viernes, 20 de noviembre de 2015

EN VENEZUELA Y EL VATICANO, SOBRE LA APOLOGÍA A LA POBREZA (o sobre el argumentum ad lazarum)


El argumentum ad lazarum es una falacia que propone que la pobreza dota de méritos extraordinarios a los pobres. También es usado para hacer creer que el pobre lo es por falta de malas intenciones. El cristianismo está lleno de estos argumentos.
Para no pecar de rebuscado, utilizaré como ejemplos de argumentum ad lazarum los que pone la Wikipedia

«—Los monjes han hecho votos de pobreza. Seguramente gracias a ello han obtenido una iluminación especial que los hace más sabios.
En una discusión entre empresarios y obreros hay que dar la razón a los obreros porque son más pobres.
Este político se ha bajado el sueldo, por tanto seguro que lo que dice es correcto».

Tomando un atajo, pudiéramos decir que todo «argumentum ad lazarum» se traduce más o menos de la misma manera: «si es pobre, es bueno».
Supongo que esta falacia se sostiene en el imaginario colectivo debido a que se piensa que alguien, por ser pobre, no es una amenaza. Y esto pareciera ser realmente así para aquellos que ostentan el poder, debido a que las herramientas necesarias para amenazar al «PODER» están muy a trasmano para los pobres. Y pareciera ser ésa la principal causa por la que el poder los utiliza (a los pobres) como escapulario ajeno para ganar indulgencia. Al poder por el poder mismo no le interesa otra cosa que cuidar su empoderamiento, y ante esta prerrogativa le resultaría riesgoso asociarse con quien tenga las cualidades necesarias para ser tentado a quitarle el poder. Por ello el poder utiliza a los pobres como justificación, como razón de ser y como soldados que, por su condición, aceptan mantenerse firmes en la intemperie a extramuros del castillo, para defender el trono del poder que ellos no ambicionan por saberse limitados en su condición de pobres. Para el poderoso el pobre es definitivamente conveniente.
En países comunistoides como Venezuela, los poderosos son grandes consumidores de pobres, y utilizan eufemismos altisonantes para contentar a la pobreza, uno de los más rimbombantes es el de nombrar a los pobres como «el soberano», aunque este calificativo es utilizado sólo en discursos de especial esplendor o cuando quienes ostentan el poder amanecen con una excepcional euforia digna de un estreñido que tiene éxito después de una semana de fracasos, para el resto de los días tienen un diccionario entero de eufemismos para el ensalzamiento cotidiano de la pobreza, y entre ellos el más frecuentemente utilizado, casi como la ropa de andar por casa, es el de llamar a los pobres «el pueblo» con un acento retórico que deja entender que sólo es «pueblo» quien ostenta la categoría de «pobre». Y aquí entramos a una de las paradojas del poder: el pobre es admirado por ser pobre, pero a su vez se le manipula ofreciéndole una esperanza de cambiar su condición de pobre, y esta esperanza está basada en la eliminación de los que no son pobres, los cuales por antinomia son denominados «ricos» y satanizados como los culpables de la pobreza. En estas últimas palabras ya vemos otra paradoja: la pobreza es admirable pero son detestables las causas de la misma. Sin embargo estas paradojas sólo deben preocupar al pobre mismo, que al imaginarse un futuro donde ya no sea pobre perdería la admiración de los poderosos y pasaría a formar filas de los detestables «ricos» que a su vez generarían los pobres que pasarían a ocupar el lugar perdido de admiración de los primeros. Sospecho que es muy poco probable que algún pobre no quiera cambiar su condición para seguir ostentando la admiración de los poderosos, pero en asuntos de probabilidades todo es posible. Lo que sí parece claro es que estas paradojas no perturban al poder, a quien le basta con no cumplir con las esperanzas prometidas para que los pobres sigan gozando de su privilegio de ser «pueblo soberano».
Pero resulta aún más interesante que la ilusión de que los pobres no sean peligrosos (ilusión que se desdibuja fácilmente al ver que los barrios de pobreza son los focos de mayor peligrosidad, violencia y delincuencia en la sociedad), contagia en el error al resto de la población, aquellos que sin ser financieramente pobres no ostentan mayor poder y son víctimas de la delincuencia antes mencionada. Supongo que en gran parte este fenómeno provenga de lo conveniente que resulta a todos tener una excusa multiuso a la mano, y para ello no viene nada mal un argumentum ad lazarum guardado bajo la manga para usar como último recurso al ser pillados infraganti y desprevenidos: «Entiéndanme ¡soy pobre!».






