FEMINISTAS JUDEOCRISTIANAS
En días pasados, mi amigo Godot, el excéntrico cazador e investigador de incoherencias humanas, me contó que estaba estudiando las incoherencias de las “feministas judeocristianas”.
«Suelo espiar de incognito las mujeres que salen contentas de la misa de domingo –comenzó a decir mi amigo–. Estas mujeres son de una incoherencia perturbadora, de lunes a sábado luchan por sus derechos (denunciando la violencia de género, reclamando la propiedad sobre su cuerpo, desde el derecho a mejorarlo estéticamente hasta el derecho al aborto, el derecho a la educación y a no tener que esconderse tras ningún tipo de velo, entre muchos otros), y el domingo le rinden honores a los verdugos del templo que crearon y mantienen todas las infamias contra las que luchan durante la semana. Durante 2000 años ha estado a la vista que el cristianismo odia a las mujeres y entre sus motivos destaca el que las considere “cuerpo del pecado”. De hecho, para no “ensuciarse”, los clérigos se cuidan de no tocarlas y (por lo visto en los noticieros), algunos prefieren la pederastia antes que ser tentados por tal desgracia ¿Qué piensa de esto una mujer cristiana? ¿No piensa nada?» –Se preguntaba mi amigo–.
«Creo entender tu punto –le respondí–. Hacerse el tarado suele ser más conveniente que tomar posición. Las mujeres se han empoderado de su cuerpo y con ello se han transformado en la revolución antidogmática más activa que ha tenido el mundo, pero no lo saben o, por lo menos, la mayoría se hace la que no lo sabe. Es como si las mujeres se hubiesen plantado firmes diciendo: “Sí, soy cuerpo del deseo ¿Y qué? ¿Me vas a amenazar con el Infierno?”, enfrentando así 2000 años de violencia de género por parte del machismo bíblico, del falocentrismo monoteísta, de los judíos ortodoxos que dan gracias a Dios por no haber nacido mujeres y de los velos islámicos que ocultan la femineidad (ante la mirada de Dios) como si fuera una monstruosidad. Pero Pascal sentó el antecedente de jugar en ambos bandos para garantizarse las prebendas del ganador y así, desconociendo el por qué la mujer se ha empoderado de su género, permiten que su heroísmo sea banalizado como asunto de frivolidad». —Aclaré—, sintiendo de inmediato que estaba explicando fanfarronamente lo que mi amigo había dado por sobreentendido.
LA REVOLUCIONARIA SONRISA GRATUITA
«La humanidad es de una incoherencia asombrosa, –continuó exponiendo mi amigo Godot–, otro ejemplo de la incoherencia por ignorancia de las causas es la sonrisa en las fotografías ¿Por qué sonríen? En los retratos de antaño nadie sonreía y tampoco en los primeros cincuenta años de fotografía. Charly Chaplin casi nunca sonrió en cámara. Pero ahora sonreír ante las fotos pasó a ser un código generalizado cuyo significado y razón de ser no suele interrogarse, como si no hubiera tenido un inicio, una inauguración, una razón de ser; como si siempre hubiese sido así, algo comparable a comer con la boca o escuchar con los oídos. Un extraterrestre supondría que la cámara fotográfica es un instrumento de odontología, de otra manera no podría explicar la manía de mostrar los dientes frente a cualquier situación de fotografía. Todo tiene una razón. Desconocemos muchas causas y justo por ello no podemos ser coherentes sin preguntarnos por qué actuamos como lo hacemos. Quien se pregunte por la risa fotogénica no tardará mucho en concluir que la sonrisa gratuita es una forma de rebeldía hacia el cristianismo debilitado que durante casi dos mil años prohibió la risa por temor a que pudiera inmunizar contra el miedo (como muy bien lo expone Umberto Eco en el Nombre de la rosa). Pero, por más justificada que sea la rebeldía, sin conciencia de serlo termina siendo un bluf sin dirección que no llega a ninguna parte, una reacción impulsiva de rebelde sin causa. La inocencia es una ignorancia involuntaria, cosa de niños que no han tenido tiempo de aprender. Pero la ignorancia a propósito, la de no querer saber, la de no preguntar, es una ignorancia culposa y para nada inocente, por ello, en jurisprudencia, el desconocimiento de la ley no disminuye la condena. Mirarnos al espejo con autocrítica, ser capaces de juzgarnos imparcialmente y preguntarnos por qué actuamos como lo hacemos es inmanente a la condición humana».
Creo comprender la observación de mi amigo: «Tirar la piedra y esconder la mano no pertenece a las virtudes humanas. Las virtudes pasan por la responsabilidad, por hacer las cosas a conciencia de su inmanente dirección y sentido y haciéndose cargo de las consecuencias». Supongo que mi amigo quería remarcar que las acciones sin conocimiento de origen no son actos inconscientes, ni heroísmos humildes, sino irresponsables descuidos. A mi amigo le fascina rescatar lo que solemos dejar para el olvido. Godot es así, todo lo contrario a un loro, supongo que por eso somos amigos.