miércoles, 28 de febrero de 2018

CPF EN EL MUNDO DEL EGOÍSMO


Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018

AMOR PROPIO Vs. EGOÍSMO

El egoísmo es un tipo de amor propio.
El amor propio es indispensable para soportar la vida, luego, el amor propio es bueno.
Sin embargo, el egoísmo es la acepción negativa del amor propio.
El egoísmo es la tentación de agrandar el propio valor menguando el de los demás.
Egoísmo es: estar dispuesto a hacerle una zancadilla a Dios para tumbarlo y usurpar su lugar. Ojo: por “amor propio” también se puede desear ser Dios, pero no tumbándolo, sino haciendo lo que un dios hace para merecer ese lugar.
Con lo anterior queda claro que el egoísmo es una tentación antisocial.
En el amor propio ideal el individuo debiera valorarse como parte de una comunidad, en consecuencia, amarse a sí mismo implicaría amar a la humanidad, amarse como consecuencia de amar a los demás.
El egoísmo es una acepción del amor propio que desconoce a los otros como parte de uno, o que desconoce que uno es parte de los demás. La malsana contradicción del egoísta es que aunque niegue la importancia de los demás, los necesita igual…, o hasta más.

EL EGOÍSMO ES UN SECRETO UNIVERSAL

No me cabe duda de que el egoísmo es, entre todas las características humanas, la más sofisticada. Tener que lidiar con él desde que tenemos conciencia, nos obliga a perfeccionar cada detalle de su funcionamiento y, en especial, el arte de disimularlo. El egoísmo es la «mentira por omisión» más endémica en la humanidad. Todos tenemos egoísmo y todos tratamos de ocultarlo. El egoísmo es un secreto a voces.
A diferencia de otras cualidades universales humanas que también tratamos de ocultar o disimular (por ejemplo las concernientes al sistema de vaciado de desechos del cuerpo), y cuyo ocultamiento tiene como única causa el pudor; al egoísmo lo tratamos de esconder por múltiples razones. Evidentemente el pudor está entre ellas, pero además se le suman motivaciones más oscuras como el engaño, la manipulación, la autocomplacencia o el mimetismo rapaz.
Nacemos egoístas y a medida que nos van domesticando, lo vamos ocultando. Desde el primer momento el egoísmo es relegado a status de convicto fugitivo. Los domesticadores familiares e institucionales esgrimen múltiples estrategias con las que pretenden neutralizárnoslo. Y de allí sale el primer aprendizaje sobre el arte de la disimulación egoísta: hacerle creer a los domesticadores que lograron su objetivo. Y los domesticadores se tragan el cuento más o menos entero de acuerdo a lo conscientes que estén de que ellos mismos engañaron (de la misma manera) a quienes a su vez les domesticaron. Es ley natural: el egoísmo se oculta, pero no se destruye.

LA OCULTA IMPORTANCIA DEL EGOÍSMO

Desde el primer impulso de ocultamiento del egoísmo, se dispara simultáneamente una acción contraria. Esta acción hace que, mientras por un lado el egoísmo avanza un paso en la oscuridad de su tapadera, por el otro lado, sube un peldaño en la escala de importancia. Más se oculta el egoísmo y más importante se vuelve. Y la vorágine resultante de estas dos tendencias contrarias proporciona al individuo una impresión inversa y falsa, la de que: a medida que el egoísmo cobra importancia se acentúa la necesidad de ocultarlo. En otras palabras, el egoísta siente que el egoísmo debe ocultarse más, a medida que cobra importancia. Pero la realidad es bien otra. El egoísmo cobra importancia a medida que se le oculta. Al igual que como en un sacerdote en quien la represión sexual aumenta el peso de la sexualidad (sobre su espalda y otras partes), es ley universal humana que: «la represión es directamente proporcional a lo reprimido» (©Mario Fattorello). De lo anterior es fácil deducir que quien mejor disfraza su egoísmo más a su merced está. Un egoísta Goliat se presentará (siempre que pueda), como un David solidario.

