Todos tenemos sueños; pero hay quien trata de
realizarlos.
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Paciencia
y pesca
Hay palabras que van de la mano con otras;
términos que jalan otros significados como si tuvieran sangre de mellizos, y
así «Navidad» va de la mano con «regalos», «político» con «corrupción»,
«comunismo» con «todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros»…
En el imaginario colectivo la pesca está tan emparentada
con la paciencia que pudieran usarse como sinónimos.
La Paciencia del pescador
Supongo que quienes miran a los pescadores de
lejos imaginan que pescar consiste en anzuelar un gusano y sentarse a esperar
con sacrosanta paciencia que un pez se lo coma.
Y no los culpo por pensar así, ya que de eso
se trata; pero el pequeño detalle que marca la gran diferencia entre la
concepción general sobre la pesca y la visión que tiene el pescador, radica en
el concepto mismo de «paciencia».
El pescador no ve a la paciencia como algo
estático, como sentarse a esperar que algún bicho acuático se decida a caer en
la tentación de comerse la carnada. La paciencia del pescador es estratégica,
una constante indagación de cómo vencer a la contraparte (en su caso el pez),
el pescador se mueve de un lugar a otro hurgando espacios, temperaturas,
horarios y costumbres de su presa, o estudiando vientos y mareas propicias para
su arte. Esta paciencia, además de no ser estática tampoco es vacía, la
paciencia del pescador está llena de ideas, de nuevas estratagemas, de
previsualización de los planes a seguir según lo que suceda antes y después de
la picada, de cálculo de probabilidades, la paciencia del pescador es un manual
de ingeniería mecánica, física, química…, al estilo de los antiguos sabios, los
pescadores deben estar al tanto de todo aquello que las ciencias puedan aportar
a su oficio.
Es comprensible que quien desconozca el arte
de pescar piense, al ver un pescador esperando detrás de su caña, que aquello
es una tonta manera de perder el tiempo, y esto es así porque sólo está viendo al
pescador y su caña, el observador externo no ve los pensamientos que colman la
cabeza del pescador, y por sobre todo porque el tiempo de quien observa no es
el mismo de quien es observado. Para el pescador el tiempo siempre será poco
porque sabe que nunca podrá predecir todas las probabilidades.
El pescador es un filósofo lleno de preguntas
y dudas sobre el tamaño del anzuelo según el lugar en que se pesque, sobre los
nudos usados, el tipo de carnada, la resistencia de la caña, el tipo y tamaño de
la línea, la época del año, la temperatura del agua, y paremos aquí de contar
las variables porque con lo dicho es suficiente para entender que el pescador
es una víctima de las probabilidades infinitas del misterio submarino, o de lo
que es lo mismo, del estudio de los escenarios de la improbabilidad. Los
pescadores suelen tener una mente muy complicada.
¿Y no es así la vida toda? ¿No es el vivir un
constante cálculo de probabilidades?
Si comparamos en serio la aventura de pescar
con la aventura de vivir de seguro encontraremos muchas similitudes, obviamente
porque pescar es parte del vivir del pescador, de tal palo tal astilla, y el
pescador es una astilla de la humanidad-palo, pero es justamente en esta
similitud, donde nace la gran diferencia, y es que, por ser la pesca sólo un
segmento, puede tener un final exitoso, mientras que, la vida está condenada a
tener siempre el mismo fatal desenlace. En este sentido podríamos decir que las
salidas de pesca son islas utópicas en el funesto océano de la vida.
La paciencia tiene ansia de victoria, la paciencia no desfallece ante la adversidad, el héroe es paciente hasta la muerte. |
Paciente fe
Pocos saben tanto de fe como quien pasa horas
y horas detrás de su caña de pescar esperando una novedad. El pescador es un
gran creyente (aunque sea ateo) y es por ello
que no hay pescadores «ocasionales», hay
pescadores de por vida y comprometidos en espíritu, con postulados de héroes
naturales de una patria chica que no aparece en la cartografía de la historia
universal. La heroicidad de los pescadores es cosa de adentro, íntima y no de
GPS historiógrafo. Y antes de que se juzgue lo dicho como hipérbole patética
aclaro que la heroicidad de la que hablo no es algo que se puede otorgar o
recibir, es algo que sólo se puede sentir. Los otros, los héroes a quienes se
les otorga dicho rango, son héroes de papel, héroes convencionales certificados
por documentos, y eso… es otra cosa.
