viernes, 15 de agosto de 2014

CONSULTA PORTÁTIL DE PSICOLOGÍA EN GRECIA. SOBRE EL PENSAMIENTO COMPROMETIDO

Mario Fattorello en la Acrópolis

SER OTRO
En Atenas me propuse, cual delincuente, eludir la vigilancia para recorrer la Acrópolis en horario de cierre al público. Así logré estar a solas en el teatro de Dionisio para abandonarme a mi vicio preferido: imaginar que no soy yo.
Y, por supuesto, en aquel lugar tenía que aprovechar para ser Sócrates y figurarme que andaba por Atenas, con postura de ignorancia, interrogando a la gente para poner al descubierto las incongruencias de sus afirmaciones. Hoy quiero pensar que no he tenido momentos más plenos que los vividos sabiendo que no sabía nada.

Mario Fattorello y Sócrates
LAS MIL Y UNA VIDAS
¿Quién no ha querido vivir otras vidas? ¡Vamos! Sé que no soy el único que después de ver The Shining fantasea con pasar unas semanas cuidando un hotel de lujo cerrado por temporada invernal (sin Jack Nickolson, claro); o que se imagina estudiando gorilas en la niebla africana (sin perder la cabeza por ello, se entiende) o hasta pasar las penurias de un náufrago con una pelota Wilson como único compañero ¡Cuántos sueños! ¡Cuántas vidas por vivir! Ser explorador, bucanero, chef, polizonte, Mozart, Charles Darwin, tabernero, ermitaño o Rock & Roll Star. En la vida hay tantas opciones, que el aburrimiento sólo puede concebirse como la indecisión ante la abundancia de alternativas.
Soñar es un lugar común, también lo es tener alternativas, sin embargo, el aburrimiento no es igual para todos, unos se aburren más que otros, unos son más indecisos que otros. Pero, ¿que ocasiona la parálisis ante las alternativas? Aún a riesgo de parecer pedante, debo decir que mis observaciones son concluyentes, el origen del aburrimiento por incertidumbre es: el pensamiento comprometido.

COMPROMETER EL PENSAMIENTO ES VENDER (BARATA) EL ALMA AL DIABLO
El proceso comprometedor del propio pensamiento se inicia en secreto, de incógnito, a espaldas de quien se compromete. Desde el nacimiento los padres reclutan a los hijos en la reglamentaria religión doméstica, en el folklore nativo, tradiciones familiares, moralismos del abuelo, complejos de la madre o frustraciones del padre, en fin, todas esas patrimoniales formas de pensar que componen la herencia parental. Luego de unos años, el hijo recibirá la orden de emanciparse y hacerse cargo del pago de alquiler por el espacio que ocupa en el planeta, lo cual, en un primer momento, será recibido con entusiasmo por el novato que siente aquello como un aliento de libertad. Es a la mañana siguiente que toma conciencia de ser prisionero sin cárcel ni condena. Es a la mañana siguiente cuando el joven se da cuenta de no poder pensar por sí mismo, de que las decisiones ya están tomadas antes de poder resolverlas, y entonces se consternará por haberle vendido, o más bien regalado, el alma al diablo, y allí caerá en cuenta de que a cambio de la herencia, durante su domesticación, ha sido desalmado. Y en una heladería, para aliviar el sofoco elegirá un helado de cualquier sabor menos el de fresa, porque alguna vez su padre sentenció que el color rosado no era de hombres.
Y así, el muchacho, sin elegir y sin alternativa, escogerá y escogerá los gustos del padre, las preferencias de la madre, lo que la religión le permita y lo que el abuelo no critique. Y escogerá y escogerá, sin elegir. Para siempre hipotecado «porque así me lo enseñaron, porque siempre ha sido así, porque soy italiano, comunista o fascista, o porque soy musulmán, budista o simplemente soy hijo, lo que no es poca deuda». El contrato hipotecario con la enseñanza impuesta no tiene cláusulas escondidas en letras pequeñas, directamente no tiene nada escrito porque lo obliga todo, cuando se vende el alma se firma un papel en blanco, porque el papel, aunque dicen que aguanta todo, tiene un límite, y el horizonte del pensamiento comprometido no acepta límites, porque no hay «más allá» en el compromiso.

SIN SABERLO
Lo más frecuente es que la falta de pensamiento propio pase desapercibida, y los hijos actuemos sin darnos cuenta de que no elegimos al decidir, la naturaleza es así, manipuladora. A la naturaleza no parece gustarle que sepamos por qué hacemos las cosas, por eso suele comportarse como niña aficionada a las escondidas, y, en esa actitud, la naturaleza se parece mucho al dios que castigó a su creación por arrimarse al árbol de la sabiduría, dejando claro su primer mandamiento «haz lo que yo digo sin chistar». A la naturaleza llana y salvaje, como a ciertos dioses, parece venirle bien la ignorancia. Y así, un muchacho (supuestamente emancipado) evitará leer “Una temporada en el infierno” de Rimbaud porque su madre juraba que «a las cosas del demonio basta nombrarlas para que aparezcan», y vivirá en secreto el temor de enloquecer porque un maestro prostático aseguró en la clase que «la masturbación hace perder la razón», se suicidará estrellando un avión contra el World Trade Center de New York  porque un tío sentenció que «nació para ser mártir» o tendrá hijos a los diecinueve años porque su bisabuela «necesitaba» ser tatarabuela. Y todo esto lo hará, sin saberlo.
Vivimos entusiastas de nuestro libre albedrío, juramos sobre nuestra libertad, y en ella trabajamos la jornada de ocho horas despertándonos a las seis de la mañana cada día, cumpliendo con desayunar a las siete, almorzar a las doce y cenar según lo dicte la ocasión, vistiéndonos según las tiendas de descuento, oscuro de noche y claro de día, y todos los años vacacionamos en la misma fecha por la misma cantidad de tiempo. Somos verdaderamente libres, libres de no darnos cuenta de no serlo.

¿COMPROMISO O CHANTAJE?
Uno de los compromisos más terrible que con frecuencia me toca presenciar es el del hijo comprometido a respetar a sus padres a ultranza. El meollo del asunto es que el respeto es algo que se tiene que ganar y también tiene límites que, de trasponerlos, puede obligar al “respeto mismo” a transmutarse en “defensa propia”. Pero el pensamiento comprometido a la ligera forja historias donde algunos hijos, luego de narrar las atrocidades del propio padre, luego de describir las humillaciones, vejaciones y demás maltratos recibidos, se sienten comprometidos a terminar el discurso aclarando «pero yo lo amo igual». Ni hablar de la posibilidad de denunciar al maltratador, su pensamiento está demasiado comprometido con la enseñanza que sus padres, previendo lo que pudiera suceder, le inculcaron convenientemente «honrar a dios y a los padres por sobre todas las cosas». «Y claro —dirá el hijo maltratado—, si Jesucristo aceptó con resignación el ensañamiento parricida del propio padre ¿quién soy yo para juzgar al mío?». Y si seguimos en la categoría de compromisos familiares, nos encontramos con esas parejas que viven juntas a pesar de odiarse y tratarse a zapatazos. Parejas que se hacen la vida imposible por estar comprometidos con aquello de que «lo que dios ha unido nadie lo puede separar» ¿Dónde termina el compromiso y comienza el chantaje?