SER EGOÍSTA ES UN TRABAJO ARDUO

Saciar el egoísmo no es tarea fácil, pero además, tener que trabajar para su ocultamiento es una labor intensa y desgastante. No es exagerado decir que se nos va casi toda la vida en solventar asuntos egoístas.
Este complejo lío pareciera haberse originado en nuestro proceso evolutivo a raíz de la necesaria convivencia entre dos factores de igual importancia para la supervivencia de la especie: por un lado el egoísmo, que cuida la propia conservación y, por el otro lado, la compleja y exigente vida social de una especie inteligente (léase “inteligente” como, la capacidad de generar cambios afuera y adentro, o lo que es lo mismo, en otros y en sí mismo) en la que la supervivencia de cada individuo depende de todas las tribus.
Los animales también son egoístas y sociales. Pero el egoísmo de cada uno de ellos apenas debe moldearse un poco para cuidar la conservación de algún otro congénere y, en el mayor de los casos, de la manada. Pero la vida social de los humanos es diferente, necesita que tengamos en cuenta las necesidades de muchos, muchísimos otros humanos, más allá de la familia, de personas que ni siquiera conocemos pero que influyen de una u otra manera en la vida personal, en la vida de cada quien, en la supervivencia de la especie.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


EL EGOÍSMO DISFRAZADO DE ALTRUISMO

Hay muchas bondades con las que se puede disimular nuestro egoísmo. Obviamente todas estas bondades son consideradas virtudes de corte altruista. La solidaridad, la colaboración, la consideración, la condescendencia, la conmiseración, entre muchas otras, son compensaciones que intentan remendar lo que más atrás haya roto o más adelante pueda romper nuestro egoísmo. Hay una especie de pacto social tácito en creer que quien más desarrolle estas actitudes, menos egoísta es. Pero la realidad demuestra lo contrario. A mayor egoísmo, mayor es la necesidad de ocultarlo con altruismo. Y este resultado no es para nada desdeñable. Esta tendencia proporcional parece tener toda la intención de alcanzar una paridad, que a pesar de parecer utópica por ahora, como tendencia evolutiva marca una dirección esperanzadora: llegar a tener de forma innata un sano egoísmo social.
Pero la evolución marcha a suo agio y mientras tanto nosotros vivimos con un egoísmo que demanda mucho trabajo y esfuerzo para mantenerlo satisfecho en su escondrijo, al tiempo que la sociedad demanda nuestra solidaridad.

SIETE MIL SEISCIENTOS MILLONES DE EGOÍSMOS

No se puede ser egoísta estando solo. Para ser egoísta hay que estar acompañado. El egoísmo necesita de alguien a quien encaramársele. Egoísmo significa aprovecharse del otro, ya sea rebajándolo para verse a sí mismo más alto o usándolo para propio beneficio.
La vida social es una constante tramitación de conflictos. No es nada fácil dedicarse a los propios intereses sin pisar los pies de los intereses de los demás. En una habitación abarrotada de personas cada quien buscará delimitar su propio espacio empujando disimuladamente a los que le rodean y vigilando que otros no ocupen más espacio que él. Empujamos como no queriendo empujar. Pisamos talones, cayos y dedos disculpándonos mientras seguimos empujando y dando codazos disimuladamente para agrandar nuestro espacio entre la multitud apretada de siete mil seiscientos millones de personas con siete mil seiscientos millones de egoísmos.
El egoísmo se basa en la filosofía del «sálvese quien pueda» y, en contraposición, el amor propio con conciencia social humana sigue la filosofía del «salvémonos los más que podamos». Lidiar con estas dos tendencias opuestas es una ardua tarea diaria. Se trata de ponerse el salvavidas y tirarse al agua desde un barco que naufraga al mismo tiempo que tendemos la mano para salvar a alguien más. Una verdadera acrobacia social.
En la naturaleza animal la filosofía del «sálvese quien pueda», puede que funcione para la supervivencia de algunas especies. Pero en la humanidad las complejas interdependencias sociales hacen inviable esa posibilidad. El entramado social ha desplazado la existencia colectiva por encima de la existencia individual, pero esta fase evolutiva está en pleno acontecimiento y obviamente adolece de los desajustes propios de algo que se está formando. Por inercia el egoísmo primordial se resiste al amor propio social. Vivimos una época de transición, aunque por lo visto, pareciera que la humanidad siempre estará en transformación. En este específico sentido pareciera que ya todo estuvo dicho después del «todo fluye» de Heráclito.