Sentenciando
con paciencia...
—La paciencia es el arte de saber esperar el
momento justo manteniéndose listos para actuar.
—La paciencia sin reflexión es abandono.
—La paciencia es la correcta administración
del tiempo de acción.
—Paciencia no es antítesis de prisa.
—Paciencia no es estarse quieto, la paciencia
sondea la prontitud, nada más brioso que un galope paciente.
—Ser paciente es actuar pensando.
—La paciencia es preparación.
—El rostro de la paciencia siempre está de
perfil, porque sólo tiene una mejilla.
—Para ser paciente sólo se necesita un motivo.
—La paciencia tiene ansia de victoria, la
paciencia no desfallece ante la adversidad, el héroe es paciente hasta la
muerte.
—La paciencia jugó al fútbol con la
impulsividad, la impulsividad goleó siete a cero. Al final, la paciencia, con
tranquilidad de vencedor, le explicó a la impulsividad el significado de « auto-gol».
—Teniendo la paciencia fama de virtud, no son
pocos los defectos que tratan de disfrazarse de ella, así suelen hacerlo la
pereza, la indolencia, la negligencia, y muchas otras de esas artimañas que
buscan ganar indulgencia con escapulario ajeno.
La paciencia
y el tiempo
El tiempo es parte de la «materia mental» y
esto va más allá de que (en nuestra percepción) cada cosa tenga su tiempo. Se
trata de que todo lo mental está hecho de tiempo, que la materia es tiempo en
sí misma, por eso es que somos lo que fuimos, nuestro pasado, nuestra historia,
nuestra biografía, el tiempo que hemos vivido, eso somos. La paciencia es
aquello que reconoce el tiempo que conforma cada cosa. Tal vez no exista objeto
que simbolice mejor la paciencia que un reloj.
Y en esta relación con el tiempo comienza a perfilarse
la silueta del misterioso significado de la paciencia.
La noción del tiempo parece ser la más
asombrosa de las consecuencias del primordial razonamiento humano: «mi vida
acabará con mi muerte».
Fue la noción de la muerte inexorable, la Auto
Conciencia de Muerte (ACM) lo que permitió que se cerrara en un círculo la
línea imaginaria del tiempo y se transformara en algo concreto con inicio y
final: el tiempo humano va desde el nacimiento hasta la muerte; el tiempo de la
humanidad existe desde la aparición del primer homínido hasta la desaparición
del último hombre (y su reloj).
La noción de dos polos (nacimiento y muerte)
le permitieron al tiempo abstracto transformarse en tiempo concreto en la
mente, y, después de aquel fusilazo racional, surgió la necesidad de soportar
la fatal revelación, sin ninguna duda allí comenzó el protagonismo de la
paciencia.
La paciencia humana está íntimamente ligada a
la «insoportable levedad del ser*» (*Con
permiso de Kundera).
La vida es demasiado corta para vivirla impulsivamente. |
La paciencia humana es el arte de reconocer y aprovechar
la limitación temporal advertida por la Auto Conciencia de Muerte (ACM).
Y digo "paciencia humana" para
diferenciarla del sigilo con que los felinos acechan a su presa o la perezosa
siesta de los perros, porque en el reino animal lo que puede parecer paciencia tiene
que ver con la supervivencia o el ahorro de energía, y en sí misma es sólo
precaución o estrategia instintiva, indiferente a la noción de tiempo (no
pudiera ser de otra forma, los animales ignoran que van a morir, viven como
inmortales, lo que es lo mismo que no saberse vivos); mientras que en el ser
humano la paciencia sobrepasa lo instintivo para transformarse en arte, ya no
para sobrevivir, sino para «soportar» la vida a pesar de tener conciencia de
que nadie saldrá vivo de aquí; juego insulso (pero único posible) de intentar
vencer las batallas de una guerra que se sabe perdida.
Y lo insulso abarca también este escrito,
porque lo dicho se transforma en un galimatías redundante al tener en cuenta
que en la etimología de la palabra «paciencia» ya está todo dicho, porque proviene
de «sufrir». El «paciente» es un «sufriente» de la «insoportable levedad del
ser» por saberse mortal.
Venezuela:
hay que tener mucha paciencia
Por motivos ajenos a mi voluntad tuve que
permanecer más tiempo del previsto en Venezuela (con toda la paciencia correspondiente).