PENSAMIENTO PROPIO
«Somos uno y muchos», escribió Jorge Luis Borges. Admiro a Borges, pero no le puedo perdonar no haberle puesto exclamativos a su afirmación para darle visos de advertencia «¡Somos uno y muchos! (exhortándonos así a tomar precauciones)». Quien sabe, hasta él puede que tuviera el pensamiento comprometido. Borges comprometido con ser Borges…, jajá, muy digno de él. Pero nuestro tema exige dejar de lado las excepciones como Borges, para ser más terrenales, o sea, más paradójicos, como aquel dios que luego de imponer mil condiciones se llena la boca regalándonos el libre albedrío ¿Es una broma? ¿Cómo se puede pensar con tanto compromiso? ¿Cómo puede nuestro pensamiento ser libre debiéndole pleitesía a tanto instructivo?
Y por otro lado ¿cómo es posible que existan libre pensadores si el compromiso es inevitable por comenzar a imponérsenos antes de tener voluntad propia?
Pido disculpas por lo presuntuoso que pueda parecer (de nuevo) el responder estas preguntas con otra conclusión categórica: para liberarse de lo establecido, previamente debe conocerse a fondo los compromisos (culturales y sociales) en boga. Sólo después de aprender a barajear los naipes del imaginario colectivo, es factible vencer el miedo de pasar por la puerta de un itinerario propio. Beethoven tuvo que aprender hasta el tuétano las reglas musicales de la época de manos y látigo de su autoritario padre para luego renacer. La música de Beethoven renació de la muerte de lo establecido. Para influir en el futuro hay que tener plena conciencia del presente. El ateísmo de Schopenhauer vence el miedo a través de su conocimiento del catolicismo y las religiones orientales. Freud pudo ser un librepensador porque conocía, o por lo menos trató de conocer, la psicología, la neurología, antropología, filosofía y literatura que colmaba su época, sólo después de ello pudo pasar más allá. Si Freud hubiese estado comprometido con la religión judía, con la psicología del momento, con el puritanismo victoriano, el psicoanálisis no habría despuntado. Pero hoy día los músicos deben conocer a Beethoven para superarlo, y no puede llamarse científico quien repita como papagayo a Freud. De no dejar de ser papagayo no habría novedad. Al repetir como urracas a un librepensador, aunque lo hagamos por propia voluntad y sin intervención alguna del librepensador emulado, también caemos en el pensamiento comprometido. Al repetir no se avanza, la repetición camina en círculos. Para avanzar no hay que ser como los librepensadores, sino hacer lo que ellos hicieron, tener pensamiento propio.
Liseth Fattorello en la Acrópolis

COMPROMISO DE COMPROMETERSE
Pero, los hombres de a pie, parecen estar propensos al «compromiso de comprometerse», con lo cual trancan la cerradura de entrada al libre pensamiento y quedan aislados en un infinito pasillo de puertas cerradas: el aburrimiento. Razonemos la metáfora ¿quién puede considerar divertido un pasillo de piso de hotel con cientos de cerrojos idénticos y cerrados?
Piénsenlo, el que se queja de aburrimiento se queja de laberintos con puertas trancadas, de callejones sin salida. El aburrimiento está condicionado a un previo abandono al destino y es por ello que los comprometidos se lamentan con estoicismo «… ¿qué le voy a hacer? Hago todo lo que puedo para ser un buen… padre, hijo, cristiano, miembro del partido, patriota… (la lista será tan larga como compromisos sean  posibles)».
Comencé este escrito hablando de las aventuras que quisiéramos vivir además de la propia y ahora el reto parece ser otro mucho más elemental: lograr que la única vida que tenemos sea «propia». En consecuencia el concepto de aburrimiento también cambia, y termina siendo «aburrido» quien no tiene una vida propia sino, tantos compromisos ajenos que no le queda tiempo de vivir el suyo…, y por cierto ¿Puede haber un compromiso con la propia vida que no sea hacerla única?

LA DIFERENCIA APARENTE
Por otro lado, es justo mencionar que existen compromisos que promueven la diferencia. Una publicidad de televisión muestra el atuendo particular de un cantante pop de moda. Y al mismo tiempo que exalta su originalidad, ofrece el atuendo en cuestión a un módico precio de oferta. A los días, la calle está repleta de viandantes ataviados con el original y exclusivo ropaje del mencionado cantante. Cada una de estas personas, con semblante soberbio y andar presumido exhibe su desprecio por lo común y su gusto por la originalidad. Cientos de personas vestidas idénticas caminan por las calles seguras de marcar la diferencia y de que su libre pensamiento está bien representado en su prêt-à-porter.

TODO ESTÁ POR DECIRSE
¿Han prestado atención a la cara de sobrado que ponen aquellos que aseguran que «ya todo está dicho»? Suelen decirlo con aires de haber descubierto cómo superar la velocidad de la luz. Lo peor (o mejor) del asunto es que un físico matemático jamás se atrevería a decir tal cosa. Pero, lo infame de afirmar que todo está dicho es que trata de justificar la propia falta de autenticidad.
«¡No te pongas a inventar! Ya todo está dicho» —asegura el flojo—. ¡Por favor! ¡Qué carencia de estética! ¡Como si la forma no fuera un valor en sí mismo! Como si hacer pan fuera lo mismo que preparar pizzas, empanadas, brioches y demás pitanzas hechas con la misma harina, agua y levadura. En la vida no se trata de hacer bollos, sino de moldear y hornear. No se trata de lo que está dicho, sino de la forma de decirlo. Un troglodita es tan humano como un astronauta, pero no son lo mismo, son distintos en la forma y en el objetivo.
Los seres humanos le otorgamos valor a las cosas para darle un sentido a la vida, y es ahí donde está la magia: el valor no es estable, depende de uno, del lugar, del momento, en el fondo el valor es personalísimo. Por eso, todo está por decirse.

EL COMPROMISO DE CREER
La resignación al compromiso proviene de la comodidad apática: «no pienso, luego descanso». En este sentido, creer en el destino divino es equivalente a un confortante diván de plumas. Y todo esto es increíblemente popular a pesar de que creer a ciegas no genere beneficios a nadie en la práctica. Al que se está ahogando en el mar, de nada le sirve que un creyente desde un bote cercano le asegure que «dios proveerá». Creer en milagros no sirve de nada ante una apendicitis a punto de estallar. Y tal vez haya quien diga que estos ejemplos son inadmisibles por radicales. Pero bastaría con cambiar los personajes, bastaría con mencionar que los testigos de Jehová prefieren que un hijo muera antes que se le realice una transfusión sanguínea. Bastaría pensar un poco en esto para sentir que el diván de plumas no es tan cómodo.
Como mínimo tenemos que reconocer que lo que de admirable pueda tener la humanidad actual no proviene de quejas y consecuentes plegarias que piden ayuda y solución, sino de las ideas atrevidas y el valor de actuar. No basta con quejarse del calor, hay que atreverse a pensar una solución, y tener el valor de llevar a cabo esa idea, esto lo sabía Willis Carrier al inventar el aire acondicionado. Quejarse de tanto y buscar consuelo de tonto es una prebenda del pensamiento comprometido, sin lugar a dudas cómoda, pero que genera muy pocos cambios, para no decir ninguno. Creer a ojos ciegos sobre algo que viene diciéndose, impide que se diga algo nuevo. La novedad es una ruptura de lo establecido. La novedad, mientras lo sea, es valiente; por eso las gallinas la evitan ¿para qué preocuparse por el tiempo si el gallo las despierta?
En el mundo de Lewis Carroll, el periódico preferido de los comprometidos se llamaría «El Diario de antes de ayer », y sólo reseñaría obituarios. Al pensamiento comprometido le incomoda la novedad, prefiere lo obvio, lo previsible. Al comprometido le fascinaría que le leyeran el futuro día a día, minuto a minuto, para no tener que enfrentar nada por primera vez. A quienes disfrutan del pensamiento comprometido no le van las sorpresas, les parecería insoportable la vida de un gusano si el mismo no supiese que algún día será mariposa, como insoportable sería la vida de un creyente comprometido si no creyera firmemente en su postrera metamorfosis en alma celestial con alas de gallina blanca.