El argumentum ad lazarum parece estar arraigado en la cultura venezolana que es gran consumidora del pensamiento mágico y por lo tanto de brujerías, espiritismos, leedores de tabacos, médiums, y una larga serie de privilegiados comunicadores sociales con el más allá, que, sustentan gran parte de su credibilidad en la pobreza en la que viven y ejercen su profesión mesiánica. Brujo que se respete atiende a sus clientes en un rancho de latas con piso de tierra, orinal «detrás de la mata», letrina de campo y aguas servidas que encharcan los alrededores evaporándose en un particular hedor sulfuroso que le pone la guinda al ambiente de pobreza que le otorga credibilidad mágica a las buenas intenciones del curandero espiritual. Según mis cálculos, el 80 por ciento de los venezolanos ha acudido en algún momento a las artes mágicas de estos pordioseros mendicantes de ayudas sobrenaturales. En el imaginario colectivo del venezolano, un brujo rico no es confiable. Los políticos venezolanos son grandes consumidores de brujería, por ello, lo primero que hacen al ascender al poder es rebajarse el sueldo. Y como la brujería está emparentada con la religión (aunque mantengan peleas de familia), es lógico que los poderes mágicos sean más poderosos y más mágicos cuanto más pobre sea el brujo porque en algún escrito, de esos que apetecen leer sus primo hermanos, los curas, reza que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos. Debo confesar que este asunto me ha hecho imaginar al reino de los cielos como un gran barrio de extrema pobreza, porque de lo contrario, sería una paradoja de tal magnitud que no habría falacia que pudiera sustentarla. Y supongo, que en el fondo, el argumentum ad lazarum debe gran parte de su popularidad a esta visión de la vida después de la muerte. No tendría sentido vivir la vida tratando de enriquecerse si ésta no es más que un entrenamiento para la vida del más allá en los miserables ranchos ya descritos.

Y a pesar de correr el riesgo de que me juzguen de ingenuo, quiero suponer que las noticias que leemos en estos días en el Vatileaks, han sido mal interpretadas por mentes enfermizas que suponen que ciertos monseñores del Vaticano se hicieron del dinero destinado a los pobres comprando edificios de lujo y armando burdeles de cinco estrellas para beneficio personal. Siendo (para mí), bien otra la realidad, en la que, por abnegación espiritual, cardenales y obispos se deshicieron del dinero de la caridad para que los pobres no perdieran su potestad y pudieran seguir su camino hacia el cielo de ranchos de latas y sulfurosas aguas servidas; e hicieron todo esto donando el dinero a instituciones inocuas para las almas castas, porque burdeles para ricos sólo pueden extraviar más por el mal camino a quienes ya están perdidos, y por esto me asombra que la crítica principal se dirija a la suntuosidad, al lujo y alto precio de las propiedades compradas por los monseñores ¿es que acaso no está a la vista lo diferente que habría sido si ese dinero hubiera sido invertido en burdeles de poca monta y bajo costo frente a los cuales pudieran caer en tentación los pobres perdiendo así el cielo de orinales detrás de la mata y letrinas de tierra?
El argumentum ad lazarum le debe su nombre a la parábola del Nuevo Testamento llamada «El rico y Lázaro». El Vaticano sabe lo que hace.
¡Ops! Creo que con este post caí en el  argumentum ad lazarum. Sorry.

Consulta Portátil Fattorello en el Vaticano

lunes, 26 de octubre de 2015

EN VENEZUELA. AMOR DE DIVINA COMEDIA (sobre el amor idealizado)

El amor opera siempre de la misma manera, tanto al amar a un perro, a la patria, a un ideal o a una pareja, y en cada caso puede cometer los mismos errores y aciertos.

EN EL MUNDO ENTRE LÍNEAS (sobre el Legado)

LA LÍNEA DE LA VIDA

Dedicado a quienes han vivido, viven y vivirán por el legado y para el legado.

viernes, 27 de marzo de 2015

EN CABO DA ROCA (Portugal). SOBRE EL CHUCKI QUE LLEVAMOS POR DENTRO

Mario Fattorello en la Garganta del Diablo Portugal
Nos pasamos la vida caminando, pero ¿sabemos adónde vamos? O en todo caso, ¿nos esperan  en alguna parte?