EGOÍSMO CIVILIZADO

El egoísmo es adjetivado como malo así como el altruismo es considerado bueno por designio del departamento humano que administra la evolución. Por supuesto que hablamos de la civilización. La civilización es una gran repartidora de estigmas y categorías. Una especie de cuerpo legislativo con ínfulas de poder controlar el proceso evolutivo humano y con un órgano propagandístico capaz de transformar una opinión en un convencionalismo. Todos los miembros de su Comité son laureados domesticadores en cuyas buenas intenciones confiamos, o, en todo caso, queremos confiar. No nos queda de otra, el mundo ya estaba hecho cuando nacimos.
La unión hace la fuerza. La humanidad ha logrado ser lo que es disminuyendo el poder individual. No nos queda de otra que abrazar al grupo y confiar, aunque somos libres de llevar bajo la camisa un chaleco antibalas, no vaya a ser que alguien se vaya a amotinar. En general nos conformamos con tener dos ojos adelante, pero en el fondo fantaseamos con tener ojos en la nuca para nuestras espaldas cuidar. El amor propio social es un ideal a perseguir y es bueno creer en ello como se cree en que la fe mueve montañas, sin embargo nuestra autoconciencia y sentido común nos recomienda tener a la mano un bulldozer por si la montaña se resiste o mengua la fe. Y todo esto debido a que la civilización es un proceso lento y con etapas.
Que el egoísmo individual acepte extenderse hacia una conciencia grupal, por ejemplo, a “egoísmo nacionalista”, es apenas un paso iniciático en el proceso de formación del amor propio social humano. En este primer paso, donde el individuo se siente grupo, el “egoísmo negativo” permanece activo y dispuesto a ser dirigido hacia otros grupos. El nacionalismo es una etapa maligna de la evolución hacia un amor propio  global. La siguiente etapa implicaría que los grupos se unieran en un solo sistema. Pero históricamente este paso ha representado una zancada muy larga y en el espacio entre un pie y la siguiente pisada queda mucho terreno donde germinan las malas hierbas, los conflictos y las guerras. La etapa del egoísmo grupal (como el nacionalista) se fundamenta en el principio de que la unión hace la fuerza, pero la fuerza suele ser usada hacia otros grupos que se encuentran en esa misma etapa. La ingeniería del resorte que impulsa el salto de una etapa a la siguiente es un misterio que la civilización todavía no ha podido solventar. Pero creo, o me gusta creer, que hacia allá vamos.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


EGOÍSMO EN EVOLUCIÓN

La conciencia social versus el egoísmo individual son el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de la civilización. Por supuesto no es necesario explicar las inconveniencias de una supremacía de Mr. Hyde. Pero, en cuanto al Dr. Jekyll, su dominación totalitaria tampoco parece una posibilidad viable, porque el egoísmo es la fuente principal de energía de autoconservación, necesaria para la supervivencia de la especie por razones que van desde la reproducción, hasta la defensa personal. Así que, al parecer, no nos queda más que insistir en la búsqueda de un equilibrio. No debe ser sorpresa para nadie que la última palabra esté en boca de la evolución.