NO ES LO MISMO SER UN BUEN CREYENTE QUE UN CREYENTE BUENO
El primer dogma que cree el creyente es creer que, por creer en dios, es bueno. El segundo dogma que cree el creyente es que, creyendo el primer dogma está libre de toda condena. Conociendo la tendencia a idealizar que tenemos todos, me pregunto si los teólogos se cuidan de no sobreestimar a los dioses, porque siendo tan parecidos a nosotros, ¡no vayan a tener también una doble moral! Por ejemplo, es imposible ocultar que el racismo proviene de los dioses. Todos los dioses han sido racistas. Racistas y segregacionistas, porque las deidades tienden a favorecer ciertas razas y dentro de ellas a cierta clase social, que, por ser defecto de dioses necesitar reconocimiento, al ser más multitudinarios los pobres que los ricos, su preferencia no tiene opción, como lo aclara Mateo «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de dios…». ¡Vamos!, sea contra los pobres o sea contra los ricos, discriminación es discriminación. A mí, esto de que el dios hebreo, supremo, todopoderoso, omnipotente y gustoso del halago, arremeta contra los ricos, me huele a ese temor paranoico de perder el monopolio muy propio de los oligarcas comunistas. Pero aclaro que sólo me huele, sólo es un olor, una impresión, sería deshonesto de mi parte no reconocer mi inexperiencia con los dioses, de hecho, personalmente, no he tenido el agrado de conocer ninguno.
Es comprensible que en este momento nos venga a la mente la idea de que es más factible ser tolerante si se es ateo, porque el deberse a un dogma dificulta la tolerancia con quien no comulgue con dogmas, o sea, hacia el libre pensador. Pareciera que no se puede ser tolerante al cien por ciento si no se es ateo o, por lo menos, no se puede ser creyente sin ser segregacionista. Hasta el dios judeocristiano cuando quiso engendrar a su hijo prefirió armar todo ese enredo de la divina trinidad inventando al espíritu-santo-semental para fecundar a María, dejando entrever que un simple José no era digno de portar su simiente. Todos entendemos que para un dios omnipotente no es mayor complicación transmutarse en espíritu o en carpintero, así que, de haberlo querido, habría puesto la simiente en el marido para evitar a José la vergüenza del cornudo; pero no, dios estaba comprometido con la profecía y a no juntarse con la chusma. Los compromisos divinos son incoercibles e inescrutables, le aseguró el ángel a San Agustín.
Mario Fattorello en el Partenon

COMPROMISOS Y MAS COMPROMISOS
Comentando a los amigos el aburrimiento y fastidio que suelen provocarme los libros de historia, descubrí que esta reacción mía no era inusual, y supongo se deba a que los historiadores han escrito comprometidos con la vanidad de los gobernantes y la arrogancia patriótica de su época, con lo cual la historia se reduce a panegíricos paradójicos: matanzas dirigidas desde hermosos corceles blancos con las crines al viento, puñales clavados valientemente por la espalda en nombre de la justicia, saqueos a toque de clarín, gloriosos genocidios, banderas de victorias divinas clavadas sobre los cadáveres de los fieles caídos. Y sigo suponiendo que aquellos mismos mecenas de historiadores, por temor a pasar al olvido, pagan para poner su nombre a calles, plazas y condominios. La historia no es aburrida, la hacen aburrida los cuentacuentos comprometidos. Se me ocurre que el pensamiento propio germina donde acaba la historia y comienza la novedad.
En la política la principal matriz de compromisos es la corrupción. Pertenecer a una red de corrupción implica el esfuerzo de ser campeones de salto alto con las cortas piernas de la mentira. Los corruptos se la pasan engañando, ocultando, sobornando a diestra y siniestra para que cada eslabón de la cadena guarde el secreto. El pobre corrupto no tiene vida propia.
Y si miramos con detenimiento, podremos ver, como arbustos entre los árboles, otras especies de compromisos que espigan en la sombra, las autoalienaciones, el pensamiento comprometido con uno mismo. El machista comprometido a demostrar algo que a nadie interesa. Los obsesivos comprometidos con la cruz del orden y la limpieza. Los bulímicos y los anoréxicos comprometidos hasta los huesos en deshonrar gli Spaghetti alla Carbonara. Los autoalienados pertenecen al orden de lo enfermizo, porque ni están comprometidos con nadie ni están comprometidos con un deseo propio, no siguen una decisión ajena ni tienen decisión propia, simplemente no lo pueden evitar, y no poder evitarse a sí mismo, enferma.

EL COMPROMISO MAYOR
Si buscamos el peor de los compromisos, sin lugar a dudas, sin ningún temor a equivocarme es: el tiempo comprometido. Siendo la vida un número de horas, el compromiso temporal es un serial killer de vidas propias. Nos duele reconocerlo, pero todos sabemos que el tiempo comprometido es tiempo perdido. Y para endulzar el mal trago, usamos fanfarrias y prosopopeyas para, por ejemplo, condecorar al tiempo laboral con la medalla de oro de la dignidad «fulano trabaja hasta los domingos, es un sujeto muuy responsable». Cuando en realidad, en el trabajo, en los compromisos, no hay responsabilidad alguna puesto que no hay elección. Si debo llegar al trabajo a las siete de la mañana, no puedo escoger otro horario sin que pronto me despidan. Es en el tiempo libre donde tenemos opción de elegir, donde somos libres de preferir y por lo tanto responsables de nuestra elección. Once meses de prisión y un mes de libertad condicional es lo que ofrece la mayoría de las cárceles empresariales.
Opss, esta vez parece que me he metido en un gran lío, porque hablar mal del trabajo…, por mucho menos le hicieron beber cicuta a Sócrates, pero, todavía no lancen la piedra…. ¿Se han dado cuenta que hay gente que trabaja con entusiasmo, creatividad, aportando innovaciones, personas de las que solemos decir que aman lo que hacen, mientras otros realizan la misma labor de mala gana, despotricando de su destino y perturbando el ánimo de quienes le rodean? ¿Qué marca la diferencia?
Hay sólo dos intenciones que mueven nuestra voluntad, el deseo y la obligación. El deseo es querer, la obligación es deber. El deseo elige, la obligación exige ¿Ya se aclara la respuesta? El pensamiento comprometido aniquila el propio deseo. Mirémoslo de más cerca, en nuestro bolsillo. ¿Quién no ha recibido un regaño por no responder el celular? ¿Qué pasó con el libre albedrío de responder al teléfono cuando nos dé la gana? ¿Cuándo se volvió ilegal o pecado o irrespetuoso el no tener ganas de hablar con alguien o hasta con nadie? ¿En qué parte del contrato con la telefónica dice que al comprar el teléfono se pierde la opción de no usarlo? Y lo peor ¿Por qué debo anunciar a los demás en qué horario no puedo responder? Nacido por parto natural o cesárea da lo mismo, en cualquier caso, nacer es cortar el cordón telefónico…., perdón, umbilical. Hay quienes son esclavos del teléfono y quienes hacen del teléfono su esclavo. Y así como hay dos tipos de usuarios de celular, hay dos tipos de trabajadores, y dos formas de vivir el tiempo, como propio o como perdido.
Pero, ¿cómo saber si el tiempo invertido en algo no fue un tiempo perdido? Analicémoslo, perdido es algo que se tenía y del que se desconoce su paradero actual. Si el tiempo fue invertido en una hazaña que no deja prueba de su existencia, estará para siempre perdido. Un ejemplo de esto sería el tiempo invertido en tratar de enseñar a quien no quiere aprender.
No hay pensamiento propio que no esté obsesionado por el tiempo. El libre pensador cuida con avara meticulosidad el tiempo propio. El libre pensador siempre tiene presente que el tiempo no se devuelve, que el tiempo no se recupera. El libre pensador sabe que no hay tiempo peor malbaratado que el invertido en tratar de recuperar el tiempo perdido. El libre pensador no cree en cuentos baratos de mariposas que reingresan al estado de crisálida para resolver asuntos que quedaron pendientes en su vida de gusano.

