La belleza de la mujer venezolana
Venezuela es un
país de controversiales glorias (no así de controversias gloriosas), entre las
que sobresale el récord en reinas de belleza, lo que le ha ganado la fama de
“el país de las hermosas mujeres”. Y es cierto, cuando se llega al aeropuerto de
Maiquetía, se sabe de estar en Venezuela no sólo por el desorden, la gran
cantidad de guardias nacionales, policías con cara de matones y todo tipo de
sujetos uniformados de las más impensables milicias, no sólo por los peor-malencarados
agentes de migración y aduana, no sólo por el maltrato perverso que sufren las
maletas (cuando aparecen), no sólo por los atrasos de los vuelos de cabotaje, no
sólo por el asalto de vehementes saltimbanquis «¿Le llevamos las maletas?» «¡Cambio
dólares, euros!» «¡Taxy!», ni siquiera por ser el único aeropuerto del mundo al
que se llega sin haber tenido miedo a que se caiga el avión por ser mayor el
terror de ser asesinado al salir del aeropuerto; sino también por la gran
cantidad de mujeres esbeltas que caminan como si recorrieran una pasarela de
modas, mujeres altas, medianas, bajas, pero todas hermosas. Y si no son todas, son
la mayoría, con su cuerpo esbelto y su cara de pasar hambre para verse bien.
¡Que lindas son las venezolanas!
Escribo este post
sobre la belleza femenina venezolana después de un alucinante encuentro con mi
amigo Godot, ustedes ya lo conocen de otros artículos, ese personaje capaz de
camuflarse de cualquier cosa y obsesionado por la observación de todo lo que
pasa en este planeta. Trataré de rememorar el encuentro.
Sobre el terrorismo sexual: Godot y el atentado
de las tetas de silicona
Estaba en el Supermercado Ritz de Maracaibo buscando entre
los estantes del bodegón un vino Carménère,
cuando escucho un: «Psst, Doc, aquí abajo, la botella de Baileys de la derecha, por favor,
cómpreme.» Reconozco la voz de mi amigo Godot y recojo del anaquel la botella
de Baileys Irish Cream de la que
salía la voz. Ya puesta en la cesta superior del carrito de compras le
pregunto:
—¿Qué haces transmutado en una botella de Baileys?—. A lo que mi amigo-botella responde:
—Yo hacía algunas compras, ya sabe, este es el único mercado
en Maracaibo donde se consigue el queso Feta para la ensalada griega, y de
pronto me sentí acorralado y sufrí una crisis de pánico, y, en el desespero, lo
primero que tuve a la mano fue camuflarme de botella de crema irlandesa.
—¿Acorralado? ¿Crisis de pánico?—. Pregunté.
—Por favor, Doc, busque un rincón y póngase de espaldas a la
gente para que podamos hablar y trataré de explicarle lo sucedido, si es que
mis nervios me lo permiten.
Encontré un espacio discreto entre los refrigeradores, me
detuve con mi carrito de compras dando la espalda a la zona más concurrida y le
dije a mi amigo:
—Creo que aquí podemos hablar, yo simularé estar eligiendo
guisantes congelados para que no me saquen en camisa de fuerza por conversar
con una botella de Baileys.
—No hay mucho que contar, Doc. Los cuentos de terror son
cortos. Cuando llegué al supermercado me di cuenta de haber llegado en mala
hora. Había mucha gente y era
difícil manejar el carrito de compras por los pasillos, pero aún más difícil
porque parecía que había una "convención de usuarias de cirugía estética".
De pronto, una multitud de damas portadoras de prodigiosos pechos mamoplásticos,
exuberantes curvaturas liposuccionadas y partes traseras súperesculpidas, me
flanquearon el paso. ¡Y esas mujeres ocupan el doble del espacio normal!