viernes, 23 de febrero de 2018

CPF EN EL MUNDO DE LAS MOMIAS FATTORELLO

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018
INTRODUCCIÓN

¿POR QUÉ MOMIAS?
-En 1999, en el museo Egipcio de Torino (segundo en importancia después del Museo Egipcio del Cairo), me vi, de pronto, rodeado por momias. Había varias tendidas en arcas trasparentes, otras paradas contra la pared y otras en pedazos en las vitrinas. En aquel momento sentí que entraba a otra dimensión. Las momias dejaron de ser objetos de exposición y yo, pasé de ser observador a ser el fenómeno del museo. Parecía que las momias me miraban, que mi presencia fuera un deseo de ellas, como si yo no hubiese ido al museo sino que ellas hubiesen venido a verme a mí. Yo era su objetivo. No tuve miedo, más bien una especie de lucidez mental que me llevó a pensar con cierta morbosidad inofensiva que las momias habían logrado su meta de alcanzar la vida eterna y el más allá era este museo turinés y nosotros, los visitantes, éramos sus súbditos que le rendíamos pleitesía pagando para verlas. Esa sensación que tuve en Abril de 1999 estaba destinada a marcarme para siempre. Las momias y su inmortalidad circense pasaron a formar parte, en mí, de esas experiencias que determinan la forma de ser.
Años más tarde en el Museo Nacional de Antropología en Chapultepec (México), sentí algo parecido, pero en menor escala, ante fósiles humanos. Me pregunto cuánta gente ha llegado a pensar durante su vida en la posibilidad de ser, en algún futuro, parte de la exposición en un museo. Creo que se puede vivir sin eso. Sin pensarlo, me refiero. Pero este tipo de impresiones de seguro influenciaron en esta aventura de momias que tengo pensado recorrer por un tiempo indefinido y que quisiera expresar en todas las manifestaciones artísticas posibles, en video, fotografía, escultura, dibujo, stop motion, escritos y, si llegara a ser posible, en música. La música de momias debiera ser tan abierta en sus colores musicales que lograra evitar cualquier asociación directa con cualquier significado. La melodía debería representar el sonido del vacío que la momia viene a llenar. Pero, más allá de eso, debiera estar hecha de notas tan desérticas como oceánicas. Música que no está hecha ni de aire, ni de agua, ni tierra, ni fuego; pero que pudiera contener todo eso, una «Música de todo y todos en uno» ¡Fantástico! ¿O más bien presuntuoso? Bueno, partamos la diferencia y digamos ¡Optimista! ¡Qué le voy a hacer! Es mi carácter.

Las Momias Fattorello pretenden formar parte de un sistema de pensamiento estético y, como tal, necesitan una justificación y un programa, en fin, un «Manifiesto». Trataré entonces de armar por escrito el “Manifiesto inaugural de las Momias Fattorello”.

MANIFIESTO DE LAS MOMIAS FATTORELLO

AMARRADOS
Siempre he pensado que estamos «amarrados». No prisioneros, sólo amarrados. Con cierta libertad para movernos, de entrar o salir de algunas circunstancias, pero con una especie de camisa de fuerza (un poco) holgada que nos da libertades a medias. Sí, como si la libertad nunca fuera plena, como si de alguna manera y por diversas razones, en cada circunstancia siempre hubiera límites conscientes. Sí, conscientes. Porque límites, como tales, son materialmente inevitables; pero la libertad no es algo biológico o geográfico, es algo que pertenece a la voluntad moral, y de esos límites es de lo que hablo. Y un cuerpo humano ceñido por tiras de tela, una momia apretujada, es del todo cónsono con esta visión del ser humano aprisionado por amarres de los que está consciente. Nuestras momias están fajadas de tal manera que entre una venda y otra se puede ver vestigios de piel, de humanidad; pero el resto está vendado…, aprisionado, amarrado. Simbolizar esta idea es la principal motivación a trabajar con personajes vendados.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