LA CARA OCULTA DE LA LUNA
¿Y qué decir de la contraparte, de los que comprometen a los demás? ¿Por qué los padres comprometen a sus hijos? ¿Por qué los testigos de Jehová salen a la calle a inseminar el libre pensamiento ajeno? ¿Por qué el político trata de convencer a todos de que respirar es hacer política? También en este caso la respuesta es categórica: porque ellos, a su vez, están comprometidos. Comprometidos a comprometer. Aquí el asunto se nos muestra en su esencia más profunda: el sadomasoquismo. «Como me comprometieron, ¡comprometo!» y se promulga como alucinación colectiva en clave de trabalenguas «El pensamiento quiere un compromiso, ¿quién lo comprometerá? El  comprometedor que lo comprometa un buen comprometedor será». Pero, ¿cómo accedemos a este parampampám? ¿Por qué de niños nos dejamos comprometer? Todo parece apuntar a que, en la infancia, al momento de ser domesticados, con una mente casi vacía y con millones de neuronas deseosas de información para volverse neuróticas…, en semejante escenario todo lo que brilla es oro, todo es novedad, y somos seducidos y atrapados por el atractivo del descubrimiento, y así llegamos a encontrar atractiva hasta la primera cláusula de la domesticación, la cláusula heredada de padre en padre, de hijo en hijo: «haz lo que yo digo sin chistar». Pero, la cúspide del asunto es que le cojamos gusto, entonces la cosa continúa más allá de la infancia, en el colegio, ante la tele, entre la masa, como público, y ante todos aquellos letreros que nos indican el camino. La autenticidad despunta cuando lo que aspiramos hacer se abre camino en la tierra de lo que se espera de nosotros.

LA GUERRA DE LOS PROTOZOARIOS
En las guerras, ambos bandos creen tener la razón, ambos juran que les acompaña la justicia. Aunque lo parezca, esto no es una paradoja, porque ambas convicciones están erradas. En las guerras no hay razón ni justicia, sólo compromiso. Y esto nos lleva a un lugar común del que ya hemos hablado varias veces, un mundo dividido en dos bandos, los pastores (comprometedores) y las ovejas (comprometidas). La granja humana parece imposibilitada de subsistir sólo con ovejas o sólo con pastores. Por ello, al tratar de imaginar una humanidad donde cada quien tiene pensamiento propio nos da jaqueca y para aliviar el dolor sacudimos la cabeza soltando un «Vade retro utopía». Luego, plácidamente, seguimos pastando en la pradera o durmiendo la siesta.
Pero, ¿y por qué no? ¿Por qué damos por sentado la inviabilidad de un mundo de libre pensadores? La respuesta, de nuevo, salta a la vista: es muy difícil evitar la tentación de dejar que otros piensen por uno. La pereza se apoya en la ley del menor esfuerzo, el agua que busca su cauce. Ley de ahorro de energía, economía orgánica. Ley física y biológica, presente en cada átomo y en cada célula viva. En fin, ahorrar energía es protocolo de protozoarios ¿Qué loco está dispuesto a perder el diáfano confort de las amebas?
 
Mario Fattorello ante la cárcel de Sócrates
Ante la cárcel de Sócrates
VOLVER AL YO
Ya no me queda tiempo. Llegó la hora de abrir los portones de la Acrópolis al público y los curiosos hacen cola para entrar. Debo quitarme las indumentarias de Sócrates y volver a ser yo, o lo que creo que soy. Ante mí se abren los caminos, unos más cómodos y otros más oscuros, unos para andar descalzo y otros para andar con resguardo. Ya no soy un Sócrates, se acabó mi oportunidad. Y me despido del teatro de Dionisio con un aplauso, un aplauso en el teatro vacío, sin actores, sin espectadores, sin obra, sin mensaje y me contenta pensar que jamás haya existido aplauso más sordomudo y menos comprometido.

©Mario Fattorello 2014

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EL COMPROMISO DE COMPROMETERSE CON LOS COMPROMETIDOS
Aprovecho este espacio para confesar un secreto que oculté con vergüenza desde mi adolescencia. Convencido de que quería ser escritor, trataba de frecuentar toda tertulia bohemia, más o menos literaria, que se me atravesara por el camino, y es sabido que los ímpetus juveniles nos mueven a querer aparentar saberlo todo sobre aquello que nos interesa, es casi imposible que un muchacho no presuma de veterano en su primera vez sexual. Y lo mismo sucedía en el círculo literario, era vergonzoso no conocer algún autor o no darse cuenta de algún símbolo en cierta película, «Mario, ¿te diste cuenta que la mariposa que volaba allí cerca representaba la psicología del personaje?». Y yo, que normalmente no veía la mariposa o no sabía que los lepidópteros simbolizaban la psiquis, asentía tímidamente como si considerara obvia la observación. En los casos extremos, cuando mi ignorancia estaba por quedar expuesta, recurría a la excusa de necesitar el orinal. Supongo que alguien llegó a pensar que tenía problemas de vejiga. Lo cierto es que había un tema que no terminaba de entender y por el cual fui muchas veces al baño, era el tema de los «escritores comprometidos». En aquella época era cuestión de culto leer a los autores comprometidos. «Pero, ¿comprometidos con qué?» —pensaba yo—. La gente hablaba de compromisos que no tenían nada que ver con escribir bien. En general se referían al compromiso con una forma de pensar, con el antirracismo o con el comunismo. Eso me hacía sentir muy mal porque yo no estaba comprometido con nada, yo sólo quería aprender a escribir. Ahora sé que los compromisos son limitantes y que, para mí, la literatura es una ventana a la libertad. Hoy sigo tratando de aprender a escribir, pero sólo voy al baño cuando lo necesito.


viernes, 6 de junio de 2014

CONSULTA PORTÁTIL DE PSICOLOGÍA EN LISBOA (2). SOBRE EL DESASOSIEGO

En la voz del autor...

PARA SOPORTAR LA VIDA
Fattorello Mario en Portugal, sobre el desasosiegoPor años pensé que para hacer la vida soportable, tendría que serle fiel a mis deseos y a mis principios a la vez. Eso significaba que si deseaba cruzar la calle, lo hacía, y cruzaba cuantas calles quería, pero siempre utilizando el debido paso de peatones. Luego le agregué a mi lema la fidelidad a mis conocimientos, a partir de allí podía desear cruzar la calle, usando el debido paso peatonal y en conocimiento del andar apropiado. Hoy en día estoy convencido de que la vida sería insoportable si no le fuera fiel a una cuarta categoría: mis manías. Y ahora cruzo la calle cuando quiero, por donde debo, caminando como puedo y obsesionado en lo que me dé la gana.

