LA HISTERIA siempre estado presente en el homo sapiens. El primer título lo ostentó Eva por su inconformidad con el paraíso y se ganó la expulsión del mismo por pensar que merecía más que un Edén. Cada época ha tenido su histeria, pero no se le llamaba así. Desde que el término existe pasó de ser una anomalía de carácter de algunas mujeres, a transformarse en sinónimo de “femineidad” a finales del siglo XX. Algunos de sus síntomas más estridentes cambiaron hasta transformarse en “sutilezas de la coquetería” que lograron gran aprecio entre las mujeres, aunque conservaban (en secreto y a veces no tanto), su histrionismo melodramático, su frivolidad y carácter egoísta. Comenzando el siglo XXI su “encanto” atrapó al gremio masculino imponiendo la moda andrógina.
Por natural evolución el término prácticamente desapareció a principios el siglo XXI. La necesidad de globalizar la superficialidad y el egoísmo consumista, con la intención de estandarizar a una población que supera los 7.700 millones, calificó a la histeria como un medio de control de masas que aprovecharon, sin disimulo, los señores encargados de hacer cumplir dicho control. Y todo esto funciona alrededor una reacción en cadena sencilla y a la vista (aunque traten de esconderla): los histéricos, además de ser insatisfechos crónicos, son personas que pretenden merecer mucho “porque sí”, “porque los parió su mamá”, y, en esa pretensión, necesitan mucho más de los demás. Los histéricos exigen que les sacien sus caprichos, y quienes no poseen un egoísmo tan pretencioso y melindroso, o sea, los humildes hacedores, para evitar sus chillonas y plañideras quejas, hacen de todo para tratar de complacerlos. Y así, las insatisfacciones crónicas histéricas mueven al mundo productivo: a mayor demanda, mayor consumo. A mayor demanda imposible de satisfacer, aún mayor consumo y, por ende, mayor necesidad de producción. La histeria inspiró a la obsolescencia de especulación, y juntas mueven los engranajes productivos que generan trabajo para 7700 millones de personas. Ahora parecería que, unos años atrás, habría sido fácilmente predecible que una población de 7700 millones no pudiera ser sino histérica. Pero, de este tipo de predicciones no hay Nostradamus que se haga responsable.
A veces trato de imaginarme qué pensaría Freud si pudiera ver la evolución que tuvo la histeria (patológica para él), hasta transformarse en un fenómeno cuasi orgánico que permite la supervivencia de la especie. No puedo imaginarme si Freud seguiría pensando en la búsqueda de una cura para la histeria después de ver el lugar que el futuro le tenía reservado. En otras palabras. En el siglo XXI la gran masa es histérica y en consecuencia, la histeria, en sí misma, no es distinguible al perder todo carácter resaltante por haberse vuelto materia de la masa misma. La historia permitió que la histeria alcanzara un estatus “natural”. La histeria como característica de lo humano.
Si, si, ya imagino que más de uno replicará que hay excepciones, que la histeria no está en todos, y que él o ella particularmente no lo es, pero ¿Seguro que usted no tiene ni un poquito de histeria?.... ¿Seguro?....Uhmmm..., eso suelen responder los histéricos.
Por natural evolución el término prácticamente desapareció a principios el siglo XXI. La necesidad de globalizar la superficialidad y el egoísmo consumista, con la intención de estandarizar a una población que supera los 7.700 millones, calificó a la histeria como un medio de control de masas que aprovecharon, sin disimulo, los señores encargados de hacer cumplir dicho control. Y todo esto funciona alrededor una reacción en cadena sencilla y a la vista (aunque traten de esconderla): los histéricos, además de ser insatisfechos crónicos, son personas que pretenden merecer mucho “porque sí”, “porque los parió su mamá”, y, en esa pretensión, necesitan mucho más de los demás. Los histéricos exigen que les sacien sus caprichos, y quienes no poseen un egoísmo tan pretencioso y melindroso, o sea, los humildes hacedores, para evitar sus chillonas y plañideras quejas, hacen de todo para tratar de complacerlos. Y así, las insatisfacciones crónicas histéricas mueven al mundo productivo: a mayor demanda, mayor consumo. A mayor demanda imposible de satisfacer, aún mayor consumo y, por ende, mayor necesidad de producción. La histeria inspiró a la obsolescencia de especulación, y juntas mueven los engranajes productivos que generan trabajo para 7700 millones de personas. Ahora parecería que, unos años atrás, habría sido fácilmente predecible que una población de 7700 millones no pudiera ser sino histérica. Pero, de este tipo de predicciones no hay Nostradamus que se haga responsable.
A veces trato de imaginarme qué pensaría Freud si pudiera ver la evolución que tuvo la histeria (patológica para él), hasta transformarse en un fenómeno cuasi orgánico que permite la supervivencia de la especie. No puedo imaginarme si Freud seguiría pensando en la búsqueda de una cura para la histeria después de ver el lugar que el futuro le tenía reservado. En otras palabras. En el siglo XXI la gran masa es histérica y en consecuencia, la histeria, en sí misma, no es distinguible al perder todo carácter resaltante por haberse vuelto materia de la masa misma. La historia permitió que la histeria alcanzara un estatus “natural”. La histeria como característica de lo humano.
Si, si, ya imagino que más de uno replicará que hay excepciones, que la histeria no está en todos, y que él o ella particularmente no lo es, pero ¿Seguro que usted no tiene ni un poquito de histeria?.... ¿Seguro?....Uhmmm..., eso suelen responder los histéricos.