ORIGINALIDAD DE LO DIVERSO
Creo que, antes de todo, el arte es diversión. Di-versión. Diferente versión. Versión diferente. Algo diverso. Lo diverso es condición de lo divertido. En nuestras momias, la máscara rígida y el cuerpo oculto permiten toda la diversidad posible a través de la imaginación que choca con un lienzo en blanco. Sólo los márgenes del lienzo, la silueta antropomórfica, nos da indicio de que hablamos desde lo humano, y aún esta certeza, a veces, puede ser dudosa por los accesorios que alteran la forma incitando suspicacia sobre lo que pueda estar vendado, sobre lo que pueda haber dentro de la mortaja. Lo concreto es que ocultando las facciones personales (que después del asombro inicial aburre en su continua falta de novedad por no poder agregar algo nuevo donde todo ya tiene su lugar), se favorece la imaginación de lo diverso.
La naturaleza no es divertida. El arte nace de la naturaleza pero no es naturaleza. El arte no es un «copia y pega». En el arte no se trata de crear un mundo paralelo idéntico, sino un mundo conectado diverso. El arte no es una línea recta, y menos aún paralela de algo. El arte siempre es una diagonal. Una encrucijada. Lo directo no dice nada, como una autopista que va de un punto “A” a un punto “B”. Lo único que importa al entrar a una autopista es, salir de ella. El arte es un lugar para detenerse, tal vez sólo un minuto. Un minuto que valga la pena. El arte es un recordatorio de la crueldad de la memoria, que olvida fácilmente lo común, por eso el arte debe tener algo llamativo, ser único y humilde a la vez es su excentricidad, en fin, eso que se llama originalidad. Nuestras momias sin rasgos distintivos anatómicos pretenden ser siempre diversas y originales. A diferencia de un Al Pacino que puede representar a un policía, un mafioso, un asesino, una víctima o una momia, las Momias Fattorello pueden ser policía, mafioso, asesino o víctima, pero nunca serán Al Pacino, y ni siquiera, una momia propiamente dicha. La persona detrás de las vendas desaparece, su anonimato pretende hacerle único. La misma momia, en diferentes papeles, no se repite. Cada vez es única y sin par. La momia no tiene personalidad propia más allá del papel que representa. Los actores tienen personajes. Los personajes tienen actores detrás. Nuestras momias pretenden ser sólo lo representado, no tienen una doble vida, sólo una cada vez. Única y, tal vez, original.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


ESTÉTICA NO BIOLÓGICA
Otra intención de las vendas es minimizar la frivolidad de valores estéticos superficiales. Y decimos «superficiales» en el sentido estricto de la palabra, de superficie, de piel. La belleza corporal ha ido usurpando u opacando otros espacios de la estética humana, y, especialmente, la mental. Las momias, al ocultar la piel, no tienen líneas de expresión, ni orejas, ni cejas que le roben cámara al argumento que se vaya a tratar. Nuestra filosofía pretende manifestarse en un arte estimulante, como motivación a pensar y, las vendas, cual lienzo en blanco, como invitación a la libertad. No mostrar lágrimas ni sonrisas para que el espectador las imagine a voluntad. Imposible predecir si la estrategia de las momias logrará este efecto de libertad adicional. Tal vez no podamos evitar una sonrisa aquí y un guiño de ojo más allá. Pero tenemos claro hacia dónde está nuestro norte. Un norte donde resuena un eco Bretoniano: «Lo único que todavía me exalta es la palabra libertad».
La belleza conceptual de los seres humanos está desapareciendo desplazada por todas las variantes imaginables del dimorfismo sexual. Pechos y labios en las mujeres. Tatuajes sobre el bronceado o barba de dos días, con aire descuidado, pero perfectamente delineada, en los hombres. Esperamos que la ambigüedad de las momias, que no diferencia clases, ni sexos, ni colores de la piel, permita resaltar las otras diferencias, las de las ideas, las del mensaje, las de la novedad en el verbo representado por un cuerpo sin detalle, anónimo. Vendados no somos nadie, al tiempo que podemos ser todos.
Y en función de la coherencia, lo mismo pretendemos hacer en la escenografía. Actualmente la belleza del planeta y su armonía suele ser simplificada en clásicos atardeceres con palomas blancas en vuelo. Pareciera que, para algunos (que parecen muchos), el mundo tiene una estética especial sólo al atardecer o al amanecer, lo que tal vez contenga un mensaje indirecto de que a pleno día o a medianoche el mundo no vale gran cosa. No pretendemos discutir esta visión de las cosas, talvez hasta pudiéramos estar de acuerdo, pero, en el sentido de que la estética no es aceptación, sino una intención de transformación. Lo bello y lo feo, lo hermoso y lo grotesco no existen en sí mismos, somos nosotros quien le otorgamos ese valor. La piedra filosofal de nuestras momias pretende dar sentido a la vida evitando la frivolidad.
Los escenarios en que se mueven estas momias tienen dos funciones, no distraer de la emoción transmitida y tampoco reforzarla demasiado. Una Gestalt que marque la diferencia con los escenarios clásicos, ¿por qué la felicidad siempre es representada con flores, o con dientes sonrientes como acantilados que desbordan fluor? Las flores también recuerdan los funerales y los dientes a mis pesadillas más terroríficas: los dentistas. Hartos de atardeceres y amaneceres como si la vida sólo tuviera inicios y finales sin trama alguna en medio, sentimos la necesidad de evitar en lo posible las palomas blancas, los periquitos acurrucados y los gatitos, sobre todo los gatitos, especie que me caía bien hasta que los trasformaran en símbolos de la frivolidad. Nuestros escenarios deben ser esos otros espacios, el espejo manchado de un baño desordenado repleto de ropa puesta a secar, el cuarto donde se tira todo lo que no tiene lugar en la casa, las cajas que no botamos pero tampoco usamos, las escaleras de emergencia, lo reciclable, escenarios sin pretensiones de ser escenarios.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