EN LISBOA, A MERCED DE LA MANÍA
Una manía que jamás me abandona y me acompaña como sombra, es la necesidad de buscar conceptos contundentes, sentencias categóricas, frases absolutas, adjetivos universales. En esta extravagancia mía, al igual que en la rebusca de trufas, los encuentros son escasos, pero cada hallazgo compensa el esfuerzo. Así llegué a encontrar algunas rarezas como, el título adecuado para todos los libros: «La insoportable levedad del ser» ¿Puede existir alguna obra que no acepte intitularse así? Otra rareza, ésta hallada en el campo de los sustantivos, es el formidable «Quijote», sustantivo absoluto de la exaltación pasional. Al definir a alguien como «un Quijote», no hay más nada que agregar.
Mario Fattorello frente a Pessoa
Mi cuaderno de notas maniáticas tiene muchas más páginas de las que podría llenar, esta manía no tiene pretensiones de extenso catálogo, es cosa de pocas líneas, sólo unas pocas y nada más. Hoy estoy a punto de escribir en él una nueva palabra: «desasosiego». Pero antes de hacerlo debo reflexionar si merece el espacio que ocupará en la hoja. Trataré de ir ordenando las ideas en un folio suelto, mientras estoy sentado a orillas del río Tajo, en la Lisboa de Pessoa, cuyo «Libro del desasosiego» le haría dueño del término, si las palabras pudiesen tener dueño.

DESASOSIEGO TEMPOROESPACIAL
Mario Fattorello en el rio Tajo
Sería inapropiado argumentar sobre el desasosiego sin mencionar, de entrada, su efecto en el espacio y el tiempo «no estar donde se está y no ser cuando se es», eso es el desasosiego.
El desasosiego puede ser adjetivo, verbo o sustantivo; pero en todas sus expresiones se refiere a peces fuera del agua, a estar fuera de lugar, fuera del tiempo, desubicado. El desasosiego es sentir que el cuerpo no nos abarca, como si fuera una boca tratando de engullir una manzana entera, y el tiempo está perdido en un reloj dañado que siempre marca la misma hora, la hora del olvido.
De ponerlo en una balanza, el contrapeso del desasosiego debiera estar hecho de algo seguro, fuerte como el hierro, con los pies sobre la tierra, imponente. Lo contrario a un desasosegado es alguien consolidado; y cuando pensamos en consolidación aparecen imágenes de fortaleza, autonomía, decisión, imágenes todas de semblante altivo como el de un dictador (mientras no sea derrocado), como el de nuestro padre (antes de envejecer y enfermar), como el del magnate (mientras se salve de la bancarrota), como el del galán de cine (siempre y cuando no esté recluido en una clínica de rehabilitación), en fin, asociamos a la contraparte del desasosiego con semblantes momentáneos, de corta vida, instantes, como si el desasosiego ocupara todo el tiempo entre un pestañar y otro.

LA IDENTIDAD DESASOSEGADA
El desasosiego es vacilante porque se alberga en la identidad, y la identidad en sí misma es una incertidumbre que transita disyuntivas shakesperianas sobre el creer y el saber. La identidad se entretiene con elucubraciones como «el que cree no sabe, cree» o «el que sabe no cree, sabe» y cuando se envalentona se siente un Hamlet y empieza a armar dilemas como «¿Creo lo que soy o soy lo que creo?»; o «¿sé lo que soy o soy lo que sé?». ¿Les resulta confuso? Pues esto sólo confirma que su identidad, como la de todos, es ambigua. Pero también irrequieta porque de inmediato nos pican las ganas de seguir haciéndonos preguntas «¿Puede el saber ser una creencia?» o «¿necesito creer en lo que sé para saberlo?» Como pueden ver, en este asunto de la identidad y el desasosiego aplica aquello de si fue primero el huevo o la gallina.

EL DESASOSIEGO Y LA REALIDAD
El desasosiego se desarrolla en la realidad. Cuando alguien se siente fuera de lugar en una reunión de amigos ¿quién es el desubicado? Si le preguntamos al que se siente como pez fuera del agua es probable que acuse a sus amigos de no vivir en la realidad; y, preguntando a los compañeros, podríamos apostar a que le culparían a él de estar fuera de contexto. Particularmente no me atrevo a ser juez en esta causa. ¿Cuáles serían los veredictos posibles? ¿Alguien se atreve a asegurar que quien siente desasosiego es un desadaptado, o que sus amigos son egoístas por no tener empatía hacia su compañero? ¿Quién se atreve a incriminar al inquieto que se siente incómodo en un mundo en el que a nadie sorprende que la más sublime de las virtudes sociales consista en el intercambio de pedacitos de papel moneda? En una realidad tan imprecisa, donde las naranjas no tienen color y el amarillo que le atribuimos pertenece a las ondas electromagnéticas de la luz que de ellas rebota, en una realidad de costumbres, donde nos acostumbramos a no percibir el movimiento del planeta, donde nos acostumbramos a pensar que los árboles son estáticos, y a vivir inconscientes de que el centro de la tierra está en llamas, en una realidad así, una realidad ignara de la propia realidad ¿Quién logra sentirse seguro en casa? ¿Quién está a salvo del desasosiego? ¿Quién puede tener la desfachatez de creerse tan real?

SER O NO SER… MORIR... DORMIR, TAL VEZ SOÑAR
El desasosiego vive al límite de la vigilia y el sueño. Las primeras sendas por las que se asoma la inquietud son preguntas cándidas «¿Los sueños son míos o pertenezco al sueño de los otros?» «¿Sueño o me sueñan?» Vamos, reconozcamos que este asunto lo hemos cavilado todos, en secreto claro está, porque vocearlo daría vergüenza por lo patético. Sin embargo, desde la óptica del desasosiego maduro, la cuestión no se centra en el sueño, sino en la vigilia, y las preguntas son, por mucho, más concretas «¿Es posible despertar? ¿Existe la vigilia?». Luego de lo cual se acaban las preguntas porque comienza el ciclo de respuestas, o sea, el disparate.

DESASOSIEGO EN EL ENAMORAMIENTO
El que se enamora buscando en el otro lo que a él le falta terminará colmando su espíritu con desasosiego. Buscarse a sí mismo en el otro no puede llevar sino al desencuentro. Creo que para todos está claro que el enamoramiento no está hecho para adquirir algo que no se tiene, sólo es un método para compartir lo que ya se posee. El desasosiego es lo que queda cuando se usa al enamoramiento para ser feliz. Es una cuestión de matemática simple, si un infeliz busca pareja para ser feliz, y la pareja, a su vez infeliz, acepta reunirse con él para ser feliz, ¿en qué matemática una infelicidad sumada a otra infelicidad da como resultado la felicidad? Si dos más dos son cuatro, el resultado será doblemente infeliz.
El desasosiego no es fortuito, quien así lo crea desconoce sus reglas. Y por desconocimiento de las reglas se genera, por ejemplo, el desasosiego de la mujer amante del hombre casado, que espera infructuosamente la honestidad de este último, sin querer darse cuenta de estar enamorada de un marido deshonesto, y cuando la deshonestidad se repita, cuando todo fracase, la mujer se justificará a sí misma atribuyéndole al amor el defecto de ser ciego. No pocas veces el desasosiego es consecuencia del capricho.