PSICOLOGÍA DE PET SEMATARY

Existe cierto tipo de personas que andan por la vida con semblante de santurrón sabelotodo aconsejando a quienes no les han pedido consejo. Estos sujetos son unas chinches y sus recomendaciones sólo generan difidencia.
Una de las más frecuentes de estas recomendaciones es la de «dejar salir al niño que llevas adentro» ¿Dije difidencia? No. ¡Terror es lo que siento! Cada vez que pienso en un adulto comportándose como un niño no puedo evitar asociarlo con el crío asesino del «Cementerio de mascotas» de Stephen King, o con Chucky. Por más que trate, no puedo imaginarme de otra manera el resultado de mezclar el poder de un hombre o mujer adulta con la incontinencia instintiva infantil. Aconsejar a una persona adulta que se comporte como niño, sienta como un niño o piense como un niño, es como pedirle a una mariposa que se comporte como gusano con paracaídas. A todas luces una recomendación tan insensata como peligrosa. Para estrujar lo absurdo del asunto, imaginemos el familiar de un enfermo a punto de ser operado diciéndole al médico que entra al quirófano «por favor doctor, mi familiar está en sus manos, no se olvide de dejar salir al niño que tiene adentro cuando esté operando». Señores, la vida no es cosa de chiquilines, ni de andar disfrazado de Superman. Un poco de respeto, por favor. La vida es cosa seria y es por ello que hay que poner la cabeza en funcionamiento antes que la lengua en movimiento.
Asumo la responsabilidad de gritar a los cuatro vientos que es de estúpidos aconsejar dejar salir al niño que lleva adentro a alguien que durante años recibió educación para dejar de ser mocoso y poder llegar a vivir en sociedad con la solidaridad y empatía que sólo se logra luego de aniquilar el egoísmo propio del niño. Ridículo es aconsejarle volver al rol de niño a quien se esforzó para desarrollar la constancia y disciplina necesarias para la productividad y el desarrollo de destrezas que necesita la sociedad. Absolutamente incongruente es pensar en regresar a ese lugar de inocencia proporcional al desconocimiento de la cruda realidad del ser humano ¿Imaginan un profesional universitario repitiendo la escuela primaria? Y la incongruencia llega al máximo nivel cuando estos consejos son dados por personas que a su vez idolatran a un hombre crucificado, sangrante y torturado en una cruz. Sería imposible para mí no suponer que estos consejeros de infancia idílica nunca han estado en un hospital del tercer mundo, nunca han tratado a un familiar convaleciente de cáncer, nunca han temido que otro ser humano le apuñale para robarle a la vuelta de la esquina, y es que no me queda otra que suponer que estas personas no conocen a la humanidad. Pero el peligro llega a su punto máximo cuando alguien que por alguna razón pertenece al mundo de la psicología hace tal recomendación ¿Un psicólogo que recomienda sacar el niño que llevamos dentro? Al pensar en esto no puedo evitar imaginar a Freud investido de Torquemada.

Mario Fattorello en Cabo da Roca
Acantilados: buen lugar para reflexionar entre lo importante y lo nimio.