Entiéndame, Doc, una persona obesa es flácida y puede amoldarse, apretar su
panza para que uno pase, pero estas mujeres son de fierro, chocar con ellas es
"pérdida total" de esas que no pagan los seguros. Además, parece que
dentro del kit clínico vienen incluidos unos mínimos vestidos elásticos que
envuelven el cuerpo apretadísimo como
la tripa de cerdo a los chorizos, dejando aflorar las protuberancias en forma
de (enojadísimos por apretados), misiles de ojivas explosivas y…, lo más
terrible…, los escotes que no terminan nunca, puestos allí, donde quiera, como
enclenques diques que soportan inmensas represas que en cualquier momento pueden
venirse abajo explotando en una carnicería impensable…, con esquirlas de
granada siliconada, disparando pezones… una masacre….¡qué chico queda el napalm
de Vietnam!... espere….déjeme tomar aire… es que sólo imaginarlo me altera… es
como si fuera Marlon Brando a punto de ser guillotinado en Apocalipsis Now con
fondo musical de The end de los Doors…, disculpe el delirio…, estaba hablando de esos escotes por todas
partes, allí donde se puede y donde no se puede también…, me estoy sintiendo
mal… hágame el favor de colocarme en un Freezer para
refrescarme…
—Sí claro—. Y
coloqué a mi amigo-botella-Godot-Baileys por 50 segundos dentro de la heladera de
guisantes congelados para luego sacarlo, reponerlo en la cesta superior del
carrito de compras y continuar la conversación.
—Gracias.
Refrescarme me calma los nervios. Trataré de continuar el relato de mi
desgracia. Como le decía, parecía que esos escotes quisieran provocar terror
amenazando con estallar en cualquier momento, como terroristas suicidas con
chalecos de dinamita, como si los pechos fueran pistolas de alto calibre que
disparan pezones-bala, y además están esos cuerpos esculpidos y erguidos de
forma tan militar, rectos, rudos, tiesos, tan rígidamente acerosos, tan de
soldado sexual, tan grandes…, tan inhumanos. Y fue entonces que vi la
ametralladora. Otra súpermatrona entró al pasillo manejando su carrito de
compras como si fuera un tanque de guerra, tenía un vestido apretadísimo y
cortísimo y escotadísimo, abotonado desde el canalillo de los senos hasta el bajo
dobladillo de la faldita, y cada ojal estaba estiradísimo como honda de David a
punto de dispararme…, y yo tan Goliat indefenso…. Lo cierto es que no había
paso, estaba acorralado en el pasillo hacinado por las siliconas que me apuntaban
en medio de los ojos y que parecieran decir «¡Si no me miras, te disparo un
pezón». Y usted sabe que yo soy un caballero, así que, en segundos, el conflicto
entre mirar o voltear la mirada o escapar de aquel atentado terrorista, se
transformó en confusión mental y de inmediato sobrevino una sensación de ahogo
y pánico. Sudaba frío, me sentí perdido, y…, dejé mi carrito de compras
abandonado ¿a quien le importa la ensalada griega cuando va a estallar una
bomba?.. y, ya no recuerdo cómo, alcancé a esconderme entre los estantes del
bodegón transformándome en botella de Baileys. Llevo horas
tratando de ahogar en crema irlandesa esta pavura.
—Esto sí que no
me lo esperaba de ti, Godot. ¿Miedo a las mujeres? O peor aún: ¡miedo a las
féminas portentosas!
—Nada de eso.
Entre las razones por las que respeto y admiro al ser humano la belleza
femenina ocupa uno de los primeros lugares pero, y esto usted como estudiante
de la naturaleza humana debe saberlo bien, la intrincada belleza de la
sexualidad humana se pierde si es explícita, descarnada, directa, abrumadora.
La sensualidad, para ser tal, para ser bella, debe sugerirse y no exhibirse
como un trozo de carne en el mostrador de la carnicería, porque entonces lo
sensual se transforma en soso, y a mí, lo reconozco, lo soso me genera
aversión. Lo portentoso nada tiene que ver con la belleza. ¿Tiene presente esos
vehículos blindados Hummer? Son portentosos, impresionantes, meten miedo, pero nadie en su
sano juicio estético podrá decir que son bellos. En otras palabras, dudo mucho
que pueda existir la belleza blindada. Porque lo bello ante todo no debe ser
amenazante, lo bello no puede ser intimidante. Ante todo, lo bello debe ser
ausencia de miedo. Al imaginarme un acercamiento voluptuoso hacia una de estas
féminas portentosas imagino que envés de decirle «te deseo» sería más apropiado
si le dijera «Ave, Caesar, morituri te salutant», porque la seducción directa y explícita,
más que despertar el deseo pareciera retar a la contraparte gritándole: «¡A que
no te atreves!».
—Bueno, debo reconocer que algo parecido me ha pasado
algunas veces ante una «hembrura descomunal», una especie de pálpito de que voy
a ser atropellado por un camión, ¿sabes que en Argentina a las mujeres
despampanantes le dicen «camiones»?
—¡Eso! Eso fue lo que me hizo entrar en pánico: ¡me vi
atropellado por un convoy de camiones exhibicionistas! Pero qué digo camión…¡Explotadas!
