, se restregó los ojos, pero no pudo cambiar sus pensamientos, trató de dirigir la atención hacia el agua corriente del riachuelo y no pudo concentrarse, pateó una piedra con su pie desnudo y le dolió, pero aun así no pudo pensar en nada más que los «nada más». Y era de pensar que de tanto pensar se le revelaría la verdad. Y entonces el cavernario gritó la iniciación de la humanidad: «¡Moriré!».
Desde ese día, y a lo largo de los 35.000 años que han pasado, aquel grito se repite en el despertar de cada niño que se hace adulto mortal. Por efecto secular, de grito individual pasó a ser algarabía de «nemento moris» hasta transformarse en el viento que empuja la vela del barco de la humanidad. Y el grito trabajó construyendo ciudades. Y el mismo grito, hecho viento y transformado en tormenta, destruyó ciudades. Hecho aire, en calma o agitado, como brisa o ventarrón, fue silencioso e invisible, estruendoso y tangible… omnipresente. Motor de la civilización. Su poderío gravita en su moto perpetuo, el grito se grita a sí mismo y, con cada niño que nace, grita una vez más. No hay manera de ser sordo, ya no es cosa de oírlo o no, como la madera del árbol que creció de la piedra y la arena termina volviéndose mineral, la humanidad proveniente de aquel grito inicial ya es el grito mismo. Del grito venimos y hacia el grito vamos. Grito somos y grito seremos.

El ojo que ve al grito (ACM)

Guayasamín sabía que no hay manera de ser sordo, porque el grito (¡moriré!) viene de adentro. Guayasamín lo decía: «Estoy en el mismo punto, pero cada vez más hondo. Siempre golpeando hacia adentro. Pintar es una forma de oración al mismo tiempo que de grito. Es casi una actitud fisiológica, y la más alta consecuencia del amor y de la soledad».
Los ojos pintados por Guayasamín gritan su Auto Conciencia de Muerte (ACM). En un intento desesperado, las manos de sus pinturas tratan de hacer algo, y lo hacen, a conciencia de no poder cambiar el semblante de la mirada.
Guayasamín: Pintor universal. Curador de los tristes ojos y huesudas manos de la sabiduría humana.


Cuando salimos de “La capilla del hombre” íbamos a tomar un taxi, pero de pronto cambié de idea y preferí caminar unas cuadras. No tenía ganas de hablar. 
El animal se transforma en humano después de saberse mortal.

La capilla del hombre se presenta como un símbolo muy directo, un lugar donde el hombre es el centro, donde el hombre se espejea en su semejante. El hombre que le rinde honores al hombre. Una capilla para pensarnos a nosotros mismos y tal vez orar al hombre por el hombre. La construcción de un templo a la empatía es admirable, digna. Pero mi silencio albergaba otro tipo de reflexiones. Al principio me pareció estar divagando, pero poco a poco las ideas se fueron juntando en las escasas neuronas que dentro de mi cerebro estaban dispuestas a pensar en el cristianismo. Pensé en Cristo, se me presentó su imagen clásica, crucificado, con corona de espinas, clavos, sangre y todo aquello con que lo pintan. Y pensé que quien le venera está venerando un hombre, un hombre muerto. Me senté en la acera de un callejón desierto y seguí pensando. Pensaba en hombres que adoran un hombre muerto, o mejor dicho, que adoran a un hombre que sabía que iba a morir, un hombre que sabía que las escrituras sentenciaban su muerte. Pensé en los hombres que veneran al hombre que tiene Auto Conciencia de Muerte. Pensé en la pasión de Cristo. Pensé en la pasión de vivir hasta último momento a pesar de cargar una cruz, la Cruz de la Auto Conciencia de Muerte. Y todas estas imágenes pasaban por el Norte de mi mente mientras al Sur de mis reflexiones reverberaban ideas sobre mensajes incomprendidos, misterios que no son tales, símbolos que no pretenden simbolizar nada sino decir exactamente lo que dicen: «¡Morirás!». Y mientras sucedía esto en el Norte y Sur de mi mente, en el Este amanecía la idea de que tal vez todas las capillas, templos, iglesias, mezquitas, sinagogas, son oratorios de fervor hacia el hombre con Auto Conciencia de Muerte.
Más tarde, en el Oeste de mi pensamiento, justo a la hora del ocaso, comenzó a vislumbrarse la idea de que ser inmortal no tiene gracia alguna. La heroicidad, y por lo tanto la admiración y el respeto, son méritos exclusivos de quienes viven a pesar de saber que morirán. Guayasamín estaba claro, por eso le hizo un altar a la humanidad.
Es por ello que cada vez que subo o bajo las escaleras de mi casa, en cuyas paredes cuelgan las serigrafías compradas en la fundación Guayasamín, y siento que me miran, volteo y les guiñó un ojo. (>‿◠)✌ 
Un guiño a Guayasamín (desde el cielo de Quito) en el 94° aniversario de su nacimiento (Liseth aprendiendo a guiñar un ojo).


AUTO CONCIENCIA DE MUERTE (ACM) EN TIPS
Mario Fattorello © 2013

—Auto Conciencia de Muerte no es lo mismo que miedo a la muerte. La ACM no causa miedo, produce el sinsentido.
—La Auto Conciencia de Muerte es el motor inicial de la cultura humana. Toda la cultura humana gira alrededor de la necesidad de tener autoestima que es su contrapeso, el otro plato de la balanza de la Auto Conciencia de Muerte.
—Después de tener razonamiento, después de tener Auto Conciencia de Muerte, el cerebro creó estrategias para soportar la vida a pesar de saberse mortal, todas estas estrategias juntas son lo que llamamos mente humana. Una de esas estrategias es la autoestima. Por pensar en lo que sabemos y queremos saber, en lo que hacemos y queremos hacer, en lo que tenemos y queremos tener y en lo que somos y queremos ser, logramos distraernos del ACM y soportar la realidad.
—A medida que baja la autoestima, la ACM se asoma. Si la ACM logra hacerse patente, la vida pierde sentido.
—La Auto Conciencia de Muerte nos mueve a vivir. Si no nos movemos, si dejamos de alimentar la autoestima, la misma Auto Conciencia de Muerte nos quita las ganas de vivir.
—La Auto Conciencia de Muerte se instaura en nosotros alrededor de los 10 años de edad. Edad ontológica equivalente al momento filogenético en el que los homínidos alcanzaron el razonamiento necesario para tener Auto Conciencia de Muerte.
—Los únicos seres humanoides sin Auto Conciencia de Muerte son los psicópatas.
—El ACM es estructurante del aparato psíquico (principio de la Psiconomía).
—Tengo Auto Conciencia de Muerte luego, soy humano.