IGUALDAD EN LA MISERIA
Los grandes trajes de época, las cinturas ceñidas con corsé, la elegancia, las prendas eróticas, la joyería, la vestimenta toda y de todas las épocas es bienvenida en el proyecto de Momias Fattorello. Pero con una pequeña diferencia que hace grandes igualdades: el ropaje debe dejar ver las vendas. Los trozos andrajosos de tela que sobresalen de la vestidura del obispo le dan un semblante de igualdad con el monaguillo, el príncipe, la cortesana o el mendigo. Lo andrajoso mantiene presente la igualdad social en su miseria. Sólo en lo miserable somos iguales: en la debilidad, la tristeza, en el dolor, la enfermedad y la muerte; sólo en eso, todos somos uno. Las vendas como mortaja es un recordatorio de que somos los únicos seres vivos con conciencia de que estamos vivos, y de que somos conscientes de ello porque tenemos conciencia de la muerte, sin duda, la miseria mayor. Las momias amortajadas representan lo que nos hace humanos por tenerlo siempre presente, la Auto Conciencia de Muerte.

LA MULTITEMPORALIDAD DEL MULTIVERSO
En las Momias Fattorello no debiera haber épocas definidas. Aunque haya trajes o accesorios representativos, en la escena completa no deben tener una correlación específica. Varias épocas mezcladas recrearán una época novedosa, fantástica, diversa. Cualquier parte en cualquier momento. Toda la historia y el futuro tienen derecho a estar contenidos en cada sketch. Un tiempo especial. El tiempo humano. Las momias pretenden representar a «la especie» en el multiverso (universos paralelos que contienen la totalidad del espacio y tiempo). Esto requiere una multitemporalidad que represente lo que creemos sea la nueva etapa histórica de la humanidad, la de la «historia continua», donde el pasado, el futuro y el presente conviven con una particular armonía. En fin, una historia que rompe la barrera espacio – tiempo y que no tiene compromiso alguno con la contigüidad.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


MENSAJE SOBRESALIENTE
Las momias pretenden crear un espacio en blanco donde sobresalga lo que se quiere transmitir. Una purificación del mensaje, con un lenguaje universal, donde las gesticulaciones y los rasgos acentuados por encima de las vendas (con máscaras y accesorios), sean los que realmente transmiten. Las momias, al igual que la animación, tienen mayor libertad, se toman el permiso de ir más allá de las limitaciones del cuerpo, de la ciencia, de la época, de los prejuicios.
Resultará inevitable que este proyecto explore sensaciones al límite, fuertes, grotescas, esperpénticas. La exageración será un recurso necesario para transmitir sensaciones al no contar con los rasgos naturales de los ojos, las cejas, las líneas de expresión, las lágrimas o las sonrisas.