EL DESASOSIEGO UNIVERSAL
Sin embargo, mencionar lugares o momentos en que el desasosiego se presenta, no logra definir su carácter universal, requisito indispensable para saciar mi manía. Hasta aquí hemos visto que el desasosiego es parte de la condición humana como el aire lo es del cielo; pero ¿cuál será la fuente común de la que emana? Cuando hablamos de buscar fuentes, orígenes, esencias de algo humano no hay que mirar alrededor, hay que buscar adentro. Y con sólo cerrar los ojos la respuesta aparece escrita en los párpados, porque la fuente originaria del desasosiego está en los párpados cerrados, en la muerte. Es la universalidad de la muerte y la consecuente y universal inquietud que ella nos produce, lo que hace del desasosiego un lugar común ¿O es que alguien puede atreverse a encontrar un desasosiego mayor que el proveniente de la Auto Conciencia de Muerte? La enfermedad, la derrota, la desilusión, las pérdidas, son todas sensaciones acompañadas de desasosiego porque nos recuerdan el fracaso final, los párpados cerrados. Y tal vez por ello el desasosiego es ante todo inquietud, la sensación de no poder estarse quieto ante el destino, la necesidad de hacer algo al respecto, la urgencia de salir de esta insensata pequeñez para hacer algo más que humano, hacer algo suprahumano, hacer algo para los demás. Y es aquí donde aflora la trascendencia del desasosiego, en los médicos sin fronteras que persiguen a la enfermedad, en los investigadores que no se quedan quietos hasta alcanzar lo que buscan, en los artistas que ofrecen sosiego y entusiasmo con colores, palabras o música, en los astrofísicos para quienes el cielo no es un límite, el desasosiego impulsa a quienes se levantan al caer y a los que inventan prótesis y medicinas para el que no puede levantarse solo, el desasosiego inspira a los profesores a enseñar sus errores para que los alumnos cometan otros diferentes, el desasosiego es aquello que motiva a los amantes sinceros a aceptar el equívoco y permitirse otra oportunidad, porque la vida no es para estarse quieto, la vida es para andar.

En fin, creo que el desasosiego merece un lugar en mi cuaderno de notas porque así como los polluelos rompen el cascarón cuando el mundo del huevo les queda pequeño, así como el invierno apremia a las aves a migrar, para mí está claro que el desasosiego existe para impulsar la rueda que mueve a la humanidad. 
El desasosiego nos impulsa a crear
El desasosiego mueve la rueda de la humanidad.


jueves, 1 de mayo de 2014

Consulta Portátil de Psicología en Constantinopla. LA ADULACIÓN, EL PACTO SOCIAL POR EXCELENCIA.

Si andas con pereza de leer, puedes escucharlo aquí:



Mario Fattorello en Estambul
En Turquía pensando...

PENSANDO A LA SOMBRA DE LA MEZQUITA AZUL
En Estambul habité un apartamento colindante a un minarete del que cinco veces al día, a través de los altoparlantes, se elevaban al cielo con ímpetu de aullido los rezos musulmanes. En esos días de Turquía, bajo la tutela de las mezquitas y la indiferencia de los turcos concentrados en adular a Dios, pensé:

LA SOCIEDAD ES UNA RED DE ADULACIÓN
La colectividad gira en torno a la adulación. Vivimos dando vueltas al son del carrusel de la autoestima por cargar con la desilusión de saber que moriremos. Ante la aprensión de ir hacia la nada, buscamos resguardo en sentir que valemos algo. La Auto Conciencia de Muerte hace que la vida humana carezca de sentido propio, por ello tenemos que buscarle uno, y esa búsqueda suele resumirse en atender asuntos a los que le damos importancia para sentirnos importantes.

LO IMPORTANTE
¿Qué es importante? Ninguno de nosotros lo sabe, sin embargo, debido a que nadie lo confiesa, podemos mantener la esperanza de que el otro sí lo sepa y por lo tanto, lo que el otro considere importante será importante para uno. La deducción es categórica: ser importante es serlo para el otro. En consecuencia, andamos por la vida adulando para ser adulados.

PACTO SOCIAL DE ADULACIÓN
La constante urgencia de darle sentido al día a día nos llevó a tejer un pacto social de adulación. Cuando nos encontramos con un conocido sentimos la inmediata obligación de halagar su autoestima «¡Qué bien te ves!», «¡Qué inteligente es tu hijo!». Frases que resalten alguna particularidad del otro para hacerlo sentir importante. Lo hacemos todo el tiempo y cuando las circunstancias impiden un halago directo, le buscamos la vuelta de alguna manera «lamento la muerte de tu abuela, pero tú eres fuerte y te repondrás porque tienes mucho que dar al mundo».
¿Por qué adulamos al otro? ¡Porque queremos ser adulados! Esperamos que nos paguen con la misma moneda. Ese es el pacto «yo te ensalzo y tú me ensalzas», y todos se esmeran en tratar de cumplirlo porque, como contrapeso, este pacto social del halago sanciona cruelmente a quien lo viole «si no me halagas te maldeciré, aislaré y deshonraré». La sociedad castiga el incumplimiento del pacto de adulación con la execración, el cristianismo con la excomunión y la milicia con la baja. Cuántas veces habrá escuchado un abogado de divorcios a una esposa lamentarse «yo iba a la peluquería, me acicalada y nunca obtuve un cumplido de él».
El pacto social de la adulación está por todas partes, sería descabellado eludirlo, principalmente porque nadie está dispuesto a evitar algo que sienta tan bien.

ADULACIÓN CON DISIMULO
El halago mutuo es más valioso cuanto más disimulado sea, por ello en sociedad se le ha dado rango de buena educación, cortesía, caballerosidad, galantería, y un sin número de otros eufemismos atribuidos al civismo, pero que en general se refieren a lo mismo: elogiar al otro para ser elogiado como buen elogiador.

ADULACIÓN TERRENAL Y CELESTIAL
Dentro del marco de la adulación, poco importa si el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios o viceversa, lo substancial es que están hechos tal para cual. Dios, por su parte, adula en secreta intimidad a los iluminados asegurándoles que son mejores que otras razas, pueblos o naciones; sólo para luego ir a decirle lo mismo a la contraparte, como un padre que en secreto le dice a cada uno de sus hijos que es su preferido. De esta manera cada quien vive en secreto la dicha de ser el hijo predilecto de Dios. Y, en lógica correspondencia, Dios recibe todos los días y varias veces al día halagos de todos los bandos.
Liseth Fattorello y la Mezquita Azul
Estambul, sitio ad hoc para meditar sobre la adulación.
Aunque hay que reconocer que la necesidad de adulación es tan constante que es casi imposible que de un lado o del otro no se traspapele una adulación aquí o un halago allá, en cuyo caso Dios y los fieles se ofenden y reaccionan con idéntica ira (aunque las consecuencias son asimétricas: lo máximo a lo que llegan los fieles es a la blasfemia, mientras que Dios tiene a la mano tsunamis, terremotos, incendios, tornados y muchas otras pataletas por el estilo).