Sí, me enteré de que las llaman ¡Explotadas!
¿Por qué? Si aún no han explotado sino que están por explotar ¿inventaría ese
nombre alguien a quien le explotó una en la cara? Se me ocurre que lo más
probable es que el término intente hacer referencia a épocas anteriores a la revolución
femenina donde las mujeres no querían ser «explotadas» como objetos sexuales,
ahora lo hacen ellas mismas….¡Qué terrible! ¡Acabo de imaginarme a Simón de
Boveaur con implantes mamarios y nalgas con paperas!
—Creo entenderte…
—Disculpe Doc pero el desahogo no me está sirviendo de
mucho. ¿Me haría el favor de colocarme en un anaquel junto a un buen whisky
escocés? Necesito un trago más fuerte para animarme a salir de aquí por mis
propios medios. ¡Ah!, y le agradecería muchísimo me buscara un trozo de queso
Feta.
Coloqué a mi amigo Godot junto a una botella de Royal Salute y luego acomodé a su lado una
porción de queso Feta. Cuando me despedí, no me extrañó que no me respondiera.
Sobre la proporción en la estética
Es conocido por
todos que el certamen de Miss Venezuela es una organización de quirófanos
estéticos que a falta de nombre corporativo podríamos sugerirle que se
autodenominaran "Clínicas Frankenstein". Ser candidata a «Miss»
implica firmar el consentimiento de pasar por un vía crucis de reconstrucción,
deben consentir que le saquen las mandíbulas para reacomodárselas, hacerse las
liposucciónes necesarias, mamoplastias, cortes quirúrgicos aquí, inyecciones de
grasa más allá y todo lo que sea necesario para transformarse en el modelo de
perfección femenina que tienen en la mente los organizadores (también es de
conocimiento público que la organización del evento está en manos de gente de
preferencia homosexual, de lo que se deduce que el modelo femenino del que
hablamos es el que gusta, o fantasean, los homosexuales —por favor abstenerse
de cualquier imputación de homofobia, no soy homofóbico, sólo describo una
realidad con todo el respeto que se merece—).
Ahora bien, con
lo anteriormente explicado y sumándole a ello el fenómeno de que en el
imaginario colectivo de las niñas venezolanas es más popular el Miss Venezuela
que Santa Claus, se ha logrado que las Clínicas Frankenstein sean idealizadas
como islas de la fantasía y, en consecuencia, fue inevitable la demanda
explosiva de mamoplastias de aumento, liposucciones y lipoesculturas cuando
éstas se hicieron accesibles al común de la gente. Y hasta aquí todo normal y
sin mayores comentarios. Pero el descalabro sobrevino en lo relativo a la proporción.
Habiéndose desproporcionado la competencia entre las mujeres por la insidia
sembrada durante décadas por el concurso de Miss Venezuela, era de esperarse
que la estética, el buen gusto, cual Cenicienta, se rezagara ante el fervor
ocasionado por la candidatura al "Oscar como primera actriz" de la
ubre de fulanita o sultanita, lo que en lenguaje de barrio se traduce como:
«¿Viste que la vecina se operó las lolas? ¡Quién se cree esa! ¡Dame el número
del primo de Frígida, el cirujano plástico!».
Con libertad de
escoger el tamaño del injerto, las apuestas se dispararon. Y así la rivalidad alcanzó
niveles de gigantismo: «!Ya verá esa presumida! ¡Las mías serán más grandes!».
Varios amigos cirujanos plásticos venezolanos me han hecho el mismo comentario:
«En el resto del mundo prefieren el tamaño pequeño o mediano para las prótesis,
en Venezuela eligen el tamaño elefante».
¡Chicas! ¡Chicas!
¿Qué pasó con la idea de que el buen gusto tiene que ver con la proporción, el
equilibrio, la mesura y todas esas cosas que hacen de lo natural algo bello y
hacen que lo bello parezca natural? No traten de excusarse con aquello de que
no tienen sentido de la proporción porque no le enseñaron geometría en la
secundaria; 2 + 2 son cuatro y los buenos perfumes no vienen en frascos
grandes. La belleza nunca será fenómeno de circo.