PERORATAS PSICOLÓGICAS

En mis andares por los antros de la psicología (léase antros como: psicoanálisis, conductismo, psicología cognoscitiva y todos sus familiares y monstruos más o menos cercanos), he escuchado tantas sentencias inverosímiles que me han llevado a pensar que los psicólogos están incapacitados para vivir. Sí, soy un convencido de que la musa que lleva de la mano a alguien a estudiar psicología se llama «incapacidad para vivir». Y también estoy convencido de que esta musa es la única que es común a todos, por ello todos los seres humanos piensan que pueden ser psicólogos.
Consejos como «deja salir al niño que llevas adentro» (como si la niñez fuera una solución y no una etapa a superar de la vida), «la felicidad es una decisión» (me gustaría ver cómo tratan de convencer de esto a un esclavo o un preso, «debes revisarte esa conducta» (frase preferida por las psicólogas que ven a la vida como una gaveta de ropa interior y la felicidad como la misma gaveta ordenada, «vive el momento» (como si los momentos de angustia transcurrieran en quién sabe qué tiempo, o como si los momentos de angustia no fueran momentos, sino bagatelas intemporales, y la peor de todas, «la vida es bella» (frase preferida entre quienes no entendieron nada de la película de Roberto Benigni); todas estas sentencias tan prepotentes como insustanciales, me incitan a crear un término que defina la patología más frecuente entre los psicólogos, todavía no tengo el término, pero sé lo que debiera significar: «persona capaz de inventar cualquier excusa, complicada o frívola, para no darse cuenta de lo evidente». Y lo evidente es que lo único que busca el ser humano es ser feliz, y que ser feliz significa "tener ganas de vivir" y punto. ¡Señores! ¡Sólo se trata de tener ganas de vivir! ¡Cuando se pueda! Porque hay situaciones en las que no se puede tener ganas de vivir, y es allí donde la psicología (me refiero a la que tiene cierta seriedad), está obligada a darnos una mano, no para apretárnosla y mentir asegurando que el vaso no está medio vacío sino medio lleno, sino para halarnos fuera de la arena movediza.
Pobres los psicólogos ciegos que imaginan a la neurosis como un problema de visión, una especie de incapacidad de ver ciertas cosas. Pobres los psicólogos que creen ser ojos auxiliares para sus pacientes como si fueran perros lazarillos, pobres son y más pobres serán cada vez que traten a un paciente como si fuera ciego de ver lo que ellos, como terapeutas con «super-visión de 20 megapíxeles» sí pueden ver, pobres, pobres y más pobres, porque no se dan cuenta que el paciente está viendo cosas que ellos no ven ¡qué tristeza debe sentir un paciente que paga una consulta para que alguien le diga que es ciego!, cuando el paciente en realidad se siente mal por ver demasiado. ¡Si la vida fuera bella en sí misma, no tendríamos que afanarnos tanto y nadie enloquecería!
Supongo que por creer en esas frases existen tantas personas a quienes escucho alardear de su felicidad al tiempo que observo la -diáfana- tristeza de su vida. Si bien, no descarto la posibilidad de que mis oídos y mis ojos sufran una discordancia patológica, creo que van a tener que esmerarse mucho para demostrarme que estoy equivocado en mi apreciación de que su discurso optimista contrasta con su realidad deprimente. Me pregunto si las frases gansas e incongruentes son las causantes de esta farsa o si la farsa misma es la que crea las frases para justificarse. Me lo pregunto, al tiempo que reconozco no esforzarme demasiado en buscar respuesta, total, el resultado es el mismo: negligencia triste. Porque el optimismo es una excusa para no hacer nada. ¿O es que alguien puede sostener que la embriaguez de mentiras justificantes de la pereza es sinónimo de tener ganas de vivir? Yo particularmente pienso que la antesala a la muerte debe ser muy, pero muy, perezosa.

Mario Fattorello en Cabo da Roca
CABO DA ROCA (La punta más occidental de Europa)

LA NOSTALGIA PARA SIEMPRE JOVEN

Y reflexiono sobre esto desde otro lugar común. Desde uno de esos paisajes inmensos en los que las personas no pueden evitar sentirse insignificantes granos de arena en el desierto. Reflexiono todo esto desde los acantilados de Cabo Da Roca en Portugal.
Los acantilados reproducen una conmovedora sensación por su sentido de fractura, por su semblanza de arruga del planeta, por su gigante paciencia de piedra. De alguna manera los acantilados se parecen al «por siempre joven» al que quería referirme en este escrito y que al final no pude hacerlo. Un lugar de inevitable nostalgia. Y aquí la nostalgia merece una nota aparte: la nostalgia es aquella sensación de pérdida y esperanza de reencuentro que no haya acomodo ni en la tristeza ni en la alegría, es una expectativa que a falta de palabras para explicarla se me ocurre que es una sensación «por siempre joven».

lunes, 16 de marzo de 2015

Consulta Portátil de Psicología en Sin City. Sobre el perdón imperdonable

EL PERDÓN IMPERDONABLE



Creamos las reglas para
poder vivir como vecinos.

Premiar a quien las sigue y
castigar a quien las quebranta,
es la PRIMERA LEY.

Que las reglas sean
iguales para todos,
es la SEGUNDA LEY.

El PERDÓN infringe
los dos principios legales.

El que pide perdón se sabe infractor
y aun así pretende deshacerse
de las consecuencias.

Si se perdona una vez,
habría que perdonar siempre;
si se perdona a uno,
habría que perdonar a todos.  

Perdonar, acabaría con la ley.

EL PERDÓN ES UNA INJUSTICIA.


VÍDEO

viernes, 9 de enero de 2015

CONSULTA PORTÁTIL DE PSICOLOGÍA EN BORGOSESIA, ITALIA. SOBRE LA VERGÜENZA DE MORIR.

EL CARNAVAL DE LA MUERTE EN BORGOSESIA

El fin de semana siguiente al Carnaval estaba en un balcón de apartamento en Borgosesia observando los Alpes italianos, cuando, de pronto, abajo en la calle, veo un sujeto de traje negro, ensombrerado con chistera y con capa modelo «Drácula de Bram Stoker». De la sorpresa pasé al asombro cuando de los edificios y casas comenzaron a salir mujeres y hombres vestidos igual. Fuera lo que fuera —pensé—, yo tenía que investigar ese posible aquelarre e incorporándome en modo Van Helsing bajé a la calle donde me enteré que estaba por iniciarse la celebración de la muerte del carnaval. Al principio me desilusionó enterarme que el supuesto Nosferatu tenía colmillos de silicón, pero luego me entusiasmó la idea de celebrar la muerte, un buen tema para alborotar las sienes.  

EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS. EL SUEÑO DE LA VIDA ETERNA PRODUCE DESFACHATEZ.

¿Acaso es sólo impresión mía que, últimamente, cuando alguien se muere, la gente trata el asunto como algo vergonzoso? Sí, pareciera que sólo los que rondan los 100 años tienen derecho a una muerte honrosa y a descansar en paz sin resoplidos de indignación de quienes le sobreviven. Morir antes de la decrepitud molesta a los demás. Los deudos tienden a criticar post mortem al muerto por haberse ido antes de tiempo, culpándolo de las enfermedades, pasiones, vivencias o accidentes que no supo eludir. Tal vez me equivoque, pero me da la impresión de que hoy día es considerada una vergüenza culposa morir de algo que no sea de viejo. Como si la vida fuera una batería que hay que consumir hasta el final, sin importar cómo, aunque sea dejando las luces encendidas en un día soleado. Pareciera que la vida correcta implicara no levantarse de la mesa hasta haberse comido las servilletas. Y es que deben gustarle mucho las servilletas a quienes prolongan la existencia de alguien de noventa años, con más recorrido de lo que su cuentakilómetros pueda marcar, con respiradores, cables, mangueras y mil artefactos enchufados al cuerpo, como si se tratara de extraer hasta el último voltio de su celda electroquímica. Y es que también acabamos igual: al terminar la vida útil, tanto las baterías como los cadáveres son desechados siguiendo un estricto protocolo ecológico. No me resulta muy simpático parecernos tanto a una batería.
Al morir de viejo le llaman «muerte natural». Me gustaría saber qué pensaría Darwin de esto. Me imagino que el viejo Charles comentaría con cierta curiosidad sarcástica «¿Y de qué muere la víctima de un perro rabioso? Imagino que como la rabia no ha visitado con frecuencia sus casas le consideran antinatural. Entonces, —sigue comentando con sarcasmo Darwin— estarían llamando natural a lo frecuente e innatural a lo infrecuente. Pero, morir de viejos no es frecuente, por lo tanto, no es tan natural como lo pintan. En otras palabras, el que de viejo muere es porque logró franquear muchas muertes naturales, y por ello es un fenómeno, una desviación de la regla».
Cualquiera que sea la lógica, sigue sorprendiéndome que la muerte centenaria sea reverenciada como si a los 100 años otorgaran algún tipo de premio ¿O será que realmente hay un premio del que no estoy enterado? Y en todo caso, aunque así fuera, con o sin premio, no hay derecho a tratar de vergonzoso el deceso de alguien. Comentarios etéreos como «Él quiso vivir en la gran ciudad y ya ve lo que le pasó. No hay como la vida sana del campo», encierran la clara acusación de «¡Palmaste por mundano!». Piénsenlo un momento, es casi automático que cuando recibimos la mala nueva de la muerte de alguien lo primero que nos sale decir es «¡No puede ser!» y de seguido preguntamos «¿De qué murió? ¿Cuántos años tenía?». Luego, al tener los detalles, comentamos automáticamente «¡Ah, entiendo! Eso fue lo que pasó». Como una causa justificara la muerte. O algo aún peor, ¡que por tener una causa mereciera la muerte! No se trata de qué o cómo fue. ¡Dejó de vivir! ¡Ése es el punto!
Cuando un deudo en el velorio menciona que el muerto «vivía estresado» en realidad está tratando de asentar que él se toma la vida a la ligera y por ello está exento de que le suceda lo mismo. Y así, los que NO toman whisky comentaran que el muerto tomaba mucho whisky. Mientras, por otro lado, los gorditos que bebían whisky con el muerto comentarán que el muerto no comía lo suficiente (y jamás mencionarán al whisky). Al mismo tiempo, los otros compañeros de trago, los delgados y asiduos al fitness, comentarán que nunca lograron convencerlo de ir al gimnasio (aunque el difunto fuese delgado, musculoso y caminara con frecuencia), y todos estos comentarios servirán para que cada quien se sienta distanciado de la desgracia acaecida al muerto, y suspirarán aliviados, inmunes a la tragedia, a pesar de que el difunto falleciera rompiéndose la nuca al resbalar en el baño.