HERRAMIENTAS, ESTRATEGIAS E INSTITUCIONES ADULATORIAS
La herramienta adulatoria por excelencia es la sonrisa condescendiente. Cuando no hay tiempo para resaltar una gracia ajena, buena es la sonrisa como adulación simbólica y, los rápidos de lengua, pueden emperifollar la situación con palabras también sonrientes «¡qué alegría me da verte!».
Todas las estrategias de halago parten del mismo principio: resaltar lo positivo y minimizar lo negativo. Esto implica la preexistencia de un código de valores, una axiología de la adulación. Pero, ¡atención!, no se trata de un código asentado en blanco y negro, este código tiene muchos matices y bemoles (por no decir contradicciones).
Peca de ingenuo quien da por sentado que, por ejemplo, la juventud es valorada como positiva y la vejez como negativa. Por un lado adulan a los mayores con frases como «te ves mucho más joven», donde la vejez aparece como negativa y la juventud positiva. Pero luego, surge la complejidad del asunto cuando, por otro lado, halagan a los niños diciéndoles «ya no eres niño, eres grande, todo un señorito», y a los jóvenes «¡qué maduro que eres!», con lo que pareciera que avanzar en la edad fuera positivo. Pero años más tarde comienzan los halagos de «eres tan especial cuando dejas salir el niño que tienes por dentro» o «¡Guau!, pareces una veinteañera», ¡ahora retroceder en edad es positivo y por lo tanto avanzar negativo! ¿Queda claro que el código de lo positivo y lo negativo no es tan claro?
Sin embargo, también es cierto que este es un asunto que no debe preocuparnos demasiado porque la sociedad tiene un as bajo la manga: el optimismo. Cuando todo falla se echa mano del optimismo, y así, cuando alguien cae en la bancarrota «¡ánimo! tú eres un vencedor…», al marido desconsolado que descubrió la infidelidad de su esposa «…pero tienes dos hijas hermosas e inteligentísimas», al que se le incendia la casa con el perro dentro «eres un tipo con suerte, podrías haber estado en el lugar del perro», los recursos del optimismo adulatorio son inescrutables.
En cuanto a las instituciones adulatorias, casi todas lo son. Las iglesias, templos, sinagogas, mezquitas, adulan a Dios y por lo tanto también son centros de recolección de adulaciones privadas de Dios hacia cada fiel. Los restaurantes, los hoteles, los bares ofrecen adulaciones a cambio de una buena propina ¡Qué importante es dejar una buena propina! ¡Cuánta felicidad por sólo el 10%! Y qué decir de los gobiernos que durante las campañas electorales prometen reconocer el valor de quienes no han sido suficientemente reconocidos, a cambio, claro está, del recíproco reconocimiento a través de los votos.

LA ADULACIÓN CONDICIONAL
La mayoría de las adulaciones son condicionales. La publicidad es tal vez la que más claro muestra esta condición «si usaras este producto serías importante».
Pero he aquí que este pacto social de la adulación comienza a mostrar su complejidad interna, porque todo concepto existe por su antítesis, y así, lo bueno existe en contraposición a lo malo, lo exaltable por contraste con lo denigrable, los iluminados sólo existen por oposición a los infieles y la belleza se debe a fealdad. La complejidad radica en ¿cómo adular a la parte que le toca lo malo? Por más que se le dé vuelta al asunto, la solución siempre ha sido y siempre será la división del mundo en dos bandos, cada uno de los cuales se considera a sí mismo el más bueno, el más iluminado, el más bello, el mejor. Las guerras son una consecuencia del pacto social de adulación.

LA CRUELDAD DEL PACTO SOCIAL
En el fondo este pacto es cruel porque cruel es lo que trata de esconder, no es para nada simpático esto de andar viviendo a sabiendas de que moriremos. Como compensación, el halago mutuo es una forma simple, fácil y barata de sentir que la vida vale la pena.
Sin embargo, sería injusto no mencionar que las victorias sociales suelen traer como corolario la exclusión del grupo de los menos afortunados, de los desposeídos que a duras penas sobreviven a espaldas del bien común, y el pacto social de la adulación no es una excepción de esta penuria. Dicen, aunque no me consta, que son muchas las pobres almas que no pueden hacerse con el beneficio del pacto social de adulación por su incapacidad de contentarse en lo simple, fácil y barato. Individuos que por su particular naturaleza no les basta con recibir halagos sino que necesitan (¡oh, infinita miseria!)… ¡Merecerlos! Muchos de estos desheredados sujetos terminan siendo científicos, escritores, artistas, inventores, algunos de los cuales han llegado hasta el extremo de crear cosas insólitas como la electricidad, o el teléfono, o descubrir la ley de gravitación para merecer halagos verosímiles. 
¡Qué difícil y triste debe ser la vida de estos pobres individuos incapacitados para disfrutar un simple halago de esos que no necesitan justificación! 
Mario Fattorello en Constantinopla
Yo adulo, tú adulas, él adula...conjugación preferida del pacto social.


jueves, 17 de abril de 2014

Por siempre gracias, Gabo

GRACIAS, GABO

El Efecto Mariposa toma su nombre de un proverbio chino: «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo».
El que algún adulto vivo niegue haber sido "tocado" por el efecto mágico de Gabriel García Márquez, sólo demuestra que los seres humanos no estamos conscientes de todo aquello que nos afecta.
Por mi parte, vivo en el Caribe por obra y gracia de Gabriel García Márquez. La anécdota es tan corta como decisiva. Tenía veintitantos años en la espalda, algunos estudios en la mollera, las vísceras urgidas de escribirlo todo y una incipiente consulta de psicoterapia en Buenos Aires, cuando se me dio por releer a Gabriel García Márquez.
En esos días andaba escribiendo mi primera novela cuyo título, "Prisionero en la eternidad", representaba cabalmente la altisonancia de mi juventud. La trama giraba alrededor de un dios solitario que pretendía aliviar su aburrimiento encarnando en un ser humano. Si bien nací en Venezuela, los años de estudio en Buenos Aires superpusieron la identidad argentina a mi nacionalidad. En mis planes no existía razón para retornar al Caribe. Pero el "Efecto Márquez" cambió el clima de mis expectaciones y entonces supe que la encarnación del aburrido dios de mi novela debía realizarse en la parranda criolla tropical y que para encontrar el escenario apropiado tendría que regresar a Venezuela.
Hace veintitantos años que regresé al Caribe. Mi cuerpo llegó en avión, mi espíritu viajó en las páginas de Márquez. Hoy, el cuerpo de Márquez no está, pero sus páginas siguen y seguirán transportando almas.

Terminé aquella novela un año después, y desde entonces está guardada en una gaveta con la pretenciosa esperanza de que las arrugas del tiempo sosieguen el furor juvenil con el que fue escrita. Y hoy, tras la noticia de la última metáfora de Gabriel García Márquez, quiero pensar que esas trecientas hojas amarillas escritas a máquina nunca pretendieron ser una novela sino un agradecimiento. Por siempre gracias, Gabo. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Consulta Portátil de Psicología en Venezuela (7). Sobre la Cultura Psicopática o ¿Los psicópatas tienen derecho a votar?