Mis ansias de viajero tuvieron que conformarse con explorar las zonas
despobladas (selvas, costas recónditas) de este país donde el hampa y la
descomposición social impiden la investigación de sus ciudades. En este momento
las ciudades venezolanas son literalmente zonas de guerra, la delincuencia domina
todos sus ámbitos, no hay lugar donde se pueda sentir confianza o seguridad, en
cada conversación están presentes comentarios sobre robos, asesinatos, guerra
de pandillas, atracos, secuestros, violaciones, muertes por balas perdidas…. Y
en consecuencia el semblante de la gente es paranoico, preocupado, melancólico,
agresivo, desconfiado, aterrado.
Antes, en las ciudades había espacios
demarcados como «zonas rojas», que era como se designaba a los barrios más
peligrosos donde ni siquiera la policía se atrevía a entrar. Hoy en día ya no
se usa ese término porque las zonas rojas se han expandido como pandemia. Cualquier
ciudad venezolana da miedo, y aunque el peligro aumenta de noche, la mayoría de
los casos que conozco de asesinatos por robo de automóvil, secuestros, atracos,
violaciones, fueron cometidos a plena luz del día. Cualquiera que conozca
Venezuela sabe que no exagero, si vive en el país conoce las cifras (21.416
homicidios en el 2012), y si llegó del extranjero la primera comprobación de
esto la habrá tenido en el aeropuerto ¿quién no siente miedo al salir del
aeropuerto de Maiquetía en Caracas?
Y si tuviéramos el ánimo de hacer un
manifiesto sobre las razones por las que visitar ciudades venezolanas no tiene
sentido alguno, deberíamos sumarle a lo anterior la indigencia en que se
encuentra el sistema vial, el maltrato propiciado por los policías que inventan malsanas excusas para matraquear (quitar dinero) a los viajeros, las colas, el
desabastecimiento, el racionamiento eléctrico, y que desde hace años pareciera
que las ciudades venezolanas compitieran entre sí por el galardón de «Miss Fealdad»
(aunque me duela reconocerlo), las urbes venezolanas son cada vez más sucias, desordenadas,
hostiles, caóticas, pero sobre todo feas, muy feas, desproporcionadamente feas.
En cierta forma todas las zonas pobladas del
país parecen estar involucionando (a voluntad y a toda carrera) hacia el ADN del
esperpento. Por ello, en este año y medio he tratado de calmar mis ansias de «ciudadano
del mundo» visitando lugares despoblados y naturales que contrastan, en su
belleza, con el desparpajo de una humanidad desorientada.
Pescando paciencia en el Cabo San Román
Como en cualquier otra parte de América, en
Venezuela todavía hay selvas, sabanas, montañas y playas casi vírgenes o por lo
menos deshabitadas. Uno de estos lugares es el cabo San Román, el punto más al
norte del país, ya escribí un post sobre la península de Paraguaná de la
cual este cabo es el punto más extremo.
Sus kilómetros de playas deshabitadas e
inapropiadas para ser balnearios turísticos lo transforman en una especie de
paraíso perdido para quien quiere escapar de la fealdad humana y descansar en
el equilibrio natural.
La paciencia es una tenaz exploradora... |
Fuimos al cabo a pescar. El programa era hacer
surfcasting, spinning, trolling, en fin, aprovechar cualquier ocasión de pesca
que se nos presentara.
Cargar equipo para diferentes tipos de pesca es
incómodo, armar y desarmar campamentos es agotador, pero la mayor cantidad de
energía la destinamos a cargar el equipo más importante de todos: la paciencia,
porque mucha paciencia íbamos a necesitar.
La paciencia tiene buen humor. |
El primer y segundo día fracasamos en el surfcasting y en el spinning, las condiciones no estaban dadas, un fuerte viento en
contra dificultaba los lances y la temperatura alta del agua ahuyentaba mar
adentro a los peces. Fueron dos días bajo el sol, recorriendo kilómetros de
playa, probando aquí y allá, así y asao, explorando acantilados, y viendo cómo una
a una fracasaban nuestras estrategias. Bajo el despiadado sol, la paciencia fue
nuestra única sombrilla.