¡Chicas y no tan
chicas! ¿Que pasó con las mujeres que reclamando a los hombres y acusándolos de
tratarlas como meros objetos sexuales, lograron, como desagravio, que las
mujeres tuvieran los mismos derechos que los hombres, y luego, aún más derechos
que ellos por su condición especial de madres? ¿Qué pasó? ¿Se arrepintieron? ¿Se
olvidaron? ¿Ya no importa? ¡No me salgan con aquello de que en nada se
contradicen las tetas versión Himalaya con la petición de desagravio histórico por haber sido vistas
como objetos sexuales! ¡Ni me vengan con eso de que se las pusieron para
sentirse bien con ustedes mismas, y no para virarle los ojos a quienes le pasan
por un lado! Me consta que cuando las mamoplastias no son electivas sino
terapéuticas o de corrección anatómica, las pacientes escogen implantes de
tamaño natural.
La ESTÉTICA es la
ciencia de lo bello, y la NATURALEZA estudió en la misma universidad donde la
Estética llegó a ser la jefa de cátedra, en otras palabras, la naturaleza es
alumna a la vez que madre de la estética. Evidente es que la Gioconda tiene bustos
prominentes pero Leonardo tuvo el buen gusto de dejar entrever lo voluminoso y
arropar lo evidente para que la Mona Lisa no terminara siendo simplemente un
par de lolas. «Érase un hombre a una nariz pegado», poetizó Quevedo hace 4
siglos, e hizo historia por su desfachatez poética. Luego de cuatrocientos
años, ¿acaso estamos tratando de reinventar la poesía para poder llegar a
decir: «Érase una mujer a unas lolas pegada?».
Pero,
reflexionemos un poco en el origen de tal desmesura. Definitivamente es una
cuestión de axiología, o sea, del valor de la exuberancia. Todos quieren ser originales, ya que por la
rareza de algo se estipula su valor, ley de oferta y demanda. Y marcar la
propia originalidad es cada vez más difícil, en especial cuando se cae en la tentación
de que la autoestima se alimente de un solo valor. La autoestima debe ser el
resultado de cuatro acciones que derivan de los verbos: saber, hacer, tener y
ser. Pero algunos bombardeos sociales y la tendencia general a la pereza, por
aquello de que todo lo biológico tiende al ahorro de energía, a la ley del
menor esfuerzo, favorece que estemos siempre tentados a llenar nuestra
autoestima con el verbo “tener” (no hago nada, lo compro todo hecho). Recuerden
siempre que “originalidad” no es igual a “diferente”. Lo original es auténtico.
Lo diferente, la mayoría de las veces, no es más que un "estado alterado"
de lo natural.
La verdad es que
a mí me cuesta mucho hablar un tema serio con una mujer de senos elefantíticos
envueltos en tela elástica y a punto de estallar y sacarme un ojo, simplemente
me es incómodo.
Tanto años
luchando al lado de las mujeres de Venezuela contra el machismo y el chovinismo,
ayudándolas a emanciparse del yugo retrógrado de ser usadas y abusadas como
objeto sexual ¿Y ahora cómo las defiendo ante los discursos peyorativos
machistas? ¿Debo acaso aceptar que éste es el resultado de la emancipación? Si
fuera así, perdí el tiempo y no valió el esfuerzo.
El valor de pensar lo que se dice y decir lo que
se piensa
Después de
escribir los párrafos anteriores mi esposa me sirvió un té y, por su natural curiosidad
femenina, se puso a leer lo que escribía. Al terminar de leer lo escrito pegó
el grito al cielo:
― ¿Te volviste loco?
¡Imagina los odios que vas a levantar contra ti!
― ¿Por qué? ¿Te
parece que estoy siendo peyorativo? Yo sólo trato de describir una situación
real. Además, todas las personas que me conocen saben que amo la belleza, que
mi única religión es "el arte de vivir con arte", que no tengo nada
en contra de la cirugía estética, que siempre recomiendo llamarlas "
alternativas cosméticas" para evitar el halo siniestro del quirófano. Todos
saben que soy un hombre de mente abierta, que considero el puritanismo como la
peor de las perversiones, pero también soy un librepensador.
― Sí, pero,
nuestras amigas, tus pacientes, ¿qué van a decir?...
― Nada. No espero
que digan nada. No es un artículo para generar polémica, sólo es una
descripción del color local y si bien hay alguna que otra pincelada de opinión
personal sobre medidas y proporciones, no creo que sea para polémica, a mí me
parece de humor light. Es más, pienso que la mismísima Simone de Beauvoir no sólo lo
aprobaría sino que, de vivir en esta época sería altamente consumidora de estas
alternativas estéticas…pero de tamaño natural.
― No me lo estás
preguntando, pero yo opino que no lo deberías publicar.