Los encuentros entre dos mentes inteligentes suelen ser tensos y echar chispas. Si el encuentro es imprevisto, si se da por casualidad, las nubes negras encapotan el cielo pero puede que el mal tiempo pase de largo sin mayores consecuencias. Se encuentran, se miden, expresan dos o tres ideas, se confrontan, se ríen irónicamente y se despiden llevando la tormenta por dentro. Pero si es un encuentro premeditado, el pronóstico suele ser de tormenta. Las inteligencias se atraen y chocan como nubes de carga contraria, truenos y centellas no tendrán miramientos por amistad o empatía, los dos tratarán de dominar, nadie cederá y el empate, obviamente, está descartado. La socialización inteligente es ambivalente, se atraen y rechazan a la vez, atracción por la inteligencia misma y rechazo por los puntos de vista. Por ser la originalidad, naturaleza de la inteligencia, no puede haber dos inteligencias con un punto de vista igual. La vida social es un intercambio de poder. El poder del poder se mide por la resistencia que recibe y el puntaje es más alto según la altura del contrincante (la confirmación del poder es otro motivo de atracción entre inteligencias). Sin embargo, la autoestima tiene autonomía suficiente para usar su propia inteligencia axiológica para promover relaciones sociales ventajosas y, en consecuencia, es muy probable que las personas inteligentes prefieran rodearse, en su vida cotidiana, de personas que no sean amenaza para sus dominios intelectuales. Los inteligentes suelen rodearse de gente menos inteligente que ellos con quienes, por contraste, refuerzan su dominio intelectual. El asunto curioso es que muchos de estos sujetos inteligentes luego se quejan de la gente irracional, superficial o de pereza intelectual; a todas luces en un intento de disimular su secreta estrategia de rey tuerto, haciéndola parecer una fatalidad, con lo que logra un segundo propósito: resaltar la propia capacidad. Ser inteligente es complicado. Ser inteligente puede ser más malo que bueno si no controla el deseo de competir y colonizar. Un equipo de científicos en un laboratorio debe suplantar la competencia por la colaboración para llevar adelante la investigación. Es difícil tener una virtud y no caer en la tentación de usarla como arma de dominación social. En general el ser humano tiende a medir su propio valor (y control), según el poder que ejerza sobre el exterior y en particular sobre los demás congéneres. Se entiende que la inteligencia no escape de esta tendencia. Sin embargo, todos esperamos que la gente inteligente sea diferente, especial. Todos confiamos que alguien más inteligente que nosotros haga las cosas mejor y delegamos sobre esos seres ideales la esperanza de que las cosas funcionen y mejoren. Esperamos que hayan genios que dejando de lado sus necesidades narcisistas se dediquen a cuidar nuestro bienestar, es más, de seguro todos imaginamos que hay múltiples personas capacitadas que están pendientes de nosotros, que se encargan de que funcionen las telecomunicaciones y no se caigan los aviones, que estén dispuestos a actuar rápidamente si llegamos a tener un accidente, que estén preparados y dispuestos con aguja e hilo en mano en la puerta de la emergencia de los hospitales listos a suturar nuestras heridas. Esperamos tanto de los humanos inteligentes que los imaginamos humildes, sin deseos personales, siempre dispuestos a ayudar y dispuestos a ceder su lugar a otros, como si la inteligencia viniera acompañada de una cuota de sacrificio, una disposición altruista a ceder su lugar en la fila para que nosotros no tengamos que esperar. A la inteligencia se la suele sobrestimar (¿o subestimar?). Los inteligentes también piensan que alguien más inteligente, en el lugar y el momento adecuado, velará por ellos. Aunque no haya referencias del coeficiente intelectual de Dios, la mayoría no se atrevería a poner en duda su inteligencia todopoderosa. La verdad es que al inteligente poco o nada le preocupa lo que se espera de él, sino lo que él espera de sí mismo, y esta actitud, aunque parezca egocentrista, es inteligente. La inteligencia sin concentración es como un tren bala sin rieles. La inteligencia es una capacidad que necesita ser contenida dirigiéndose hacia algo. En este sentido, para la inteligencia, el ocio es la madre de todos los vicios, si no tiene dónde colocar su atención, se irá adonde nadie la ha llamado y los resultados tienden a ser conflictivos a pesar de que las intenciones sean buenas, como ya lo dijo Ítalo Calvino «… A veces los buenos, las personas demasiado programáticamente buenas y llenas de buenas intenciones, son terribles chinches.», y yo agregaría que si además son inteligentes son chinches ponzoñosas.
Supongo que lo dicho puede generar que el lector pegue el grito al techo argumentando que la inteligencia no es patrimonio de algunos sino capacidad inherente a todos, ese punto no está en discusión, la inteligencia puede ser un patrimonio común a todos, pero hay quien invierte su riqueza y quien la encierra en una caja fuerte. Tanto los fortachones como los enclenques tienen los mismos músculos, los primeros los usan y entrenan mientras que los segundos los reservan en la oscuridad de la alacena donde, si llegan a seguir creciendo, lo harán como plántulas anémicas crecidas a la sombra.
Me encanta
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