La paciencia insiste, pero no cae en rutinas, la paciencia es creativa... |
En la madrugada del tercer día preparé café
mucho antes de que el sol despertara, me lo tomé afuera, todavía era de noche, de
oscuridad azulada con luna menguante y algunas estrellas, y me encontré con una
extraña sensación que no supe diagnosticar de inmediato, algo pasaba pero no
entendía qué, sólo sentía una sensación parecida al presentimiento, a la corazonada,
a la intuición, pero en este caso era algo que estaba pasando pero no
distinguía, hasta que, entre sorbos de café, me di cuenta: el aire estaba totalmente quieto,
el viento se había ido. Caminé rápido, casi corriendo, hacia la orilla de la
playa para ver el mar. Estaba calmo, quieto, dormido. Un mar perfecto para
pescar con el equipo de trolling a corta distancia. Regresé resuelto a la casa
(llegué extenuado -casi ahogado- por correr y reír al mismo tiempo).
Listos y animados salimos hacia nuestro
destino al mismo tiempo que el sol se asomaba en el horizonte. Íbamos a
contactar un lanchero del que me habían hablado y que vivía en uno de los
tantos pequeños pueblos de contrabandistas de la costa. La idea era alquilar
una embarcación desocupada.
A las nueve de la mañana todo estaba listo. Contratamos
al capitán de la lancha, arreglamos el precio, preparamos el equipo, lo
montamos en la embarcación, mientras tratábamos de controlar nuestro entusiasmo
eufórico porque el mar seguía calmo, muy calmo, seductoramente calmo. Pero la
paciencia fue necesaria de nuevo. Justo cuando íbamos a embarcar para partir, llegó
un niño corriendo y le dijo algo a nuestro capitán. Fue la última vez que lo
vimos. Se fue y no regresó. Quedamos solos, con el equipo en el bote, nos
sentamos en la playa sin entender nada. Desde el caserío (cuatro chozas de
tabla y zinc) los lugareños nos observaban huraños y hacían comentarios entre
sí.
Yo por mi parte: «Paciencia, hay que tener
mucha paciencia, esta gente son contrabandistas, es comprensible su desconfianza
ante los desconocidos, esperemos a ver qué pasa». Y pasaron dos horas. Y llegó
el mediodía. Y ya estábamos por irnos cuando se nos acercó un hombre moreno descalzo,
sin camisa y en pantalón corto, que no debía tener más de 20 años pero aparentaba
30 por cortesía del sol y de una vida desordenada, y nos dijo: «José tuvo que
irse, me encargó que yo los llevara».
En ese momento la paciencia tuvo que ceder su
lugar de reflexión a la audacia. El sujeto no parecía un capitán de lancha, no
inspiraba confianza ni mucho menos, pero vinimos a pescar y no nos vamos a ir
sin hacerlo.
La paciencia ama las alternativas... |
Zarpamos. No tardamos mucho en comprobar que
era la primera vez que el sujeto maniobraba una lancha para pescar. Aquí sería
demasiado largo y aburrido explicar los detalles de la pesca a trolling, sólo
diré que fue necesaria mucha paciencia para soportar y entender los señuelos
que perdimos, las veces que estuvimos a punto de caernos al agua, pero también
reconozco que la paciencia fue coronada con dos barracudas de 15 kilos cada una.
Acordamos que volveríamos a salir al otro día.
Con paciencia se ven cosas que sin ella nadie vería. |
Y al otro día la paciencia fue necesaria para
soportar la impuntualidad de nuestro incipiente capitán, pero al final salimos, tarde, pero salimos.
"No le des peces, enséñale a pescar", es el reclamo más sagaz que se le ha hecho a Cristo. |
Un verdadero pescador es un inconforme - satisfecho. |
Volvimos a levar anclas y dos horas más tarde
teníamos otra barracuda. El capitán ya se dio por satisfecho y comentó que
regresaríamos. Entonces mi paciencia sacó una de sus armas, la de hablar lo
justo en el momento correcto, y fue allí que le canté cuatro al tipo diciéndole
todo lo que me había guardado para aquel momento. Con las cuentas claras seguimos pescando.
A
medida que avanzaba el atardecer también avanzaba el pesimismo de nuestro
incipiente, impuntual y ansioso capitán, según él a esa hora los peces no veían
los señuelos.