LO ÚLTIMO QUE LE DIJO A SU ESPOSA FUE: QUE NO QUERÍA IR A TRABAJAR ESE DÍA

Hay una frase muy común en los velorios de muertos por accidente «Al salir de su casa le dijo a la esposa que no tenía ganas de ir a trabajar ese día». Esta frase se pasea, de boca en boca, por todos los asistentes y se vuelve la comidilla del funeral. La mayoría estará de acuerdo en comentar, o por lo menos pensar, que de alguna manera el difunto sabía que ese día le podía pasar algo malo, que si le hubiera hecho caso a su intuición todavía estaría entre los vivos, y no pocos considerarán aquel presentimiento como un mensaje divino que alertaba al futuro difunto del mal que le acechaba en la carretera. Sobre este comentario y las especulaciones resultantes, tengo algunas acotaciones que, me muero de ganas de hacer.
En primer lugar mencionemos lo obvio, la frase «Al salir le dijo a la esposa que no tenía ganas de ir a trabajar ese día» sirve para que cada quien pueda exorcizar de sí mismo la posibilidad de morir de la misma forma ya que cada uno pensará para sus adentros (y algunos hasta lo dirán) que siempre le hacen caso a sus corazonadas, que se han leído todos los manuales de inteligencia emocional y han asistido a incontables cursos de PNL (he llegado a pensar que la gente del PNL se cree realmente inmortal) y por lo tanto ellos, por ser tan precavidos, no morirán tan tontamente, como el tan difunto (léase tan tonto).
La segunda acotación va dirigida a los místicos, a los que ven en la intuición del muerto un mensaje divino de alerta, algo así como que dios le susurra al oído «quédate en tu casa, no vayas al trabajo hoy, a la vuelta de la esquina tengo un camión esperando para pasarte por encima». No es que ponga en duda la posibilidad de que el difunto haya tenido una intuición divina, sino que me resulta demasiado cuesta arriba imaginarme a dios, versión camionero en mangas de camisa y con gorra Bass Pro Shop, al frente del volante de un camión pasándole por encima a la gente que no le hace caso a los susurros divinos al oído.
Liseth, "albacea" de mis quejas.
Y la tercera acotación es un comentario de solidaridad con el difunto que la mañana fatídica le comenta a su esposa su desgano de trabajar y con el cual, muy por el contrario de lo que busca la gente, no me siento distante ni diferente y, por lo tanto, tampoco me siento seguro de no terminar igual, en cambio, me identifico completamente con él puesto que, todos los días, mi esposa escucha la misma queja de mí.

PURITANISMO NECROLÓGICO

En algunos casos especiales los concurrentes al funeral no necesitan hacer comentarios de distanciamiento con el desafortunado anfitrión. Por ejemplo, en el velorio de un gay víctima del sida, los heterosexuales se pavonean con plumas de Drag queen, maquillados de inmortalidad, libres de todo mal. Pero su silencio condena, es casi un grito de sordomudos «¡Te moriste por maricón!». Un silencio vestido de eufemismo necrológico.
Y, el non plus ultra de este estilo lo podemos encontrar en los periódicos (léase periódico como «teatro de revista en fascículos diarios»), cuando un personaje famoso muere por adicciones o sida, y el periodista no escatima esfuerzo en remarcar que «falleció tras una penosa enfermedad». Los pusilánimes no entenderán un carajo pero hasta los de espíritu cándido se preguntarán sin ánimo de esperar respuesta «si no querían mencionar la causa del deceso, ¿era necesario aclarar que la enfermedad era penosa?». A simple vista todas las enfermedades pudieran ser igual de penosas, pero los periodistas sólo usan el adjetivo cuando la enfermedad permite la crítica puritana, si es que existe algo así como un «puritanismo necrológico».
En fin, este asunto de tratar de soslayar la propia indefensión achacándole al difunto un defecto mortal que no se tiene, ha sido así desde siempre, y esto se puede entender y dejar pasar; pero, de allí a que la cosa se transforme en una especie de juicio final donde se condena al muerto por morir antes de tiempo, ¡Vamos, esto es un extremo que no puede, sino, catalogarse de histérico!