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018


LA IDENTIFICACIÓN
La identificación es el mecanismo principal de la relación espectador-actor. Es difícil que una mujer se identifique con Arnold Schwarzenegger o que un niño lo haga con un anciano. El cuerpo oculto del actor favorece la identificación sin discriminación, sin tener que esforzarse para reubicar, en el papel actual de ama de casa, a la actriz que hizo de guerrera hace años en una película y luego de pacifista en una serie. Las momias sólo ofrecen actuación, no se ofrecen a sí mismas. Con nuestras momias quisiéramos favorecer que la identificación sea con la trama y no con quien actúa.

INMORTALIDAD MOMENTÁNEA
La actual generalización del uso de la fotografía y el vídeo está muy lejos de ser debida a una fascinación colectiva por el arte fotográfico. Más que una elección es una necesidad: la necesidad de utilizar, como paliativo al desesperante paso del tiempo y su consecuente efecto en el cuerpo, al único recurso a la mano para imaginar la inmortalidad. La inmortalización de una imagen alivia momentáneamente, porque de eso se ha tratado la vida humana, de alcanzar inmortalidades momentáneas. Nuestras momias tratan de marcar una diferencia, desde la crueldad misma de la realidad, el vendaje significa la muerte que llevamos encima. Así las vendas pasan a ser canales de conexión real entre la ficción y la realidad. Personajes reales son personajes mortales. Pero la función del arte persiste, la meta de producir alivio persiste. Sólo cambia el método. Sin proponer inmortalidades efímeras, sino recordatorios de que nuestra mortalidad, siendo parte de nosotros nos hace lo que somos. El hombre se hace a golpes. De tanto sabernos mortales debiéramos hacer callo y ser más tolerantes a la verdad.

TECNOLOGÍA CON PINZAS
La tecnología dedicada a las imágenes se ha enfrascado tanto en los efectos especiales que ha llegado a crear un «realismo de espejo» que desplaza la realidad misma sin que se note la diferencia. Esto no estaría nada mal si no ocupara egoístamente todo el espacio. El «realismo de espejo»  es tan invasor que deja rezagada a la imaginación que ya no encuentra espacio donde proyectarse. La realidad virtual es una exageración sensorial que impacta los sentidos hasta achicharrar cualquier fantasía. Aquella noción de arte como intento de transformación de la realidad, como aporte humano a lo que a simple vista aparece, está desapareciendo simplemente asfixiada ante la falta de aire propio. La “recreación” parece haber llegado a un punto donde es “creación de sí misma”. Las pinceladas del pintor pierden libertad de acción y sólo pueden calcar la línea ya trazada, línea sobre línea porque no hay espacio para el error. Las nuevas tecnologías virtuales obligan al arte a buscar nuevos caminos, pero mientras no los encuentre, los artistas se encontrarán dibujando figuras geométricas sobre papel milimetrado, línea sobre línea, en un patrón preestablecido porque el «realismo de espejo» no admite modificación. Los efectos especiales se han transformado en rayas amarillas dibujadas en el piso para indicarnos por dónde caminar. Ya lo dijimos, no hay cabida en este proyecto para un arte lineal. Las Momias Fattorello tratarán de no usar la tecnología virtual para re-crear la misma realidad, en todo caso para crear una nueva realidad diagonal a la existente. La analogía entre un efecto especial y la realidad no está contemplada dentro de nuestras expectativas. La libertad no es análoga a nada. Este manifiesto no pone reglas. A lo máximo se atreve a plantear estrategias para evitar patrones establecidos.

PUNTOS SUSPENSIVOS
Un «Primer Manifiesto» no puede tener punto final. Por lógica, un «Primer Manifiesto» debiera ser abreboca de un «Segundo Manifiesto». Pero antes, la obra debe desarrollarse para intentar tener méritos. Y, en espera del momento apropiado, cerraremos este capítulo con puntos suspensivos citando, de nuevo, a André Breton: «No ha de ser el miedo a la locura el que nos obligue a poner a media asta la bandera de la imaginación».

Momias Fattorello © Mario Fattorello 2018