Pero el pescador sabe qué señuelos usar según la posición del
sol. Yo presentía que era el momento, y el momento fue. El carrete sonó. La
caña se dobló. Y a unos 150 metros de la embarcación brincó un sábalo
gigantesco, el sábalo más grande que jamás haya visto. Y el capitán de la
lancha gritó —¡Un sábalo! —¡Saltó!—. Comencé a recoger línea y el sábado volvió
a saltar, esta vez dos o tres metros sobre el agua, era gigante. Y el
incipiente y ya no tan pesimista capitán de la lancha volvió a gritar —¡Saltó de
nuevo! ¡Y van dos! ¡Si salta tres veces está listo!—. Nuestro incipiente, ahora
optimista y entusiasta capitán, resultó que no sabía nada de pesca pero conocía el mito de
los pescadores de que si un sábalo salta tres veces sin desengancharse, no
se soltará más.
Y yo seguía luchando con el sábado que parecía un caballo salvaje
que corría en zigzag en el agua, cuando volvió a saltar. Nuestro incipiente y ahora
eufórico capitán gritó —¡Tres veces, se jodió! Yo sostenía con todas mis
fuerzas los jalones de la bestia pero aun así no pude evitar sonreír al ver la
expresión del capitán maníaco depresivo.
El arte de vivir es vivir con arte. |
Soy un convencido de que el destino no está para que lo aceptemos, está para que nos rebelemos contra él. |
Casi diría que me contentó cuando el sábalo se
soltó. Yo perdía un trofeo, pero también asistía al ocaso de un mito y a una
complicada y extraña venganza hacia el capitán bipolar. Controlada la euforia
del momento el sujeto se atrevió a decir que ahora sí nos íbamos. Esta vez no
fue necesario cantarle cuatro, bastó con mi expresión para que retomara su
puesto. Y en ese momento (creo que para romper la tensión reinante), mi esposa
dijo: «vamos por un pargo, quiero un pargo de 30 kilos».
Pescar un pargo con trolling no es común en
estas aguas, yo diría que era casi imposible, y esto mismo fue lo que el capitancito bipolar le dijo a mi esposa.
Pero donde manda capitán no manda marinero y hace tiempo que mi
esposa capitanea nuestro barco común; así que comandé (como siguiendo las órdenes de ella): «Vamos a pasar más cerca
de la costa, por sobre esa zona de piedras».
Cinco minutos más tarde sonó el carrete trarrrr….
El sol estaba en el ocaso. El cielo rojizo ennegrecía el agua marina, con el
motor en neutro las olas nos empujaban peligrosamente hacia las rocas, pero yo
tenía un gran pez enganchado, y lo tendría todo el tiempo que fuera necesario,
porque este pez era la recompensa a la paciencia.
La caña se doblaba hasta su
punto máximo, apenas lograba recuperar diez metros de línea..., el pez se llevaba ¡veinte!,
era un pez muy tenaz, casi diría…paciente. Mientras, el incipiente capitán
bipolar no paraba de pronosticar el apocalipsis: «vamos hacia las rocas…
esto no me gusta… sáquelo de una vez… nos vamos a estrellar…sáquelo o suéltelo…».
Pero la paciencia siempre tiene los sentidos alerta, yo luchaba con el animal
pero también chequeaba nuestra distancia de las rocas. La paciencia es muy
buena calculando.
Quince minutos más tarde, el gran pez asomó por primera vez, y
entonces nuestro incipiente y bipolar capitán cambio de nuevo su estado de
ánimo y pasó de la preocupación al desparpajo eufórico: «¡Un pargo! ¡Un pargo! ¡Un
pargo grande!...»...
Después de mucho luchar, casi de noche, a salvo de profecías apocalípticas, sin estrellarnos contra piedra alguna, y con la ayuda de un gancho manejado con frenesí por nuestro incipiente e hipo-maníaco capitán, subíamos a la embarcación un pargo rojo de 35 kilos.
Ante el ocaso, la paciencia se estremece en ansias de auroras... |
La paciencia jamás se sacrifica, se esfuerza. |
Soy un convencido de que el destino no está para que lo aceptemos, está para qué nos rebelemos contra él. |
Después de mucho luchar, casi de noche, a salvo de profecías apocalípticas, sin estrellarnos contra piedra alguna, y con la ayuda de un gancho manejado con frenesí por nuestro incipiente e hipo-maníaco capitán, subíamos a la embarcación un pargo rojo de 35 kilos.
Cuando los sueños y la paciencia andan juntos, se les arrima, gallarda, la alegría. |