COMENTARIOS PROHIBIDOS

Si no fuera tan intrínsecamente humana la tendencia a preguntar la edad del muerto y la causa del deceso, me atrevería a decir que es una costumbre que debiera ser erradicada, estar prohibida. Pero como su condición es inmanente a la humanidad, sólo nos queda determinar su aspecto perjudicial para evitarlo, y un simple análisis resalta su principal perjuicio: la desvalorización del «cuánto se vive» por el «cuánto tiempo se vive". En otras palabras: de tanto preocuparnos por alargar la vida, se nos puede olvidar vivirla.
Y sólo podemos intervenir en nuestra conducta ante la muerte incluyendo la importancia del «legado» para que podamos complementar las preguntas automáticas con otras como «¿Qué dejó en su paso por la vida?».
Y a estas alturas del discurso creo que estamos en el horario que permite decir verdades: si alguien se cree piadoso por considerar que no todos los seres humanos pueden dejar un legado, debe saber que esa piedad no le sirve de nada a la humanidad. Lo mínimo que se espera de cada uno de nosotros es que aunque sea intentemos dejar algo digno de epitafio. Y no se trata de fechas, no se trata de cuánto tiempo se vivió, sino de qué dejó, sea para bien o para mal. Cristo con sólo treinta y tres años vividos dejó una doctrina por la que ha muerto más gente que en la segunda guerra mundial. Con sólo 33 años de vida logró tan extraordinario genocidio. Parece definitivo que la longevidad no determina la valía.

UNA VIDA ANCHA Y… TALVEZ… LARGA

Aclaremos lo que parece claro: para morir hay que vivir y para vivir hay que hacer algo y es por ello que todos morimos por algo que hayamos hecho ¡Por Matusalén! Dos más dos son cuatro, morir de algo es matemático. Una vida de 100 años es sin duda una vida larga. Pero la longitud no dice nada de la anchura, una medida no tiene que ver con la otra. Una vida ancha no necesita más tiempo que el necesario para expandirse. Un globo vale por cuanto se hincha y no por el tiempo que tarda en hincharse. Antes, cuando estas vergüenzas no existían, lo hablado en los funerales podía llamarse: biografía.

PARA QUÉ VIVIR ¿CUÁL ES EL SENTIDO DE LA VIDA?

Si hay algo en lo que la humanidad jamás se pondrá de acuerdo es sobre el sentido de la vida. El archivo de los «para qué vivir» se parece mucho a una tienda por departamentos, hay de todo para todos, y más se venden las rebajas. Y, desde siempre un sentido de la vida ha sido ganarle al tiempo, sí, la longevidad, vivir mucho, pero un «mucho» exclusividad de reloj suizo, vivir muchas horas, días, años, décadas, un reto matemático: llegar a una edad de tres dígitos. Y es que la cotidianidad apunta hacia la vejez, si te ven soltero te preguntan: ¿quién te acompañará cuando estés viejo? (bueno, reconozco que esta pregunta pudiera deberse a dos razones, a que en compañía se vive más o a que nadie quiere calarse a los decrépitos, salvo otro decrépito), y con los ahorros pasa lo mismo, el consejo unánime es «¡Ahorra para cuando seas viejo!» (De nuevo no se sabe si es para los cuidados de quien ya no produce, o porque se desconfía de los políticos y sus manejos de los fondos de jubilación, o porque los amigos o hijos temen tener que hacerse cargo de los viejos). Lo cierto es que la longevidad es un sentido muy común.

LA ÚLTIMA PALABRA

Es cierto que la última palabra resignifica toda la frase, y así al decir «árbol de manzanas» la última palabra, «manzana», hace que el árbol no sea un árbol genealógico o un árbol de leva, sino un árbol frutal; y por ello, nuestras palabras ante la muerte ajena no debieran referirse a la causa de la muerte, sino a la causa de la vida.
¿Alguien sabe a qué edad y de qué murió Cervantes?... A nadie le importa. Lo importante es que vivió para escribir el Quijote.
Recuerdo las exequias de Gabriel García Márquez. Durante la transmisión en vivo desde México me mantuve de pie junto al televisor a manera de rendirle honores. No me pregunten de qué murió porque, si lo supe, lo olvide ¿qué puede importar la hojarasca del deceso ante los cien años de soledad de la vida que se va con la muerte?
Sócrates prefirió la pena de muerte al exilio para hacer de su último acto un pasquín inmortal contra la injusticia. Pero no fue la cicuta quien hizo grande a Sócrates, fue Sócrates quien hizo grande a su muerte. La muerte de Sócrates fue magna porque magna fue la vida que allí acabó.
¿Quién se atreve a asegurar que no ha juzgado la muerte prematura de Mozart como castigo por su libertinaje? ¿Qué Mozart se atreve a juzgar la muerte de Mozart? ¿Se entiende la pregunta? Quien no entienda esta pregunta está claro que no es un Mozart.
Confieso que me perturba pensar que, según mis temores y estadísticas personales, mi muerte promete ser vergonzosa y criticable ya que (aunque quisiera), no creo llevarme el premio por centenario; pero, amén del premio fantasma, ¿que más me puedo perder? La vergüenza es cosa de vivos e igual que las dietas, el psicoanálisis y la crema de afeitar, a los muertos le debe resbalar.