Mario Fattorello (preguntándome
SOCIEDADES PSICOPÁTICAS

No puede existir una sociedad compuesta sólo de psicópatas.
Siendo características propias de la psicopatía: la carencia de empatía que los lleva a tratar a los otros como cosas, la demagogia, la irresponsabilidad, la manipulación, la inconstancia, la indisciplina, la ausencia de código legal que les facilita el acceso a la delincuencia, en fin, siendo el psicópata un sujeto disocial, que no puede seguir la normas y leyes necesarias para hacer frente a las exigencias del régimen académico, ni la constancia para mantener un trabajo, ni la capacidad de tratar al otro como un igual, por lo anterior y por mucho más, no puede existir una sociedad compuesta sólo de psicópatas ¿Quién cocinaría el pan? ¿Quién atendería a los enfermos? ¿Quién enseñaría?
Pero en nuestro pueblo queda demostrado que sí puede sobrevivir (a duras penas, pero sobrevive) una “cultura psicopática” donde la mitad más unos cuantos es psicópata  (carente de super-yo, o estructura legal mental, o conciencia moral) y la otra parte la soporta. Pero, para poderla “soportar”, la minoría trabajadora, responsable, hacedora de bienes y servicios debe adecuarse a la falta de ley reinante, en otras palabras debe comportarse como si fuera psicópata.
En una cultura psicopática se aprende rápido a que si te descuidas el otro te perjudica y un poco más tarde se aprende a que si golpeas primero ganas de mano, creando lo que en estas tierras se le llama (orgullosamente) “viveza criolla”.
Un psicópata va buscando a su víctima de la misma manera que el león caza al animal más débil de la manada. En consecuencia se crea (entre las posibles víctimas de los psicópatas) la cultura de andar a la defensiva, la cual al poco rato se transmuta por ley natural evolutiva en conducta ofensiva. Un ejemplo: el trofeo más valioso para un malviviente es un arma. En consecuencia, por despeje natural de la ecuación, lo más apropiado para defenderse del malviviente será otra arma. Al poco andan todos armados y ya no hay distinción entre un bando y el otro, y las balas perdidas (que buscan ser encontradas por alguien) acribillan la civilización.
A lo anterior hay que sumarle que el deseo de venganza no es exclusivo de tipo de personalidad alguna, y así comienza la reacción en cadena: un empresario en defensa propia mata a un psicópata, en venganza el compañero de fechorías del difunto malviviente mata al empresario, un familiar del empresario contrata una banda de sicarios para desagraviarse, la banda cumple el objetivo, pero en la balacera caen dos sujetos de otra pandilla que ahora arremeten contra los sicarios que, a su vez, para defenderse necesitan de más armas y sobornan a quien los había contratado para que les dé el dinero para hacerse del arsenal necesario para una guerra de pandillas, en eso entra un policía corrupto a intermediar en el trato y sale muerto, ahora la policía también está involucrada con su deseo de vengar al compañero y termina siendo ésta la que liquida a los sicarios (previo trato con la otra pandilla de obtener un porcentaje de las ganancias del tráfico de drogas al que se dedican). La historia no tiene fin, el drama sube y baja de intensidad, hasta puede volverse melodramático en algunos pasajes, como cuando el hijo del comisario de policía muere por sobredosis y el padre desconsolado decide acabar con la distribución de estupefacientes tomando la ley en sus manos pero terminando con siete tiros por el pecho…, y empieza de nuevo la guerra entre la policía y la pandilla, mientras por otro lado los ladrones aprovechan la distracción para campar a sus anchas sin el control de los policías empeñados en su guerra particular contra la pandilla-mata-comisario, y muere otro inocente, y nace otra venganza, en fin, un folklore psicopático.
Mientras tanto, la gente de bien sigue trabajando y manteniendo con sus impuestos a los bandidos que usan el hospital cuando son heridos de una bala sin puntería, usan la morgue cuando la bala es más precisa, usan las cárceles cuando los atrapan, usan las calles, el alumbrado, los servicios públicos y hasta la jubilación cuando logran librarse de las balas hasta llegar a viejos. ¡Sí, la jubilación! Aunque lo más probable es que no hayan aportado al seguro social, suelen ser los primeros en exigir sus derechos humanos resaltando los deberes de los otros (beneficio de la demagogia), y como todos le temen, nadie se atreve a decir nada, todos se muerden la lengua antes de increparle un «¡Gánatelo!», y tal vez lo más perverso sea que como los psicópatas tienen derecho a votar pueden llegar a ser apadrinados por políticos.

¿TODOS TIENEN DERECHO A VOTAR? Ó ¿EL DERECHO A VOTAR SE HEREDA O SE GANA?

Sabemos que los seres humanos no somos confiables, la prueba de ello es que tuvimos que crear leyes y un sistema que se encarga de hacer que se cumplan. Pero este sistema es relativamente joven y en su corta marcha arrastra con las abominaciones monstruosas que suelen nacer en el laboratorio evolutivo. Por ejemplo: si alguien comete varias infracciones de tránsito, el sistema le prohíbe conducir. Si un estudiante no cumple con sus deberes, el sistema lo aplaza e impide su promoción. Si a un cura se le comprueba pederastia, es excomulgado. En consecuencia, si nuestras libertades son limitadas por nuestras acciones ¿Qué tipo de acciones debieran limitar al infractor en su derecho a votar?
A través del voto el pueblo pasa a ser algo llamado «el soberano», se me ocurre preguntar ¿es el psicópata parte del soberano? Este tipo de cuestionamientos suelen ser criticados por aquellos que hacen juicios ligeros basados en moralismos que ni siquiera han revisado y que sólo han heredado como borregos guiados por pastores que jamás desearían que sus corderos razonaran, tengan su propio juicio de valor o capacidad de argumentar. Un buen pastor no acepta sindicatos de corderos.
Aclaro que sólo planteo preguntas. Sólo preguntas y nada más. Yo también soy un simple eslabón en la cadena evolutiva y es probable que no me corresponda (a este nivel evolutivo) dar respuestas; pero mi ADN social no puede evitar hacerse preguntas ¿De qué habla su ADN, querido lector? No creo que haya ADN mudo; pero sí muchos sordos de su genética.
Siento que las preguntas más cruciales que me ha perseguido durante la vida son: «¿Qué es un ser humano? ¿Cuáles son los límites de lo que llamamos "humanidad"? ¿Es el concepto de "humano" algo perteneciente a lo biológico o a lo psíquico? ¿Es vinculante el concepto de "civilizado" con el de "humano"?
Considero que estas preguntas son cruciales porque no me permiten estar convencido al hablar de "derechos humanos". Al no conocer los límites de lo que llamamos "humano", al no estar seguro de si la humanidad es meramente biológica, o sea, que para pertenecer a ella basta con tener dos brazos, dos piernas, una cabeza y un parecido con la especie; o si la humanidad es algo que pertenece a la mente, o sea, una condición que se adquiere más allá del fenotipo y que tiene que ver con cumplir con determinadas características como la capacidad de vivir en sociedad, amar, respetar las leyes, tener solidaridad con el prójimo, en fin, aquellas características que definen a alguien como civilizado ¿Puede considerarse a la barbarie (antítesis de civilización) como una característica "humana"?
Nada de eso lo tengo claro, pero debo conformarme por ahora con entender que el eslabón que me correspondió en la evolución sólo puede hacerse preguntas y no dar respuestas. Pero esto, de ser cierto, lleva implícita la posibilidad de que haya alguien que tenga la capacidad genética de dar respuestas. De algo estoy seguro, los radicalismos no son argumentos válidos, los radicales no argumentan, el radicalismo siempre es una decisión a la ligera de conveniencia personal. Hitler fue un radical, ese tipo de cosas no nos interesa. Sólo espero que a quien le haya correspondido el ADN de dar respuestas no se haga el sordo.
Mientras tanto seguiré fiel a mi genética, seguiré haciéndome preguntas.
Mario Fattorello...