PARADOJAS TEMPORALES

Un amigo sexagenario y metrosexual, o sea de esos que usan cremas antiarrugas desde que eran adolescentes, me dijo hace días «la forma en que llevo mis 60 años avergüenzan tus 50». No me quedó claro si aquello fue una broma, una ofensa o un alarde narcisista; pero después de escucharlo quedé mudo porque me invadió una tristeza cargada de incertidumbre sobre el valor de la humanidad.
Resulta paradójico que, por un lado el código del decoro sólo acepte la muerte por vejez, y al mismo tiempo en la historia de la humanidad siempre haya subsistido el culto a la juventud. Mitología ésta muy compleja que compromete desde el Ave Fénix y retratos de Dorian Gray hasta la cirugía plástica. En este siglo el culto a la juventud está presente como siempre, con la novedad de que ahora es posible un maquillaje incrustado y permanente: cosmética visceral. Hoy en día es más factible mentir sobre la edad y hay toda una cultura institucionalizada sobre esta mentira que, paradójicamente, logra engañar a casi todos, menos al tiempo. Supongo que la coexistencia contradictoria del culto a la muerte por vejez y el culto a la eterna juventud, como el choque del agua contra el aceite hirviendo, debe generar explosiones de monstruosas consecuencias. Pienso en lo que significa este asunto para los anoréxicos o bulímicos que prefieren morir con talla 28 que vivir con talla 30. El retrato de Dorian Gray sería una solución, pero la escasez de ese tipo de cuadros me hace temer que la fantasía de morir joven para verse lozano en la urna, está próxima a expandirse como prima hermana de la anorexia y la bulimia.
Por otro lado, me da la impresión que se espera demasiado de la apariencia juvenil. En primer lugar porque sólo los que no son jóvenes le atribuyen a la juventud la condición de felicidad, y, esta correlación parece aún más improbable en la «apariencia juvenil» vía mamoplastias de aumento y otras válvulas de inflado, ya que supone una competición perdida de antemano. Un futbolista de 40 años que apueste a competir contra uno de 28, puede ser varias cosas: un fenómeno, un tozudo, o alguien a quien le guste perder. Pero la principal fuente de frustración de la «apariencia juvenil forzada» parece deberse a que aparentar ser lo que no se es, no encaja con el buen gusto.

MORIR ES UN ASCO

Morir es la peor traición que le podemos hacer a quienes nos quieren, a quienes depositaron en nosotros una parte de sus ganas de vivir. Muriendo, nuestra presencia pierde toda importancia y pasamos a ser una basura maloliente y agusanada, pero lo más terrible para aquellos que creyeron en nosotros, para todos aquellos que fuimos parte de su esperanza, es que le recordamos lo que trataron de olvidar: que algún día también estarán muertos. La muerte no es chiste. ¡Es una traición! No nos quejemos de que nos desaparezcan rápido, con un pequeño ritual de cortesía y un «hasta nunca» dos metros bajo tierra o hechos polvo en un horno, porque lo hacen con la esperanza de que nos volvamos recuerdo, porque piensan ingenuamente que en la memoria podemos seguir estando vivos, o, por lo menos, evitar el pútrido olor del valor perdido… pero esto es un vano consuelo que apenas dura hasta que muera quien los recuerde.
Morir es un asco, y justo por eso, en la vida, habría que hacer algo merecedor de mención para cuando no haya más nada que decir. En otras palabras, a cada quien le corresponde editar lo que quiera que se comente en su funeral. Eso, es el legado. No es gran cosa. Pero es algo más que la nada.

MEMENTO MORI, CARPE DIEM            

Mario Fattorello Carpe Diem
En esos ratos de ocio en que soltamos las riendas y la mente aprovecha para hacer de las suyas, he llegado a especular que la más terrible palabra de la vida, tiene relación con el momento de la muerte, y es la palabra «inconcluso». Lo inconcluso se me propone como la esencia de lo que llaman infierno: los instantes antes de la muerte en los que se piensa en todo aquello que ha quedado sin completar: el árbol que no llegué a cosechar, la ecuación que estaba a punto de resolver, la novela que dejé por la mitad, el viaje que siempre postergué…, el infierno son puntos suspensivos. Al momento de morir debe ser más patente que nunca que la mitad de un billete de 100 no vale 50, que la mitad de un billete de 100 no vale nada. La vida, dure lo que dure, no es mitad de nada, lo que sea que se llame vida merece tal nombre por ser algo consumado. No se vive a medias porque no se muere a medias.